Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (85 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
9.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Duncan Idaho me ha informado de algo muy preocupante, Tessia. —Leto miró a la esbelta mujer que se erguía ante él, de cabello castaño muy corto—. ¿Pediste que viniera un médico Suk, un especialista en cyborgs?

Tessia, que vestía un manto de terciopelo resplandeciente, se removió sobre sus pies y asintió. No apartó sus ojos sepia de él, los cuales proyectaban una determinación casi desafiante.

—Me dijisteis que encontrara una forma de ayudarle. Lo he hecho. Es la única posibilidad de Rhombur. —Su rostro se ruborizó—. ¿Por qué negársela?

Duncan Idaho, el nuevo maestro espadachín, ataviado con el uniforme negro y rojo Atreides, frunció el ceño.

—¿Hablaste en nombre del duque, hiciste promesas sin hablarlo antes? No eres más que una concubina…

—Mi duque me dio permiso para dar los pasos necesarios. —Tessia se volvió hacia Leto—. ¿Preferís que Rhombur continúe igual, o queréis pedir a los tleilaxu que cultiven partes del cuerpo sustitutivas? Mi príncipe preferiría morir, si esa fuera la única alternativa.

—Los experimentos con cyborgs del doctor Yueh nos ofrecen otra posibilidad.

Mientras Duncan continuaba ceñudo, Leto asintió sin darse cuenta. Se estremeció al pensar en los cambios que sufriría el cuerpo de su amigo.

—¿Cuándo tiene prevista su llegada el médico Suk?

—Dentro de un mes. Rhombur seguirá en mantenimiento vital hasta ese momento, y el doctor Yueh necesita tiempo para construir los componentes que compensarán las… pérdidas de Rhombur.

Leto respiró hondo. Tal como su padre le había insistido muchas veces, un líder siempre debía retener el control, o dar la impresión de que lo hacía. Tessia había actuado con ambición, hablado en su nombre, y Duncan Idaho tenía razón al enojarse. Pero Leto jamás se había opuesto a pagar todos los solaris necesarios para ayudar a Rhombur.

Tessia se irguió en toda su estatura, y el amor que brilló en sus ojos era auténtico.

—Hay complejidades políticas que debéis tener en cuenta, señor —advirtió Duncan Idaho—. Vernius y Richese han sido rivales durante generaciones. Puede que se trate de una conspiración.

—Mi madre era una richese —dijo Leto—, y por lo tanto, yo también, aunque por la rama femenina. El conde Liban, un simple figurón de Richese, no se atrevería a atacarnos.

Duncan frunció el entrecejo.

—Los cyborgs se componen de partes vivas, una mezcla de cuerpo y máquina.

Tessia no se arredró.

—Mientras ninguna de las partes imite el funcionamiento de una mente humana, no hemos de temer nada.

—Siempre hay algo que temer —dijo Duncan, pensando en la inesperada emboscada y matanza de Ginaz. Ya hablaba como Thufir Hawat, quien aún no había regresado de sus negociaciones con los tleilaxu—. Los fanáticos no examinan las pruebas con racionalidad.

Leto aún no se había recuperado del todo de sus heridas. Exhaló un suspiro de cansancio y alzó una mano para silenciar al joven, antes de que siguiera discutiendo.

—Basta, Duncan, Tessia. Claro que pagaremos. Si hay una posibilidad de salvar a Rhombur, la aprovecharemos.

Una tarde nublada, Leto estaba sentado en su estudio intentando concentrarse en los negocios de Caladan. Durante años, incluso cuando su relación se había deteriorado, Kailea había trabajado más de lo que Leto había sospechado. Suspiró y volvió a repasar los números.

Thufir Hawat irrumpió en la habitación, recién llegado del espaciopuerto. Muy preocupado, el Mentat dejó caer un cilindro de mensaje sellado sobre el escritorio y retrocedió, como asqueado.

—De los tleilaxu, señor. Sus condiciones.

