El castillo de Llyr (10 page)

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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El castillo de Llyr
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9. La suerte de Rhun

—¡La ha encontrado! —gritó Taran, mientras que los compañeros rodeaban al cuervo, que parecía haber enloquecido—. ¿Adonde la ha llevado Magg?

—¡Alaw! —graznó Kaw—. ¡Alaw!

—¡El río! —exclamó Taran—, ¿A qué distancia se encuentra?

—¡Cerca! ¡Cerca! —replicó Kaw.

—Ahora ya podemos olvidarnos de volver a Dinas Rhydnant —exclamó el príncipe Rhun—. Magg está en nuestras manos. Dentro de nada habremos conseguido rescatar a la princesa.

—Siempre que antes Llyan no consiga echarnos la zarpa encima — murmuró Fflewddur. Se volvió hacia Taran—. ¿Crees que Kaw podría llevarle un mensaje al jefe de establos? La verdad, no me importa confesar que me sentiría bastante más seguro teniendo unos cuantos guerreros a mi espalda.

—Perder más tiempo sería muy arriesgado —respondió Taran—. El príncipe Rhun tiene razón. Debemos actuar ahora mismo o Magg se nos escapará de entre los dedos. De prisa, viejo amigo —le dijo a Kaw con voz apremiante, indicándole que volviera a levantar el vuelo—. Llévanos hasta el río Alaw.

Se pusieron en marcha sin perder ni un segundo. El cuervo revoloteaba de un árbol a otro, parloteando impacientemente hasta que los compañeros lograban alcanzarle. Entonces,
lanzándose
de nuevo al aire, Kaw seguía volando en la dirección que deseaba verles tomar. Taran sabia que el cuervo estaba haciendo cuanto podía para sacarles de las colinas con la mayor rapidez posible; pero el bosque y la maleza formaban una barrera tan espesa que en muchas ocasiones los compañeros se vieron obligados a desenvainar sus espadas y abrirse paso por entre ella a mandobles.

Su avance no se vio facilitado hasta bien entrada la tarde, cuando Kaw les guió a través de una llanura que no tardó en convertirse en una serie de hondonadas cubiertas de guijarros. La hierba escaseaba y había muchas zonas de tierra desnuda en la que se veían esparcidos peñascos blancos como la tiza que parecían mojones dejados por gigantes.

—Con todos los guerreros de Rhuddlum registrando Mona, ¿cómo es posible que esa araña haya logrado escapársenos durante tanto tiempo? —exclamó Fflewddur, irritado, mientras empezaban a descender hacia el río.

—Magg ha sido más astuto de lo que pensábamos —dijo Taran con amargura—. Estoy seguro de que se llevó a Eilonwy a las colinas de Parys, pero debió de permanecer escondido sin hacer ningún movimiento hasta saber que el grupo de búsqueda le había dejado atrás.

—¡Villano! —bufó Fflewddur—. Sí, eso debió de ser. ¡Mientras que todos nosotros nos íbamos alejando más y más del castillo, el maldito Magg esperaba cómodamente en su escondite a que hubiéramos pasado de largo dejándole atrás! No importa… ¡Pronto le tendremos en nuestras manos y le haremos pagar bien cara esa estratagema!

Kaw, que estaba volando en círculos sobre las cabezas de los compañeros, se había ido poniendo cada vez más nervioso y de su pico empezó a brotar una ronca serie de graznidos. Taran vio bajo ellos el brillo de las aguas del Araw. Kaw se lanzó en línea recta hacia el río. Los compañeros bajaron corriendo por la cuesta, con el príncipe Rhun jadeando y resoplando detrás de ellos. Kaw se posó en una rama y empezó a mover frenéticamente las alas.

Taran sintió que el corazón le daba un vuelco. No se veía rastro alguno de Eilonwy o Magg.

