Read El arte del asesino Online
Authors: Mari Jungstedt
Todos negaron con la cabeza.
Para entonces, Erik Sohlman había tenido tiempo de dar cuenta de un par de bocadillos, así que Knutas dio por supuesto que ya estaba en condiciones de hablar.
—¿Qué puedes contarnos, Erik?
Sohlman se levantó y se acercó al ordenador que había en el centro de la sala. Le hizo señas a Smittenberg, que era quien estaba sentado más cerca de la puerta, para que apagara la luz.
—Bien, pues ésta es la vista que se encontró esta mañana Siv Eriksson cuando se dirigía al trabajo. Ella venía andando desde la calle Kung Magnus por el camino peatonal cuando descubrió el cuerpo colgado y absolutamente visible en el hueco de la Puerta. Egon Wallin estaba vestido, pero no tenía ni la cartera ni el móvil. A lo largo del día enviaremos su ropa al Laboratorio Estatal de Investigaciones Criminológicas, SKL, para que la analicen. Se encontró un fular justo debajo del cuerpo; no sabemos si pertenece a la víctima, pero, como es lógico, lo enviaremos también al SKL.
Sohlman fue pasando fotografías del cuerpo tomadas desde distintos ángulos.
—Yo sólo le he practicado un reconocimiento superficial, pero, por una vez, estoy casi seguro de que se trata de un asesinato. La razón es el aspecto que presentan las lesiones del cuello. Cuando descolgamos el cuerpo, pude observarlo más de cerca y probablemente no fue el ahorcamiento lo que lo mató.
Hizo una pausa escénica y bebió un sorbo de café. Alrededor de la mesa todos escuchaban expectantes.
Sohlman señaló con el lápiz en la fotografía.
—Wallin presenta lesiones claras que no guardan relación con la soga que tenía alrededor del cuello. Los dos surcos paralelos y de anchura milimétrica que veis aquí recorren todo el cuello justo por encima de la laringe y se prolongan hasta la nuca. Esas marcas demuestran que lo han estrangulado por detrás con una cuerda fina y cortante, como una cuerda de piano o algo similar. O el asesino dudó de que la víctima realmente hubiera muerto tras el primer intento, o Egon Wallin opuso resistencia y el asesino entonces se vio obligado a hacer un nuevo intento, y de ahí las dos hendiduras paralelas. En esas hendiduras aparecen fisuras rojas que indican que fue la cuerda de piano la que le causó la muerte. Además, fijaos en este surco más ancho, probablemente causado por la soga en la que Wallin fue colgado. No presenta hemorragias ni manchas rojas. Mirad aquí, el surco parece oscuro, seco y algo apergaminado. Eso indica que ya estaba muerto cuando lo colgaron de la soga. De lo contrario, las lesiones habrían tenido un aspecto muy diferente.
Varias fotos mostraron la cara de la víctima. Knutas se echó instintivamente hacia atrás. Siempre era más duro cuando uno conocía a las víctimas y les tenía aprecio. Nunca sería capaz de dejar completamente a un lado sus sentimientos.
A Sohlman, en cambio, parecía que no le costaba nada. Con su habitual chaqueta de pana marrón y su indomable cabello rojo, estaba allí tranquilamente explicando el horrible crimen que acababa de ocurrir con un tono de voz suave y agradable. De vez en cuando tomaba un sorbito de café, como si estuviera enseñando las fotos de las vacaciones. El comisario no podría comprender jamás cómo funcionaba Sohlman.
Lanzó una mirada rápida a Karin. Tenía la cara blanca como la tiza. Knutas sintió una enorme simpatía hacia ella, sabía cómo luchaba consigo imsma. Las fotografías de la víctima estaban tomadas de cerca. Egon Wallin tenía la cara enrojecida y los ojos abiertos. En la frente se veía una herida y una inflamación, y en la mejilla tenía un rasguño. El comisario se preguntó si se lo habría hecho mientras luchaba por su vida. Como si le hubiera leído el pensamiento, Erik Sohlman añadió:
—Estas lesiones de la cara lo complican todo. No comprendo de dónde vienen. Por supuesto, no podemos descartar que se hayan producido al colgarlo, pero parece raro. Y la herida del cuello indica que fue atacado por detrás. Pero la interpretación de las magulladuras de la cara se la cedo con mucho gusto al forense. Algo tendrá que hacer él también… —concluyó Sohlman sonriendo con ironía.
—¿Cuánto tiempo llevaba muerto? —preguntó Karin, que ya había recuperado el color del rostro.
—Es difícil precisarlo. A juzgar por la temperatura del cuerpo, yo diría que por lo menos seis horas. Pero ya os digo que esto es una suposición, habrá que esperar el resultado preliminar de la autopsia que haga el forense.
—Otra cosa: ¿cómo va el tema de huellas? —inquirió Knutas.
—En la Puerta apenas hemos encontrado nada interesante: algunas colillas de cigarrillos y chicles, pero que muy bien podían haber estado allí con anterioridad. Al lado de la Puerta hay roderas de coche recientes, así como huellas de zapatos. Hacia Östergravar, lógicamente, está todo lleno de huellas de zapatos y demás. Allí también hemos estado buscando con los perros, pero de momento no hemos dado con nada de interés.
