El Camino de las Sombras (30 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
7.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y por eso me has invitado aquí? ¿Para avisarme de que Roth va a por mí? —preguntó Kylar.

—Sí, pero eso no es todo —advirtió Jarl—. Va a haber una guerra.

—¿Una guerra? Espera. ¿Qué papel tienes tú en esta historia, Jarl? ¿Cómo sabes todo esto?

Hubo una pausa.

—Tú te has pasado los últimos diez años bajo la tutela del maestro Blint. Yo me los he pasado bajo la de Mama K. Y tal como tú has aprendido algo más que a pelear, yo he aprendido algo más que a... fornicar. Los secretos de esta ciudad fluyen por sus alcobas. —Eso último eran palabras de Mama K, sin duda.

—Pero ¿por qué me estás ayudando? Mucho ha cambiado desde que éramos ratas de hermandad y robábamos pan juntos.

Jarl se encogió de hombros y volvió a apartar la mirada.

—Eres mi único amigo.

—Claro, cuando éramos pequeños...

—No «eras». Eres. Eres el único amigo que he tenido nunca, Kylar.

¿Cuánto hacía que él no pensaba en Jarl? Tratando de contener su repentino sentimiento de culpa, Kylar dijo:

—¿Qué pasa con toda la gente de aquí? ¿La gente con la que trabajas?

—Colegas, empleados y clientes. Hasta tengo una especie de amante. Pero amigos, no.

—¿Tienes una amante y no es tu amiga?

—Se llama Stephan y es un tratante de telas con cincuenta y tres años, mujer y ocho hijos. Me da protección y ropa bonita y yo le doy sexo.

—Oh. —De pronto cobraron sentido los murmullos de la ramera sobre la otra acera—. ¿Eres feliz aquí, Jarl?

—¿Feliz? ¿Qué clase de pregunta es esa? La felicidad no pinta nada en todo esto.

—Lo siento.

Jarl soltó una carcajada amarga.

—¿Cuándo has recuperado la inocencia, Kylar? Has dicho que Azoth estaba muerto.

—¿De qué estás hablando?

—¿Vas a irte ahora que sabes que soy un marica?

—No —respondió Kylar—. Eres mi amigo.

—Y tú el mío. Pero si no hubieses estado a punto de matar a Gerk delante de mis narices, dudaría que de verdad fueses un ejecutor. ¿Cómo matas gente y mantienes tu alma intacta, Kylar? —Pronunció el nombre con algo de retintín.

—¿Cómo la mantienes tú intacta haciendo de puto?

—No la mantengo.

—Yo tampoco —dijo Kylar.

Jarl se quedó callado y observó a Kylar detenidamente.

—¿Qué pasó aquel día?

Kylar sabía lo que le estaba preguntando. Lo recorrió un temblor.

—Durzo me dijo que, si quería ser su aprendiz, debía matar a Rata. Después de lo que le hizo a Muñeca... lo maté.

—Así de fácil, ¿eh?

Kylar se planteó mentir, pero si alguien se merecía la verdad, ese era Jarl. Había sufrido más que ningún otro a manos de Rata. Después de callarse lo de Muñeca, no podía ocultarle aquello.

Le contó toda la historia, como no se la había contado a nadie desde el maestro Blint.

La descripción de la sangre y la impotencia de Rata no conmovió a Jarl, que mantuvo una expresión pasiva.

—Se lo merecía. Se merecía eso y más —dijo—. Solo desearía haber tenido yo el valor para hacerlo. Ojalá lo hubiese visto. —Le restó importancia con un gesto afeminado de la mano—. Espero a un cliente, de modo que escucha. Khalidor piensa invadirnos. Hay varias secciones del Sa'kagé movilizadas, pero son sobre todo cortinas de humo. Es probable que solo los Nueve sepan lo que está pasando de verdad, quizá únicamente el shinga. Ni siquiera sé decirte de qué bando nos pondremos.

