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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (27 page)

BOOK: El caballero del rubí
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Kring pestañeó y comenzó a palparse el cuerpo con semblante consternado.

Kurik gruñó.

—Es posible que todo salga bien, después de todo —le murmuró Sparhawk.

—Dos broches —hizo inventario Talen, poniendo los objetos a un lado—, siete anillos… Ése del dedo gordo os va muy prieto. Una pulsera de oro… Haced que os la miren. Me parece que tiene una mezcla de bronce. Un pendiente de rubí… Espero que no lo compraseis muy caro. Es sin duda una piedra de calidad inferior. Después está esta daga con joyas y la piedra del pomo de la espada. —Talen se frotó las manos con aire de profesional.

El
domi
se desternillaba de risa.

—Voy a comprar a este chico, amigo Tynian —declaró—. Os daré por él una manada de los más selectos caballos y lo criaré como un hijo propio. Es un ladrón como nunca he visto antes.

—Ah… lo siento, amigo Kring —se disculpó Tynian—, pero, no siendo mío, no puedo venderlo.

Kring exhaló un suspiro.

—¿Podrías robar caballos, chico? —preguntó con tristeza.

—Es difícil meterse un caballo en el bolsillo,
domi
—respondió Talen—. Sin embargo, estoy seguro de que lo conseguiría.

—Un genio —alabó fervientemente el guerrero—. Su padre es un hombre de gran fortuna.

—Pues yo no lo había advertido —murmuró Kurik.

—Ah, joven ladrón —dijo casi con pesar Kring—, me parece que también me falta una bolsa, bastante pesada por cierto.

—Oh, ¿la he olvidado? —exclamó Talen, dándose una palmada en la frente—. No sé en qué estaría pensando. —Sacó una abultada bolsa de cuero de debajo de la túnica y se la entregó.

—Contadlo, amigo Kring —le previno Tynian.

—Puesto que el chico y yo somos amigos ahora, me fiaré de su integridad.

Talen suspiró y extrajo una considerable cantidad de monedas de plata de distintos escondrijos.

—Ojalá la gente no hiciera eso —se lamentó, tendiendo el dinero—. Le quita toda la gracia.

—¿Dos manadas de caballos? —ofreció el domi.

—Lo siento, amigo mío —dijo Tynian, apesadumbrado—. Tomemos la sal y hablemos de negocios.

Los dos se quedaron sentados comiendo el cordero y Talen regresó junto al carro.

—Debiera haber aceptado los caballos —murmuró al oído de Sparhawk—. Yo habría podido escaparme antes del anochecer.

—Te hubiera encadenado a un árbol —objetó Sparhawk.

—Soy capaz de zafarme de cualquier cadena en menos de un minuto. ¿Tenéis idea de cuánto valen los caballos como los que él tiene, Sparhawk?

—Nos llevará más tiempo del que pensábamos enderezar a este muchacho —comentó Kalten.

—¿Necesitáis una escolta, amigo Tynian? —preguntaba Kring—. Nuestro actual trabajo apenas pasa de ser un mero entretenimiento y será un placer dejarlo para asistir a nuestra santa madre Iglesia y a sus amados caballeros.

—Gracias, amigo Kring —declinó Tynian—, pero no hay nada que podáis hacer para contribuir al buen fin de nuestra misión.

—Ciertamente. Las proezas de los caballeros de la Iglesia son legendarias.

—¿Cuál es el entretenimiento que habéis mencionado, domi? —inquirió Tynian, lleno de curiosidad—. Pocas veces he visto a los keloi en tierras tan occidentales.

—Por lo general actuamos en las marcas orientales —admitió Kring, atrancando con los dientes un gran pedazo de carne pegada al hueso—, pero, a lo largo de las últimas generaciones, los zemoquianos intentan de vez en cuando entrar en Kelosia. El rey paga media corona de oro por sus orejas. Es una manera fácil de conseguir dinero.