—¡Fflewddur! —gritó, poniendo una rodilla en tierra—, ¡De prisa! Aquí hay huellas de caballos. Dos, por lo menos. —Fue siguiendo el rastro durante unos cuantos metros y acabó deteniéndose, perplejo—. Mirad esto —le dijo al bardo y a Gurgi, que ya habían logrado alcanzarle—. Las huellas de los dos caballos van por caminos diferentes. No entiendo qué puede haber ocurrido… Príncipe Rhun — gritó—, ¿podéis ver algo?

Pero el príncipe de Mona no le respondió. Taran se levantó de una salto y giró sobre sí mismo.

—¡Rhun! —gritó. Pero el príncipe había desaparecido—. ¡Ha vuelto a perderse! —gritó Taran, enfurecido—. ¡Ese maldito idiota…! ¿Dónde se ha metido?

Los tres compañeros corrieron hacia la orilla, llamando a gritos al príncipe. Taran ya estaba a punto de partir en su búsqueda cuando el príncipe de Mona apareció de pronto tras un macizo de sauces.

—¡Hola, hola! —Rhun corrió hacia ellos, sonriéndoles con una inmensa satisfacción, y antes de que el aliviado pero aún irritado Taran pudiera reñirle, les dijo—: ¡Fijaos en esto! ¡Sorprendente! ¡Realmente asombroso!

El príncipe Rhun alargó la mano hacia ellos. En su palma reposaba el juguete de Eilonwy.

Taran contempló la esfera dorada con el corazón latiendo a toda velocidad.

—¿Dónde la habéis encontrado?

—Oh, allí arriba —respondió Rhun, señalando una roca cubierta de musgo—. Vi que todos habíais empezado a buscar huellas de caballos y pensé que lo mejor sería buscar por otro sitio, así ahorraríamos algo de tiempo. Y esto es lo que encontré.

Le entregó el juguete a Taran, y éste se lo guardó cuidadosamente dentro del jubón.

—Ha conseguido llevarnos hasta nuevas huellas —dijo Fflewddur, examinando la hierba—. Algo bastante grande y plano ha sido arrastrado por encima de este sitio. —Se rascó el mentón, pensativo—. Me pregunto si… ¿Un bote, quizá? ¿Será posible que esa araña maligna tuviera preparado un bote? No me sorprendería nada enterarme de que lo había planeado todo antes de que Eilonwy llegara a Mona.

Taran fue hacia la orilla.

—Veo huellas de pasos —les dijo—. El suelo está lleno de señales. Eilonwy debió de luchar con él… Sí, aquí mismo. Y supongo que aquí fue donde se le cayó el juguete. —Abatido, contempló la caudalosa y rápida corriente del Alaw—. Sí, Fflewddur, has interpretado bien las señales —dijo—. Magg tenía un bote escondido. Soltó a los caballos y permitió que se fueran al galope.

Taran se quedó inmóvil durante unos momentos, contemplando las turbulentas aguas, y acabó desenvainando su espada.

—Vamos, echadme una mano —le gritó a Gurgi y al bardo mientras echaba a correr hacia los sauces.

—Eh, ¿qué piensas hacer? —gritó Rhun mientras Taran empezaba a cortar las ramas más bajas de un tronco—. ¿Vas a encender una hoguera? No creo que haga mucha falta…

—Podemos construir una balsa —replicó Taran, arrojando las ramas cortadas al suelo—. El río ayudó a Magg. Ahora nos ayudará a nosotros.

Los compañeros arrancaron lianas de los troncos y las usaron para unir las ramas cortadas, alargando aquellos improvisados cordajes con tiras hechas de sus propias ropas. La balsa no tardó en quedar lista, aunque no parecía muy marinera y recordaba más a un haz de leña para el fuego que a una auténtica balsa. Taran estaba haciendo los últimos nudos en las lianas y las tiras de tela cuando Gurgi dejó escapar un chillido de temor. Taran se levantó de un salto y giró en redondo mientras que Gurgi agitaba frenéticamente los brazos señalando hacia los árboles que había junto a la orilla.

Llyan salió del bosque. La inmensa hembra de gato montes se quedó inmóvil un par de segundos, con una pata levantada, agitando la cola, y sus ojos llameantes se clavaron en los compañeros haciéndoles retroceder, aterrorizados.

