El beso de la mujer araña (19 page)

BOOK: El beso de la mujer araña
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—Sí. Y ahora viene el momento que a mí más me impresionó, porque la chica y la negra buena se vuelven a la casa, a salvo por el momento, pero…

—¿Qué pinta tiene el brujo?, no me dijiste.

—Ah, es que no me di cuenta de decirte que nunca se lo ve, porque cuando la negra buena le hace el relato a la chica se ve como una espiral de humo que significa el tiempo que retrocede y se ve todo lo que va contando, pero con la voz de fondo de la negra, una voz gruesa pero muy dulce, y muy temblorosa.

—¿Y la negra cómo sabe todo eso?

—Bueno, la chica hace la misma pregunta que vos, ¿cómo es que usted señora sabe tanto? Y la negra con la cabeza baja le dice que el brujo era el marido de ella. Pero a todo esto al brujo nunca se le ve la cara.

—corteza cerebral del verdugo culto, ruedan las cabezas de obreras, de zombis, la fría mirada del verdugo culto sobre una pobre corteza inocente de chica de barrio, de puto de barrio
¿Y qué decías que era lo que más te impresionó?

—Sí, que ya una vez llegadas la chica y la negra a la casa grande, se vuelve a ver la otra casa, aquella abandonada, y el negro zombi como centinela en la puerta, y una sombra que avanza por los matorrales, que se acerca al negro zombi, a la puerta. Y el negro zombi se hace a un lado y deja pasar a la sombra. Y la sombra de ése que entra a la casa sigue hasta el dormitorio donde está acostada la pobre rubia. Y la pobre está inmóvil acostada, con los ojos desmesuradamente abiertos, sin mirar a nadie, y una mano blanca, que no es la del muchacho porque no tiembla, la empieza a desnudar. Y la pobre mujer está ahí sin ninguna posibilidad de defenderse ni hacer nada,
la enfermera más joven y linda, sola en un pabellón grande con el enfermo joven, si él se le abalanza la pobre novicia no puede escaparse

—Seguí.
pobre la cabeza que rueda del puto de barrio, ya no hay más remedio, ya no se la puede pegar a su cuerpo, cuando ya está muerta hay que cerrarle los ojos abiertos a esa cabeza, y acariciarle la frente estrecha ¿besarle la frente? la frente estrecha que tapa los sesos de chica de barrio ¿quién dio la orden de guillotinarla? el verdugo culto obedece la orden que no sabe de dónde le llega

