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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (25 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—Perfectamente —respondió Sparhawk, tomando unas cuantas monedas—. Parece que pasáis calor con este trabajo, Berd.

—La verdad es que sí, mi señor.

—Cuando acabéis la jornada, ¿por qué no vais a tomaros alguna bebida bien fresca? —sugirió, entregando las monedas al curtidor.

—Oh, gracias, mi señor. Sois muy generoso.

—Soy yo quien debe daros las gracias, Berd. Me parece que vais a ahorrarme meses de viaje. —Sparhawk ayudó a montar a Sephrenia y luego subió a su caballo—. Os estoy más reconocido de lo que alcanzáis a imaginar, Berd —dijo al curtidor a modo de despedida.

»Ha salido a pedir de boca, ¿verdad? —observó Sparhawk, exultante mientras regresaban a la ciudad.

—Ya os anuncié que así sería —le recordó Sephrenia.

—Sí, es cierto. No debí dudar de vos ni un momento, pequeña madre.

—Es natural tener dudas, Sparhawk. ¿Iremos a Ghasek, pues?

—Por supuesto.

—Creo que deberíamos esperar hasta mañana, no obstante. Ese médico dijo que ninguno de nuestros amigos corría peligro, pero no les vendrá mal otro día de reposo.

—¿Podrán ir a caballo?

—Lentamente al principio, me temo, pero recuperarán fuerzas a medida que avancemos.

—De acuerdo. Partiremos mañana al amanecer.

El ánimo de los demás se levantó considerablemente cuando Sparhawk les repitió lo que le había dicho Berd.

—Parece que esto comienza a ponerse demasiado fácil —murmuró Ulath—, y las cosas fáciles me ponen nervioso.

—No seáis tan pesimista —lo alentó Tynian—. Tratad de ver el lado bueno de las cosas.

—Yo prefiero prepararme para lo peor y así, si todo sale bien, me llevo una agradable sorpresa.

—En ese caso, supongo que querréis que me deshaga del carro —dijo Talen.

—No —contestó Sparhawk—. Nos lo llevaremos para mayor seguridad. Si alguno de esos tres tiene una recaída, siempre podemos volver a ponerlo dentro.

—Voy a ver cómo estamos de provisiones, Sparhawk —anunció Kurik—. Podría pasar bastante tiempo antes de que lleguemos a otra población con mercado. Necesitaré dinero.

Ni siquiera aquello ensombreció en nada el júbilo de Sparhawk.

Pasaron sosegadamente el resto del día y se recogieron temprano aquella noche.

Sparhawk yacía en la cama con la mirada perdida en la oscuridad. Todo saldría bien; ahora estaba seguro de ello. Ghasek se hallaba a una larga distancia, pero, si Berd estaba en lo cierto acerca de la exhaustividad de la investigación del conde, él tendría la respuesta que necesitaban. Entonces sólo tendrían que ir al lugar donde estaba sepultado Sarak y recuperar su corona. Después regresarían a Cimmura con Bhelliom y…

Sonó un ligero golpe en la puerta. Se levantó y la abrió.

Era Sephrenia, con el rostro ceniciento y anegado en lágrimas.

—Por favor, venid conmigo, Sparhawk —pidió—. Ya no puedo enfrentarme a ellos.

—¿Enfrentaros a quién?

—Venid conmigo. Espero haberme equivocado, pero me temo que no.

Salió al corredor y lo condujo a la habitación que compartía con Flauta, donde una vez más Sparhawk percibió el familiar hedor a cementerio. Flauta estaba sentada en la cama con expresión grave pero sin asomo de miedo en la mirada, contemplando una borrosa figura de negra armadura que entonces se volvió, mostrando las cicatrices de su cara.

—Olven —dijo Sparhawk, sobrecogido.

Sin responder nada, el espectro de sir Olven alargó las manos, con su espada apoyada en ellas.

Sephrenia sollozaba al caminar hacia él para tomar el arma.