»La cuestión es que no podemos permitirnos que Cenaria pierda esta guerra. No sé si los Nueve son conscientes de eso. Los Ursuul reclaman derechos sobre Cenaria desde hace generaciones, pero fue hace unos meses cuando el rey dios Ursuul exigió como tributo una gema especial y derecho de paso por el reino, declarándose más interesado en llevar la guerra a Modai que aquí. El rey Gunder le dijo adonde podía irse... y no precisamente usando las carreteras reales.

»Una fuente me contó que el rey dios había jurado hacer un escarmiento con nosotros. Tiene más de cincuenta brujos, puede que muchos más. No creo que el rey Gunder pueda oponerles ni diez magos.

—Pero el Sa'kagé sobrevivirá —dijo Kylar. Tampoco era que le importase un pimiento. Pensaba en los Drake y en Logan. Los khalidoranos los matarían.

—El Sa'kagé sobrevivirá, Kylar, pero si queman todos los negocios no habrá dinero que extorsionar. Si todos los mercaderes están arruinados no pueden apostar ni ir de putas. De algunas guerras podemos beneficiarnos. Esta nos arruinará.

—¿Y por qué me lo cuentas?

—Durzo está de por medio.

—Claro que lo está —dijo Kylar—. Probablemente, la mitad de los nobles del ejército intentan liquidar a sus superiores en la cadena de mando para ocupar sus puestos. Pero el maestro Blint nunca aceptaría un trabajo que pusiera en grave peligro a la ciudad, sobre todo si la situación es tan mala como la pintas. Jarl negó con la cabeza.

—Creo que trabaja para el rey.

—El maestro Blint nunca trabajaría para el rey —replicó Kylar.

—Lo haría si tuviesen a su hija.

—¿Su qué?

Capítulo 32

El general supremo Agón esperaba en el centro de la explanada de grava blanca rastrillada del jardín de estatuas del castillo e intentaba no delatar la incomodidad que sentía.

«Vaya un sitio para encontrarse con un asesino.»

Por lo general, le parecería un buen sitio para encontrarse con un asesino. Aunque Blint le había ordenado no llevar soldados, si hubiese optado por hacerlo allí tenía muchos sitios donde esconderlos. Por supuesto, que ese encuentro tuviera lugar dentro del recinto del castillo también debería haberle tranquilizado. Debería, si no fuese porque el lugar lo había propuesto Blint.

El viento nocturno tapó la luna con una nube y Agón agudizó el oído para detectar el mínimo crujido de grava que pudiese anunciar la llegada de Blint. No le cabía duda de que el ejecutor sería capaz de entrar en el castillo. Su memoria estaba tan afilada como las dagas que encontraron aquel día bajo las almohadas reales. Aun así, tenía sus órdenes.

Contempló las estatuas que lo rodeaban. Eran héroes, todos y cada uno de ellos, y Agón se preguntó qué hacía él en su compañía. Por lo general ese jardín era un refugio. Le gustaba recorrer los adoquines blancos y negros del paseo y contemplar a esos héroes de mármol, preguntarse cómo actuarían si estuvieran en su pellejo. Esa noche, sus sombras lo acechaban sin descanso. Por supuesto eran imaginaciones suyas, pero no olvidaba que Blint había estado en su dormitorio diez años atrás, preparado para cometer un asesinato. Nada estaba a salvo con un hombre así.

Se oyó un levísimo crujido de grava junto a una de las estatuas. Agón se volvió y, sin pensar, echó mano de su espada.

—No os molestéis —dijo Durzo Blint.

Agón giró otra vez sobre sus talones. Durzo estaba a menos de medio metro de distancia. Dio un paso atrás.

—El ruidoso era uno de los vuestros, no yo. —Blint sonrió con sorna—. Uy, un momento, ¿no os dije que no trajerais hombres?

—No he traído —aseveró Agón.

—Ya.

—Llegáis tarde —dijo Agón. Ya había recobrado la compostura. Era inquietante tratar con un hombre que no valoraba la vida, y ahora en verdad creía que Blint no la valoraba. Además, veía los motivos en sí mismo. La única manera que tenía de tratar con Blint era ser consciente de que podía acabar muerto, pero eso no era importante; su vida o su muerte no eran el motivo de que hubiese convocado a Blint; su vida o su muerte no eran vitales para el objeto de su conversación. Con todo, una parte de él se preguntaba: ¿cómo pueden vivir siempre así los ejecutores?

