Asintió en dirección a la línea de hábitat.
—Todavía parece como si nos dirigiéramos al cinturón.
—Y lo hacemos —respondió Remontoire—, pero no hacia la convención. Se ha producido un ligero cambio de planes, y ese es el motivo por el que hemos puesto ese pequeño y desagradable implante en tu cabeza.
—Hicisteis bien.
—¿Porque de lo contrario me habrías matado? Puede. Pero no habrías llegado muy lejos. —Remontoire acarició el panel de control y sonrió como disculpándose—. Me temo que no podrás gobernar esta nave. Bajo la superficie, los sistemas son completamente combinados. Pero tiene que colar como una nave civil.
—Cuéntame qué es lo que pasa.
Remontoire volvió a girar su asiento. Descansó las manos sobre su regazo y se inclinó hacia Escorpio. De no ser por el implante, hubiese sido muy arriesgado acercársele tanto. Pero Escorpio estaba dispuesto a creer que moriría si volvía a intentar algo, así que le dejó hablar mientras imaginaba lo agradable que sería matarlo.
—Me parece recordar que ya conoces a Clavain. Escorpio sorbió con fuerza. Remontoire prosiguió:
—Era uno de los nuestros. De hecho, un buen amigo mío y más que eso: un buen combinado. Ha sido uno de los nuestros durante cuatrocientos años, y no estaríamos aquí de no ser por sus logros. Hace mucho tiempo fue el Carnicero de Tarsis. Pero eso ya es historia antigua, me imagino que ni siquiera habrás oído hablar de Tarsis. Lo único que importa ahora es que Clavain ha desertado, o está en proceso de desertar, y debe ser detenido. Ya que era..., es un amigo, preferiría que lo capturáramos vivo en lugar de muerto, pero admito que quizá eso no sea posible. Ya hemos tratado de matarlo en una ocasión, cuando era la única opción de la que disponíamos, pero nos engañó. Utilizó su corbeta para soltarse en el espacio vacío y, cuando destruimos la nave, él ya no estaba a bordo.
—Un tipo listo. Ya me empieza a caer mejor.
—Estupendo. Me alegro de oírlo, porque vas a ayudarme a encontrarlo. Es hábil, pensó Escorpio. Del modo que lo decía Remontoire, era casi como si creyera que iba a ser así. —¿Ayudarte?
—Creemos que un carguero lo rescató. No podemos estar seguros, pero parece que es el mismo que ya nos encontramos anteriormente, alrededor del volumen en disputa...; de hecho, justo antes de capturarte a ti. Clavain ayudó entonces a la piloto del carguero, y debió de contar con que ella le devolvería el favor. Esa nave acaba de realizar un desvío ilegal y no programado por la zona de guerra. Es posible que estuviera citada con Clavain y que lo recogiera en medio del espacio.
—Entonces derribad esa maldita cosa. No veo cuál es vuestro problema.
—Me temo que ya es tarde para eso. Cuando dedujimos todo esto, el carguero ya había regresado al espacio aéreo de la Convención de Ferrisville. —Remontoire señaló, por encima de su hombro, la línea de habitáis que salpicaban la cara cada vez más oscura de Yellowstone—. A estas alturas, Clavain ya habrá tomado tierra en el Cinturón Oxidado, y sucede que eso se encuentra más en tu territorio que en el mío. A juzgar por tu historial, lo conoces casi tan íntimamente como Ciudad Abismo. Y estoy seguro de que estás deseando hacerme de guía. —Remontoire sonrió y tamborileó un dedo con suavidad sobre su propia sien—. ¿Verdad que sí?
—Aun así, podría matarte. Siempre hay maneras.
—Pero tú también morirías, ¿y de qué te serviría eso? Estamos en posición de negociar, como puedes comprobar. Ayúdanos, ayuda a los combinados, y nos aseguraremos de que nunca llegues a estar bajo custodia de la convención. Les entregaremos un cuerpo, una réplica idéntica clonada a partir de ti, y les diremos que falleciste mientras te reteníamos. De ese modo no solo recuperarás tu libertad, sino que ya no tendrás un ejército de investigadores de la convención tras tus pasos. Podemos proporcionarte recursos económicos y documentación falsificada que resulte creíble. Escorpio estará muerto, pero no hay motivo para que tú no sigas adelante.
