Authors: Apuleyo
En esta manera la caña, por su virtud y humanidad, enseñaba a la mezquina de Psiches de cómo se había de remediar. Ella, cuando esto oyó, no fue negligente en cumplirlo. Pero haciendo y guardando todo lo que ella dijo, hurtó el oro con la lana de aquellos montes, y cogido lo trajo y echó en el regazo de Venus. Mas con todo esto nunca mereció cerca de su señora galardón su segundo trabajo, antes, torciendo las cejas con una risa falsa, dijo en esta manera:
«Tampoco creo yo ahora que en esto que tú hiciste no faltó quien te ayudase falsamente. Pero yo quiero experimentar si por ventura tú lo haces con esfuerzo tuyo y prudencia o con ayuda de otro; por ende, mira bien aquella altura de aquel monte adonde están aquellos riscos muy altos, de donde sale una fuente de agua muy negra, y desciende por aquel valle donde hace aquellas lagunas negras y turbias y de allí salen algunos arroyos infernales. De allí, de la altura donde sale aquella fuente, tráeme este vaso lleno de rocío de aquella agua.»
Y diciendo esto, le dio un vaso de cristal, amenazándola con palabras ásperas si no cumpliese lo que le mandaba. Psiches, cuando esto oyó, aceleradamente se fue hacia aquel monte, para subir encima de él y desde allí echarse, para dar fin a su amarga vida. Pero como llegó alrededor de aquel monte, vio una mortal y muy grande dificultad para llegar a él, porque estaba allí un risco muy alto que parecía que llegaba al cielo, y tan liso, que no había quien por él pudiese subir; de encima de aquél salía una fuente de agua negra y espantable, la cual, saliendo de su nación, corría por aquellos riscos abajo y venía por una canal angosta cercada de muchos árboles, la cual venía a un valle grande que estaba cercado de una parte y de otra de grandes riscos, adonde moraban dragones muy espantables, con los cuellos alzados y los ojos tan abiertos, para velar, que jamás los cerraban ni pestañeaban, en tal manera, que perpetuamente estaban en vela; y como ella llegó allí, las mismas aguas le hablaron, diciéndole muy muchas veces:
«Psiches, apártate de ahí, mira muy bien lo que haces. Y guárdate de hacer lo que quieres; huye luego, si no, cata que morirás.»
Cuando Psiches vio la imposibilidad que había de llegar a aquel lugar, fue tornada como una piedra, y aunque estaba presente con el cuerpo, estaba ausente con el sentido. En tal manera, que con el gran miedo del peligro estaba tan muerta que carecía del último consuelo y solaz de las lágrimas. Pero no pudo esconderse a los ojos de la Providencia tanta fatiga y turbación de la inocente Psiches, la cual, estando en esta fatiga, aquella ave real de Júpiter que se llama águila, abiertas las alas, vino volando súbitamente, recordándose del servicio que antiguamente hizo Cupido a Júpiter, cuando por su diligencia arrebató a Ganimedes el troyano, para su copero, queriendo dar ayuda y pagar el beneficio recibido, en ayudar a los trabajos de Psiches, mujer de Cupido, dejó de volar por el cielo y vínose a la presencia de Psiches y díjole en esta manera:
«¿Cómo tú eres tan simple y necia de las tales cosas, que esperas poder hurtar ni solamente tocar una sola gota de esta fuente no menos cruel que santísima? ¿Tú nunca oíste alguna vez que estas aguas estígeas son espantables a los dioses y aun al mismo Júpiter? Además de esto, vosotros, los mortales, juráis por los dioses, pero los dioses acostumbran jurar por la majestad del lago estigio: pero dame este vaso que traes.»
