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Authors: Alejandro Riveiro

Tags: #Ciencia ficción

Ecos de un futuro distante: Rebelión (46 page)

BOOK: Ecos de un futuro distante: Rebelión
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Gracias a poder viajar solo. Tor'ganil no desaprovechó la oportunidad para revelar su auténtica forma una vez más. No sólo eso, si no que aprovechó el viaje para convocar de nuevo sus armas y practicar con ellas para asegurarse de que no había perdido ni un ápice de genialidad en el combate cuerpo a cuerpo. Seguramente no necesitaría llegar a ese extremo, pero, si así fuera, quería tener la seguridad de que podría hacer frente a quienquiera que estuviese lo suficientemente loco como para cometer semejante estupidez.

Había algo que le preocupaba, sin embargo. Más allá de la posibilidad de que Hans llegase primero. Tor'ganil había visto algunos futuros en los que sus iguales, los Ur'daeralmán, le hacían frente. No podía saber la posibilidad de que aquello llegase a suceder, pero consideró, conociendo las debilidades de su especie, que era poco probable que pasase.

Se acercó al centro de control de su nave, contemplando las inmediaciones en las que se encontraba. No tardaría mucho en llegar a Antaria. Una vez allí, tendría que actuar con rapidez, y sobretodo, eficiencia. Una vez tuviera localizados a los emperadores, matarles sería coser y cantar. Ya lo había hecho en otras ocasiones, incluso disfrutó perversamente cuando vio a todos aquellos reclutas de Ilstram cayendo como moscas en la emboscada que tendieron los lomarianos en Nelder gracias a su inestimable ayuda. Sólo tuvo que hacerse pasar por uno de ellos para que los demás le siguieran en masa, después disfrutó del espectáculo desde lo alto de las ramas de un árbol cercano. Sin duda, se decía a sí mismo, los humanos no podían ser mucho más diferentes.

De repente, pudo percibir como su nave comenzaba a detenerse, hasta hacerlo por completo. Era imposible. Eran los propios Daeralmán los que daban impulso a sus naves por medio de la energía que manipulaban a su alrededor. Que de repente su transporte hubiera dejado de moverse sólo podía significar una cosa: Había otro Daeralmán a su alrededor y sabía que él estaba allí.

Miró a su alrededor, intentando localizar aquella presencia que había decidido interferir en sus planes. Sin embargo, el enigma no duró mucho tiempo. Un rayo de luz dorado atravesó la nave, hasta detenerse delante suyo. A pocos pasos, pudo ver la figura dorada de un Ur'daeralmán. Habían pasado muchísimos años desde la última vez que se había encontrado con uno:

—¿Quién eres? —preguntó el despiadado Tor'daeralmán.

—Soy Ur'nodel —le dijo aquel extraño.—. He venido a impedir que llegues a Antaria.

Tor'ganil rió animadamente:

—¿Impedírmelo? ¿Tú? Pero si sólo eres un crío… —dijo con aire seguro mientras caminaba alrededor de su inesperado oponente.—. Permíteme que te ofrezca un trato. Puedes venir conmigo a ese despreciable planeta humano. Te dejaré ver como mato a los emperadores y convierto a esa patética especie en la mayor fuerza de destrucción del universo. Tú podrías ser mi compañero… juntos llevaríamos el caos a todas partes. Tal y como se nos ordenó hace millones de años.

—No manipularás más los designios del Universo. No te lo permitiré. —Dijo Ur'nodel, mientras junto a sus manos aparecían sus leales varas de combate.

—Vaya, así que quieres jugar… Muy bien, hace tiempo que no mato a un Ur'daeralmán. Será divertido. —Dijo.

Tor'ganil colocó sus manos hacia atrás, y sobre las mismas aparecieron sus dos espadas. Ur'nodel no se dejó impresionar, y tomó la iniciativa del combate. Se abalanzó sobre su adversario, buscando golpearle con sus armas para intentar distraerle el suficiente tiempo como para poder alejar aquella nave de allí.

