Authors: Nassim Nicholas Taleb
El mismo modelo se puede emplear para las plagas y la concentración de ideas. Pero existen ciertas restricciones en la naturaleza de la epidemia que debo exponer aquí. Las ideas no se extienden sin seguir alguna forma o estructura. Recordemos lo que decíamos en el capítulo 4 sobre cómo nos preparamos para hacer inferencias. Del mismo modo que tendemos a generalizar ciertas cosas y no otras, parece que hay unas «cuencas de atracción» que nos dirigen hacia determinadas creencias. Algunas ideas acabarán siendo contagiosas, pero no otras; algunas formas de supersticiones se extenderán, pero otras no; algunos tipos de creencias religiosas dominarán, pero otras no. Dan Sperber, antropólogo, científico cognitivo y filósofo, propone la idea siguiente sobre la epidemiología de las representaciones. Lo que las personas llaman «memes», ideas que se extienden y que compiten entre sí utilizando a las personas como portadoras, no son realmente como los genes. Las ideas se extienden porque, lamentablemente, tienen como portadores a agentes egoístas interesados en ellas, e interesados en deformarlas en el proceso de reproducción. No hacemos una tarta con el único propósito de reproducir una receta: intentamos hacer nuestra propia tarta, empleando ideas de los demás para mejorarla. Los seres humanos no somos fotocopiadoras. De ahí que las categorías mentales contagiosas sean aquellas en las que estamos preparados para creer, incluso tal vez programados para creer. Para que sea contagiosa, una categoría mental debe estar de acuerdo con nuestra naturaleza.
Hay algo extremadamente ingenuo en todos estos modelos de la dinámica de la concentración que he expuesto, en especial los socioeconómicos. Por ejemplo, la idea de Merton, aunque incluye la suerte, carece de una capa adicional de azar. En todos estos modelos el ganador sigue siéndolo. Ahora bien, es posible que un perdedor siempre lo siga siendo, pero al ganador lo puede desbancar alguien nuevo surgido de la nada. Nadie está a salvo.
Las teorías del apego preferencial son intuitivamente atractivas; pero no explican la posibilidad de ser suplantado por unos recién llegados, lo que todo escolar conoce como el declive de las civilizaciones. Pensemos en la lógica de las ciudades: ¿qué le ocurrió a Roma, que en el siglo i d.C. tenía una población de 1,2 millones de personas, para que acabara con una población de doce mil personas en el siglo m? ¿Cómo fue posible que Baltimore, en su día una importante ciudad estadounidense, se convirtiera en una reliquia? ¿Y cómo fue que Nueva York llegó a eclipsar a Filadelfia?
Cuando empecé a operar con divisas extranjeras, hice amistad con un tipo llamado Vincent que tenía todo el aspecto de un comerciante de Brooklyn, hasta las peculiaridades de Tony el Gordo, con la salvedad de que hablaba la versión francesa del inglés de Brooklyn. Vincent me enseñó algunos trucos. Dos de sus lemas eran: «Entre los operadores de Bolsa puede haber príncipes, pero nadie llega a rey», y «A las personas con que uno se encuentra mientras asciende, nunca se las encontrará cuando baje».
Cuando yo era pequeño había teorías sobre la lucha de clases y las batallas que libraban individuos inocentes contra las poderosas y gigantescas corporaciones, capaces de engullir el mundo. Cualquiera que tuviera hambre de cultura se alimentaba de esas teorías, herederas de la creencia marxista en que los medios de explotación se autoalimentan, y los poderosos se hacen cada vez más poderosos, incrementando así la injusticia del sistema. Pero bastaba con que uno mirara a su alrededor para ver cómo aquellas empresas grandes y monstruosas caían como moscas. Hagamos un corte transversal de las empresas dominantes en un momento dado; muchas de ellas habrán desaparecido varias décadas después, mientras que empresas de las que nadie oyó hablar nunca habrán aparecido en escena, salidas de algún garaje de California o de una habitación de algún colegio mayor universitario.
Consideremos la aleccionadora estadística siguiente. De las 500 mayores empresas de Estados Unidos en 1957, únicamente 75 seguían formando parte del selecto Standard and Poor's 500 cuarenta años después. Sólo unas pocas habían desaparecido en fusiones; las demás se habían reducido o habían quebrado.
Lo interesante es que casi todas estas grandes corporaciones estaban ubicadas en el país más capitalista de la Tierra, Estados Unidos. Cuanto más socialista era la orientación de un país, más fácil les resultaba permanecer a las grandes empresas. ¿Por qué fue el capitalismo (y no el socialismo) el que destruyó a esos ogros?