El cual ella le dio y el águila se lo arrebató de la mano muy presto, y volando entre las bocas y dientes crueles y las lenguas de tres órdenes de aquellos dragones, fue al agua e hinchó el vaso, consintiéndolo la misma agua, y aun amonestándole que prestamente se fuese, antes que los dragones la matasen. El águila, fingiendo que por mandato de la diosa Venus y para su servicio había venido por aquella agua, por la cual causa más fácilmente llegó a henchir el vaso y salir libre con ella, en esta manera, tornó con mucho gozo y dio el vaso a Psiches, lleno de agua; la cual la llevó luego a la diosa Venus. Pero con todo esto nunca pudo aplacar ni amansar la crueldad de Venus; antes ella, con su risa mortal, como solía, le habló amenazándola con mayores y más peores tormentos, diciendo:
«Ya tú me pareces una maga y gran hechicera, porque muy bien has obtemperado a mis mandamientos y hecho lo que yo te mandé; mas tú, lumbre de mis ojos, aún resta otra cosa que has de hacer. Toma esta bujeta, la cual le dio, y vete a los palacios del infierno, y darás esta bujeta a Proserpina, diciéndole: Venus te ruega que le des aquí una poca de tu hermosura, que baste siquiera para un día, porque todo lo hermoso que ella tenía lo ha perdido y consumido curando a su hijo Cupido, que está muy mal, y torna presto con ella, porque tengo necesidad de lavarme la cara con esto para entrar en el teatro y fiesta de los dioses.»
Entonces, Psiches, abiertamente, sintió su último fin y que era compelida manifiestamente a la muerte que le estaba aparejada. ¿Qué maravilla que lo pensase, pues que era compelida a que de su propia gana y por sus propios pies entrase al infierno, donde estaban las ánimas de los muertos? Con este pensamiento no tardó mucho, que se fue a una torre muy alta para echarse de allí abajo, porque de esta manera ella pensaba descender muy presto y muy derechamente a los infiernos. Pero la torre le habló en esta manera: «¿Por qué, mezquina de ti, te quieres matar, echándote de aquí abajo, pues que ya éste es el peligro y trabajo que has de pasar? Porque si una vez tu alma fuere apartada de tu cuerpo, bien podrás ir de cierto al infierno. Pero, créeme, que en ninguna manera podrás tornar a salir de allí. No está muy lejos de aquí una noble ciudad de Achaya, que se llama Lacedemonia; cerca de esta ciudad busca un monte que se llama Tenaro, el cual está apartado en lugares remotos. En este monte está una puerta del infierno, y por la boca de aquella cueva se muestra un camino sin caminantes, por donde si tú entras, en pasando el umbral de la puerta, por la canal de la cueva derecho, podrás ir hasta los palacios del rey Plutón; pero no entiendas que has de llevar las manos vacías, porque te conviene llevar en cada una de las manos una sopa de pan mojada en meloja, y en la boca has de llevar dos monedas; y después que ya hubieres andado buena parte de aquel camino de la muerte hallarás un asno cojo cargado de leña, y con él un asnero también cojo, el cual te rogará que le des ciertas chamizas para echar en la carga que se le cae: pero tú pásate callando, sin hablarle palabra; y después, como llegares al río muerto donde está Carón, él te pedirá el portazgo, porque así pasa él en su barca de la otra parte a los muertos que allí llegan: porque has de saber que hasta allí entre los muertos hay avaricia, que ni Carón ni aquel gran rey Plutón hacen cosa alguna de gracia, y si algún pobre muere cúmplele buscar dineros para el camino, porque si no los llevare en la mano no le pasarán de allí. A este viejo suyo darás en nombre de flete una moneda de aquellas que llevares; pero ha de ser que él mismo la tome con su mano de tu boca. Después que hubieres pasado este río muerto hallarás otro viejo muerto y podrido que anda nadando sobre las aguas de aquel río, y alzando las manos te rogará que lo recibas dentro en la barca; pero tú no cures de usar piedad, que no te conviene. Pasado el río y andando un poco adelante hallarás unas viejas tejedoras que están tejiendo una tela, las cuales te rogarán que les toques la mano; pero no lo hagas, porque no te conviene tocarles en manera ninguna.