—¡La balsa! —gritó Taran—. ¡Tenemos que meterla en el río!

Cogió un extremo de la balsa y empezó a tirar de él para llevarla al agua. Gurgi corrió en su ayuda sin parar de chillar. El príncipe Rhun hacía cuanto podía para echarle una mano. Pero el bardo ya se había metido en el agua, con la corriente hasta las caderas, y estaba tirando frenéticamente de las ramas.

Llyan miró al bardo: sus bigotes temblaron suavemente y sus velludas orejas se inclinaron hacia adelante. De su garganta brotó algo que no era un rugido salvaje, sino una nota casi musical llena de duda y vacilación. Un instante después fue hacia ellos, moviéndose velozmente sobre sus inmensas patas acolchadas, con un brillo extraño en la mirada. Y, ronroneando a toda potencia, la gran gata fue en línea recta hacia el bardo.

—¡Gran Belin! —chilló Fflewddur—. ¡Quiere que vuelva con ella!

Kaw, que había estado todo el rato posado en una rama baja, movió sus alas y se lanzó contra Llyan. Mientras graznaba y chillaba con toda la potencia de sus pulmones, el cuervo empezó a revolotear delante de la asombrada bestia. Llyan se detuvo y dejó escapar un rugido de irritación. Kaw pasó a unos centímetros de la inmensa cabeza de Llyan, rozándola con sus alas y propinándole unos cuantos golpes con su agudo pico.

Cogida por sorpresa, Llyan apoyó los cuartos traseros en el suelo y se dispuso a enfrentarse al cuervo. Kaw giró sobre sí mismo y volvió a lanzarse sobre ella. Llyan dio un salto, con las garras fuera, propinándole un terrible zarpazo. Una nube de plumas llenó el aire y Taran gritó, aterrado, pero un instante después vio que el cuervo seguía intacto y se disponía a lanzarse de nuevo sobre Llyan. Kaw empezó a bailotear burlonamente ante su rostro, igual que una gran avispa negra, como desafiándole a que le cogiera, moviendo las alas delante de su hocico, para acabar alejándose otra vez de ella. Su nuevo ataque le trajo tan cerca de los dientes de Llyan que éstos se cerraron sobre una de las plumas de su cola, pero Kaw logró cogerle uno de los bigotes con el pico y se lo retorció.

Llyan, olvidándose del bardo y de los compañeros que seguían luchando con la balsa, dejó escapar un maullido de irritación y empezó a perseguir al cuervo, que había alzado el vuelo apartándose de la orilla y dirigiéndose hacia el bosque. Llyan fue detrás de él y sus rugidos no tardaron en hacer temblar los árboles.

Los compañeros lograron echar la balsa al río y treparon a bordo de ella. La corriente se apoderó de la balsa y la hizo girar en redondo, faltando muy poco para que ésta volcara antes de que Taran tuviera tiempo de meter una pértiga en el agua. Fflewddur y Gurgi consiguieron apartar la balsa de un peñasco con el que estaban a punto de chocar. El príncipe Rhun, calado hasta los huesos, remaba desesperadamente con las manos. Un instante después la balsa logró enderezarse y los compañeros empezaron a deslizarse con rapidez corriente abajo.

Fflewddur, que tenía la cara tan pálida como la de un muerto, dejó escapar un suspiro de alivio.

—¡Estaba convencido de que me había pillado! ¡Creedme, estoy seguro de que no podría aguantar otra sesión de arpa como la anterior! Espero que Kaw logre salir bien librado —añadió con una expresión de preocupación en el rostro.

—No te preocupes, Kaw sabrá encontrarnos —le tranquilizó Taran—. Es lo bastante listo como para mantenerse fuera del alcance de Llyan hasta tener la seguridad de que estamos a salvo. Si Llyan decide perseguirle, creo que será ella quien se lleve la peor parte.

Fflewddur asintió, ladeó la cabeza y miró por encima de su hombro.

