El caso de la joven alocada (39 page)

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Authors: Michael Burt

Tags: #Policiaca

BOOK: El caso de la joven alocada
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Permaneció allí unos minutos tratando de retratar el peculiar aposento en su cerebro y de pronto notó cómo se asemejaban al mármol las colgaduras estáticas de seda.

Luego verificó el vacío absoluto de la habitación Y pasó a examinar el resto de la casa.

Halló cosas que uno generalmente no encuentra en las mejores casas, pero nada más que pudiera tener relación con el caso que investigábamos.

7

T
ODO ESE
día Thrupp y sus colegas estuvieron ocupados con la rutina de práctica. Había mucho que hacer, y se hizo, con el método cuidadoso Y eficaz de la
Yard
. Nunca conocí ni la mitad de esas cosas y creo que la enumeración os resultaría cansadora.

Entonces no tenía yo conciencia de lo que sucedía en este mundo de dolor. Me deslizaba por el camino caliente y oscuro de la muerte y se necesitaron los esfuerzos combinados y sostenidos del camello, del escocés, de la pava real y de la gatita (sin hacer mención de los rezos de mi prima Barbary y de los del cura de cabellos grises de
Farm Street
que me dio la Extrema Unción), para frenar mi descenso. A pesar de todas las censuras del tal Cronin, hay algunos doctores bien intencionados y útiles en el concierto de las cosas. Si tengo que criticarles algo es su tendencia materialista, pero no me refiero a su codicia de dinero ni de fama, sino a su confianza excesiva en los cánones de su profesión, atemperada por una bienhechora fe en lo sobrenatural.
Exempti gratia
, el camello y el escocés, ambos doctores más que competentes, juntaron sus cabezas inteligentes aquel atardecer y decidieron con infalibilidad digna de un Papa, que yo debía morir para la madrugada. Nada podía salvarme. De acuerdo a todas sus sagradas reglas y precedentes, debía morir.

Hablando con bondad pero completamente
ex cathedra
, se lo comunicaron a Barbary, que lloró un instante y luego les desafió a que me dejaran morir. Ellos le aseguraron compasivamente que no era posible que viviese, Y Barbary les replicó acaloradamente que todo era posible bajo el Cielo, y les hizo cargos de que pretendían desafiar la omnipotencia de Dios. Se retiraron avergozados y Barbary les hizo una apuesta irreflexiva pero galante, engendrada por su fe en un momento de desesperación: yo no sólo sobreviviría ese amanecer, sino diez mil amaneceres más.

Fue justamente cuando el amanecer comenzaba a insinuarse sobre la tierra, cuando abrí los ojos, lancé una mirada de desaprobación a la terriblemente higiénica habitación y dije: «Barbary, amor mío, la sigma nos traicionó. Otra forma…, otra figura »

Después perdí otra vez el conocimiento y Barbary se fue a casa, no sin que antes el camello y el escocés admitieran la posibilidad de tener que tragarse sus palabras. Mientras que iba camino a casa aspirando el aire fresco de la mañana, el cerebro cansado pero siempre inteligente de mi prima se dedicó a descifrar las palabras que yo había dicho. Barbary no es, ni fue nunca, una de esas mujeres asexuales que se sumergen en el griego antiguo y que pueden tragarse de un sorbo un treno
[9]
antes del desayuno, pero cuando era muy niña y yo un patán de cara granujienta, le enseñé el alfabeto griego por la misma razón que en otra oportunidad le enseñé el código Morse. Y aunque seguramente no había recordado el hecho, ¿por qué habría de recordado?, ahora vió con toda claridad que la S griega o sigma tiene dos formas distintas. Cuando se usa como letra inicial de una palabra se escribe σ, como letra final tiene la apariencia de S. La regla es invariable.