El duque Leto levantó el cilindro, miró con aire pensativo a Hawat, en busca de alguna pista, alguna reacción. Atemorizado de repente, destapó el cilindro. Una hoja de papel cayó con tanta suavidad como si estuviera hecha de piel humana. Leyó las palabras a toda prisa, y su pulso se aceleró.

«A los Atreides: después de vuestro inmotivado ataque contra nuestras naves de transporte y vuestra tortuosa huida de la justicia, los Bene Tleilax han aguardado la oportunidad del desquite».

Las palmas de sus manos se humedecieron de sudor cuando continuó. Leto sabía que Thufir Hawat disentía de la idea de ofrecer a los tleilaxu información sobre la nave de ataque invisible Harkonnen. Si demasiada gente se enteraba de la peligrosa tecnología, podía caer en malas manos. De momento, los restos parecían a salvo con las Bene Gesserit, que no tenían aspiraciones militares.

No obstante, una cosa era cierta: los tleilaxu nunca le creerían sin pruebas.

«Podemos devolveros a vuestro hijo, pero a cambio de un precio. No serán solaris, especia, ni otros productos valiosos. Exigimos que nos entreguéis al príncipe Rhombur, el último miembro del linaje Vernius y la única persona que sigue amenazando nuestra posesión de Xuttuh».

—No… —susurró Leto. Hawat le miraba como una estatua sombría.

Siguió leyendo.

«Os damos garantías de que Rhombur no sufrirá daños físicos, pero tenéis que tomar una decisión. Sólo así recuperaréis a vuestro hijo».

Hawat hervía de cólera cuando Leto terminó de leer. —Tendríamos que haberlo sospechado. Yo tendría que haberlo pronosticado.

Leto extendió el pergamino ante él y habló con voz apenas audible.

—Déjame que lo piense, Thufir.

—¿Pensarlo? —Hawat le miró sorprendido—. Mi duque, no podéis ni abrigar…

Al ver la mirada de Leto, el Mentat enmudeció. Hizo una reverencia y salió del estudio.

Leto contempló las terribles condiciones hasta que los ojos le escocieron. Durante generaciones, la Casa Atreides había defendido el honor, por el bien de la justicia y la integridad. Sentía una profunda obligación hacia el príncipe exiliado.

Pero por Victor…
Victor
.

En cualquier caso, ¿no sería preferible que Rhombur hubiera muerto? ¿Sin sustitutos cyborg inhumanos? Mientras Leto reflexionaba sobre esto, sintió un oscuro silencio en su alma. ¿Le juzgaría la historia con severidad por vender a Rhombur a sus enemigos juramentados? ¿Llegaría a ser conocido como Leto el Traidor, en lugar de Leto el Justo? Era una disyuntiva imposible.

La intensa soledad del liderazgo le envolvió.

En el fondo de su alma, en el núcleo donde sólo él podía encontrar la verdad absoluta, el duque Leto Atreides vaciló.

¿Qué es más importante, mi hijo o mi mejor amigo?

101

El ego no es más que un fragmento de conciencia que nada en el océano de las cosas oscuras. Somos un enigma para nosotros mismos.

El Manual Mentat

Jessica estaba en sus aposentos acostada junto al duque Leto en la amplia cama, e intentaba calmar sus pesadillas. Cierto número de cicatrices en su pecho y piernas necesitaban más envoltorio de nova piel para curarlas por completo. Casi todo el cuerpo de Leto había sanado, pero la tragedia le devoraba, además de la terrible decisión que debía tomar.

¿Su amigo o su hijo?

Jessica estaba segura de que ver cada día un ghola de Victor aumentaría su dolor, pero hasta el momento había sido incapaz de decírselo. Buscaba las palabras adecuadas, el momento adecuado.

—Duncan está enfadado conmigo —dijo Leto, y desvió la vista de sus ojos verdes—. Y también Thufir, y hasta es probable que Gurney. Todo el mundo se opone a mis decisiones.

—Son vuestros consejeros, mi señor —dijo la joven con cautela—. Para eso están.