—¿Exige el rey ambas orejas?

—No, sólo las derechas. Aun así, debemos vigilar cómo descargamos los sables, porque se puede perder toda la recompensa por una estocada mal dirigida. El caso es que mis amigos y yo atacamos a un numeroso grupo de zemoquianos cerca de la frontera. Dimos cuenta de una buena cantidad de ellos, pero los demás huyeron. Venían en esta dirección la última vez que los vimos y algunos están heridos. La sangre deja un buen rastro. Nos abatiremos sobre ellos y nos haremos con sus orejas… y el oro. Es sólo cuestión de tiempo.

—Creo que tal vez yo pueda ahorraros un poco de tiempo, amigo mío —proclamó Tynian con una amplia sonrisa—. De cuando en cuando, entre ayer y hoy, venimos viendo una nutrida comitiva de zemoquianos cabalgando detrás de nosotros. Puede que sean los que buscáis. De todas maneras, una oreja es una oreja y el oro del rey es bueno aunque esté dispensado por error.

Kring rió alborozado.

—En efecto, amigo Tynian —acordó—. Y, quién sabe, hasta podría haber dos bolsas de oro ahí. ¿Cuántos calculáis que son?

—Hemos visto cuarenta más o menos. Vienen por este camino, provenientes del sur.

—No llegarán muy lejos —prometió Kring con sonrisa lobuna—. Éste ha sido en verdad un afortunado encuentro, sir Tynian… Al menos para mí y mis camaradas. Pero ¿por qué no habéis vuelto grupas vosotros para cobrar la recompensa?

—No estábamos al corriente de que hubiera tal recompensa,
domi
—confesó Tynian—, y debemos atender ciertos asuntos eclesiásticos urgentes. Además —agregó, torciendo el gesto—, en caso de obtener la recompensa, deberíamos entregarla a la Iglesia siguiendo los juramentos prestados. No veo el interés de sudar tanto para enriquecer a un hombre que nunca ha dado golpe en su vida. Prefiero encaminar a un amigo en la dirección de una honesta ganancia.

Kring lo abrazó impulsivamente.

—Hermano —dijo—, sois un verdadero amigo. Es un honor haberos conocido.

—El honor es mío,
domi
—replicó gravemente Tynian.

El
domi
se limpió los grasientos dedos en sus pantalones de cuero.

—Bien, deberíamos ponernos en camino, amigo Tynian —anunció—. No se ganan recompensas cabalgando con lentitud. —Hizo una pausa—. ¿Estáis seguro de que no queréis vender al muchacho?

—Es hijo de un amigo mío —explicó Tynian—. No me importaría deshacerme de él, pero la amistad es algo que valoro.

—Comprendo muy bien, amigo Tynian. —Kring realizó una reverencia—. Encomendadme a Dios la próxima vez que habléis con él. —Montó de un salto a caballo, el cual ya corría antes de que se hubiera apoyado en la silla.

Ulath se acercó a Tynian y le estrechó la mano.

—Tenéis vivo el ingenio —alabó—. Ésta ha sido una brillante jugada.

—Ha sido un trato justo —repuso Tynian con modestia—. Nosotros nos libramos de los zemoquianos que nos siguen y Kring se queda las orejas. Ningún acuerdo entre amigos es justo a menos que ambas partes resulten beneficiadas.

—Realmente cierto —convino Ulath—. Nunca había oído que se compraran orejas. Por lo general son las cabezas.

—Las orejas pesan menos —explicó Tynian—, y no lo miran a uno cada vez que abre las alforjas.

—¿Os importaría dejar ese tema, caballeros? —preguntó cáusticamente Sephrenia—. Después de todo, hay niños con nosotros.

—Perdonad, pequeña madre —se disculpó Ulath—. Sólo hablábamos de asuntos comerciales.

La mujer regresó con paso brioso al carro, murmurando. Sparhawk tenía la casi completa certeza de que algunas de las palabras estirias que pronunciaba para sus adentros no eran jamás pronunciadas en reuniones de buen tono.