Pero su rival era más rápido, más veterano, y más experto en aquellas lides. Con sus espadas repelió el ataque, golpeó rápidamente a Ur'nodel en el pecho con una potente patada, y mientras salía despedido contra la pared de la nave, se lanzó sobre él dispuesto a asegurarse de que no se levantaría de nuevo.

El Ur'daeralmán reaccionó rápido, transportándose al medio de la sala y dejando a su enemigo de camino a la pared. Mientras se preparaba para el inminente ataque, se dio cuenta de que la velocidad a la que pensaba y reaccionaba el Tor'daeralmán no era algo que se pudiera despreciar. Antes de llegar a tocar la pared, Tor'ganil ya se había colocado para tomar impulso y lanzarse de nuevo a por su oponente. Comenzaron a intercambiar una rápida serie de golpes en la que cada espadazo de Tor'ganil era recibido por alguno de los dos bastones con los que luchaba su rival.

—Sabes cómo va a terminar esto —le dijo aquel malvado ser.—. No sufras más, déjate matar. El resultado será el mismo.

—¡Jamás! —gritó Ur'nodel.—. No podrás conmigo.

Recordando algunos de los trucos y consejos que le había enseñado Ur'daar, uno de sus bastones desapareció de sus manos. Tor'ganil aprovechó aquella situación para asestar una rápida oleada de golpes que el Ur'daeralmán consiguió repeler con su única arma. Hizo aparecer su otro bastón detrás de su enemigo, y lo lanzó con la fuerza de toda la energía que podía concentrar contra su torso. El golpe desequilibró a Tor'ganil, mandándole al suelo.

Y su única reacción fue la de reírse, de una manera atronadora y aterradora:

—Tengo que reconocerlo, tienes agallas —dijo—. Es una lástima que no seas capaz de ver cuál es el destino final de este Universo y te unas a los nuestros. Podríamos hacer tantas cosas juntos…

—¿De qué destino hablas?

—¡La destrucción de toda su vida! Eso es lo que conseguirá la semilla del caos. —Dijo Tor'ganil.

—Siempre habrá vida. Y mientras haya vida, alguien habrá para haceros frente —respondió Ur'nodel.

—No, no lo has entendido. Con la nueva vida, generaremos nuevo caos. Vuestras creaciones están diseñadas para ser destruidas. Por tanto, ya habéis perdido la batalla. Sólo es una cuestión de esperar a que seáis capaces de aceptarlo. El caos es la respuesta.

—Estás chiflado —le dijo Ur'nodel.

Los dos seres intercambiaron una nueva oleada de golpes, esta vez fue Tor'ganil el que demostró hasta dónde podía llegar su poder. Se deshizo de sus armas, y utilizando la energía, levantó a Ur'nodel en el aire, lanzándolo con una fuerza enorme contra las paredes de la nave. Los Ur'daeralmán no sentían dolor del mismo modo que los humanos experimentaban sufrimiento físico, el suyo era algo diferente, pero no menos molesto. Ur'nodel intentó recomponerse. Sabía que si perdía el control terminaría sucumbiendo ante aquel despiadado ser.

—Sólo un poco más —se dijo.

Su enemigo no llegó a darse cuenta de que las armas habían desaparecido de las manos del Ur'daeralmán. Las utilizó nuevamente para golpear a Tor'ganil y conseguir romper el enlace de energía con el que estaba manipulándole a voluntad.

—Me estoy divirtiendo enormemente —le dijo al amigo de Ur'daar.—. ¿De verdad no ves a dónde te lleva esto? No puedes ganarme. Vete, te perdonaré la vida. Todavía puedo llegar a Antaria. No eres más que un entretenimiento para mí. No puedes hacerme nada.