El fantasma miró a Sparhawk y alzó una mano, haciendo un amago de saludo.

Y después se esfumó.

Capítulo 12

Al día siguiente ensillaron entristecidos los caballos en la penumbra predecesora del alba.

—¿Era un buen amigo? —inquirió Ulath, poniendo la silla en el lomo del caballo de Kalten.

—Uno de los mejores —repuso Sparhawk—. Hablaba muy poco, pero sabíamos que podíamos contar siempre con él. Lo añoraré mucho.

—¿Qué vamos a hacer con esos zemoquianos que nos siguen? —preguntó Kalten.

—No creo que podamos hacer gran cosa —respondió Sparhawk—. Estaremos algo escasos de fuerzas hasta que tú, Tynian y Bevier os recuperéis. Mientras se limiten a ir detrás de nosotros, no representan un gran problema.

—Me parece que ya os dije que no me gusta tener enemigos tras de mí —señaló Ulath.

—Prefiero tenerlos detrás en donde pueda verlos en lugar de que se escondan más adelante para tenderme una celada —declaró Sparhawk.

Kalten hizo una mueca de dolor al apretar la cincha de la silla.

—Esto se pone peor —dijo, apoyando suavemente una mano en su costado.

—Te curarás —lo animó Sparhawk—. Siempre te repones.

—La única pega es que cada vez tardo más. Ya no vamos para jóvenes, Sparhawk. ¿Estará Bevier en condiciones de cabalgar?

—Mientras no lo forcemos —contestó Sparhawk—. Tynian está mejor, pero iremos a paso lento durante el primer día. Pondré a Sephrenia en el carro. Cada vez que recibe otra de esas espadas, se debilita un poco más. Aguanta una carga superior a la que reconoce.

Kurik sacó el resto de los caballos al patio. Iba vestido con su habitual chaleco de cuero.

—Supongo que habré de devolverle la armadura a Bevier —tanteó esperanzadamente.

—Quédate con ella por el momento —lo desengañó Sparhawk—. No quiero que comience a sentirse lleno de arrojo aún. Es un poco empecinado y no conviene alentarlo hasta que no estemos seguros de que se ha recuperado.

—Esto es muy incómodo, Sparhawk —se quejó Kurik.

—Ya te expliqué los motivos el otro día.

—No me refería a las causas. Bevier y yo tenemos aproximadamente la misma talla, pero hay diferencias. Tengo rozaduras por todo el cuerpo.

—Seguramente sólo será durante un par de días más.

—Para entonces ya estaré en carne viva.

Berit sostuvo a Sephrenia al salir ésta de la puerta de la posada, la ayudó a subir al carro y después colocó a Flauta a su lado. La menuda mujer estiria estaba demacrada y llevaba en brazos la espada de Olven, con el mismo amor con que transportaría uno a un niño.

—¿Os repondréis? —le preguntó Sparhawk.

—Sólo necesito un poco de tiempo para habituarme, eso es todo —respondió.

Talen sacó el caballo del establo.

—Átalo detrás del carro —indicó Sparhawk al muchacho—. Tú lo conducirás.

—Lo que vos digáis, Sparhawk —aceptó Talen.

—¿Sin discutir? —Sparhawk estaba algo sorprendido.

—¿Para qué voy a discutir? No veo que haya razón para ello. Además, el pescante del carro es más cómodo que mi silla…; mucho más cómodo, si se para uno a pensar.

Tynian y Bevier salieron con paso lento de la posada, ambos pertrechados con cota de malla.

—¿No os ponéis la armadura? —preguntó Ulath a Tynian.

—Es muy pesada —replicó Tynian— y no estoy seguro de estar en condiciones de llevarla.

—¿Seguro que no nos dejamos nada? —preguntó Sparhawk a Kurik.

El escudero le asestó una mirada hostil.

—Solamente preguntaba —se excusó Sparhawk—. No te irrites tan de mañana. —Miró a los demás—. Hoy no vamos a cabalgar deprisa —les comunicó—. Me daré por satisfecho si cubrimos cinco leguas, a ser posible.

