El ángel de la oscuridad (30 page)

Read El ángel de la oscuridad Online

Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

BOOK: El ángel de la oscuridad
5.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me sequé las manos con un paño de cocina y corrí a la puerta principal, mientras Kat fingía que yo era su mayordomo y me ordenaba decir a quien fuera que la visitara que la señora no recibía a nadie esa mañana. Sin embargo, se irguió de inmediato en cuanto me vio entrar en la cocina con los sargentos detectives, ya que aún no estaba del todo convencida de que su visita no guardara relación con ella. Los presenté y los cuatro subimos al salón, donde los demás se sentaron. Yo en cambio subí corriendo hasta el estudio del doctor para coger la fotografía de la enfermera Hunter. Cuando bajé con ella, encontré a los sargentos detectives discutiendo como niños testarudos sobre la cantidad exacta de sustancias químicas que se necesitaba para la prueba que había hecho Lucius esa mañana. Kat estaba sentada en el borde del mismo sillón donde se había sentado antes, mirando a los dos hombres y preguntándose— me juego la cabeza— qué clase de polis eran aquellos que se comportaban de ese modo.

— Allá vamos— dije llevándole la foto a Kat mientras ella se ponía en pie—. Kat, dile a los sargentos detectives quién es esta mujer.

Ella nos miró fijamente a los tres durante unos instantes y luego murmuró:

— Ya te lo he dicho a ti.

— Sí— respondí con otro susurro—, pero ahora díselo a ellos. No te preocupes, no te causarán problemas.

— Ya he oído eso antes— replicó Kat. Luego añadió en voz más alta—: Se llama Libby Hatch. Es la… bueno, ella y Goo Goo…

— ¿Goo Goo Knox?— preguntó Marcus—. ¿El jefe de los Hudson Dusters?

— Sí— respondió Kat—. Ella es su chica. Bueno, una de sus chicas. Tienen varias, los muy hijos de…— Kat se interrumpió y contuvo su furia—. Pero en estos momentos ella es su favorita.

— ¿Libby Hatch?— preguntó Lucius cogiendo la foto—. ¿Está segura?

— Claro que estoy segura. Tengo ojos en la cara, ¿no?

Lucius la miró fijamente.

— ¿Y no sabrá dónde vive esa tal Libby Hatch, por casualidad?

Kat asintió con la cabeza.

— A la vuelta del cuartel general de los Dusters. En Bethune Street. Está casada con un viejo chiflado, pero el tipo está medio muerto así que ella tiene que buscarse la vida. Goo Goo ha puesto a la banda a vigilar su casa. Si alguien intenta robar, acaba en el río. Y no precisamente para nadar, ¿sabe?

Lucius iba a decir algo más, pero Marcus lo atajó alzando un dedo.

— ¿Señorita Devlin? Lo siento pero ¿nos disculpa un momento?

— Claro— respondió Kat más confusa que antes. Luego se volvió hacia mí—. Stevie, ¿puedo bajar para tomar un poco más de esa medicina?

— Sí, claro, Kat— respondí—. Está donde la dejamos.

Trató de sonreír a los sargentos detectives.

— Me duele un poco el estómago. Volveré enseguida.

Lucius y Marcus la miraron salir, el primero aparentemente complacido con las últimas noticias. Estaba a punto de expresar su entusiasmo, pero Marcus volvió a ganarle de mano.

— ¿Cómo sabes que podemos confiar en esa chica, Stevie?

La pregunta me pilló desprevenido.

— Bueno… porque es amiga mía. La conozco desde… desde hace mucho. ¿Por qué no iba a confiar en ella?

Marcus me miró fijamente a los ojos.

— Porque es una prostituta y una adicta a la coca.

Por un instante me sentí herido en mi orgullo, pero la expresión de Marcus me decía que no pretendía ofender y que sólo quería asegurarse de que no estábamos haciendo el primo.

— Ninguna de esas dos cosas la convierte en una mentirosa, sargento detective— respondí mirando al suelo—. Yo respondo por ella.

