¿Dormimos juntos? (2 page)

Read ¿Dormimos juntos? Online

Authors: Andrea Hoyos

Tags: #Drama, #Erótico, #Romántico

BOOK: ¿Dormimos juntos?
13.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

Yo le miraba, impresionada por su seguridad y por su desfachatez. Pero no hay quien niegue la excitación de una mujer. Ya estaba empapada cuando él se dignó a mirarme, sonriendo de lado, irónico y sobrado, insoportable y controlador.

—Quiero que te relajes, Andrea, y que confíes en mí.

—Y que me corra.

—No hables así, Andrea, que esto no es sexo, es amor.

—Es sexo.

—Es amor. Llevo veinte años queriéndote.

—Menos.

—Andrea, yo puedo hablar tranquilo mientras te pongo nerviosa con la mano, pero creo que es mejor que te relajes. ¿Puedes?

—No quiero.

—Entonces déjame ponerte aún más nerviosa.

Esa promesa sí que la cumplió. Empezó a mover los dedos más rápido, más hondo, mejor. Y cuando vio que yo ya no me resistía, los dejó dentro y con la otra mano me desabrochó el cinturón de los vaqueros, me bajó la cremallera, y me apartó las bragas y los pantalones en un mismo movimiento.

Y se detuvo: viéndose, viendo sus dedos dentro de mí, viendo la humedad que sacaban, relamiéndose.

—Algo estamos sacando de todo esto, Andrea. Me gusta.

Ya ni le contesté. Entonces sacó un momento la mano, se chupó la punta de los dedos, me los acercó a la boca y me miró, retándome.

—¿Quieres que siga, Andrea? Yo quiero seguir, pero no quiero hacer nada que tú no quieras…

—Yo no quería esto.

—No te has resistido.

—No.

—Pues voy a seguir decidiendo yo.

Y me bajó los vaqueros hasta el borde de los muslos, bruscamente, y se puso de rodillas en una actitud nada complaciente, y empezó a lamerme alrededor del clítoris, con los dedos aún dentro. Y yo pensaba, con prejuicios, que dónde y con quién habría aprendido a hacer todo eso, que cómo demonios tenía agilidad a su edad para agacharse, inclinarse, meterse, moverse… Pero no pensé mucho. Al poco tiempo me volvió a hundir los tres dedos centrales y a presionarme con el pulgar, y me corrí, intentando hacerlo en silencio, me corrí, me corrí, me corrí.

Y me quedé en blanco.

Con los ojos cerrados, la cabeza hacia atrás, el corazón
taquicárdico
.

Sabía que Borja me miraba. Me acariciaba la mejilla, además, esperándome. Tardé tiempo en abrir los ojos porque sabía lo que tenía delante: su sonrisa satisfecha. Su “ya lo sabía yo”.

—Hoy te dejo aquí, Andrea. No te voy a pedir nada. Quería relajarte y estás relajada.

—Suenas soberbio y paternalista.

—Y tú suenas jadeante.

—Estoy jadeante.

—Yo soy soberbio, pero no paternalista. No quiero ser tu padre, Andrea. Quiero hacerte el amor.

Dio un sorbo teatral a su
gintonic
, mirando alrededor, aprehendiendo, aprendiéndose mis espacios, mi vulnerabilidad, y mi vida.

—Te dejo, ¿vale? Cuenta conmigo porque yo cuento contigo.

—Eres un hijo de puta.

—Y tú eres muy guapa cuando te corres.

Y se fue.

En el sexo, como en la vida, todo se resumen en el control. Quién tiene el control, la llave, el poder. Es como “El clic”. Y en las relaciones con casados, el control siempre es del que no puede quedar, del que impone la agenda y las normas sin ni siquiera tener que decirlas.

“Ni en mi casa, ni los fines de semana, ni nada. Cuando yo quiera es cuando yo pueda. Y ya”.

Y el lado que no controla se intenta liberar y a veces dice que no cuando hay una oportunidad de sí, y lo repite, y da igual. Vuelve. Volvemos. Vuelvo siempre.