Ante aquellas palabras, aquel desprecio, por primera vez desde que tenía uso de memoria, Ur'nodel se sintió furioso. Levantó sus manos hacia Tor'ganil, y creó una especie de lazo de energía alrededor del mismo, que apretó con fuerza. Su sorprendido enemigo intentaba zafarse en vano. No conseguía deshacerse de aquella extraña atadura. Ur'nodel cogió de nuevo sus armas, que aparecieron de la nada una vez más, y se lanzó a por su rival que intentaba en vano liberarse. Mientras tanto la nave comenzó a moverse. A alejarse de Antaria:

—¡No te lo permitiré! —le gritó a aquel Tor'daeralmán.

—Me estás empezando a irritar —replicó él.

Antes de que Ur'nodel pudiese llegar a impactar con él, se convirtió en un haz de energía para desplazarse rápidamente y zafarse de aquella trampa.

Siguió moviéndose por la sala, intentando evitar los ataques de su oponente, que terminaban pegando al aire. Rápidamente creó de nuevo sus espadas, e hizo un movimiento que hacía mucho tiempo había dejado casi olvidado. Unió ambas armas por la empuñadura, creando una enorme espada de doble filo con un mango en el centro. La cogió con las dos manos, y se abalanzó sobre Ur'nodel moviéndola en grandes círculos.

Era una forma de luchar parecida a la de Ur'daar con su bastón, aunque mucho más engañosa. El giro constante de la espada hacía muy difícil saber cuándo iba a golpearle, y le facilitaba su defensa igualmente. Ur'nodel intentó de nuevo crear sus armas en la espalda de Tor'ganil para golpearle y desequilibrarle como ya había hecho en dos ocasiones. Pero el Tor'daeralmán se giró rápidamente y golpeó las dos armas que se suspendían en el aire inanimadas.

—No puedes repetir el mismo truco una y otra vez sin esperar que lo aprenda —le dijo a su oponente.

La nave continuaba alejándose de Antaria, cada vez a mayor velocidad. Tor'ganil estaba completamente dedicado a la pelea y a destruir a su oponente. Aunque se sabía enormemente superior a él, estaba resultando un hueso muy duro de roer. Ur'nodel por su parte, intentaba mantener su mente clara. El objetivo primordial no era destruir a Tor'ganil, aquella no era su función en el gran designio del Universo. Su papel, como él lo había elegido, era retrasarle lo suficiente para que tanto Hans y Alha como Khanam, Nahia y Ur'daar llegasen a Antaria. Allí su amigo tendría ventaja, Tor'ganil no podía revelarse ante los humanos como lo que era si quería dominarles.

El Ur'daeralmán sintió que se acercaba el gran momento. La nave de Hans, a buen seguro, si su lectura de los futuros no era errónea, ya tenía que estar en tierra. Y Ur'daar no podía tardar mucho más en llegar.

Miró confiadamente a su rival, dejó caer sus armas al suelo, y extendiendo sus brazos, dijo:

—He ganado.

—No estás ni cerca de conseguir vencerme —dijo Tor'ganil.

—Ya lo he hecho. Han llegado a Antaria. Mientras tú estabas centrado en intentar destruirme no has percibido cómo he ido alejando la nave. No puedes llegar a Antaria antes que ellos. He ganado.

Tor'ganil se detuvo por un momento, desvió su atención de Ur'nodel y contempló su alrededor. La mente de un Tor'daeralmán era mucho más analítica que la de cualquier otra especie. Comprendió que su enemigo tenía razón. Aquel joven e inexperto Ur'daeralmán había conseguido manipular la energía alrededor de la nave hasta ponerla en un movimiento constante en dirección opuesta a Antaria. Y él no se había dado cuenta.

Furioso, se lanzó a por su enemigo. Pero Ur'nodel no iba a dejarse matar, no iba a morir con tanta facilidad. Sus armas volvieron a aparecer en sus manos, y se lanzó igualmente a por Tor'ganil:

—Pasará lo que tenga que pasar —le dijo el Ur'daeralmán a su enemigo.

—Sigues sin haber impedido mi gran triunfo. Si no puedo entrar ahora en Antaria, volveré, encontraré otra manera de hacerlo. Otro humano al que manipular, como hice durante tantos años con el mariscal. No podéis detenerme, nunca podréis. ¡Soy el guardián de la destrucción!