—Vais cargado con un grupo de lisiados, Sparhawk —señaló Tynian—. ¿No sería mejor que vos y Ulath os adelantarais? Nosotros podemos alcanzaros después.

—No —decidió Sparhawk—. Hay gente rondándonos con intenciones poco amistosas y vos y los otros todavía no estáis en disposición de defenderos. —Dirigió una breve sonrisa a Sephrenia—. Además —añadió—, se supone que hemos de ser diez. No querría ofender a los dioses menores.

Ayudaron a montar a Kalten, Tynian y Bevier y salieron lentamente a las aún oscuras y solitarias calles de Paler. Prosiguieron al paso hasta la puerta norte, la cual se apresuraron a abrirles los guardias.

—Dios os bendiga, hijos míos —les dijo majestuosamente Kalten al pasar junto a ellos.

—¿Por qué tenías que hacer eso? —le reprochó Sparhawk.

—Sale más barato que dar dinero. ¿Y quién sabe? Quizá mi bendición pueda servir de algo.

—Me parece que va a mejorarse —auguró Kurik.

—No si sigue haciendo el tonto —disintió Sparhawk.

El cielo se aclaraba por oriente mientras avanzaban con paso sosegado por el camino que seguía rumbo noroeste hacia el lago Venne. Las ondulantes tierras que se extendían entre ambos lagos, dedicadas en su mayor parte al cultivo de cereales, estaban distribuidas en grandes propiedades en las que se diseminaban las aldeas donde moraban los siervos. La servidumbre había sido abolida en Eosia occidental hacía siglos, pero aún perduraba en Kelosia, dado que, a juicio de Sparhawk, la nobleza kelosiana carecía de habilidad administrativa para poner en funcionamiento otro sistema. Vieron algunos de aquellos aristócratas, normalmente ataviados con jubones de brillante satén, supervisando a caballo el trabajo de los gañanes vestidos con camisas de burdo lino, los cuales, a pesar de los males que Sparhawk había escuchado decir que acarreaba la servidumbre, parecían bien alimentados y no evidenciaban malos tratos.

Berit, que cabalgaba varios cientos de metros a la zaga, se volvía continuamente en la silla para mirar atrás.

—Va a torcerme por completo la armadura si continúa haciendo eso —se lamentó Kalten.

—Siempre podemos pararnos en una herrería para que te la arreglen —lo tranquilizó Sparhawk—. Tal vez podrías aprovechar para aflojarte algunas de las costuras, ya que estás tan aficionado a atiborrarte de comida en cuanto se te presenta la ocasión.

—Estás de un pésimo humor esta mañana, Sparhawk.

—Tengo muchos quebraderos de cabeza.

—Algunas personas no cumplen los requisitos para ocupar el mando —observó grandilocuentemente Kalten, dirigiéndose a los demás—. Por lo que parece, este amigo mío tan feo es uno de ellos. Se preocupa demasiado.

—¿Quieres hacerlo tú? —lo desafió Sparhawk.

—¿Yo? No bromees, Sparhawk. Ni siquiera sería capaz de guardar una manada de gansos, y mucho menos un cuerpo de caballería.

—Entonces ¿te importaría cerrar la boca y dejarme tranquilo?

Berit se adelantó con ojos entornados y la mano apoyada en el hacha que pendía de su silla.

—Los zemoquianos están de nuevo ahí, sir Sparhawk —informó—. Los he visto varias veces.

—¿A qué distancia?

—A poco menos de un kilómetro. La mayoría van rezagados, pero envían algunos para explorar. Nos están espiando.

—Si atacáramos la retaguardia, se limitarían a dispersarse —opinó Bevier—, y después volverían a localizar el rastro.

—Es probable —convino sombríamente Sparhawk—. Bien, no puedo contenerlos. No dispongo de suficientes hombres. Dejad que nos sigan si eso los contenta. Nos libraremos de ellos cuando nos sintamos en mejores condiciones. Berit, regresa atrás y mantén la vigilancia… y nada de heroísmos.