—En este asunto, he tenido que decirles que callaran sus opiniones. Yo soy quien debe tomar la decisión, Jessica, pero ¿qué debo hacer? —El rostro del duque se nubló de ira, y sus ojos se ensombrecieron—. No tengo más opciones, y sólo los tleilaxu pueden hacerlo. Añoro demasiado a mi hijo. —Sus ojos suplicaron comprensión, apoyo—. ¿Cómo puedo elegir? ¿Cómo puedo negarme? Los tleilaxu me devolverán a Victor.

—Al precio de Rhombur… y tal vez al precio de vuestra alma. Sacrificar a vuestro amigo por una falsa esperanza… Temo que será vuestra perdición. No lo hagáis, Leto, os lo ruego.

—Rhombur tendría que haber muerto al estrellarse la nave.

—Tal vez, pero eso estaba en manos de Dios, no en las vuestras. Aún vive. Pese a todo, aún posee la voluntad de vivir.

Leto meneó la cabeza.

—Rhombur nunca se recuperará de sus heridas. Nunca. —Los experimentos con cyborgs del doctor Yueh le darán una oportunidad.

Leto la fulminó con la mirada, a la defensiva de repente.

—¿Y si las partes robóticas no funcionan? ¿Y si Rhombur las rechaza? Quizá estaría mejor muerto.

—Si lo entregarais a los tleilaxu, nunca le depararían una muerte sencilla. —Jessica hizo una pausa y sugirió en tono suave—: Tal vez deberíais ir a verle otra vez. Mirad a vuestro amigo y escuchad lo que vuestro corazón os dice. Mirad a Tessia, escudriñad sus ojos. Después, hablad con Thufir y Duncan.

—No necesito darles explicaciones, ni a ellos ni a nadie. ¡Soy el duque Leto Atreides!

—Sí, lo sois. Y también sois un hombre. —Jessica se esforzó por controlar sus emociones. Le acarició el pelo—. Leto, sé que actuáis impulsado por el amor, pero a veces el amor guía a una persona por el camino equivocado. El amor puede cegaros a la verdad. Seguís el sendero equivocado, mi duque, y en el fondo de vuestro corazón lo sabéis.

Aunque él le dio la espalda, no desistió.

—Nunca debéis amar a los muertos más que a los vivos.

Thufir Hawat, preocupado como siempre, acompañó al duque al hospital. El módulo de mantenimiento vital de Rhombur estaba erizado de tubos intravenosos, catéteres y escáneres. El zumbido de la maquinaria resonaba en la habitación. Hawat bajó la voz.

—Esto sólo puede conducir a vuestra ruina, mi duque. Aceptar la oferta de los tleilaxu sería una traición, una acción deshonrosa.

Leto cruzó los brazos sobre el pecho.

—Has servido a la Casa Atreides durante tres generaciones, Thufir Hawat, ¿y te atreves a poner en duda mi honor? El Mentat insistió.

—Los médicos intentan establecer un sistema de comunicación con el cerebro de Rhombur. Pronto podrá hablar de nuevo, y os dirá con sus propias palabras…

—Yo soy quien debe tomar la decisión, Thufir. —Los ojos de Leto parecían más oscuros que de costumbre—. ¿Harás lo que yo te diga, o he de conseguir un Mentat más dócil?

—Como ordenéis, mi duque. —Hawat hizo una reverencia—. No obstante, sería mejor dejar que Rhombur muriera ahora, antes de permitir que caiga en manos de los tleilaxu.

El doctor Yueh y su equipo habían acordado adelantar su llegada para empezar el complicado proceso de reconstruir a Rhombur parte por parte. En una amalgama de ingeniería y tecnología médica, el médico Suk entrelazaría máquina con tejido, y tejido con máquina. Nuevo y viejo, duro y blando, capacidades perdidas restauradas. Si Leto daba permiso, el doctor Yueh y su equipo jugarían a ser Dios.

Jugarían a ser Dios.