Wittberg miró a sus colegas con gesto de duda y apuntó:
—¿Podría tratarse de algo tan simple como un robo?
—Aunque al ladrón se le fuera la mano y acabase con la vida de la víctima, ¿por qué iba a tomarse la molestia de colgarla en la puerta después? —repuso Karin con escepticismo—. La verdad, parece poco creíble.
Sohlman carraspeó.
—Y ahora, si no se os ofrece nada más, me gustaría volver allí. Apagó el ordenador y encendió las luces antes de abandonar la sala.
Knutas miró circunspecto al resto de los asistentes.
—La cuestión del móvil tendremos que dejarla para más adelante. Es demasiado pronto para especular sobre ese asunto. Ahora lo que hay que hacer es empezar a investigar la vida de Egon Wallin, sus negocios, empleados, vecinos, amigos, familiares, su pasado, todo. Karin y Thomas se encargarán de ello. Lars, tú te ocuparás de la prensa; los periodistas van a caer sobre nosotros como buitres. Además, el hecho de que la víctima apareciera colgada de esa manera no va a contribuir a hacernos las cosas más sencillas. Ya sabéis cómo les gustan a los hurones de los periodistas las noticias sensacionalistas; con ésta se van a cebar.
—¿No deberíamos convocar una rueda de prensa hoy mismo? —propuso Lars Norrby—. De lo contrario, tendremos que pasarnos el día al teléfono. Y todos preguntarán lo mismo.
—Me parece un poco pronto —objetó el comisario—. ¿No bastará de momento con un comunicado de prensa?
Knutas detestaba las ruedas de prensa y trataba de evitarlas siempre que le era posible. Al mismo tiempo, entendía el punto de vista de Lars.
—No sé, parece que esto va a suscitar mucha expectación. ¿No sería mejor quitarnos a todos de encima al mismo tiempo?
—Está bien, enviaremos un comunicado de prensa después de esta reunión. Confirmaremos que se trata de un asesinato e informaremos de que se celebrará una rueda de prensa por la tarde. ¿Te parece bien?
Norrby asintió con la cabeza.
—Y ahora vamos a esforzarnos al máximo para averiguar cuanto podamos acerca de Wallin y de lo que hizo los días previos al asesinato. ¿Con quién se encontró? ¿Qué hizo el día del asesinato? ¿Quién fue la última persona que lo vio con vida? Este asesinato no puede ser fruto de una casualidad.
En el avión Johan tuvo tiempo de pensar en Emma. Todo sucedió tan deprisa que ni siquiera pudo tratar de llamarla otra vez. Ahora iban a verse antes de lo que habían planeado. Recordó la imagen de la cara de Emma la última vez que se encontraron: los ojos oscuros, la tez pálida y sus labios sensuales. Él creía que cuando se despidieron, ella lo había mirado de un modo diferente. Como si ahora significara para ella más que antes. Llevaban tres años implicados en una relación compleja, con avances y retrocesos y, con todo, el tiempo pasado desde que apareció Emma era el mejor de su vida.
Se apoyó en el respaldo y miró por la ventanilla. Las nubes algodonosas le recordaron la playa cubierta por la neblina en la que se perdió Helena Hillerström tres años antes, cuando se encontró con su asesino. Era la mejor amiga de Emma, y fue entonces cuando se conocieron. Johan entrevistó a Emma e iniciaron una relación. Ella entonces estaba casada y, además, tenía dos hijos. Qué lejano parece aquello, pensó. Ahora, Emma llevaba un año separada de Olle y había tenido otra hija; el padre de esa niña era Johan. Elin tenía ocho meses y era una preciosidad. Pero no resultó nada fácil cuidar esa nueva relación. Había muchos factores que complicaban la situación, muchas personas involucradas.
Johan tenía el puesto de trabajo en Estocolmo, y no podía hacer gran cosa al respecto. Emma debía pensar en Sara y Filip, sus hijos mayores. Su ex marido había empezado otra vez a incordiar y a poner impedimentos en todo lo que tenía que ver con los niños.
Tuvieron que luchar contra viento y marea, por decirlo de una forma suave. Johan creyó en varias ocasiones que la relación se acercaba a su fin, pero siempre habían encontrado la forma de seguir juntos. En este momento parecía que su amor era más fuerte que nunca. Él había aceptado que Emma necesitaba tiempo para estar con sus hijos, que aún no estaba preparada para irse a vivir con él, a pesar de que tenían a Elin.
Procuraban verse tan a menudo como podían. Johan viajaba a Gotland por motivos laborales como mínimo una vez por semana, pero eso le parecía muy poco. Solicitaría el permiso por paternidad después del verano y entonces viviría en casa de Emma, en Roma. Esa iba a ser la prueba de fuego. Si todo salía bien, se casarían al año siguiente y empezarían a vivir juntos de verdad. Eso era en cualquier caso lo que deseaba Johan.