La primera vez que me quiso penetrar, no teníamos condones.

“No los he usado nunca, Andrea. No jodas”.

—¿Qué me quieres decir?

—Que me salgo.

—Como si tuviéramos quince años.

—Como si tuviera los casi sesenta que tengo. Me salgo y me salgo bien.

—¿Y tu salud?

—Si me paso el día trabajando…

—Ya.

No le dejé. Claro que para decir que no tuve que compensarle. Y le hice pagar la compensación.

—Borja, no hemos cerrado los porcentajes, ni mi sueldo mientras escribo.

—Lo que quieras.

—Lo que quiera, no. Pon una cifra.

—Déjame entrar en ti.

—Déjame escribir.

—Dos meses de tu sueldo.

—Cuatro, hasta que ya se publique.

—Dos, Andrea. Déjame entrar, que estás empapada…

Tampoco hay que cerrarlo todo en el primer asalto.

—No quiero un hijo tuyo, Borja. Quiero tus dedos.

Se los agarré, me los coloqué yo dentro, se los retuve y me agaché. Empecé entonces a lamerle los huevos, pellizcándole un poco con los labios, sin dientes, sin daño, sólo con tensión. O sea, estirándole la piel, soltándola, devolviéndosela… Le pilló desprevenido. Se echó hacia atrás, atónito, se dejó hacer, y hasta se quedó callado.

Callado siempre me ha gustado más Borja. Callado no miente.

Empecé a subir con la lengua por su polla. Mi ex, el último oficial, habría matado con quince años menos por una polla como la de Borja. Grande, gruesa, dura. Sabía a su colonia, y sabía a su chulería, también. Pero estaba bien. Chuparla da poder. Al menos a mí. No hay nada que un tío no esté dispuesto a hacer para que sigas, sigas, sigas y no te pares hasta que él pare. Sabiendo que en cuanto se
corr
, se olvidará de lo que te ha prometido.

Pero es que la de Borja estaba rica. Dura, tensa y grande, apetecía tenerla y llenarse de ella, apetecía notar que se estremecía mientras yo estaba llena de él, mientras lo usaba en realidad, para sentirme en control, y con control.

—Métetela entera, Andrea. Por Dios…

—Déjame hacerlo a mí manera

Me la metí, claro. También da poder conceder un deseo. Casi tanto como desearlo con él. Yo quería tenerlo entero, quería comérsela como nadie, quería que no se olvidara, quería no olvidarme yo.

Y gané.

Lo fuimos haciendo más rápido, marcando yo el ritmo, ahora me cabe más, ahora me acelero, ahora te freno, ahora te devuelvo. Más fuerte, más dentro, más grande. Todo era más y más. Más, más, más. Yo le movía su mano dentro de mi coño, yo le movía su polla dentro de mi boca. Yo lo manejaba, yo nos corrí a la vez.

Yo.

El “yo” importa en el sexo. No hay nosotros sin un “yo”. Porque el “yo” lo necesitas para dar y también para recibir. Para sentir y que el otro sienta.

Yo.

Él.

Yo triunfal.

Él desmayado.

Tardó dos horas en enviarme una respuesta. Un mensaje en el que se le notaba sincero.

“La primera vez que me hacen algo así. Así de bien. Así de entero. No lo olvidaré”.

Así fue como le grabé un sueño en la memoria.

Más poder para mí: ya sé, siempre, cuál es tu mayor deseo.

Nos vimos algunas veces más. Se la volví a chupar, me volví a correr, volvimos a follar. Él siempre se iba, yo siempre me quedaba. No concretábamos nada y aquello se estaba alargando.

—Te voy a llevar de viaje un fin de semana y lo hablamos todo. Déjame que me organice en casa y en el trabajo.

Nunca hubo viaje. Ni libro, ni excedencia, ni nada.

“Si no me consigues el dinero que me financie la excedencia, escribo el libro en horas libres, lo
autopublico
sola, me gano yo mi libertad”.

—Quiero hacerlo, Andrea.

—Ya…

—Quiero.

—Pues hazlo.

