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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (31 page)

BOOK: El Aliento de los Dioses
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Él dirigió una mirada a Tonk Fah, pero el grueso mercenario se había desviado hacia un puesto del mercado, seguido de Parlin. Vivenna advirtió que Parlin había vuelto a ponerse su ridículo sombrero verde a pesar de que ella lo desaprobaba. ¿Qué pasaba con aquel hombre? No era demasiado inteligente, cierto, pero siempre había sido equilibrado.

—Joyas —llamó Denth—. Llévanos a casa de Raymar.

Joyas asintió y dio instrucciones a Clod. El grupo giró en otra dirección a través de la multitud.

—¿Sólo le responde a ella? —preguntó Vivenna.

Denth se encogió de hombros.

—Tiene instrucciones básicas para hacer lo que Tonks y yo digamos, y yo sé la frase de seguridad que puedo utilizar si necesito más control.

Vivenna frunció el ceño.

—¿Frase de seguridad?

Denth la miró.

—Es una cuestión religiosa bastante peliaguda. ¿De verdad quieres que te lo explique?

Vivenna ignoró el tono divertido de su voz.

—Sigue sin gustarme la idea de que esa criatura esté con nosotros, sobre todo si no puedo controlarla.

—Todos los despertares funcionan por medio de una orden, princesa —explicó Denth—. Le infundes vida a algo y luego le das una orden. Los sinvida son valiosos porque puedes darles ordenes después de crearlos, al contrario de los objetos corrientes despertados, a los que sólo se les puede dar una orden por adelantado. Además, los sinvida pueden recordar una larga lista le órdenes complicadas y normalmente no las malinterpretan. Conservan un trocito de humanidad, supongo.

Vivenna se estremeció. Eso les hacía parecer demasiado conscientes de sí mismos para su gusto.

—Sin embargo, eso significa que cualquiera puede controlar a un sinvida —continuó Denth—. No sólo la persona que los crea. Así que les imprimimos frases de seguridad. Un par de palabras que te permitan darle a la criatura nuevas órdenes.

—¿Y cuál es la frase para Clod?

—Tendré que preguntarle a Joyas si puedes saberla.

Vivenna abrió la boca para quejarse, pero se lo pensó mejor. Estaba claro que a Denth no le gustaba interferir con Joyas ni con su trabajo. Vivenna tendría que mencionar el tema más tarde, cuando estuvieran en algún lugar privado. Se volvió para mirar a Clod. Iba vestido con ropas sencillas. Pantalones grises y una camisa gris, con una pelliza de cuero incolora. Llevaba una gran espada a la cintura, no una de duelo sino una más brutal, de hoja ancha.

«Todo de gris —pensó—. ¿Acaso quieren que todo el mundo reconozca a Clod como un sinvida?» A pesar de que Denth había dicho que los sinvida eran corrientes, mucha gente daba un rodeo para no cruzarse con la criatura. Las serpientes puede que sean corrientes en la jungla, pero eso no significa que a la gente le guste verlas.

Joyas hablaba en voz baja con el sinvida, aunque la criatura nunca respondía. Simplemente caminaba, inhumano en el ritmo invariable de sus pasos.

—¿Siempre le habla así? —preguntó Vivenna, con un escalofrío.

—Ajá —respondió Denth.

—No parece muy sano.

Denth parecía preocupado, pero no dijo nada. Unos instantes más tarde, Tonk Fah y Parlin regresaron. A Vivenna no le hizo gracia ver que Tonk Fah llevaba un monito en el hombro. Parloteó algo y luego se pasó al otro hombro por detrás del cuello.

—¿Una nueva mascota? —preguntó Vivenna—. ¿Qué ha pasado con ese loro que tenías?

Tonk Fah pareció apurado y Denth sacudió la cabeza.

—Tonks no es muy bueno con las mascotas.

—Ese loro era muy aburrido —dijo el aludido—. Los monos son más interesantes.