—¿Quiénes eran? —inquirió Bevier, observando a los guerreros que desaparecían rápidamente hacia el sur.

—Pertenecen a los keloi —repuso Tynian—, un pueblo nómada dedicado a la cría de caballos. Fueron los primeros elenios de esta región y de ellos proviene el nombre del reino de Kelosia.

—¿Son tan fieros como parecen?

—Más fieros incluso. Su presencia en la frontera fue probablemente la causa de que Otha invadiera Lamorkand en lugar de Kelosia. Nadie que esté en su sano juicio ataca a los keloi.

Al día siguiente llegaron al lago Venne, una gran extensión de aguas poco profundas que las abundantes turberas circundantes mantenían turbia y pardusca. Flauta parecía presa de una extraña agitación cuando asentaron el campamento a cierta distancia de su pantanosa orilla y, tan pronto como estuvo levantada la tienda de Sephrenia, se introdujo presurosa en ella y rehusó volver a salir.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Sparhawk a Sephrenia, rozando distraídamente el dedo anular de su mano izquierda, que por alguna razón desconocida parecía palpitar con inusitada fuerza.

—De veras no lo sé —contestó Sephrenia, frunciendo el entrecejo—. Es como si tuviera miedo de algo.

Después de haber comido y una vez que Sephrenia hubo llevado la cena a Flauta, Sparhawk interrogó exhaustivamente a cada uno de sus compañeros lesionados y todos sin excepción aseguraron hallarse en perfecto estado de salud, lo cual interpretó él como puras pretensiones.

—De acuerdo pues —cedió al fin—. Volveremos a viajar como antes. Podéis volveros a poner las armaduras y mañana intentaremos ir al trote. Nada de galopar ni de correr y, si tuviéramos algún contratiempo, tratad de manteneros atrás a menos que las cosas se pongan feas.

—Es como una gallina con polluelos, ¿verdad? —señaló Kalten a Tynian.

—Si encuentra una lombriz rascando con las patas, os la coméis vos —replicó Tynian.

—Gracias de todos modos —declinó Kalten—, pero ya he cenado.

Sparhawk fue a acostarse.

Era alrededor de medianoche y la luna brillaba intensamente fuera de la tienda. Sparhawk se incorporó de improviso, despertado por un abominable y ensordecedor bramido.

—¡Sparhawk! —llamó Ulath desde afuera—. ¡Despertad a los otros! ¡Deprisa!

Sparhawk zarandeó a Kalten, se puso la cota de mallas y, asiendo la espada, salió de la tienda. Al lanzar una rápida ojeada en derredor, advirtió que no necesitaba llamar a los demás. Todos se apresuraban a acorazarse con mallas y a empuñar las armas. Ulath permanecía en el límite del campamento, con el escudo circular en una mano y el hacha en la otra, escrutando atentamente la oscuridad.

—¿Qué es? —le preguntó Sparhawk, reuniéndose con él—. ¿Qué produce un sonido semejante?

—Un troll —fue la parca respuesta de Ulath.

—¿Aquí? ¿En Kelosia? Ulath, eso es imposible. No hay ningún troll en Kelosia.

—¿Por qué no salís a explicárselo a él?

—¿Estáis totalmente seguro de que es un troll?

—He oído demasiadas veces ese ruido para confundirlo. Es un troll sin lugar a dudas, y está enfurecido por algo.

—Tal vez deberíamos encender un fuego —sugirió Sparhawk al tiempo que los otros se unían a ellos.

—No serviría de nada —objetó Ulath—. A los troll no los amedrenta el fuego.

—Conocéis su lengua, ¿no es cierto?

Ulath emitió un gruñido a modo de afirmación.

—¿Por qué no le habláis y le decís que no queremos hacerle ningún daño?