—Bueno, realmente, es la primera vez que mi música despierta un…, eh…, bueno, un entusiasmo tan grande —dijo con algo que casi era pena en su voz—. ¡Si no fuera por lo peligroso que resulta, casi lo consideraría un cumplido!

—Eh —gritó el príncipe Rhun, agazapado en la parte delantera de la balsa—, no es que pretenda criticaros después del esfuerzo que os habéis tomado, pero creo que algo se está rompiendo.

Taran, que había estado muy concentrado en el problema de guiar la balsa, miró hacia abajo, alarmado. Las lianas, anudadas a toda prisa, estaban empezando a ceder. Los rápidos hacían temblar la balsa. Taran hundió su pértiga al máximo, buscando el fondo del río, intentando detenerla. La corriente siguió impulsándoles y las ramas empezaron a partirse en dos mientras que el agua entraba por las grietas que había entre rama y rama. Una de las lianas se rompió y la balsa perdió primero una rama y luego otra. Taran arrojó a un lado la pértiga, que ya no servía de nada, gritando a los compañeros que debían abandonar la balsa. Agarró al príncipe Rhun por el jubón y se lanzó al río.

El príncipe Rhun se hundió en el agua, manoteando y debatiéndose frenéticamente. Taran agarró con más fuerza al casi ahogado príncipe y luchó por volver a la superficie. Logró cogerse a un peñasco con la mano que tenía libre y, finalmente, encontró un buen asidero entre las piedras. Después, tirando de él con todas sus fuerzas, llevó a Rhun hasta la orilla y le depositó en ella.

Gurgi y Fflewddur habían conseguido sujetarse a los restos de la balsa y estaban llevándola hacia una parte del río menos profunda. El príncipe Rhun logró sentarse y miró algo consternado a su alrededor.

—Creo que nunca había estado tan cerca de ahogarme —jadeó—. Siempre me había preguntado qué se sentiría, pero la verdad es que no me quedan ganas de averiguarlo.

—¿Ahogarse? —dijo Fflewddur, mientras contemplaba los restos de la balsa—, ¡Si sólo fuera eso…! Todo nuestro esfuerzo ha sido inútil.

Taran se puso en pie, luchando con el agotamiento.

—Casi todas las ramas siguen enteras. Cortaremos más lianas y haremos otra balsa.

Los desanimados compañeros se concentraron en la tarea de reparar la balsa, que había quedado esparcida a lo largo de la orilla. Necesitaron bastante más tiempo que la primera vez, pues aquí apenas si había árboles y las lianas escaseaban.

El príncipe de Mona había encontrado un cañizo y Taran vio como tiraba de él, intentando arrancarlo del suelo. Cuando volvió a mirarle, un instante después, Rhun había desaparecido.

Taran dejó caer el puñado de lianas que sostenía, lanzó un grito de alarma y corrió hacia allí, llamando desesperadamente a Rhun.

El bardo alzó la mirada.

—¡No, otra vez no! —exclamó—. ¡Si caminara por un campo en el que hubiese un sola piedra estoy convencido de que sabría tropezar con ella! ¡Un Fflam es hombre paciente, pero incluso su paciencia tiene límites!

Pese a sus palabras, corrió hacia Taran, que ya estaba arrodillándose junto al cañizo.

Allí donde había estado Rhun se veía un agujero. El príncipe de Mona se había esfumado.

10. La caverna

Sin hacer caso al grito de advertencia lanzado por Fflewddur, Taran saltó dentro del agujero y se encontró cayendo sobre un montón de raíces medio rotas. Allí el agujero se hacía un poco más grande, convirtiéndose en una especie de pozo. Taran le dijo al bardo que le trajera unas cuentas lianas, se dejó caer por el pozo y aterrizó junto a Rhun, que estaba inconsciente y sangraba profusamente por una herida de la sien. Taran intentó levantarle.

El extremo de la liana apareció sobre su cabeza. Taran lo cogió, atándolo por debajo de los hombros del príncipe, y le gritó a Fflewddur y a Gurgi que tiraran de él. La liana se fue tensando cada vez más… y se partió. Una lluvia de tierra y guijarros cayó por el agujero.

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