—Y cuando la chica vuelve a la casa grande se encuentra que el muchacho ya está de vuelta y preocupadísimo. Cuando la ve la abraza, aliviado, pero después le vuelve la rabia y le prohibe salir sin su permiso. Y se sientan a cenar. Por supuesto que en la mesa no hay alcohol, ni una sola gota de vino. Y el muchacho se ve que está nerviosísimo, y trata de disimular, y ella le pregunta cómo andan las cosechas, y él le contesta que bien, pero por ahí le da un arranque, tira la servilleta y se levanta de la mesa y se va a su escritorio, donde está la gaveta, y se encierra bajo llave, se pone a tomar como un desesperado. Ella antes de acostarse lo llama, porque ve debajo de la puerta que hay luz, pero él con una voz de borracho perdido le dice que se vaya. La chica va a su dormitorio y se cambia, se pone en camisón, no, se pone una salida de baño para ir a meterse en la ducha, porque el calor es insoportable, y se mete en la ducha, y sin darse cuenta ha dejado las puertas abiertas, y en eso oye pasos firmes de hombre por el salón. Mojada corre a la puerta de su dormitorio para encerrarse. Se queda pegada a la puerta y oye que alguien abre con una llave la puerta del escritorio y entra adonde está el marido. Ella cierra bien el pasador de su dormitorio, cierra bien las ventanas. Bueno, finalmente se duerme pero a la mañana, al despertarse, él ya no está por ninguna parte. Ella se pone el salto de cama enloquecida y pregunta a un sirviente dónde está el marido, y le contesta que salió sin decir adonde, pero que tomó el rumbo de la plantación más lejana. La chica se acuerda de que es ahí que está la guarida del brujo. Llama al mayordomo y le pide ayuda, es en la única persona que confía. El mayordomo le dice que su esperanza era la llegada de ella, de la chica, así el muchacho iba a estar contento, pero que ahora ve que ni siquiera así. Entonces la chica le pregunta si ningún médico de ahí de la isla lo ha visto al muchacho, y el mayordomo le dice que sí, pero que el muchacho no le sigue las indicaciones. Y que solamente quedaría algo que intentar, y la mira a la chica en los ojos. La chica enseguida se da cuenta que el mayordomo está sugiriendo que vayan a ver al brujo de la isla, y dice que jamás. Pero el mayordomo le explica que lo único que se necesita en un caso así es que alguien lo sugestione al muchacho y le fortifique la voluntad, nada más, que él sugiere eso nada más que como una medida extrema, y que de ella depende la decisión. Le dice también que el muchacho esa mañana salió insultándolo, y que ya no tolerará más la situación, que el muchacho es en realidad un monstruo, que su primera mujer murió de tanto sufrir por él, y que ella debe abandonarlo, y buscar un hombre bueno que la merezca, y a la chica le parece demasiado rara la mirada del mayordomo, que le clava los ojos en los ojos de ella. Y el tipo sigue diciéndole que una mujer hermosa como ella no merece tal trato. La chica toda confundida se va a buscarlo al muchacho, porque tiene miedo en realidad de que algo le haya pasado y de que él la necesite. Pero la negra se niega rotundamente a acompañarla, le dice que el peligro es muy grande, sobre todo para la chica que es blanca. Bueno, la chica entonces no tiene más remedio que pedirle al mayordomo, pese a lo raro que le pareció en esa conversación, que la acompañe él. El mayordomo acepta, prepara el carro de caba- llos más ligeros, carga una escopeta y arrancan. La negra buena, que está en el jardín cortando las flores frescas de la mañana, los ve ir, se estremece de pies a cabeza, y grita, pero como loca, para que la chica la oiga, que no vaya, pero la chica ya no la oye porque la rompiente de las olas del mar son como truenos ensordecedores. La chica le pide que no corra tanto, los caballos parece que van a desbocarse, pero el mayordomo no le hace caso. El mayordomo lo único que le dice es que pronto se va a dar cuenta de qué miserable es su marido. Siguen el viaje en silencio, la chica muerta de miedo a cada recodo del camino, porque el carro a veces va sobre una rueda, y los caballos le obedecen de una manera rarísima al mayordomo. Llegan a un lugar donde la selva es más espesa, y el mayordomo le dice que él debe preguntar ahí en una choza, algo, a alguien, y se baja. Y pasa un rato, y no vuelve, y no vuelve. Y la chica empieza a asustarse de estar sola, cuando peor que peor empiezan a sonar los tambores, y se los oye cerquísima. La chica baja del coche y va hacia la choza, tiene miedo de que lo hayan atacado al mayordomo. Y lo llama, pero nadie contesta. Llega a la choza y está desierta, es un lugar donde no ha habido nadie durante años, porque los matorrales lo han invadido totalmente. La chica entonces oye unos cantos, de brujería, y como más miedo todavía le da estar sola ahí, va hacia el lugar de donde vienen las voces. Y otra vez te la sigo.

—No seas perro.

—Qué perro, es que ya tengo hambre y hay que preparar algo de almuerzo, si no te querés envenenar otra vez con lo que nos dan. Las papas ya van a estar.

—Si no falta mucho para el final terminámela ahora.

—No, falta bastante todavía.

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—Buen día…

—¿Qué tal?, ¿dormiste bien?