En su lista de deseos figuraba también tener otro hijo, pero ahí tenía que avanzar con prudencia. Emma se había opuesto enérgicamente a la idea las veces que se había atrevido a abordar el tema.
Apenas había tenido tiempo de terminarse el café cuando el comandante comunicó que iniciaban la maniobra de aterrizaje en el aeropuerto de Visby. Johan siempre se sorprendía de lo rápido y fácil que era volar a la isla. Cuando estaba en casa en Estocolmo y echaba de menos a Emma y a Elin, Gotland le parecía dolorosamente lejana. Y ahora ya casi estaba allí.
Cuando llegó, Pia estaba esperándolo con el coche de la Televisión Sueca. Llevaba el pelo alborotado, según su costumbre, y los ojos, como siempre muy maquillados. En la nariz le brillaba una perla de color lila. Sonrió y le dio un abrazo.
—Hola; me alegro de verte. Parece que empiezan a pasar cosas.
Sus ojos castaños chispeaban.
—La policía ha difundido hace un momento un comunicado de prensa. Sospechan que se trata de un crimen.
Con gesto de triunfo, le pasó la nota a Johan.
Esto era lo que de verdad le gustaba a Pia. Emoción. Movimientos rápidos.
Leyó el escueto comunicado. Habían convocado una rueda de prensa a las cuatro de la tarde. Sacó un bloc de notas y un bolígrafo y le pidió a Pia que subiera el volumen de la radio para poder seguir la emisión local.
—¿Han dicho algo acerca de cómo lo asesinaron?
—¡Santo cielo!, claro que no.
Pia puso los ojos en blanco y condujo el coche a través de la Puerta Norte, donde hizo un giro brusco para subir por la cuesta de Rackarbacken.
—Pero sé la identidad de la víctima —añadió satisfecha.
—¿Ah, sí? ¿Quién es?
—Se llama Egon Wallin, y es muy conocido aquí, en la ciudad. Dirige, bueno, dirigía —se corrigió al instante— la galería más grande que hay en Visby ya sabes, la que está en Stora Torget.
—¿Cuántos años tenía?
—Andaría por los cincuenta, creo yo; casado y con dos hijos. Nació en Gotland, en Sundre, y se casó también con una isleña. Parecía una persona de lo más tranquila y honesta, por lo que parece improbable que se trate de un ajuste de cuentas entre criminales.
—¿Podría tratarse de un robo?
—Tal vez; pero si el ladrón sólo quería su dinero, ¿por qué iba a matarlo y tomarse luego la molestia de colgar el cadáver en la Puerta? ¿No resulta demasiado rebuscado?
Dio un frenazo y detuvo el coche en el aparcamiento que había por encima de la catedral. Sin duda, el aparcamiento sueco con las vistas más bellas, pensó Johan mientras contemplaba la ciudad que se extendía a sus pies, con la imponente catedral, las casas apiñadas y las ruinas medievales. A lo lejos, como telón de fondo, se divisaba el mar, que aquel día sólo se podía intuir tras una niebla gris.
Se dirigieron a toda prisa a Dalmansporten.
En la calle reinaba una actividad frenética. Había agentes apostados vigilando para que nadie se saltara el cordón policial, los coches de la policía ocupaban el pequeño aparcamiento que había junto a la puerta y patrullas con perros recorrían la zona. Johan se abrió paso hasta llegar lo más cerca posible. Más allá, junto a la puerta, vio a Knutas hablando con un hombre de más edad, al cual reconoció: era el médico forense.
Consiguió que su mirada se cruzara con la de Knutas y éste hizo un gesto al forense para que lo disculpara un momento. Johan se encontraba con el comisario en una posición favorable tras los asesinatos rituales del verano anterior, ya que había ayudado a la policía a resolver el caso.
Cuando se saludaron, Knutas le estrechó la mano con más fuerza y de forma más prolongada de lo habitual. No se habían visto desde que Johan empezó a trabajar de nuevo.
—¿Qué tal estás?
—Bien, gracias, ya estoy bien. Tengo una cicatriz cojonuda que me cruza el estómago de lado a lado. Espero que me haga más interesante este verano en la playa. ¿Qué me dices de esto?
Johan señaló con la cabeza hacia la Puerta.
—No puedo decir gran cosa, aparte de que estamos bastante seguros de que se trata de un asesinato.
—¿Cómo lo han asesinado?
—Ya sabes que ahora no puedo entrar en ese tipo de detalles.
—¿Cómo podéis estar seguros de que no se ha suicidado? —continuó Johan con la esperanza de hacer que el comisario dijera algo no premeditado.
Pero no tuvo suerte. Knutas, sin más, le lanzó una mirada de aviso.
—Está bien, está bien —concedió Johan—. ¿Puedes confirmarme si la víctima es el galerista Egon Wallin?
Knutas suspiró resignado.
—Oficialmente no. Aún no hemos informado a todos sus familiares.
—¿Y de manera extraoficial?
—Sí, es cierto que se trata de Egon Wallin. Pero yo no te he dicho nada.
Johan sonrió mientras solicitaba:
—¿Puedes concederme una entrevista breve, aquí y ahora? Me refiero a una oficial.