Siri dudó.
—Sí, pero ¿me creería alguien? ¿Qué pensarían si empezara a gritar que el rey-dios es prisionero de sus propios sacerdotes?
Susebron ladeó la cabeza.
—Créeme: pensarían que estoy loca.
«¿Y si te ganaras la confianza del retornado del que sueles hablar? Sondeluz el Audaz.»
Siri pareció pensativa.
«Podrías acudir a él —escribió Susebron—. Cuéntale la verdad. Tal vez te lleve con otros Retornados que crea que puedan hacerte caso. Los sacerdotes no podrán hacernos callar.»
Siri permaneció junto a él, la cabeza apoyada en su pecho.
—Parece posible, Seb, pero ¿por qué no huir? Mis sirvientes son todas de Pahn Kahl. Dedos Azules ha dicho que intentará ayudarnos a escapar si se lo pido. Podemos huir a Idris.
«Si huimos, las tropas de Hallandren nos seguirán, Siri. No estaríamos a salvo en Idris.»
—Entonces podríamos ir a otra parte.
Él negó con la cabeza.
«Siri, he estado escuchando las discusiones en la corte. Pronto habrá una guerra entre nuestros reinos. Si huimos, estaremos abandonando a Idris a la invasión.»
—La invasión se producirá también si nos quedamos.
«No si tomo el control de mi trono. El pueblo de Hallandren y los dioses están obligados a obedecerme. No habrá ninguna guerra si saben que yo lo desapruebo.»
Borró, y luego continuó escribiendo, más rápido.
«Le he dicho a los sacerdotes que no deseo ir a la guerra, y ellos parecieron comprensivos. Sin embargo, no han hecho nada.»
—Probablemente están preocupados. Si te dejan empezar a hacer política, entonces puede que empieces a pensar que no los necesitas.
«Tendrían razón —escribió él, sonriendo—. Tengo que convertirme en líder de mi pueblo, Siri. Es el único modo de proteger tus hermosas montañas y la familia a la que tanto amas.»
Ella guardó silencio, sin poner más objeciones. Hacer lo que él decía sería seguirles la corriente a los sacerdotes. Jugárselo todo a una carta. Si fallaban, sin duda deducirían que Siri y Susebron podían comunicarse. Eso indicaría el final de su etapa juntos.
Susebron advirtió su preocupación. «Es peligroso, pero es la mejor opción. Huir sería igual de arriesgado, y nos dejaría en peores circunstancias. En Idris, nos considerarían el motivo del ataque de los ejércitos de Hallandren. Otros países serían aún más peligrosos.»
Siri asintió lentamente. En otro país, no tendrían dinero y serían presa fácil para pedir rescate. Escaparían de los sacerdotes sólo para acabar cautivos y ser utilizados en contra de Hallandren. El Reino de la Iridiscencia seguía siendo muy rechazado a causa de la Multiguerra.
—Nos harían cautivos, como dices —reconoció—. Además, si estuviéramos en otro país, dudo que pudieran darte un aliento cada semana. Sin ellos, morirías.
Él pareció vacilar.
—¿Qué ocurre?
«No moriría sin aliento —escribió Susebron—. Pero eso no es un argumento a favor de la huida.»
—¿Quieres decir que las historias de que los Retornados necesitan aliento para vivir son mentira?
«En absoluto. Necesitamos aliento… pero te olvidas que yo contengo la riqueza de aliento transmitida por generaciones en mi familia. Se lo escuché decir a mis sacerdotes una vez. Si fuera necesario trasladarme, podría sobrevivir con los alientos extra que contengo. Son muchos más que el aliento que me convierte en un retornado. Mi cuerpo se alimentaría de esos alientos extra, absorbiendo uno por semana.»
Siri se sentó, pensativa. Eso parecía implicar algo respecto al aliento que no lograba dilucidar del todo. Por desgracia, no tenía ninguna experiencia a la que referirse.
—Muy bien —dijo—. Entonces podríamos ocultarnos si hiciera falta.
«He dicho que no es un argumento a favor de la huida. Mi tesoro de alientos podría mantenerme vivo, pero también me convertiría en un objetivo muy valioso. Todo el mundo querrá esos alientos: aunque no fuera el rey-dios, correría peligro.»
Eso era cierto. Siri asintió.
—Muy bien. Si vamos a intentar descubrir lo que han hecho los sacerdotes, será mejor que lo hagamos pronto. Si muestro signos de estar embarazada, apuesto a que los sacerdotes no tardarán ni dos segundos en secuestrarme.
Susebron asintió.
«Habrá una asamblea general en la corte dentro de un par de días. He oído decir a mis sacerdotes que será una reunión importante: es raro que todos los dioses sean convocados para votar. Esa reunión decidirá si atacaremos Idris o no.»
Siri asintió, nerviosa.
—Podría sentarme con Sondeluz y pedirle ayuda. Si acudimos a otros dioses, delante de las multitudes, tal vez puedan exigir saber si estoy mintiendo o no.
«Y yo abriré la boca y revelaré que no tengo lengua. Entonces veamos qué hacen los sacerdotes. Se verán obligados a inclinarse ante la voluntad de su propio panteón.»