—Comprendido, sir Sparhawk.

El calor fue en aumento a medida que se acercaba el mediodía, y Sparhawk comenzó a sudar bajo la armadura.

—¿Estoy recibiendo castigo por algo? —le preguntó Kurik, enjugándose el sudor de la cara con un trapo.

—Sabes bien que no haría tal cosa.

—¿Entonces por qué estoy apresado dentro de esta estufa?

—Lo siento. Es necesario.

A media tarde, cuando cruzaban un largo y verde valle, una docena de jóvenes lujosamente vestidos llegaron galopando de una finca cercana y se interpusieron en su camino.

—No paséis de aquí —les ordenó uno de ellos, un pálido muchacho vestido con jubón de terciopelo verde, con la cara llena de espinillas y expresión vanidosa y arrogante, alzando imperiosamente una mano.

—¿Cómo decís? —inquirió Sparhawk.

—Exijo saber por qué estáis entrando sin permiso en las tierras de mi padre. —El joven volvió con suficiencia la mirada a sus amigos, que reían disimuladamente.

—Tenemos entendido que éste es un camino público —replicó Sparhawk.

—Sólo con el consentimiento de mi padre. —El muchacho hinchó el pecho, tratando de adoptar un ademán amedrentador.

—Está presumiendo delante de sus amigos —murmuró Kurik—. Apartémoslos del camino y prosigamos la marcha. Esos espadines que llevan apenas constituyen una amenaza.

—Intentemos primero arreglarlo con diplomacia —propuso Sparhawk—, no sea que después nos venga pisando los talones una multitud de airados siervos.

—Yo me encargaré —se ofreció Kurik—. Ya he tratado con gente así en otras ocasiones. —Avanzó despacio, envuelto en la reluciente armadura de Bevier y sus resplandecientes sobreveste y capa—. Joven —dijo con voz firme—, no parecéis estar al corriente de la cortesía acostumbrada. ¿Es posible que no nos reconozcáis?

—Nunca os había visto.

—No hablaba de quiénes somos, sino de qué somos. Es comprensible, supongo. Es evidente que apenas habéis viajado fuera de aquí.

Los ojos del muchacho se desorbitaron a causa del ultraje que para él representaba tal observación.

—No tanto. No tanto —objetó con voz chillona—. He estado al menos dos veces en la ciudad de Venne.

—¡Ah! —exclamó Kurik—. Y, cuando estuvisteis allí, ¿oísteis por azar hablar de la Iglesia?

—Tenemos nuestra propia capilla aquí mismo en la finca. No necesito que me den lecciones sobre esas estupideces —repuso el joven adoptando una expresión desdeñosa, la cual era probablemente la que solía lucir.

De la casa solariega salió cabalgando furiosamente un hombre ataviado con un jubón de brocado negro.

—Siempre es gratificante hablar con un hombre educado —dijo Kurik—. ¿Habéis oído por ventura mencionar a los caballeros de la Iglesia?

El joven hizo un ademán vago por respuesta. El hombre del jubón negro se acercaba a toda carrera a espaldas del grupo de jóvenes.

—Os aconsejo enérgicamente que os hagáis a un lado —prosiguió con calma Kurik—. Lo que hacéis pone en peligro vuestra alma…, por no hablar de vuestra vida.

—No podéis amenazarme en las propiedades de mi padre.

—¡Jaken! —tronó el hombre vestido de negro—. ¿Has perdido la cabeza?

—Padre —tartamudeó el muchacho—, sólo estaba interrogando a estos intrusos.

—¿Intrusos? —farfulló el hombre—. ¡Éste es el camino real, zoquete!

—Pero…

El individuo del jubón negro acercó más el caballo, se irguió sobre los estribos y desarzonó de la montura a su hijo con un contundente puñetazo. Después se encaró a Kurik.

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