Vivenna meneó la cabeza. Poco después llegaron al siguiente restaurante, bastante menos lujoso que el anterior. Joyas, Parlin y el sinvida se apostaron fuera, como de costumbre, y Vivenna y los dos mercenarios entraron.

Aquellas reuniones se estaban volviendo rutinarias. Durante el último par de horas se habían visto con una docena de personas de diversa utilidad. Algunos eran líderes clandestinos a quienes Denth creía capaces de crear un alboroto. Otros eran mercaderes, como Fob. En conjunto, Vivenna estaba impresionada por la variedad de formas encubiertas que Denth había hallado para perturbar la vida en T'Telir.

Sin embargo, en la mayoría de las reuniones se requería una muestra de los Mechones Reales de Vivenna como cebo. La mayoría de la gente comprendía al instante la importancia de que una hija de sangre real estuviera en la ciudad, y ella se preguntó qué resultados pretendía conseguir Lemex sin una prueba tan convincente.

Denth los condujo a una mesa en un rincón, y Vivenna frunció el ceño al ver lo sucio que estaba el restaurante. La única luz era la que se filtraba por unos ventanucos en el techo, pero incluso eso bastaba para ver la mugre. A pesar del hambre que tenía, no comería nada en ese establecimiento cutre.

—¿Por qué seguimos cambiando de restaurantes? —preguntó, sentándose, no sin antes limpiar el banco con un pañuelo.

—Así es más difícil que nos espíen —respondió Denth—. Te lo advierto una vez más, princesa: esto es más peligroso de lo que parece. No dejes que una simple reunión para comer te despiste. En cualquier otra ciudad nos reuniríamos en escondrijos, garitos de juego o callejones. Es mejor no detenerse en ningún sitio.

Se sentaron, y como si no acabaran de llegar de su segundo almuerzo del día, Denth y Tonk Fah pidieron comida. Vivenna permaneció en silencio, preparándose para la reunión. El Festín de los Dioses era un día sagrado en Hallandren, aunque, por lo que había visto, los paganos habitantes de la ciudad no tenían ni idea de lo que debería ser un «día sagrado». En vez de ayudar a los monjes en los campos o atender a los necesitados, la gente se tomaba la tarde libre y se dedicaba a atiborrarse de comida, como si los dioses quisieran que se diesen al despilfarro.

Y tal vez así era. Por lo que había oído, los Retornados eran derrochadores. Tenía sentido que sus seguidores pasaran su «día sagrado» comportándose como vagos y glotones.

Su contacto llegó antes que la comida. Entró con dos guardaespaldas propios. Llevaba ropas elegantes (lo que, en T'Telir, significaba prendas brillantes), pero su barba era larga y grasienta, y le faltaban varios dientes. Sus guardaespaldas acercaron una segunda mesa a la de Vivenna, y tres sillas. El hombre tomó asiento, cuidando de mantener las distancias con Denth y Tonk.

—Te veo un poco paranoico, ¿no? —comentó Denth.

El hombre se encogió de hombros.

—La cautela nunca hace daño.

—Más comida para nosotros, pues —dijo Tonk Fah cuando le sirvieron un plato lleno de trozos rebozados y fritos. El mono bajó por el brazo del mercenario y cogió unas piezas.

—Así que eres el célebre Denth —dijo el hombre.

—Lo soy. Y tú eres Grable, ¿no?

El hombre asintió.

«Uno de los jefes de ladrones menos recomendables de la ciudad —pensó Vivenna—. Un valioso aliado de la rebelión de Vahr.»

—Bien —dijo Denth, y no se anduvo por las ramas—: tenemos cierto interés en que algunas carretas de suministros desaparezcan camino de la ciudad.

Vivenna miró alrededor para asegurarse de que nadie los oía desde alguna mesa cercana.

—Grable es dueño de este restaurante, princesa —susurró Tonk Fah—. Uno de cada dos hombres aquí presentes es probablemente guardaespaldas suyo.