—¿Y por qué no lo habéis hecho ya? Si podéis suplantar mi cuerpo, ya podríais haberles entregado un cadáver.
—Pero habrá repercusiones, Escorpio, y muy graves. No es el camino que escogeríamos bajo condiciones normales. Pero en estos momentos nos es más necesario tener a Clavain de vuelta que seguir contando con la buena voluntad de la convención.
—Clavain debe de significar mucho para vosotros.
Remontoire volvió a ocuparse del panel de control y lo manipuló una vez más. Sus dedos tocaban un arpegio propio de un maestro.
—Significa mucho para nosotros, sí. Pero lo que guarda en su cabeza importa mucho más.
Escorpio evaluó su situación. Su instinto de supervivencia chocaba contra su habitual y despiadada eficacia, como siempre sucedía en momentos de crisis personal. Antaño fue Quail, y ahora se trataba de aquel combinado de aspecto delicado, pero con el poder de matarlo con solo pensarlo. Tenía motivos sobrados para admitir que Remontoire era sincero respecto a su amenaza, y que lo entregarían a la convención si no cooperaba. Sin la oportunidad de avisar a Lasher de su regreso, si lo entregaban estaba muerto. Tal vez Remontoire decía la verdad cuando aseguraba que le dejarían irse libre. Pero aunque los combinados mintieran respecto a eso (y Escorpio no lo creía), seguiría teniendo más oportunidades de contactar con Lasher y preparar su huida definitiva. Sonaba como algo que solo un tonto rechazaría. Incluso si eso suponía trabajar (aunque fuese solo por el momento) con alguien al que aún consideraba humano.
—Debes de estar desesperado —dijo.
—Tal vez lo esté —respondió Remontoire—. Pero en todo caso, no creo que sea asunto tuyo. Así pues, ¿vas a hacer lo que te he pedido? —¿Y si digo que no...? Remontoire sonrió.
—Entonces no habrá necesidad alguna de ese cadáver clonado.
Aproximadamente cada ocho horas, Antoinette abría la puerta lo suficiente para pasarle comida y agua. Clavain aceptó encantado lo que le ofrecían, y no se olvidó de agradecérselo y no dar la menor muestra de resentimiento porque aún lo mantuvieran encerrado. Ya era mucho que lo hubiera rescatado y lo estuvieran conduciendo hasta las autoridades. Supuso que, en su lugar, él se hubiera fiado todavía menos, en especial porque sabía lo que era capaz de hacer un combinado. No estaba ni mucho menos tan prisionero como ellos se creían.
Su confinamiento perduró durante un día. Notó que el suelo cabeceaba y se inclinaba bajo sus pies al cambiar la nave de patrón de impulso, y cuando Antoinette apareció en la puerta le confirmó, antes de pasarle a través de ella otro bulbo de agua y una barrita nutritiva, que se hallaban en ruta de regreso al Cinturón Oxidado.
—Esos cambios de propulsión —comentó él, mientras extraía el papel que cubría la barra—, ¿a qué obedecían? ¿Corríamos peligro de toparnos con actividad militar?
—No, no exactamente.
—¿Entonces qué?
—Banshees, Clavain. —Debió de detectar su mirada de incomprensión—. Son piratas, bandidos, forajidos, granujas, como quieras llamarlos. Auténticos cabronazos hijos de puta.
—Nunca he oído hablar de ellos.
—No tendrías por qué, salvo que fueses un mercader que trata de ganarse la vida honestamente.
Clavain masticó la barra. —Ahora repite eso sin reírte.
—Eh, escucha. Infrinjo las normas de vez en cuando, eso es todo. Pero lo que hacen esos gilipollas... convierte lo más ilegal que he cometido yo en algo como... no sé, como una leve infracción de estacionamiento.