— Lo de la cocaína es verdad— dijo Lucius, algo perplejo—. Los signos son bastante claros. Pero ¿qué te hace suponer que es una prostituta, Marcus?

— ¿Una chica de esa edad que vive con los Dusters? Por todos los santos, Lucius, no dirigen una casa de caridad.

— Hummm— dijo Lucius con aire sombrío—. Es verdad. Pero la cuestión es que sabe dónde vive esa mujer. ¿Y qué ganaría diciéndonos todo esto? Creo que debemos creerla, sobre todo porque eso nos facilitaría mucho la vida.

— ¿Cómo es eso?— preguntó Marcus.

Pero Lucius se volvió hacia mí.

— Stevie, ¿crees que esa chica estaría dispuesta a hacernos un favor?

Negué con la cabeza.

— Un favor, no lo creo. Ayer la metimos…, la metí en un lío. Además, con la clase de vida que ha llevado Kat, no es muy dada a hacer favores. Pero si puede sacar algún provecho…, bueno, podríamos pedírselo.— Los miré a los dos con seriedad—. Aunque sólo si no es peligroso.

— No debería serlo— respondió Lucius con entusiasmo.

— ¿Qué tramas, Lucius?— preguntó Marcus.

Pero en ese preciso momento Kat subió las escaleras corriendo y entró en el salón.

— ¡Stevie, alguien está entrando en la casa!

— No te preocupes— dije yendo hacia la escalera—. Será el ama de llaves. Me preguntaba dónde se había metido.

— No; son dos hombres— respondió Kat siguiéndome—. ¡Stevie, es el doctor! ¡No debería estar aquí, la va a tomar contigo!

Miré hacia abajo y vi que, en efecto, los recién llegados eran el doctor y Cyrus. Cogí el brazo de Kat y le di un suave apretón.

— No te preocupes— dije. Su temor me causaba cierta gracia—. Ya te he dicho que todo irá bien. El es diferente.

— Pero le hemos quitado comida y la medicina…

— Tranquilízate— respondí cuando el doctor empezó a subir por las escaleras—. Vuelve al salón. Te aseguro que todo irá bien.

Kat asintió de mala gana, pero no se movió. Cuando el doctor llegó a lo alto de las escaleras, lo miró por encima de mi hombro, abriendo desmesuradamente los ojos al ver su largo cabello moreno, sus ojos negros y las ropas que, incluso en verano, eran tan negras como esos ojos. Había olvidado lo imponente, incluso aterrador, que podía resultar el doctor a primera vista.

— ¡Stevie!— dijo el doctor con aire de satisfacción—. Hemos regresado antes de lo previsto. Al parecer ese campo de la antropología está en pañales, así que necesitamos a la mitad del personal de Boas, además de a varios estudiantes de la Universidad de Columbia, para analizar el dardo, y la explicación que nos dieron es bastante vaga. El arma procede de las islas del Pacífico, pero hay cierta confusión con respecto a…— Se interrumpió al ver la figura menuda de Kat escondida a mi espalda—. No sabía que tenías compañía, Stevie. Disculpa mi grosería.

Cyrus subió corriendo por las escaleras, llamándome:

— ¿Stevie? ¿Te encuentras bien? En la cocina hay una botella medio vacía de elixir paregórico…— Entonces también él vio a Kat—. Ah— dijo escrutándola con la mirada. Esbozó una sonrisa y la saludó con una inclinación de cabeza—. Hola, Kat— dijo con cortesía, aunque no precisamente con afecto.

— Señor Montrose— murmuró Kat a mi espalda sin moverse.

Los sargentos detectives salieron del salón y el doctor los miró.

— ¡Ah! Ustedes también están aquí. Estupendo, así ahorraremos tiempo. — Me miró con una sonrisa prudente—. ¿No vas a presentarme, Stevie?

— Ah, no. Quiero decir, sí. Quiero decir…

Kat se apartó apenas unos centímetros de mí y tendió una mano con cautela, como si el doctor fuera a arrancársela de un bocado.