«Magnífico», pensó ella, molesta porque no se lo hubieran dicho antes de entrar. Miró de nuevo alrededor, sintiéndose más nerviosa esta vez.

—¿Y eso? —preguntó Grable, devolviendo la atención de Vivenna a la conversación—. ¿Quieres hacer desaparecer caravanas de alimentos?

—No es tarea fácil —admitió Denth, sombrío—. No son caravanas de largo recorrido. La mayoría simplemente vienen a la ciudad desde las granjas de las afueras.

Le hizo un gesto a Vivenna, y ella sacó una bolsita con monedas. Se las tendió, y él las arrojó a una mesa contigua.

Uno de los guardaespaldas revisó su contenido.

—Por las molestias de venir hoy —dijo Denth.

Vivenna vio perderse el dinero con un calambre en el estómago. Le parecía reprobable usar fondos reales para sobornar a hombres como Grable. Aquellos ni siquiera era un soborno de verdad: era simplemente «dinero para gastos», como lo expresaba Denth.

—Los carros de los que estamos hablando… —continuó el mercenario.

—Espera —interrumpió Grable—. Veamos primero su pelo.

Vivenna suspiró y se dispuso a levantarse el pañuelo.

—Nada de pañuelos —dijo Grable—. Sin trucos. Los hombres de esta sala son leales.

Ella miró a Denth, que asintió. Así que cambió de color de pelo un par de veces. Grable observó con interés, rascándose la barba.

—Bonito. Muy bonito —dijo por fin—. ¿Dónde la has encontrado?

Denth frunció el ceño.

—¿A quién?

—A esta persona con suficiente sangre real para imitar a una princesa.

—No es ninguna impostora —declaró Denth, mientras Tonk Fah seguía entretenido con el plato de fritos.

—Vamos —dijo Grable, mostrando una sonrisa amplia e irregular—. Puedes decírmelo.

—Es la verdad —intervino Vivenna—. Ser de la realeza es algo más que sólo sangre. Es cuestión de linaje y de la sagrada llamada de Austre. Mis hijos no tendrán los Mechones Reales a menos que yo me convierta en reina de Idris. Sólo los herederos potenciales tienen capacidad para cambiar de color el pelo.

—Tonterías supersticiosas —desdeñó Grable. Se inclinó hacia delante, ignorándola, y se centró en Denth—. No me importan tus caravanas, Denth. Quiero comprarte a la chica. ¿Cuánto?

Denth guardó silencio.

—Se habla de ella por toda la ciudad —continuó Grable—. Entiendo lo que estás haciendo. Podrías manejar a un montón de gente, hacer un montón de ruido, con una persona que parezca pertenecer a la familia real. No sé dónde la has encontrado, o cómo la has entrenado tan bien, pero la quiero.

Denth se levantó lentamente.

—Nos marchamos —dijo. Los guardaespaldas de Grable se levantaron también.

Denth actuó.

Hubo destellos de luz reflejada y cuerpos moviéndose demasiado rápido para que la mente aturdida de Vivenna los siguiera. Entonces el movimiento se detuvo. Grable permaneció sentado en su silla. Denth se quedó de pie, la hoja de su espada asomando a través del cuello de un guardaespaldas.

Éste parecía sorprendido, la mano todavía en la espada. Vivenna ni siquiera había visto a Denth desenvainar su arma. El otro guardaespaldas se tambaleó, con la parte delantera de la pelliza manando sangre por el lugar donde, sorprendentemente, Denth había conseguido atravesarlo también.

Cayó al suelo, derribando la mesa de Grable con sus estertores de muerte.

«Señor de los Colores… —pensó Vivenna—. ¡Qué rápido!»

—Vaya, eres tan bueno como dicen —comentó Grable, sin dar ninguna muestra de preocupación. En toda la sala los otros hombres se habían puesto en pie. Eran unos veinte. Tonk Fah cogió otro puñado de fritos, y le dio un codazo a Vivenna.