—Y estos banshees... ¿he de suponer que antes eran comerciantes?
Ella asintió.
—Hasta que comprendieron que les era más fácil robar cargamento a la gente como yo que transportarlo ellos mismos.
—¿Pero nunca antes habías tenido problemas con ellos?
—Algunos roces. A todo el que transporte algo en el Cinturón Oxidado o sus alrededores lo habrán seguido de cerca los banshees en una u otra ocasión. Por lo general nos dejan tranquilos. El Ave de Tormenta es bastante veloz, así que no constituye una presa fácil para un abordaje por las malas. Y bueno, contamos con otros métodos disuasorios.
Clavain asintió prudente, pensando que sabía exactamente a qué se refería.
—¿Y esta vez?
—Nos han seguido el rastro. Un par de banshees estuvieron pegados a nosotros durante una hora y se mantuvieron a una décima de segundo luz, treinta mil kilómetros. Aquí fuera eso es una porquería de distancia. Pero nos los hemos quitado de encima.
Clavain tomó un sorbo del bulbo con líquido.
—¿Volverán?
—Ni idea. No es normal encontrárselos tan lejos del Cinturón Oxidado. Casi diría...
Clavain arqueó una ceja.
—¿Qué? ¿Qué puede guardar alguna relación conmigo? —Solo es una idea.
—Te daré otra. Estabais haciendo algo inusual y peligroso: atravesar espacio hostil. Desde el punto de vista de los banshees, podría significar que llevabais una carga valiosa, algo que mereciera su interés.
—Supongo que sí.
—Te prometo que no tengo nada que ver con eso.
—No he pensado que lo tuvieras, Clavain. Es decir, no intencionadamente. Pero en estos tiempos están pasando un montón de cosas raras. Clavain echó otro trago del bulbo. —A mí me lo vas a decir.
Le dejaron salir de la cámara estanca ocho horas después. Fue entonces cuando Clavain pudo ver bien por vez primera al hombre al que Antoinette había llamado Xavier. Era un individuo larguirucho, con un rostro agradable y alegre y una mata de pelo brillante y negro con forma de cuenco, que parecía azulado bajo la iluminación interior del Ave de Tormenta. Clavain calculó que debía de tener unos diez o quince años más que Antoinette, aunque estaba dispuesto a admitir que su estimación podía resultar totalmente incorrecta y que ella fuese la mayor de la pareja. En cualquier caso, estaba seguro de que ninguno de los dos había nacido más que unas pocas décadas atrás.
Cuando se abrió la esclusa, comprobó que Xavier y Antoinette seguían llevando los trajes, con los cascos atados al cinto. Xavier se quedó entre las jambas de la puerta y señaló hacia Clavain.
—Quítate el traje. Entonces podrás pasar al resto de la nave.
Clavain asintió e hizo lo que le indicaban. Fue incómodo quitarse el traje en el reducido espacio de la esclusa (en realidad no era cómodo en ningún sitio), pero logró terminar en menos de cinco minutos y se quedó con la capa térmica pegada a la piel.
—Supongo que ya os vale.
—Sí.
Xavier se hizo a un lado y le permitió acceder al volumen principal de la nave. Estaban bajo propulsión, así que pudo andar. Sus pies con calcetines caminaban sin hacer ruido sobre el revestimiento de metal antideslizante del suelo.
—Gracias —dijo Clavain.
—No me lo agradezcas a mí, sino a ella.
Antoinette añadió:
—Xavier opina que deberías quedarte en la esclusa hasta que alcancemos el Cinturón Oxidado.
—No lo culpo por ello.
—Pero si intentas algo... —comenzó a decir Xavier.
—Comprendo. Despresurizaréis toda la nave y moriré, ya que yo no llevo puesto el traje. Tiene mucha lógica, Xavier, es justo lo que yo habría hecho en tu situación. Pero, ¿puedo mostraros algo?