—Solo quería asegurarme de saber dónde estaban escondidos todos vuestros soldados —dijo Blint.

Iba vestido para matar, descubrió Agón con inquietud. Una túnica moteada de algodón gris oscuro, fina y cortada para facilitar los movimientos, calzas del mismo material y correajes con una veintena de armas arrojadizas, algunas de las cuales el general ni siquiera reconocía. Lo que sí reconoció fue que las puntas de varias de esas armas tenían algo más que acero. Veneno.

«¿Es un farol?» Agón no había llevado soldados. Aunque su vida no fuese esencial para lo que tenían entre manos, no iba a jugársela por nada.

—Soy fiel a mi palabra, aunque se la dé a un matón del Sa'kagé —dijo.

—Lo gracioso es que os creo, general supremo. Sois muchas cosas, pero no creo que seáis un hombre sin honor o lo bastante tonto para traicionarme. ¿Seguro que no queréis que mate al rey? Tenéis el ejército. Si sois lisio y tenéis suerte, podríais acabar en el trono vos mismo.

—No —dijo Agón—. Soy fiel a mis juramentos. —«Ojalá esas palabras no me quemaran al pronunciarlas.»

—Os haría descuento. —Blint se rió.

—¿Estáis listo para oír el encargo? —preguntó Agón.

—Diría que ya hemos tenido esta conversación —observó Blint—. Mi respuesta sigue siendo la misma. Solo me he presentado porque echaba de menos vuestra sonrisa, general supremo. Y para demostraros que vuestras, seamos sinceros, más bien patéticas defensas seguirían sin impedirme la entrada en caso de que os diera por complicarme la vida.

—Ni siquiera habéis oído en qué consiste el trabajo. Ahora el rey respeta vuestros talentos. Os pagará mejor de lo que nadie os ha pagado nunca. Quiere que...

—Proteja su vida. Lo sé. Hu Patíbulo ha aceptado un encargo contra él. —Durzo no hizo caso de la expresión de asombro de Agón—. Lo siento. No aceptaré el trabajo. Nunca aceptaré un trabajo para ese inmundo saco de pedos. Seamos sinceros. Aleine de Gunder, que tiene la ridícula pretensión de hacerse llamar «Noveno» como si tuviera alguna relación con los anteriores ocho reyes que llevaron el nombre de Aleine, es un mamarracho.

Un hombre salió bruscamente de debajo de la alta estatua del duque de Gunder que había detrás de Agón. Al general se le cayó el alma a los pies al reconocer sus andares.

Aleine de Gunder se retiró la capucha.

—¡Guardias! ¡Guardias!

Brotaron arqueros y ballesteros de todos los balcones, arbustos y sombras a la vista. Otros llegaron corriendo desde el perímetro del jardín.

—Mi señor, qué sorpresa —dijo Blint mientras trazaba una perfecta reverencia protocolaria—. ¿Quién habría esperado encontraros escondido a la sombra de vuestro padre?

—¡Pedazo de mierda... mierda... mierdosa! —chilló el rey—. ¿A qué estáis esperando? —gritó a los guardias—. ¡Rodeadlo!

Los soldados encerraron a Durzo, Agón y el rey en un círculo estrecho. Parecían nerviosos por ver al rey tan cerca de un ejecutor, pero ninguno osaba atraerse la ira del rey separándolos por la fuerza.

—Majestad —dijo Agón, mientras cerraba el paso al rey antes de que intentara pegar a Durzo Blint. ¡Pegar a Durzo Blint!

—Trabajarás para mí, asesino —afirmó el rey.

—No. Ya lo he dicho antes, pero a lo mejor necesitáis oírlo en persona. Estoy dispuesto a mataros, pero no mataré por vos.