Que has de saber que todas estas cosas y otras muchas nacen de las asechanzas de Venus, que querría que te pudiesen quitar de las manos una de aquellas sopas: lo cual te sería muy grave daño, porque si una de ellas perdieses nunca jamás tornarías a esta vida. Demás de esto sepas que está un poco adelante un perro muy grande, que tiene tres cabezas, el cual es muy espantable, y ladrando con aquellas bocas abiertas espanta a los muertos, a los cuales ya ningún mal puede hacer, y siempre está velando ante la puerta del obscuro palacio de Proserpina, guardando la casa vacía de Plutón. Cuando aquí llegares, con una sopa que le lances lo tendrá enfrenado y podrás luego pasar fácilmente, y entrarás adonde está Proserpina, la cual te recibirá benigna y alegremente y te mandará sentar y dar muy bien de comer. Pero tú siéntate en el suelo y come de aquel pan negro que te dieren; y pide luego de parte de Venus aquello por que eres venida, y recibido lo que te dieren en la bujeta, cuando tornares, amansarás la rabia de aquel perro con la otra sopa. Y cuando llegares al barquero avariento, le darás la otra moneda que guardaste en la boca; y pasando aquel río tornarás por las mismas pisadas por donde entraste, y así vendrá a ver esta claridad celestial. Pero sobre todas las cosas te apercibo que guardes una: que en ninguna manera cures de abrir ni mirar lo que traes en la bujeta, ni procures de ver el tesoro escondido de la divina hermosura.»
De esta manera aquella torre, habiendo mancilla de Psiches, le declaró lo que le era menester de adivinar. No tardó Psiches, que luego se fue al monte Tenaro, y tomados aquellos dineros y aquellas sopas como le mandó la torre, entrose por aquella boca del infierno, y pasado callando aquel asnero cojo, y pagado a Carón su flete por que le pasase, y menospreciado asimismo el deseo de aquel viejo muerto que andaba nadando, y también no curando de los engañosos ruegos de las viejas tejedoras, y habiendo amansado la rabia de aquel temeroso perro con el manjar de aquella sopa, llegó, pasado todo esto, a los palacios de Proserpina; pero no quiso aceptar el asentamiento que Proserpina le mandaba dar, ni quiso comer de aquel manjar que le ofrecían; mas humildemente se sentó ante sus pies, y contenta con un pedazo de pan bazo, le expuso la embajada que traía de Venus; y luego, Proserpina le hinchó la bujeta secretamente de lo que pedía; la cual luego se partió, y aplacado el ladrar y la braveza del perro infernal con el engaño de la otra sopa que le quedaba, y habiendo dado la otra moneda a Carón el barquero por que la pasase, tornó del infierno más esforzada de lo que entró. Y después de adorada la clara luz del día, que tornó a ver, como quiera que en cumplir esto acababa el servicio que Venus le había mandado, vínole al pensamiento una temeraria curiosidad, diciendo:
«Bien soy yo necia trayendo conmigo la divina hermosura que no tome de ella siquiera un poquito para mí, para que pueda placer a aquel mi hermoso enamorado.»
Y como esto dijo, abrió la bujeta, dentro de la cual ninguna cosa había, ni hermosura alguna, salvo un sueño infernal y profundo, el cual, como fue destapado, cubrió a Psiches de una niebla de sueño grueso, que todos sus miembros le tomó y poseyó, y en el mismo camino por donde venía cayó durmiendo como una cosa muerta. Pero Cupido, ya que convalecía de su llaga, no pudiendo tolerar ni sufrir la luenga ausencia de su amiga, estando ya bien dispuesto y las alas restauradas, porque había días que holgaba, saliose por una ventana pequeña de su cámara, donde estaba encerrado, y fue presto a socorrer a su mujer Psiches, y apartando de ella el sueño, y lanzado otra vez dentro en la bujeta, tocó livianamente a Psiches con una de sus saetas y despertola diciéndole:
«¿Aun tú, mezquina de ti, no escarmientas, que poco menos fueras muerta por semejante curiosidad que la que hiciste conmigo? Pero ve ahora con la embajada que mi madre te mandó, y entre tanto, yo proveeré en lo otro que fuere menester.»