Siri asintió.
—De acuerdo —dijo—. Vamos a intentarlo.
Vasher la encontró practicando de nuevo.
Espiaba por la ventana, tras haber descendido del tejado con una cuerda despertada que lo sujetaba por la cintura. En la habitación, Vivenna despertaba repetidamente un trozo de tela, sin reparar en la presencia de Vasher. Le ordenó a la tela que serpenteara por la habitación, se enroscara en una copa y la trajera de vuelta sin derramar su contenido.
«Está aprendiendo muy rápido», pensó Vasher. Dar las órdenes era sencillo, pero proporcionar el impulso mental adecuado era difícil. Era como aprender a controlar un segundo cuerpo. Vivenna era rápida. Sí, poseía una gran cantidad de alientos. Eso lo hacía más sencillo, pero el verdadero Despertar Instintivo, la capacidad de despertar objetos sin entrenamiento ni práctica, era un don que sólo concedía la Sexta Elevación. Vivenna estaba lejos de ese nivel. Aprendía más rápido de lo normal, aunque se frustraba por lo a menudo que hacía mal las cosas.
Cometió un error mientras él miraba. La tela serpenteó por la habitación, pero se metió dentro de la copa en vez de enroscarse en ella. Se estremeció, hizo caer la copa y finalmente regresó, dejando un rastro húmedo. Vivenna maldijo y se acercó para volver a llenar la copa. No reparó en Vasher. A él no le sorprendió: ahora mismo era un apagado, con todo su exceso de aliento almacenado en su camisa. Ella sustituyó la copa y él se izó cuando regresaba. Naturalmente, el mecanismo de cómo Vasher se movía con las cuerdas era más complicado de lo que parecía. Su orden incorporaba hacer que la cuerda respondiera a golpecitos con su dedo. Despertar era distinto a crear un sinvida: estos tenían cerebros y podían interpretar órdenes y peticiones. La cuerda no tenía nada de eso: sólo podía actuar siguiendo sus instrucciones originales.
Con unos golpecitos, él volvió a bajar. Vivenna estaba de espaldas y cogió otro trapo de colores para usarlo como combustible cuando despertara su cuerda atrapacopas.
«Me gusta —dijo Sangre Nocturna—. Me alegro de que no la matáramos.»
Vasher no respondió.
«Es muy bonita, ¿no te parece?», preguntó la espada.
«Tú no entiendes de eso», replicó Vasher.
«Sí que entiendo.»
Vasher sacudió la cabeza. Bonita o no, la muchacha no tendría que haber venido nunca a Hallandren. Le había dado a Denth una herramienta perfecta. «Naturalmente —admitió con amargura—. Denth tal vez no necesitaba esa herramienta.» Hallandren e Idris estaban a punto de destruirse. Vasher había permanecido lejos demasiado tiempo. Lo sabía. También sabía que era imposible haber vuelto antes.
Dentro de la habitación, Vivenna consiguió que la cuerda le trajera la copa, y se la bebió con una expresión satisfecha que Vasher apenas pudo ver. Hizo que la cuerda lo bajara al suelo. Le ordenó que se soltara de arriba y luego, cuando se enroscó en su brazo, recuperó su aliento y subió los escalones que conducían a la habitación.
* * *
Vivenna se dio la vuelta al oír entrar a Vasher. Soltó la cuerda y guardó a toda prisa el trapo en su bolsillo. «Tonta. ¿Qué importa que me vea practicando? —pensó, ruborizándose—. No es que tenga nada que esconder.» Pero practicar ante él resultaba embarazoso. Eran tan severo, tan inflexible con los defectos. No le gustaba que la viera fracasar.
—¿Y bien? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Tanto la casa que empleabais como el refugio de los suburbios están vacíos —contestó—. Denth es demasiado listo para dejarse pillar. Debió de deducir que revelarías su localización.
Vivenna apretó los dientes, frustrada, y se apoyó contra la pared. Como las otras habitaciones en que se habían alojado, aquélla era sumamente simple. Sus únicas posesiones eran un par de petates y las mudas de ropa, que Vasher llevaba en su mochila.
Denth vivía con mucho más lujo. Podía permitírselo: ahora tenía todo el dinero de Lemex. «Fue listo —pensó ella—. Me dio el dinero y me hizo creer que estaba al mando. Supo todo el tiempo que el oro no dejaba de estar en sus manos, igual que yo.»
—Esperaba vigilarlo —dijo—. Tal vez adelantarnos a lo que esté planeando.
Vasher se encogió de hombros.
—No funcionó. No tiene sentido lamentarse por eso. Vamos. Creo que puedo lograr que nos reunamos con algunos obreros idrianos en uno de los huertos, si llegamos durante la pausa del almuerzo.
Vivenna frunció el ceño mientras él se volvía.
—Vasher, no podemos seguir haciendo esto.
—¿Esto?
—Cuando estaba con Denth, nos reuníamos con jefes del hampa y políticos. Tú y yo sólo nos reunimos con campesinos.
—¡Son buenas personas!