—Palabras vacías que desaparecen en la inmensidad del tiempo al que tú también sucumbirás, anciano. —Le dijo Ur'nodel.

—Es una lástima que tú no vayas a estar aquí para ver lo que va a pasar. —Respondió su rival.

Tor'ganil separó de nuevo sus espadas, una de ellas desapareció, y comenzó a luchar a una sola mano. Con un ímpetu que el Ur'daeralmán no había visto hasta aquel momento. Cada vez le costaba más mantenerse al nivel de su enemigo. De repente, sintió como aquel Tor'daeralmán volvía a manipular la energía a su alrededor y le elevaba en el aire una vez más. Lo lanzó de nuevo contra la pared. Pero esta vez, Ur'nodel sabía que algo iba a ser diferente. Aunque intentó evitarlo, no pudo. La otra espada de Tor'ganil apareció como una estaca letal fundida en la pared. Su enemigo no tuvo ningún tipo de piedad. Aquella oscura arma atravesó su torso por completo. Aquel endiablado ser había conseguido su objetivo. Ur'nodel no podía liberarse del control de energía que estaba ejerciendo sobre él, y aquella espada que había atravesado su cuerpo era testigo del poder que manejaba su oponente. Las armas de los Tor'daeralmán, al igual que las suyas, estaban hechas de energía. Y en la mayoría de los casos sólo podían llegar a dañar a su enemigo sin causarle grandes estragos. Pero Tor'ganil era tan experto en el manejo de la energía, y tan poderoso, que había logrado ir más allá.

Se acercó a él. Ur'nodel podía sentir como su energía comenzaba a desvanecerse. Era el equivalente a la muerte para los suyos:

—Puede que hayas conseguido detenerme —le dijo Tor'ganil—. Pero no vivirás para contarlo.

—No te dejaré absorber mis conocimientos —respondió Ur'nodel—. No sacarás nada de provecho de mi muerte.

—Oh, qué simpático. Provocador hasta en la muerte. —Le dijo Tor'ganil.—. Conmovedor…

Poco a poco, Ur'nodel comenzó a desvanecerse. El Tor'daeralmán puso una mano en la frente de aquel ser, intentando atrapar algunos de los conocimientos que había ido guardando durante su vida. Aunque era extremadamente raro que dos Daeralmán se enfrentasen en un combate a muerte, era un suceso que ya había tenido lugar en el pasado. Y desde entonces, se había transmitido que era posible retener parte de las memorias del derrotado. Tor'ganil lo intentó, pero incluso en eso, Ur'nodel demostró ser mucho más resistente de lo esperado. Consiguió mantener un escudo mental hasta casi el último momento de su existencia.

Lo único que consiguió el pérfido ser fue una palabra…

—Mijuhn… —dijo reflexivo en voz alta.

Aceptación

Hans sentía una sensación extraña. La nave de batalla estaba posándose en el hangar del centro de mando del ejército. No habían tenido problemas para conseguir ingresar en la atmósfera del planeta. Especialmente cuando él mismo indicó que llevaban a una persona herida. Sin desvelar sus identidades.

—Es la hora —le indicó Tanarum cuando la nave se hubo posado por completo.—. Tienes un Imperio que reclamar.

—Primero hay que asegurarse de que Alha está bien.

—Lo estará, no te preocupes. —Le dijo su consejero—. He conseguido mantenerla estable y ya hace rato que no ha perdido sangre.

—Tiene razon, cariño, no te preocupes por mí. —Dijo su mujer con voz leve.

Hans llevaba a su esposa en brazos. Aunque estaba consciente, apenas tenía fuerzas para caminar. Cuando el grupo comenzó a descender de la nave, una atronadora voz les recibió:

—¡Soldado Torien! ¿Cuál es el significado de…? —y aquel hombre guardó silencio abruptamente.

—Ahrz ha muerto. —Dijo Hans—. Se ha sacrificado por el futuro del Imperio de Ilstram, y de su emperador.

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