En otras palabras, si uno deja solas a las empresas, éstas tienden a ser devoradas. Los partidarios de la libertad económica sostienen que las corporaciones de talante ávido y bestial no significan amenaza alguna, porque la competencia las mantiene a raya. Lo que vi en Wharton School me convenció de que la auténtica razón incluye una gran parte de algo más: el azar,
Pero cuando se habla del azar (cosa que no se suele hacer), las personas normalmente sólo se fijan en su propia suerte. Sin embargo, la suerte de los demás cuenta mucho. Es posible que otra empresa tenga la suerte de que un producto sea un éxito de ventas, con lo que desplazará a los actuales ganadores. El capitalismo es, entre otras cosas, la revitalización del mundo gracias a la oportunidad de tener suerte. Ésta es el gran igualador, porque casi todo el mundo se puede beneficiar de ella. Los gobiernos socialistas protegían a sus monstruos y, al hacerlo, abortaban a los posibles recién llegados.
Todo es transitorio. La suerte hizo y deshizo Cartago; hizo y deshizo Roma.
Decía antes que la aleatoriedad es mala, pero no siempre ocurre así. La suerte es mucho más igualitaria que, incluso, la inteligencia. Si a las personas se las recompensara estrictamente según sus habilidades, las cosas serían aún más injustas ya que no escogemos nuestras habilidades. El azar produce el efecto benéfico de volver a barajar las cartas de la sociedad, para poder ganar al afortunado de siempre.
En las artes, las modas cumplen el mismo cometido. El recién llegado se puede beneficiar de una moda, dado que los seguidores se multiplican gracias a una epidemia al estilo del apego preferencia!. ¿Qué ocurre entonces? Que también él se convierte en historia. Es muy interesante observar a los autores aclamados de una determinada época y ver cuántos se han borrado de nuestra memoria. Es algo que ocurre hasta en países como Francia, donde el Estado apoya las reputaciones establecidas, del mismo modo que apoya a las grandes empresas con problemas.
Cuando voy a Beirut, suelo ver en casa de mis parientes los restos de una colección de «libros Nobel», que se distinguían por estar encuadernados en piel blanca. Algunos vendedores hiperactivos consiguieron en su día llenar las bibliotecas particulares con estos volúmenes de bella factura; mucha gente compra libros con fines decorativos, y quieren que el criterio de selección sea sencillo. El criterio que ofrecía esta serie era la edición de una obra de un premio Nobel de Literatura al año, una forma sencilla de construir la biblioteca definitiva. Se suponía que la serie se actualizaba todos los años, pero creo que la empresa dejó de funcionar en la década de 1980. Siento una punzada cada vez que veo esos libros. ¿Se oye hablar hoy mucho de Sully Prudhomme (el primer ganador del Nobel de Literatura), Pearl Buck (escritora estadounidense), Romain Rolland, Anatole France (ambos fueron los escritores franceses más famosos de su generación), Saint John Perse, Roger Martin du Gard o Frédéric Mistral?
He dicho que nadie está a salvo en Extremistán. También se puede decir lo contrario: que nadie está amenazado de una extinción total. Nuestro entorno actual permite que el niño aguarde su oportunidad en la antecámara del éxito (mientras hay vida, hay esperanza).
Esta idea la rescató recientemente Chris Anderson, uno de los pocos que comprenden que la dinámica de la concentración fractal tiene otra capa de aleatoriedad, y la unió a su idea de la «cola larga», que expondré enseguida. Anderson tiene la suerte de no ser un estadístico profesional (las personas que han tenido la desgracia de pasar por una formación estadística convencional creen que vivimos en Mediocristán). Supo contemplar la dinámica del mundo con una mirada nueva.
Es verdad, la Red produce una aguda concentración. Un gran número de usuarios visitan unos pocos sitios, como por ejemplo Google, que, en el momento de escribir estas líneas, domina por completo el mercado. En ningún otro momento de la historia, una empresa se ha hecho tan dominante con tanta rapidez: Google puede atender desde personas de Nicaragua hasta personas del suroeste de Mongolia o de la costa oeste de Estados Unidos, sin tener que preocuparse por los operadores telefónicos, los envíos, las entregas ni la fabricación. Es el estudio de casos definitivo sobre «el ganador se lo lleva todo».
Pero la gente se olvida de que, antes de Google, Alta Vista dominaba el mercado de los buscadores. Estoy preparado para revisar la metáfora de Google y sustituirla por un nuevo nombre en futuras ediciones de este libro.
Lo que Anderson vio es que la Red causa algo más que la concentración: permite la formación de una reserva de protoGoogles que están a la espera. También fomenta el Google inverso, es decir, permite que las personas que poseen una especialidad técnica encuentren un público pequeño y estable.
Recordemos el papel que la Red desempeñó en el éxito de Yevguenia Krasnova. Gracias a Internet, la escritora pudo soslayar a los editores convencionales. Su editor de gafas de color rosa ni siquiera se hubiera dedicado a ese negocio de no haber sido por la Red. Supongamos que Ama20n.c0m no existe, y que hemos escrito un sofisticado libro. Lo más probable es que una librería muy pequeña que sólo contenga 5.000 libros no tenga ningún interés en dejar que nuestra «prosa de bella factura» ocupe un espacio en el estante de los libros de mejor calidad. Y una gran librería como la estadounidense Barnes & Noble puede contener 130.000 volúmenes, lo cual sigue siendo insuficiente para dar cabida a títulos marginales. De modo que nuestra obra ha nacido muerta.