A los guardias no les hizo gracia oír eso, pero Agón levantó una mano. Con el denso grupo de soldados tan cerca, los arqueros resultaban inútiles. «Brillante, majestad.» Si llegaba la sangre al río, tanto él como el rey eran hombres muertos, e incluso apostaría a que Blint no.

—Pues muy bien —dijo el rey.

—Pues muy bien. —Blint sonrió sin alegría.

El rey correspondió a la sonrisa.

—Mataremos a tu hija.

—¿Mi qué?

La sonrisa del rey se ensanchó.

—Infórmate. —Soltó una carcajada.

Transcurrió un peligroso segundo y Agón se preguntó si estaba a punto de sostener a un rey muerto en sus brazos. Después estalló un remolino de movimiento. Aunque lo estaba mirando directamente, Durzo Blint se movió más deprisa de lo que su ojo podía seguir. Saltó por encima del corro de soldados, se apoyó en una estatua y cambió de trayectoria.

Al cabo de un momento se oyó en la parte superior de la muralla un sonido parecido al que haría un gato con las uñas al trepar a un árbol.

Uno de los soldados se sobresaltó y disparó su ballesta; por suerte, estaba apuntada al aire. Agón lo fulminó con la mirada. El hombre tragó saliva.

—Lo siento, señor.

Aleine de Gunder entró al castillo y pasaron todavía dos minutos antes de que Agón cayera en la cuenta de cuánto lo había acercado Durzo a cometer traición delante del rey.

Kylar sintió que el aire se movía cuando alguien abrió la puerta principal de la casa segura. Alzó los ojos del libro que tenía enfrente y estiró el brazo hacia la espada corta desenfundada sobre la mesa.

Veía perfectamente la puerta desde su silla, por supuesto. El maestro Blint no distribuiría su taller de otra manera. Sin embargo, habría sabido que era su maestro aunque fuera solo por el sonido: clic-CLIC-clic. Clic-CLIC-clic. Clic-CLIC-clic. El maestro Blint siempre corría, descorría y volvía a correr todos los cerrojos. Era otra de sus supersticiones.

No preguntó a su maestro por el encargo. A Blint nunca le había gustado hablar de un trabajo justo después. Decía que los Ángeles de la Noche lo veían con malos ojos. Kylar lo interpretaba como: «Deja que se me apaguen los recuerdos».

El frasco de veneno de áspid blanco estaba sobre la mesa con el resto de la colección de Blint pero, por distraerse a sí mismo tanto como a su maestro, Kylar dijo:

—No creo que funcione. He estado repasando tus libros. No sale nada sobre esto.

—Tendrán que escribir un nuevo libro —replicó Blint. Empezó a colocar los cuchillos envenenados en unos estuches especiales y a limpiar los que llevaban una sustancia que se degradaba con el tiempo.

—Sé que hay animales que pueden comer algunos venenos sin ponerse enfermos, y sé que luego quien se coma su carne sí que enfermará. Nuestros experimentos lo han demostrado. Pero con eso solo consigues enfermar al muriente. Bien si no buscas nada más, pero eso del veneno dual... no lo entiendo.

Blint colgó sus correajes para las armas.

—El muriente come cerdo y no nota nada. Como mucho se siente un poco achispado. Come codorniz, y se marea. Come de las dos cosas, se muere. Se llama «potenciación». Los venenos se combinan de tal modo que alcanzan su máximo potencial.

—Aun así habría que colarle al catador un cerdo y una bandada de codornices.

—Los sitios grandes usan varios catadores. Para cuando sospechasen algo, el muriente estaría muerto —dijo Blint.

—Pero entonces has envenenado a todos los comensales. No puedes controlar...

Other books

Downtown by Anne Rivers Siddons
The Dreamers by Gilbert Adair
Kace (Allen Securities) by Stevens, Madison
Rise of Phoenix by Christina Ricardo
EXOSKELETON II: Tympanum by Shane Stadler
Dragons of War by Christopher Rowley
Jackpot! by Pilossoph, Jackie
B00ADOAFYO EBOK by Culp, Leesa, Drinnan, Gregg, Wilkie, Bob