— Katharine Devlin, señor— dijo. El doctor apenas alcanzó a rozarle la mano, porque Kat la retiró de inmediato y volvió a esconderla a mi espalda—. Stevie no me ha invitado. Ha sido idea mía.

— Los amigos de Stevie siempre son bienvenidos— respondió el doctor con sencillez—. Aunque estaríamos mucho más cómodos en el salón, ¿no cree?

Sentí los pequeños pechos de Kat subiendo y bajando rápidamente contra mi espalda.

— Creo que debería irme— dijo con nerviosismo.

Pero yo la retuve.

— Kat, ya te he dicho que no pasa nada— insistí una vez más—. Vamos, quiero que le repitas al doctor lo que nos has dicho a los demás. Y el sargento detective quiere pedirte algo.

Kat volvió a entrar en el salón a regañadientes, aunque no se despegó de mi espalda. Sus ojos azules estaban clavados en el doctor; se le había metido en la cabeza que no era trigo limpio, y su amabilidad hacia ella no hacía más que alimentar su recelo. El doctor cogió un cigarrillo de la repisa de la chimenea, ofreció uno a Marcus y se sentó en un sillón.

— Por favor— dijo señalando un viejo (o quizá debería decir antiguo) sofá francés que estaba cerca de Kat y de mí—. ¿Por qué no se sienta?

Parecía casi tan divertido como yo por la actitud de Kat, pero tuvo la delicadeza de no demostrarlo.

Kat asintió con la cabeza, luego se sentó y estuvo a punto de romperme el brazo y el cuello al tirar de mi camisa para que me sentara junto a ella. Se pegó a mí y desvió los asustados ojos de la cara del doctor apenas lo suficiente para ver qué hacían los detectives.

— La señorita Devlin nos ha proporcionado una información muy útil— dijo Lucius entregando la foto al doctor—. Por lo visto conoce a Elspeth Hunter.

A la amabilidad del doctor se sumó un entusiasmo que le hizo resplandecer los ojos, cosa que puso a Kat aún más nerviosa cuando él la miró.

— ¿De veras, señorita Devlin? ¿Conoce a esa mujer?

— No sé de quién habla él— respondió ella señalando a Lucius con la barbilla—. Pero si usted se refiere a Libby Hatch, pues sí, la conozco.

— Kat frecuenta el local de los Dusters— añadí para evitar que tuviera que explicarlo ella—. Dice que allí conocen a la enfermera Hunter como Libby Hatch y que es una de las amantes de Goo Goo Knox.

— ¿Goo Goo…?— dijo el doctor, confundido—. ¡Ah, sí! Knox, el jefe de los Dusters. No puedo evitar preguntarme cuánta cocaína tendrán que tomar los miembros de la banda para inventar esos nombres tan absurdos.

Kat dejó escapar un sonido que tomé por una exclamación de alarma, pero cuando me volví a mirarla descubrí que estaba sonriendo y que el ruido había sido una especie de risita. Tuve la impresión de que empezaba a convencerse de que el doctor era una buena persona.

El doctor rió con ella, animándola a continuar.

— Bien, señorita Devlin— dijo (y yo noté que a Kat le gustaba que la llamaran así)—, ¿dice que la mujer de la foto mantiene una relación romántica con Knox?

— Es su amante preferida en estos momentos— respondió Kat.

— ¿De veras?

— Y Knox ha puesto su casa bajo protección— añadió Lucius con voz cargada de intención.

— ¿En serio?— El doctor volvió a mirar a Kat—. ¿Se le ocurre alguna razón para que haya hecho algo así, señorita Devlin?

Kat se encogió de hombros y aflojó la mano con que me sujetaba el brazo.

— Goo Goo es un salvaje, y por lo que he visto Libby también. Pasan mucho tiempo arriba, en la habitación de él. Me han dicho que a veces se desmadran. También he oído que ella…, bueno, que baila para él.

— ¿Baila?— repitió el doctor, aparentemente confundido.

Kat miró por la ventana, avergonzada, y asintió.

— Ya sabe, señor… baila. Él hace subir a la banda a tocar en la puerta, y ella… baila.