—Sí, fenomenal.

—Eso que leíste demasiado. Como la vela es mía la próxima vez te la apago.

—Es que me parecía mentira poder leer de nuevo.

—Sí, pero estaba bien leer a la tarde, que podías leer y gran celebración, pero a la tarde. Pero después de apagada la luz ya se te fue la mano seguir como dos horas más con la velita.

—Bueno, yo soy grandecito, ¿no?, dejame que mi vida me la administre como pueda.

—¿A la noche acaso no podríamos haber seguido con los zombis?, bien que te gustaba, no me digas que no.

—¿Qué hora es?

—Son las ocho y cuarto.

—¿Y por qué no vino el guardia?

—Vino y no te despertaste, dormís como un tronco, vos.

—Qué bárbaro… qué modo de dormir… Pero ¿dónde están los jarros? Vos me macaneás, ahí están donde los dejaste anoche…

—Claro que te macanié, le dije al guardia que no trajera más el mate a la mañana.

—Mirá, por vos decidí lo que quieras, pero yo quiero que me traigan el mate, aunque sea pis.

—Vos no sabés nada. Si tomás las cosas de la jaula te enfer- más, así que no te preocupés, que mientras yo tenga provisiones también hay para vos. Y hoy yo tengo visita del abogado, y seguro que viene mamá con él y otro paquetazo.

—De veras, viejo, no me gusta que me manejen la vida.

—Hoy es importante lo que me diga el abogado. Yo no creo, y te lo digo de veras, en las apelaciones y eso, pero si hay una buena palanca como me prometieron, ahí sí que tengo esperanzas.

—Ojalá.

—Mirá, si salgo… Quién sabe a quién te pondrán de compañero.

—¿Ya te desayunaste, Molina?

—No, porque no te quería hacer ruido, para que durmieras.

—Pongo agua para los dos entonces.

—¡No! Vos quedate en la cama que estás convaleciente. Yo preparo. Y ya tengo el agua por hervir.

—Pero es el último día que permito esto.

—Contame qué leíste anoche.

—¿Qué estás preparando?

—Sorpresa. Contame que leíste anoche.

—Nada. Cosas de política.

—Ay, qué poco comunicativo estás…

—¿A qué hora viene tu abogado?

—A las once dijo…. Y ahora… abrimos el paquetito secreto… que te tenía escondido… con una cosa muy rica… para acompañar el té… ¡budín inglés!

—No, gracias, no quiero.

—Que no vas a querer… Y el agua ya hierve. Pedí puerta y volvé rápido, que ya está el agua.

—No me digas lo que tengo que hacer, por favor…

—Pero, che, dejame que te mime un poco…

—¡Basta!… carajo!!!

—Estás loco… ¿qué tiene de malo?

—¡¡¡Callate!!!

—El budín…

—…

—Pero mirá lo que hiciste…

—…

—Si nos quedamos sin calentador, estamos listos. Y el planto…

—…

—Y el té…

—Perdoname.

—…

—Perdí el control. De veras, te pido perdón.

—…

—El calentador no se rompió. Pero se volcó todo el kerosén.

—…

—Lo principal es que la hornalla no se quebró.

—…

—Molina, perdoname el arrebato.

—…

—¿Puedo ponerle kerosén de tu botella?

—Sí…

—Y perdoname, de veras te lo pido.

—No hay nada que perdonar.

—Sí, mientras estuve enfermo si no era por vos quién sabe dónde hubiese ido a parar.

—No tenés nada que agradecer.

—Sí que tengo qué agradecer. Y mucho.

—Olvidate, no pasó nada.

—Sí, claro que pasó algo, y me muero de vergüenza.

—…

—Soy una bestia.

—…

—Mirá, Molina, ahora pido puerta y aprovecho para llenar el botellón porque nos estamos quedando sin agua. Y mirame, por favor, levantá la cabeza.