—Creo que nos vamos —susurró.

Denth sacó la espada del cuello del guardaespaldas, que se unió a su amigo para morir desangrado en el suelo. Denth envainó la espada sin limpiarla ni dejar de mirar a Grable.

—La gente habla de ti —dijo éste—. Dicen que saliste de ninguna parte hace una década y que reuniste a un equipo con los mejores… bueno, los robaste a gente importante, o de prisiones importantes. Nadie sabe mucho de ti, aparte de que eres rápido. Algunos dicen que de un modo inhumano.

Denth señaló con la cabeza hacia la puerta. Vivenna se levantó, nerviosa, y dejó que Tonk Fah la sacara de allí. Los hombres continuaron con las manos en las espadas, pero ninguno atacó.

—Es una lástima que no podamos hacer negocios —suspiró Grable—. Espero que pienses en mí para futuros asuntos.

Denth se dio la vuelta y se unió a Vivenna y Tonk Fah cuando ya abandonaban el restaurante para salir a la calle soleada. Parlin y Joyas corrieron a alcanzarlos.

—¿Nos deja marchar? —preguntó Vivenna, el corazón desbocado.

—Sólo quería ver mi espada —contestó Denth, todavía tenso—. Sucede a veces.

—Aparte de eso, quería robarse una princesa —añadió Tonk Fah—. O verificaba la habilidad de Denth o se quedaba contigo.

—Pero… ¡podríais haberlo matado!

Tonk Fah se echó a reír.

—¿Y echarse encima a la mitad de los ladrones, asesinos y rateros de la ciudad? No, Grable sabía que no corría ningún peligro.

Denth se volvió a mirarla.

—Lamento haberte hecho perder el tiempo… Creía que sería sutil.

Vivenna frunció el ceño, advirtiendo por primera vez la cuidosa máscara que Denth colocaba sobre sus emociones. Siempre le había parecido descuidado, como Tonk Fah, pero ahora veía atisbos de algo más. Control. Control que estaba, por primera vez, a punto de perder.

—Bueno, no ha habido daños —dijo ella.

—A excepción de esos matones a los que ha pinchado Denth —añadió Tonk Fah, dando de comer otro bocado al mono.

—Tenemos que…

—¿Princesa? —llamó una voz entre la multitud. Denth y Tonk Fah giraron sobre los talones. Una vez más, la espada de Denth asomó antes de que Vivenna pudiera seguirla. Esta vez, sin embargo, no golpeó. El hombre que los seguía no parecía una amenaza. Vestía ropas marrones ajadas y su rostro correoso y bronceado. Tenía aspecto de campesino.

—Oh, princesa. —El hombre se adelantó, ignorando las espadas—. Eres tú. Había oído rumores, pero… ¡oh, estás aquí!

Denth dirigió una mirada a Tonk Fah, y éste extendió una mano ante el recién llegado para evitar que se acercara demasiado a Vivenna. A ella le habría parecido una cautela innecesaria si no acabara ver a Denth matar a dos hombres en un abrir y cerrar de ojos. El peligro del que hablaba siempre Denth empezaba a calar en su mente. Si ese hombre tenía un arma oculta y un poco de habilidad, podría matarla antes en un santiamén.

Comprender aquella situación le provocó un escalofrío.

—Princesa —dijo el hombre, hincándose de rodillas—. Soy siervo.

—Por favor. No me hagas destacar.

—Oh. —El hombre alzó la cabeza—. Lo siento. ¡Ha pasado tanto tiempo desde que partí de Idris! ¡Pero eres tú!

—¿Cómo sabías que estoy aquí?

—Por los idrianos de T'Telir —explicó—. Se comenta que has venido a recuperar el trono. Llevamos tanto tiempo de opresión que creí que se lo inventaban. ¡Pero es verdad! ¡Estás aquí!

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