Por fin el doctor comprendió que Kat se refería a algo que en aquellos tiempos se conocía con varios nombres diferentes pero que en la actualidad se ha dado en llamar
striptease.

— Ya veo— dijo en voz baja—. Disculpe mi ignorancia, señorita Devlin. No quiero parecer un tonto.

— Oh, no, señor— respondió ella con respeto—. No tiene por qué saberlo. Además, como ya he dicho, por el momento es la única mujer que puede seguirle la marcha a Goo Goo, mejor aún que las más jóvenes. Esa Libby se lo trabaja.

— Libby— respondió el doctor dándose golpecitos en la boca con el pulgar mientras reflexionaba—. Libby…— Se volvió hacia los detectives—. ¿Un alias?

Marcus sopesó la cuestión y se encogió de hombros.

— Podría ser un diminutivo de Elspeth. Es lógico que lo use, ya que su nombre está pasado de moda.

— Y Hatch podría ser su apellido de soltera— añadió Lucius—. Lo usa en sitios donde no quiere que la identifiquen. No le resultará fácil conseguir un trabajo de enfermera si se corre la voz de que «baila» para Goo Goo Knox. Pero hay algo más importante, doctor.— Lucius se acercó a él mirando de soslayo a Kat—. En este momento debemos hacer dos cosas. Tenemos que probar que la niña está en casa de la enfermera Hunter y demostrar que la susodicha fue la autora del ataque de Central Park.— Miró a Kat con una sonrisa amistosa—. Creo que la señorita Devlin podría ayudarnos con ambas cosas.

Kat se volvió hacia mí y susurró:

— Stevie… Dijiste que no me meterían en líos…

— No lo harán, Kat— me apresuré a responder—. Tú no te meterás en ningún lío.

— ¿Entonces a qué viene eso de la niña y del ataque?

— No es nada en lo que usted tenga que involucrarse, señorita Devlin— le aseguró el doctor—. Los sargentos detectives están investigando un caso y nosotros los estamos ayudando. Así de sencillo.

Kat dejó escapar un pequeño gruñido y miró al doctor con expresión desafiante.

— No quiero mezclarme en una investigación policial— dijo—. Sobre todo si tiene que ver con Goo Goo. Es capaz de retorcerle el pescuezo a cualquiera aunque no haya esnifado coca.

— Quizá podríamos compensarla por las molestias— dijo Marcus con tacto.

Kat lo miró con los ojos entornados.

— ¿Quiere decir con dinero?

Marcus asintió.

— El dinero no sirve de mucho en el hospital, y menos aún en el fondo del río.

— ¿Y si fuera suficiente para que nunca tuviera que volver a Hudson Street?— preguntó el doctor.

— Eso es imposible— dijo Kat—. Si hago enfadar a los Dusters, no habrá un solo lugar de la ciudad donde pueda esconderme.

— ¿Tanto le gusta la vida en esta ciudad?— preguntó el doctor encogiéndose de hombros—. ¿No tiene familia en otra parte del país?

— Le aseguro que no correrá ningún peligro— dijo Lucius.

— Con esos tipos, siempre hay peligro— se apresuró a responder Kat. Luego miró nuevamente al doctor—. Tengo una tía en San Francisco. Es cantante de ópera.

— ¿De veras?— preguntó el doctor con entusiasmo—. Allí tienen una compañía muy prometedora. ¿Es soprano? ¿Mezzosoprano?

— Es cantante de ópera— respondió Kat, que no tenía ni la más remota idea de qué le hablaba el doctor y se le notaba—. Cuando murió mi padre me mandó una carta diciendo que podía buscarme trabajo de cantante. Yo sé cantar. Stevie me ha oído.

Kat se volvió hacia mí buscando mi apoyo.

Other books

No Dawn for Men by James Lepore
When Last I Died by Gladys Mitchell
Fury by Elizabeth Miles
The Last Weekend by Blake Morrison
Never Have I Ever by Alisha Rai
Kill Me Again by Maggie Shayne
Lawless by Emma Wildes
Seize the Fire by Laura Kinsale
The Baba Yaga by Una McCormack