No ocurre lo mismo con quienes venden por Internet. Una librería de la Red puede contener un número casi infinito de libros, ya que no es necesario tenerlos físicamente en el almacén. De hecho, nadie necesita tenerlos físicamente, ya que pueden seguir en formato digital hasta que haya necesidad de imprimirlos, un negocio emergente llamado imprimir según demanda.
De modo que, como autores de ese pequeño libro, nos podemos sentar, esperar nuestra oportunidad, estar disponibles en los buscadores, y quizá beneficiarnos de una epidemia ocasional. De hecho, la calidad de la lectura ha mejorado de forma destacada en los últimos años gracias a la disponibilidad de esos libros más sofisticados. Se trata de un medio fértil para la diversidad.
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Muchas personas me llaman para que hable de la idea de la cola larga, que parece ser exactamente lo opuesto a la concentración que implica la escalabilidad. La cola larga implica que los tipos pequeños controlan, colectivamente, un amplio sector de la cultura y el comercio, debido a los nichos y las subespecialidades que hoy pueden sobrevivir gracias a Internet. Pero, curiosamente, también puede implicar un amplio margen de desigualdad: una gran base de tipos pequeños y un número muy reducido de supergigantes representan una parte de la cultura mundial, mientras que algunos de los tipos pequeños ascienden de vez en cuando para desbancar a los ganadores, (Esto es la «doble cola»: una cola larga con los tipos pequeños y una cola pequeña con los tipos grandes.)
El papel de la cola larga es fundamental para cambiar la dinámica del éxito, ya que desestabiliza al bien asentado ganador y lo sustituye por otro. Dicho brevemente, esto será siempre Extremistán, gobernado por la concentración de la aleatoriedad de tipo 2; pero será un Extremistán en perpetuo cambio.
La aportación de la cola larga no es aún numérica; sigue confinada en la Red y es un comercio on-line a pequeña escala. Pero imaginemos cómo puede afectar la cola larga al futuro de la cultura, la información y la vida política. Nos podría liberar de los partidos políticos dominantes, del sistema académico, de los grupos de prensa, de cualquier cosa que hoy esté en manos de una autoridad anquilosada, engreída e interesada. La cola larga contribuirá al fomento de la diversidad cognitiva. Un momento importante del año 2006 fue cuando encontré en mi buzón el borrador de un libro llamado Cognitive Diversity: How Our Individual Dijferences Produce Collective Benefits, de Scott Page. El autor analiza los efectos de la diversidad cognitiva en la resolución de problemas, y demuestra que la variabilidad en las opiniones y los métodos es el motor de las actividades aleatorias o no planificadas. Funciona como la evolución. Al subvertir las estructuras también nos libramos de la forma única platonificada de hacer las cosas; al final debería imponerse el empírico que prescinde de teorías y parte de los detalles para llegar a los conceptos.
En resumen, la cola larga es un producto secundario de Extremistán que lo hace algo menos injusto: el mundo no es menos injusto para el tipo pequeño, pero ahora resulta extremadamente injusto para el gran hombre. Nadie está realmente afianzado. El tipo pequeño es muy subversivo.
Nos deslizamos hacia el desorden, pero no necesariamente un desorden malo. Esto implica que veremos más períodos de calma y estabilidad, en los que la mayoría de los problemas se concentrarán en un pequeño número de Cisnes Negros.
Pensemos en la naturaleza de las guerras pasadas. El siglo xx no fue el más mortífero (en porcentajes sobre la población total), pero trajo algo nuevo: el principio de la guerra de Extremistán, una pequeña probabilidad de conflicto que degenera en la total aniquilación del género humano, un conflicto del que nadie está a salvo en ninguna parte.
Un efecto similar se está produciendo en la vida económica. En el capítulo 3 hablaba de la globalización; aquí está, pero no siempre para bien: crea una fragilidad entrelazada, al tiempo que reduce la volatilidad y da apariencia de estabilidad. En otras palabras, crea unos Cisnes Negros devastadores. Nunca antes hemos vivido bajo la amenaza de un colapso total. Las instituciones financieras se han ido fusionando en un número menor de grandes bancos. Casi todos los bancos están hoy interrelacionados. De manera que la ecología financiera se está hinchando hasta formar bancos gigantescos, incestuosos y burocráticos (a menudo gaussianizados en sus cálculos del riesgo: cuando cae uno, caen todos.)
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Al parecer, la mayor concentración entre los bancos surte el efecto de hacer menos probables las crisis financieras, pero cuando éstas se producen, son de escala más global y nos golpean con mucha fuerza. Hemos pasado de una ecología diversificada de pequeños bancos, con políticas de crédito diferentes, a una estructura más homogénea de empresas semejantes entre sí. Es verdad que hoy tenemos menos fallos, pero cuando se cometen... tiemblo de pensarlo. Repito: tendremos menos crisis, pero serán más graves. Cuanto más raro es el suceso, menos sabemos acerca de sus probabilidades, lo cual significa que cada vez sabemos menos sobre la posibilidad de una crisis.