Ellos se miraron dubitativos.
—¿Mostrarnos el qué? —preguntó Antoinette.
—Devolvedme a la cámara estanca y cerrad la puerta.
Hicieron lo que les pedía. Clavain aguardó hasta que sus rostros reaparecieron por la ventanilla y luego él mismo se acercó furtivamente a la puerta, hasta que su cabeza quedó a solo unos cuantos centímetros del mecanismo de cierre y su panel de control asociado. Entrecerró los ojos y se concentró, sacando a la superficie rutinas neuronales que no usaba desde hacía muchos años. Sus implantes detectaron el campo eléctrico generado por la circuitería del cerrojo, y sobre la parte visible del panel superpusieron un laberinto fosforescente de senderos y flujos. Dedujo la lógica del cerrojo y comprendió dónde necesitaba tocar. Los implantes comenzaron a crear por sí mismos un campo más potente, suprimiendo ciertos flujos de corriente y reforzando otros. Habló con el cerrojo y formó una interfaz con el sistema de control.
Le faltaba práctica, pero aun así fue un juego de niños lograr lo que pretendía. El cerrojo hizo un chasquido y la puerta se deslizó a un lado, descubriendo a Antoinette y Xavier, que se quedaron allí con expresión aterrada.
—Échalo al espacio —dijo Xavier—. Échalo ya.
—Esperad —intervino Clavain, alzando las manos—. Solo he hecho esto por un motivo, que es demostraros lo fácil que me hubiera sido salir antes. Podría haber escapado en cualquier momento, pero no lo he hecho. Eso significa que podéis confiar en mí.
—Lo que significa es que deberíamos matarte ya, antes de que intentes algo peor —replicó Xavier.
—Si me matáis estaréis cometiendo un terrible error, os lo aseguro. Esto no me afecta solo a mí.
—¿Y esa es la mejor defensa que puedes ofrecer? —preguntó Xavier.
—Si realmente consideráis que no podéis fiaros de mí, metedme en una caja y soldadla —propuso Clavain en tono razonable—. Dadme un medio de respirar y algo de agua, y sobreviviré hasta que lleguemos al Cinturón Oxidado. Pero por favor, no me matéis.
—Suena como si lo dijera en serio, Xave —comentó Antoinette.
Xavier respiraba con pesadez. Clavain comprendió que aquel hombre seguía teniendo un miedo atroz por lo que él fuera capaz de hacer.
—No puedes trastear con nuestras cabezas, ya lo sabes. Ninguno tenemos implantes.
—No es algo que me haya planteado.
—Ni tampoco con la nave —añadió Antoinette—. Has sido afortunado con esa esclusa, pero la mayoría de los sistemas críticos de la nave son optoelectrónicos.
—Tienes razón —dijo él, ofreciendo las palmas de sus manos—. No puedo tocarlos.
—Creo que tenemos que confiar en él —dijo Antoinette. —Sí, pero solo con que... —Xavier se interrumpió y miró a Antoinette. Había oído algo.
Clavain también lo había escuchado: una campanilla en otra parte de la nave, seca y repetitiva.
—Alerta de proximidad —musitó Antoinette. —Banshees —dijo Xavier. Clavain los siguió a través de las traqueteantes entrañas metálicas de la nave hasta que llegaron a una cubierta de vuelo. Las dos figuras con traje entraron por delante de él y se amarraron a unos enormes asientos de aceleración de aspecto anticuado. Mientras Clavain buscaba algún lugar para sujetarse él también, echó una ojeada al puente, la cubierta o como lo llamara Antoinette. Aunque en términos de potencia, funcionamiento y elegancia tecnológica estaba tan alejado de una corbeta o de la Sombra Nocturna como era posible en una nave espacial, no tuvo problemas para orientarse. Era fácil tras haber presenciado tantos siglos de diseño de naves y haber vivido tantos ciclos de descubrimientos y abandonos tecnológicos. Era, simplemente, cuestión de desempolvar el juego de recuerdos adecuado.