Se hacía claro entonces que nos habíamos equivocado cuando leímos a la ligera la inscripción del anillo que descubrimos en la cartera de Bryony. Ann Yorke había hablado a Barbary de un
Saxon Club
y, cuando examinamos el anillo desciframos las letras griegas que formaban la palabra inglesa S-A-X-N; requirió un poco de ingenio el suplantar la O por, el círculo que formaba el anillo, de lo que resultó la palabra S-A-X-O-N. Pero ¿era ésa acaso la intención de los que grabaron el anillo? La sigma debía haber aparecido en su forma inicial. En cambio se había grabado en su forma final S, lo que significaba que la palabra en cuestión debía terminar y no comenzar con S.

Había, también la posibilidad de que se hubiese usado así por ignorancia, pero a Barbary no le pareció aceptable. Si ella, que no sabía nada de griego, recordaba las dos formas, distintas según su uso, era difícil que nadie grabara costosos anillos de platino sin tener la seguridad de que la inscripción, fuese correcta. ¿Cuál sería entonces el significado de las cuatro letras griegas?

Durante todo el camino y después, mientras se bañaba y se desayunaba, Barbary estuvo pensando en distintas posibilidades. Estaba convencida de que las cuatro letras debían formar una palabra; sin embargo, con tres consonantes y una vocal, el número de combinaciones posibles era muy limitado. Luego se le ocurrió que, a, pesar de haberse equivocado cuando formaron la palabra SAXON, no era imprescindible que hubieran cometido otro error cuando supusieron que el círculo del anillo suplía la O.

Claro, no había forma de verificarlo pero aunque fuera como hipótesis valía la pena revivir la idea. Tenía cinco letras, tres consonantes X, N, S, Y dos vocales A y O.

Una vez más hizo todos los anagramas y combinaciones posibles en un papel. Barbary tenía la impresión de que OS es una terminación muy común en griego como en realidad lo es. Con este pensamiento se dirigió al teléfono y llamó al viejo Daniel Balfour, con cuya hija Verónica había ido a la escuela, y que es uno de los más grandes especialistas en griego que todavía andan sueltos.

—Papito Daniel —dijo Barbary, después de los saludos de práctica—, ¿podría decirme usted una palabra griega de cinco letras, que tenga sentido, y que contenga las letras xi, nu, alfa, omicrón y sigma final?

—¡Dios me bendiga! —exclamó el asombrado profesor—. ¿Qué le ocurre a esta muchacha?

¿Qué es esto, un jeroglífico, un anagrama o un problema de palabras cruzadas?

—¡Dígame usted por favor! ¡Sea usted un ángel!

—Bueno —musitó Daniel Balfour, después de pensar un momento—. Confieso que Xanos no me dice nada, querida. Por el contrario Naxos, quiere decir mucho en los reinos de la justicia, de la geografía y de la mitología. Es una isla del Egeo, ¿sabes? Una de las… ¿a ver?… sí una de las Cícladas. Un lugar muy hermoso, mi querida Barbary, y célebre por su vino, antiguamente y hoy en día.

¿Es eso lo que querías saber?

—No. No lo sé, papito Daniel. No veo… y sin embargo podría… Dígame usted más.

—¿Más? ¡Dios me bendiga! ¡Qué tema para esta hora de la mañana! Bien, no creo que haya mucho más. Quiero decir que como muchas de esas islas, Naxos desempeña su papel en esa extraña mezcla de, historia y mitología que constituye el pasado de la antigua Grecia. Figura en las leyendas de Dionisio, el hermoso, pero afeminado dios del vino, conocido comúnmente como Baco, que tuvo allí aventuras características y sensacionales, ya en su viaje, ya después de llegar. Fue en Naxos donde Dionisio encontró a la hermosa Ariadna, abandonada por Teseo.

Las leyendas son algo confusas. Algunas dicen que Artemisa, vale decir Diana, asesinó a Ariadna. Otros, que ella y Dionisio se casaron. A propósito, la isla no se llamaba Naxos entonces; se llamaba como una montaña: Día y…

—¡Qué! —exclamo involuntariamente Barbary—. ¿Dice usted que Naxos se llamaba Día?