Los Bene Tleilax también lo hacían. Mediante otras técnicas, podían devolver lo perdido, lo muerto. Sólo necesitaban unas pocas células, conservadas con sumo cuidado…

Leto respiró hondo y se acercó al módulo. Miró el horror vendado, los restos quemados de su amigo. Tocó la resbaladiza superficie de cristal, con una extraña mezcla de miedo y fascinación. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Un cyborg.
¿Le odiaría Rhombur por eso, o le daría las gracias? Al menos, conservaría la vida. Más o menos.

El cuerpo de Rhombur estaba tan retorcido y mutilado que ya no parecía humano. Habían adaptado prendas de vestir a la masa de carne y hueso, estrechos fragmentos de tejido sobresalían por los bordes de los tubos y las fundas. Tenía aplastada una parte de la cabeza y el cerebro, y sólo quedaba un ojo inyectado en sangre… desenfocado. La ceja era rubia, la única sugerencia de que se trataba en verdad del príncipe Vernius.

Nunca debéis amar a los muertos más que a los vivos.

Leto apoyó una mano sobre la barrera de plaz transparente. Vio los muñones de los dedos y la fusión de carne y metal donde había llevado su anillo de joyas de fuego.

—No te decepcionaré, amigo —prometió con un susurro Leto—. Cuenta conmigo.

En los barracones de la guardia, dos hombres estaban sentados a una mesa de madera, mientras se iban pasando una botella de vino de arroz pundi. Aunque al principio no se conocían, Gurney Halleck y Duncan Idaho ya conversaban como amigos de toda la vida. Tenían muchas cosas en común, sobre todo un intenso odio hacia los Harkonnen… y un amor sin límites por Leto.

—Estoy muy preocupado por él. Ese asunto del ghola… —Duncan meneó la cabeza—. No confío en gholas.

—Ni yo, amigo.

—Ese ser sería un pálido recordatorio de la peor época que Leto ha vivido, sin recuerdos de su existencia anterior.

Gurney bebió un largo sorbo de vino, levantó el baliset y se puso a tocar.

—Y el precio… ¡Sacrificar a Rhombur! Pero Leto no quiso escucharme.

—Leto ya no es el mismo de antes. Gurney dejó de tocar.

—¿Y quién lo sería… después de tantos sufrimientos?

El Amo tleilaxu Zaaf llegó a Caladan, acompañado de dos guardaespaldas con armas escondidas. Altivo y desdeñoso, caminó hasta Thufir Hawat, que esperaba en el salón principal del castillo, y alzó la vista hacia el Mentat, mucho más alto.

—He venido a buscar el cuerpo del niño, con el fin de prepararlo para nuestro tanque de axotl. —Zaaf entornó los ojos, confiado en que Leto se plegaría a sus exigencias—. También lo tengo todo preparado para transportar la unidad de mantenimiento vital de Rhombur Vernius a las instalaciones médicas y experimentales de Tleilax.

Al observar el rictus de su boca, Hawat supo que aquellos monstruos cometerían atrocidades con el cuerpo destrozado de Rhombur. Experimentarían, cultivarían clones de las células vivas, y tal vez torturarían también a los clones. A la larga, la terrible decisión atormentaría a Leto. La muerte sería mejor para su amigo que esto.

El representante tleilaxu ahondó más en la herida.

—Mi pueblo puede hacer muchas cosas con la genética dé las familias Atreides y Vernius. Tenemos en perspectiva muchas… opciones.

—He aconsejado al duque Leto en contra de esta decisión.

Hawat sabía que debería afrontar la ira de Leto, pero como el viejo Paulus solía decir, «cualquier hombre, incluso el propio duque, ha de anteponer el bien de la Casa Atreides al suyo propio».

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
9.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Broke: by Kaye George
Best Friends by Bonnie Bryant
Too Much Too Soon by Jacqueline Briskin
Switch by William Bayer
Dad's E-Mail Order Bride by Candy Halliday - Alaska Bound 01 - Dad's E-Mail Order Bride
Plagues and Peoples by William H. McNeill
Murder at Castle Rock by Anne Marie Stoddard
Poppy's Passions by Stephanie Beck