—…

—Ahora traigo agua. Decime que me perdonás…

—…

—Perdoname, Molina.

—…
{9}

XI

DIRECTOR: Está bien, Suboficial, déjenos solos.

SUBOFICIAL: A sus órdenes, señor Director.

DIRECTOR: ¿Qué tal, Molina?, ¿cómo anda?

PROCESADO: Bien, señor. Gracias…

DIRECTOR: ¿Qué novedades tiene para mí?

PROCESADO: No mucho, me parece.

DIRECTOR: Ajá…

PROCESADO: Pero yo noto que cada vez va entrando más en confianza, eso sí…

DIRECTOR: Ajá…

PROCESADO: Sí, señor, eso seguro…

DIRECTOR: Lo malo, Molina, es que a mí me están presionando mucho. Y le voy dejar saber más, Molina, para que usted se ponga en mi lugar. De donde me presionan es de Presidencia. De ahí quieren tener noticias pronto. Y me presionan con que a Arregui hay que volver a interrogarlo, y fuerte. Usted me entiende.

PROCESADO: Sí, señor. … Pero deme unos días más, no lo interrogue, dígales que está muy débil, que es la verdad. Porque peor es que se le quede ahí en el interrogatorio, dígales eso.

DIRECTOR: Sí, yo digo, pero eso no los convence.

PROCESADO: Deme una semana más, y seguro que le voy a tener algún dato.

DIRECTOR: Todos los datos, Molina, todos los datos posibles.

PROCESADO: A mí se me ha ocurrido una idea.

DIRECTOR: ¿Cuál?

PROCESADO: No sé qué le parecerá…

DIRECTOR: Diga…

PROCESADO: Arregui es muy duro, pero también tiene su lado sentimental…

DIRECTOR: Sí.

PROCESADO: Entonces… por ejemplo, si él se entera, por ejemplo, que viene un guardia y dice que en una semana me cambian de celda, porque ya entré en categoría especial, por la cuestión del indulto, o más despacito todavía, por la cuestión de que mi abogado ya tiene presentada la apelación, entonces si él cree que nos van a separar de celda, se va a ablandar más. Porque me parece que está un poco encariñado conmigo, y ahí se va a largar a hablar más…

DIRECTOR: ¿Usted cree?

PROCESADO: Creo que vale la pena hacer la prueba.

DIRECTOR: Lo que a mí me pareció siempre un error es que usted le dijese de la posibilidad del indulto. Eso a lo mejor le hizo atar cabos.

PROCESADO: No, no creo.

DIRECTOR: ¿Por qué?

PROCESADO: Bueno, me pareció…

DIRECTOR: No, dígame por qué. Usted debe tener sus razones.

PROCESADO: Bueno… así me cubrí un poco yo también.

DIRECTOR: ¿En qué sentido?

PROCESADO: En el sentido de que cuando yo me fuera él no sospechara, y después me largase encima a los compañeros de él, que se tomasen represalias.

DIRECTOR: Usted bien sabe que él no tiene contacto alguno con sus compañeros.

PROCESADO: Eso es lo que nosotros creemos.

DIRECTOR: Él no le puede escribir a nadie sin que nosotros veamos la carta, ¿de qué tiene miedo usted Molina, entonces? Ahí me está actuando fuera de lo convenido.

PROCESADO: Pero le aseguro que también es mejor que él piense que yo voy a salir en libertad… Porque…

DIRECTOR: ¿Porque qué?

PROCESADO: Nada…

DIRECTOR: Le ruego, Molina. Hable.

PROCESADO: Qué sé yo…

DIRECTOR: Hable, Molina, hable claro. Si no habla claro conmigo no nos vamos a entender.

PROCESADO: Bueno, nada, le juro, señor. Es una corazonada, que si él piensa que me voy, va tener más necesidad de desahogarse conmigo. Son así los presos, señor. Cuando un compañero se va… se sienten más desamparados que nunca.

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