—Sí, sí. Pareces muy sorprendida, querida. Los lugares cambian de nombre con el tiempo.

—Prosiga, papito —urgió mi prima.

—¿Eh? ¡Oh, bien! No hay mucho más. Nada que valga la pena —rió—. Hay las tradiciones de costumbre con sus cultos secretos y sus orgías y demás que se originaron con la visita de Dionisio a la isla, pero no creo que…

—¡Dígamelo! —ordenó brevemente Barbary.

—Vamos, vamos —protestó el profesor con embarazo—. Querida Barbary, los misterios naxianos no son tema para tratar con una joven y especialmente por teléfono. Creo no ser un mojigato, pero…

A pesar de su cansancio y de su ansiedad, Barbary alcanzó a sonreír.

—Muy bien, lo relevo a usted —murmuró—. En realidad me dijo cuanto quería saber, papito, el resto lo imagino. Muchas gracias.

—¿Qué imaginas…? ¡Dios me bendiga! ¡Ah, esta juventud! Creéis que lo sabéis todo, ¿verdad?

Pero los misterios de Naxos… ¡Bueno! ¡Dios me bendiga!…

Todavía estaba pidiendo bendiciones cuando Barbary cortó la comunicación.

8

E
SE DÍA
fue fecundo en acontecimientos. Después que Barbary telefoneó a Thrupp para comunicarle sus descubrimientos, se fue juiciosamente a la cama y durmió hasta después del mediodía. Cuando despertó recibió por teléfono la seguridad de que todavía estaba yo con vida. Se hizo subir una bandeja del restaurante de abajo y no me visitó hasta media tarde. El camello, tal vez disgustado porque me había atrevido a desafiar su profecía, no había venido, pero el escocés, aunque con su cautela y circunspección características, admitió que mis perspectivas no eran tan negras como la noche anterior.

Después de asegurarse de que se haría todo lo posible, Barbary volvió a
Mark Street
donde Thrupp se le reunió a la hora del té.

—Hubo novedades —le dijo con cansancio—. Tantas novedades que todavía no tuve tiempo de analizarlas. No necesito decirle que su brillante razonamiento referente a Naxos cambió por completo el panorama del caso. Usted y Roger y su profesor de griego nos han puesto, seguramente, sobre la pista del hipotético «Club secreto» que buscábamos. La idea está, por otra parte, confirmada. Por ejemplo, la extraña habitación de la casa de Xantippe es adecuada para representar una versión moderna y cómoda de un templo griego, seda en vez de mármol, por ejemplo, y sin embargo colgada y drapeada con tanta habilidad que da la impresión de mármol cuando uno lo ve por primera vez. Además ese libro, El polvo de Día, con que nos encontramos a cada paso.

Había un ejemplar a la cabecera de Bryony, otro en el bolsillo de Roger cuando lo encontramos herido, y otros muchos volúmenes en la biblioteca de Xantippe. ¿No lo ha visto, verdad? —No. Roger hizo mención del que había en la habitación de Bryony, pero no lo trajo consigo.

¿Lo ha leído? ¿De qué trata?

Thrupp se encogió de hombros.

—La poesía inglesa moderna no es mi fuerte —admitió—, y la poesía moderna americana parece ser aun peor. Sí, hojeé El polvo de Día y aunque no le entendí del todo, formé una idea de lo que trata. Como poesía, la llamaría espantosa, horriblemente espantosa, surrealista, y oscura con ganas. Sin embargo no tan oscura como para que uno no llegue a entender el tema.

—¿Qué es?

Thrupp se encogió de hombros.