—Sí.

Porque el poder se reparte. Yo tenía el poder de desarmarlo, él el de no verme. Sólo mensajes, que estaba muy liado, que no tenía tiempo, y yo sin suplicar.

—Vale.

—Lo que tú digas.

—OK.

Ésas eran mis respuestas tipo. Desinterés, cansancio, pereza de tanta agenda de culebrón: hombre casado se folla a mujer más joven.

—Sería más fácil si no lo llamaras amor, si lo llamaras sexo.

—Vete a la mierda.

—Borja, que tú no me quieres, sólo me deseas. Y, además, en plan salvaje, bruto, sucio.

—Vete a la mierda.

—Es la verdad.

—La verdad es que no te volveré a tocar.

—Seguro.

—Ya lo verás. No te voy a tocar justo para demostrarte que te quiero.

Dejamos de vernos por eso. Porque él decía que me quería y yo quería mi libro. Porque ninguno de los dos estábamos dispuestos, simplemente, a follar. O, bueno, yo sí, pero sin amor, sin promesas, sin mentiras.

Nos encontramos en el programa de una mesa redonda. Llevábamos un par de semanas sin hablar. Él no me iba a tocar para demostrarme que me quería. Y, como no me iba a tocar, no me llamaba. Y, como no me llamaba, yo no le mandaba mensajes.

Borja era el moderador.

A mí me llaman mucho para estas cosas y voy muy poco. “El proceso de creación”. Tengo poco que decir: no hay proceso, hay creación.

Bueno, no.

Hay vida. La vida es creación.

Pero aquel día llegué antes. Por curiosidad y por morbo. Sabía que Borja ya habría llegado, que estaríamos quince minutos solos. Estaba. Alto, serio, frío.

Me dejó besar el aire cercano a sus mejillas, y yo sonreí. Me gustó que quisiera ser buen actor, meterse en el papel, fingir la nada. Pero teníamos poco tiempo. Media hora, como mucho. Y lo sabíamos los dos.

El sexo es un sueño. O una pesadilla.

O un juego.

Borja juega mejor que yo. Él es la banca, él siempre gana.

El caso es que aquel día, después de semanas sin hablar y sin tocarme, lo que había en era algo mucho más denso que la tensión sexual. Yo tenía ganas de gritarle que era un mierda, un soberbio, un egoísta, un tipo mezquino. Yo tenía ganas de decirle que no me podía prometer ayuda para luego follarme e irse, dejarse follar e irse. Yo tenía ganas, también, de echarme a llorar y que me abrazara y me dijera que no me iba a pasar nada.

¿Y él?

Él tenía ganas, supongo, deduzco, de pasar a la siguiente pantalla. Una en la que ya ha demostrado su poder y lo sigue ejerciendo.

Es más listo que yo. Y más fuerte. Y sus ganas son más coherentes.

Por eso esperó a que yo eligiera una silla y luego se sentó en la parte más alejada de la sala. A tres metros de distancia. Tres metros insalvables.

Para nosotros no era un escenario nuevo. Quiero decir que hemos usado pocas camas y muchos salones. No sé. Algo con los casados: como no se quedan a dormir, les es más fácil levantarse del suelo o de un sofá que salir de la intimidad de una sábana. Algo, también, de las que nos acostamos con casados: nos es más fácil, luego, dormir en una sábana que no huele a ellos, ni a su semen. Una cama sin pelos ni restos de sexo. La ilusión de que no nos  hemos dejado invadir.

Pero nunca habíamos estado tan lejos.

De hecho, nunca nos había pasado esto en los últimos meses: saber que íbamos a vernos y no habernos llamado o
mensajeado
, no habernos calentado con sexo o con bronca, no habernos deseado y haber deseado no desearnos, no habernos dicho nada. Y yo no sabía que esperaba, pero no esperaba esa distancia.

Por eso me la creí, supongo.

Por eso y porque siempre que nos vemos, siempre, lo he tenido pegado.