Dicho esto, levantose con sus alas y fuese volando. Psiches llevó lo que traía de Proserpina y diolo a Venus; entre tanto, Cupido, que andaba muy fatigado del gran amor, la cara amarilla, temiendo la severidad no acostumbrada de su madre, tornose al almario de su pecho y con sus ligeras alas voló al cielo y suplicó al gran Júpiter que le ayudase, y recontole toda su causa. Entonces Júpiter tomole la barba, y trayéndole la mano por la cara lo comenzó a besar, diciendo:
«Como quiera que tú, señor hijo, nunca me guardaste la honra que se debe a los padres por mandamiento de los dioses; pero aun este mismo pecho, en el cual se encierran y disponen todas las leyes de los elementos, y a las veces de las estrellas, muchas veces lo llagaste con continuos golpes del amor, y lo ensuciaste con muchos lazos de terrenal lujuria, y lisiaste mi honra y fama con adulterios torpes y sucios contra las leyes, especialmente contra la ley Julia, y a la pública disciplina, transformando mi cara y hermosura en serpientes, en fuegos, en bestias, en aves y en cualquier otro ganado. Pero, con todo esto, recordándome de mi mansedumbre y de que tú creciste entre estas mis manos, yo haré todo lo que tú quisieres, y tú sépaste guardar de otros que desean lo que tú deseas. Esto sea con una condición: que si tú sabes de alguna doncella hermosa en la tierra, que por este beneficio que de mí recibes debes de pagarme con ella la recompensa.»
Después que esto hubo hablado, mandó a Mercurio que llamase a todos los dioses a consejo; y si alguno de ellos faltase, que pagase diez mil talentos de pena. Por el cual miedo todos vinieron y fue lleno el palacio donde estaba Júpiter, el cual, asentado en la silla alta, comenzó a decir de esta manera:
«¡Oh dioses, escritos en el blanco de las musas! Vosotros todos sabéis cómo este mancebo que yo crié en mis manos procuré de refrenar los ímpetus y movimientos ardientes de su primera juventud. Pero harto basta que él es infamado entre todos de adulterios y de otras corruptelas, por lo cual es bien que se quite toda ocasión, y para esto me parece que su licencia de juventud se debe de atar con lazo de matrimonio. Él ha escogido una doncella, la cual privó de su virginidad: téngala y poséala y siempre use de sus amores.»
Y diciendo esto, volvió la cara a Venus y díjole:
«Tú, hija, no te entristezcas por esto; no temas a tu linaje ni al estado del matrimonio mortal, porque yo haré que estas bodas no sean desiguales, mas legítimas o bien ordenadas como el derecho lo manda.»
Y luego mandó a Mercurio que tomase a Psiches y la subiese al cielo, a la cual Júpiter dio a beber del vino a los dioses, diciéndole:
«Toma, Psiches, bebe esto y serás inmortal; Cupido nunca se apartará de ti; estas bodas vuestras durarán para siempre.»
Dicho esto, no tardó mucho cuando vino la cena muy abundante, como a tales bodas convenía. Estaba sentado a la mesa Cupido en el primer lugar y Psiches en su regazo. De la otra parte estaba Júpiter con Juno, su mujer, y después, por orden, todos los otros dioses. El vino de alfajor, que es un vino de los dioses, suministrábalo Ganimedes a Júpiter como copero suyo, y a los otros, el dios Baco. Vulcano cocinaba la cena; las ninfas henchían de flores y rosas y otros olores la sala donde cenaban; las musas cantaban muy dulcemente; Apolo cantaba con su vihuela; Venus entró a la suave música y bailó hermosamente. En esta manera era el convite ordenado: que el coro de las musas cantase y el sátiro hinchase la gaita y el dios Pan tañese un tamboril. De esta manera vino Psiches en manos del dios Cupido.