—Sé que lo son —dijo Vivenna rápidamente—. Pero ¿crees de verdad que sirve para algo? Comparado con lo que probablemente estará haciendo Denth, quiero decir.
Él frunció el ceño, pero en vez de discutir con ella, sólo descargó un puñetazo contra la pared.
—Lo sé —admitió—. He intentado otras cosas, pero casi todo lo que hago parece ir un paso por detrás de Denth. Puedo matar a sus bandas de ladrones, pero tiene más de las que puedo encontrar. He intentado descubrir quién maquina a favor de la guerra, incluso he seguido pistas en la Corte de los Dioses, pero todo el mundo se muestra cada vez más reservado. Dan por hecho que la guerra es inevitable, y no quieren que se les vea en la parte perdedora del debate.
—¿Y los sacerdotes? ¿No son los que llevan los temas ante los dioses? Si podemos conseguir más sacerdotes que argumenten en contra de la guerra, tal vez podamos detenerla.
—Los sacerdotes son volátiles —respondió Vasher, sacudiendo la cabeza—. La mayoría de los que argumentaron contra la guerra han cedido. Incluso Nanrovah ha cambiado de bando.
—¿Nanrovah?
—El sumo sacerdote de Marcaquieta —explicó Vasher—. Lo consideraba de convicciones firmes: incluso se reunió conmigo varias veces para hablar de su oposición a la guerra. Ahora se niega a verme y ha cambiado de bando. Mentiroso incoloro.
Vivenna frunció el ceño, recordando.
—Vasher —dijo—. Le hicimos algo.
—¿Qué dices?
—Denth y su equipo. Ayudamos a una banda de ladrones a robarle a un mercader de sal. Usamos un par de distracciones para cubrir el robo. Le prendimos fuego a un edificio cercano y volcamos un carruaje que pasaba por el jardín. El carruaje pertenecía a un sumo sacerdote. Creo que se llamaba Nanrovah.
Vasher maldijo en voz baja.
—¿Crees que podría estar relacionado? —preguntó ella.
—Tal vez. ¿Sabes qué ladrones cometieron el robo?
Ella negó con la cabeza.
—Volveré —dijo él—. Espera aquí.
* * *
Eso hizo. Esperó durante horas. Trató de practicar el despertar, pero ya había pasado casi todo el día trabajando en eso. Estaba agotada mentalmente y le resultaba difícil concentrarse. Acabó asomada a la ventana, molesta. Denth siempre la había dejado acompañarlo cuando salía a buscar información.
«Eso fue sólo porque quería mantenerme cerca», pensó. Ahora que lo recordaba, había un montón de cosas que Denth le había ocultado. Vasher no se molestaba en tranquilizarla.
Sin embargo, cuando ella le preguntaba, no era parco con la información. Sus respuestas eran a regañadientes, pero solía contestar. Ella seguía repasando aquella conversación sobre el despertar. No tanto por lo que había dicho él, sino por el modo en que lo había dicho.
Se había equivocado con Vasher. De eso estaba casi segura. Tenía que dejar de juzgar a la gente. Pero ¿era eso posible? ¿No se basaba la interacción, en parte, en los juicios? El trasfondo y las actitudes de una persona influían en cómo se le respondía.
La clave, entonces, radicaba en dejar de juzgar. Había considerado amigo a Denth, pero no tendría que haberlo ignorado cuando decía que los mercenarios no tenían amigos.
La puerta se abrió. Vivenna dio un respingo y se llevó la mano al pecho.
Vasher entró.
—Empieza por echar mano de esa espada cuando te sobresaltes —dijo—. No hay ningún motivo para que te agarres la camisa, a menos que pienses desgarrártela.
Vivenna se ruborizó, el pelo convertido en rojo. La espada que él le había dado yacía a un lado de la habitación: no habían tenido muchas oportunidades de practicar, y ella apenas sabía empuñarla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella mientras él cerraba la puerta. Ya estaba oscuro fuera, y la ciudad empezaba a chispear de luces.
—El robo fue una tapadera. El verdadero golpe era el carruaje. Denth le prometió a los ladrones algo valioso si cometían un robo y provocaban un incendio, pero ambas cosas eran distracciones para conseguir el carruaje.
—¿Para qué?
—No estoy seguro.
—¿Por dinero? Cuando Tonk Fah golpeó al caballo, un cofre cayó desde lo alto. Estaba lleno de oro.
—¿Qué pasó entonces? —preguntó Vasher.
—Yo me marché con los demás. Creí que el carro era una distracción, y tenía que quitarme de en medio.
—¿Y Denth?
—No estaba allí, ahora que lo pienso. Los demás me dijeron que se encontraba reunido con otros ladrones.
Vasher asintió. Se acercó a su mochila y sacó varias prendas de vestir. Se quitó la camisa, revelando un torso musculoso y bastante velludo. Vivenna parpadeó sorprendida, luego se ruborizó. Probablemente tendría que haberse vuelto, pero la curiosidad era demasiado fuerte.
Él no se quitó los pantalones, menos mal, sino que sólo se cambió de camisa. Las mangas de ésta estaban cortadas en forma de lazos largos cerca de las muñecas.