“Imantado”, dice él, que odia sentirse como un pulpo pero siempre, siempre, me está tocando por dentro. He conocido a hombres cariñosos y a hombres tocones, pero nunca a uno como Borja: Borja no quiere tocar y soñar, Borja quiere tener. Por eso, cuando él se pega no es para acercar distancias, es para poner su mano entre mis tetas y el sujetador, para meterme los dedos en el coño, o para repasarme la raja del culo. Cuando él se acerca a mi cara no es para olerme, sino para llenarme el oído con su lengua o para meterme el pulgar dentro de la boca.

Borja se acerca para coger lo que es suyo. Lo agarra, se lo queda, lo usa y lo desecha.

Aquel día no.

Me estaba soltando un discurso de padre enfadado, mirándome fijamente, y yo estaba cabreada y dolida, mirando al suelo. No me gusta Borja cuando habla: es suyo todo el sufrimiento, suyo y de un campo semántico que no siente pero que exagera. Dolor, incomprensión, amor, decepción…

“¿Cómo pudiste decirme de verdad que no te quiero? Que no me ocupo. Que no me importa más que tu sexo”.

Borja estaba soltando un discurso tremendo y yo callada, cabizbaja, aburrida y cabreada. Con la actitud ambigua de quien parece arrepentida. ¿Arrepentida de decirla la verdad? No. Arrepentida, quizá, de seguirlo deseando.

"Mírame a los ojos, Andrea, que te estoy hablando, que yo no te meto mano, que yo no quiero acostarme contigo, que yo lo que quiero es cuidarte y cambiarte la vida. que estoy dispuesto a no rozarte nunca más con tal de que no vuelvas a decirme que sólo te quiero por el sexo".

Estaban a punto de llegar los otros dos ponentes, pero Borja ya había dejado de escucharse, sus cinco minutos de discurso, mis cinco minutos de silencio. Remachado el punto, se acabó la rabia. Porque Borja habla tanto que se hipnotiza a sí mismo y, así, creyéndoselo, se incumple y se desobedece; y yo callada, a tres metros, y él muy serio.

“Ven”, y extendió la mano en un gesto que sólo pueden hacer los egoístas: querer tocarte y no levantarse a por ti, querer tocarte y exigirte que te acerques.

“Anda, ven, que no sé qué hacer contigo”.

Fui. Despacio, aún cabizbaja, siempre callada.

Todavía no había llegado cuando me agarró la mano derecha con su izquierda y, como es diestro, me metió la otra por el pantalón, la palma contra mi pubis, los dedos hacia la cremallera, la mejor posición para llevarme con brusquedad hacia su silla.

Me atrapó así, con dos manos y sin mover el cuerpo. Mis piernas pegadas a su rodilla, y él girando la mano, que ya me tenía donde él quería: una en el culo, la otra dentro. O sea, mi coño en sus dedos.

Muy dentro.

Y yo con los brazos caídos a lo largo del cuerpo. Mis brazos tan callados como yo. Esperando, esperándole. Dejándole hacer y decidir. Dejándole el control que tanto le gusta.

“Venga, dime que pare…”.

Y yo en silencio.

Y  sus dedos más dentro.

Nos callamos para que pudiera moverlos, para que pudiera encontrar lo que buscaba, para que pudiera sentir todo el poder que tiene. Pero a él no le gusta tenerlo, le gusta enseñarlo y que se le reconozca.

Por eso sacó los dedos, los olió, los chupó y volvió a tirar de mí. Me sentó encima de él, pero así no se podía mover por dentro, no me podía controlar, y no estaba cómodo. Me levantó, apartó su silla y me empujó contra la pared.

Other books

Blasphemy by Douglas Preston
Love lines by Nixon, Diana
Haywire by Brooke Hayward
The Appetites of Girls by Pamela Moses
Prodigals by Greg Jackson
Earth Afire (The First Formic War) by Card, Orson Scott, Johnston, Aaron
Again by Diana Murdock
The End Game by Catherine Coulter
Lunar Mates 1: Under Cover of the Moon by Under the Cover of the Moon (Cobblestone)
El-Vador's Travels by J. R. Karlsson