—Sparhawk —observó Ulath con cara de aflicción—, en esta situación se da el caso contrario. Si ataca, tratad de golpearle las piernas —les advirtió a todos—. Si arremetéis contra su cuerpo, os arrancará las armas de las manos y os las arrojará. Bien, intentaré hablar con él. —Alzó la cabeza y gritó algo en un horrendo lenguaje gutural.

Algo respondió entre la oscuridad, gruñendo y escupiendo.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Sparhawk.

—Está maldiciendo. Puede que tarde una hora en acabar la retahíla. Los trolls tienen un montón de juramentos en su idioma. —Ulath arrugó el entrecejo—. Realmente no parece tan seguro de sí mismo —observó, algo desconcertado.

—Quizá nuestro número le inspire cautela —apuntó Bevier.

—Ellos desconocen el significado de esa palabra —disintió Ulath—. He visto a un solo troll atacar una ciudad amurallada.

Sonó un nuevo bramido en las tinieblas, esta vez más próximo.

—Vaya, ¿qué querrá decir con eso? —exclamó, perplejo, Ulath.

—¿Qué? —inquirió Sparhawk.

—Exige que le devolvamos lo robado.

—¿Talen?

—No lo sé. ¿Cómo iba a limpiarle Talen los bolsillos a un troll si no tienen bolsillos?

Entonces oyeron el sonido del caramillo de Flauta procedente de la tienda de Sephrenia. Su melodía era severa y vagamente amenazadora. Al cabo de un momento la bestia emitió un aullido, en parte de dolor y en parte de frustración, que fue perdiéndose en la lejanía.

—¿Por qué no vamos todos a la tienda de Sephrenia y le damos un beso a esa niña? —propuso Ulath.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kalten.

—Lo ha ahuyentado de alguna manera. Nunca he visto que un troll se arredrara por algo. En una ocasión vi cómo uno trataba de atacar una avalancha. Creo que será mejor que hablemos con Sephrenia. Ocurre algo ahí que no acabo de comprender.

Sephrenia, no obstante, se hallaba tan desconcertada como ellos. Llevaba a Flauta en brazos y la pequeña lloraba.

—Por favor, caballeros —les pidió en voz queda la mujer estiria—, dejadla sola ahora. Está muy, muy disgustada.

—Montaré guardia con vos, Ulath —se ofreció Tynian al salir de la tienda—. Ese bramido me ha paralizado la sangre en las venas y ya no podría volver a dormirme.

Llegaron a la ciudad de Venne dos días después, sin haber advertido posteriores señales de la presencia del troll. Venne no era una ciudad muy atractiva. Debido a los impuestos locales que gravaban el número de metros cuadrados de suelo que ocupaba cada casa, los ciudadanos habían burlado la ley construyendo inflados pisos superiores que en muchos casos sobresalían de tal modo que las calles semejaban angostos y oscuros túneles, incluso en pleno mediodía. Se instalaron en la posada más limpia que encontraron y Sparhawk y Kurik salieron para recabar información.

Por alguna misteriosa razón, la palabra «Ghasek» producía un gran nerviosismo en los habitantes de Venne y las respuestas que Sparhawk y Kurik recibían eran vagas y contradictorias, cuando los interpelados no se alejaban de ellos a toda prisa.

—Allí —indicó Kurik, señalando un hombre que salía con paso incierto de una taberna—. Está demasiado borracho para echar a correr.

Sparhawk observó apreciativamente al tambaleante individuo.

—También podría estar demasiado ebrio para hablar —arguyó.

Kurik, sin embargo, recurrió a métodos brutalmente expeditivos. Cruzando la calle, agarró al borrachín por el cogote, lo arrastró al final de la calle y le hundió la cabeza en la fuente que allí había.

—Me parece que ya nos entendemos ahora —dijo amigablemente—. Voy a haceros algunas preguntas y vos vais a responderme a ellas…, a menos que se os ocurra la manera de que os nazcan agallas.

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