—Es esencialmente una descripción de los ritos antiguos del misterio de Naxos —dijo—. Completamente sin expurgar y de acuerdo a mi criterio, obscena. No necesita usted conocer más detalles, querida. No se hubiera publicado aquí, por supuesto. —Aparentemente no son tan estrictos en los Estados Unidos. Esta mañana hice algunas averiguaciones con respecto a la mujer Oriel Ostrich Organ, que lo escribió. No descubrí mucho en Londres; así que hice una llamada transatlántica a Nueva York. Me dijeron que su verdadero nombre era Docker, Janet Docker, y que era un espécimen bastante decadente. Parece que se había dedicado a estudiar los misterios griegos y también especializado en los de la marca «Naxos» como los de más fruto. Ella y otros pocos maniáticos se habían dedicado a revivir el ritual del antiguo culto, o más bien una versión moderna del mismo, con Oriel (esto es Janet), como sacerdotisa o diosa. La idea agradó a una cantidad de gente rica y viciosa y levantaron un majestuoso templo, en el distrito Riverside para sus orgías. Todo se mantuvo en la mayor reserva, hasta que mataron a una muchacha y allanaron el lugar. El culto se dispersó y Oriel Ostrich Organ se abrió las venas. Eso es todo por ahora.

Como ya hice notar, mi prima: Barbary tiene materia gris.

—¿Xantippe Gnox era concurrente al templo de Riverside? —preguntó inocentemente.

Thrupp la miró y sonrió con satisfacción.

—Dio usted en el blanco —concedió—. Eso fue justamente lo que pregunté a Nueva York antes de colgar. Parece que no tenían la lista completa de socios y nunca habían oído hablar de Xantippe Gnox. Pero entonces, por feliz coincidencia, recordé el testamento que había hallado en la habitación de Hurst, y pregunté si el nombre de Athene Van Huysen significaba algo para ellos. La conocían. En verdad el nombre de Athene Van Huysen encabezaba la incompleta lista, y colegí que había sido la mano derecha de la Organ, sacerdotisa ayudante o candidata a diosa o cualquier otro nombre que queráis darle. La buscaba la policía en razón del allanamiento, pero nunca pudieron echarle mano. Teniendo en cuenta los resultados, hasta la policía local tuvo que admitir que mi llamado transatlántico no significaba un despilfarro del dinero público.

Barbary asintió.

—Confirma nuestra teoría «Naxos» —dijo—. Xantippe o Athene o cualquiera sea su nombre ha hecho una segunda edición de los misterios aquí.

—Pero… —se interrumpió con incertidumbre.

—¿Si?

—Hay todavía uno o dos puntos que no me hacen muy feliz —observó mi prima— ¿Por qué Ann Yorke lo había llamado
Saxon Club
?

Thrupp frunció la nariz.

—No necesito señalar que «Saxon» es un anagrama de «Naxos» e imaginar que los socios del club prefieren el anagrama al nombre verdadero por razones de
camouflage
. «Saxon» es una palabra inocente mientras que «Naxos» llamaría la atención de los extraños aunque desconocieran el significado. Con respecto a Ann Yorke, hay dos posibilidades: una, que sea socia. Y que obedece a los reglamentos del club cuando usa el anagrama. La otra que no sea socia.

Pero Bryony lo era y Bryony posiblemente no le haya, revelado el secreto del anagrama.

Barbary asintió.

—No creo que Ann Yorke sea socia —meditó—. Creo que fue sincera conmigo. Pero creo que no hay duda con respecto a Bryony.

—Ninguna diría yo. Las pruebas son concluyentes.

—Exactamente, y ésa es la otra cosa que me preocupa —añadió Barbary—. Mire usted, no creo que tengamos necesidad de andar con rodeos ¿verdad? Puedo decirle lo que siento, y lo que siento es esto: no quiero ser perversa, especialmente con una pobre muchacha a quien acaban de matar, pero estamos de acuerdo, ¿verdad?, en que no era una santa aunque me resultaba simpática. Muy simpática teniendo en cuenta el poco tiempo que la conocí. Era picante, terriblemente picante.

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