Authors: Patrick Modiano
«En la época en que sucedía esta historia -escribe Hugo- existía un pensionado junto al convento […] Las jóvenes […] iban vestidas de azul con sombrero blanco […] En ese recinto del Pequeño Picpus había tres edificios claramente separados, el gran convento que albergaba a las monjas, el colegio en el que estaban las alumnas, y el que llamaban "convento pequeño", donde vivían en común todas las religiosas de varias órdenes, restos de los claustros destruidos por la revolución.»
Y, después de realizar una descripción minuciosa del lugar, añade: «No hemos podido pasar delante de esa morada extraordinaria, desconocida, oscura, sin entrar y hacer entrar a los que nos acompañan y nos oyen hoy referir, tal vez con provecho para algunos, la melancólica historia de Jean Valjean.»
Como muchos antes que yo, creo en las coincidencias y a veces también en el don de clarividencia de los novelistas (la palabra «don» no es exacta porque sugiere una especie de superioridad; no, eso forma parte del oficio: el esfuerzo de imaginación imprescindible en la profesión, la necesidad de fijar la atención en los pequeños detalles -y eso de manera obsesiva- para no perder el hilo y dejarse llevar por la pereza, toda esa tensión, esa gimnasia cerebral pueden sin duda provocar a la larga fugaces intuiciones «concernientes a sucesos pasados y futuros», como dice el diccionario Larousse en la entrada «Clarividencia».
En diciembre de 1988, tras haber leído el anuncio de búsqueda de Dora Bruder, en el
Paris-Soir
de diciembre de 1941, no pude dejar de pensar en ello durante meses. La extrema precisión de algunos detalles me obsesionaba: bulevar Ornano, 41, 1,55 m, rostro ovalado, ojos gris marrón, abrigo azul marino, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Y la noche, lo desconocido, el olvido, la nada alrededor. Me parecía que jamás lograría encontrar la menor huella de Dora Bruder. Entonces, la frustración que experimentaba me impulsó a escribir una novela,
Viaje de novios,
una manera como otra cualquiera de seguir concentrando mi atención en Dora Bruder, y quizá, me decía a mí mismo, de dilucidar o adivinar alguna cosa suya, algún lugar por donde había pasado, algún detalle de su vida. Lo ignoraba todo sobre sus padres y las circunstancias de su fuga. Lo único que sabía era esto: había visto su nombre, DORA BRUDER -sin otra mención, ni fecha ni lugar de nacimiento- encima del de su padre ERNEST BRUDER, 21.5.99.
Viena. Apátrida,
en 21.5.99.
Viena. Apátrida,
en la lista de quienes viajaban en el convoy que partía en dirección a Auschwitz el 18 de septiembre de 1942.
Mientras escribía esta novela pensaba en ciertas mujeres que había conocido en los años sesenta: Anne B., Bella D. – de la misma edad que Dora, una de ellas nacida con un mes de diferencia- y que durante la Ocupación habían estado en la misma situación que ella y hubieran podido correr la misma suerte, y que, sin duda, se parecían a ella. Me doy cuenta de que me ha hecho falta escribir doscientas páginas para captar, inconscientemente, un vago reflejo de la realidad.
Que puede expresarse en estas breves palabras: «El metro se paró en Nation. Rigaud e Ingrid habían dejado pasar la estación de Bastilla, donde habrían podido hacer trasbordo en la Porte Dorée. A la salida del metro fueron a parar a un gran campo nevado […] El trineo enfila por pequeñas calles hasta llegar al bulevar Soult."
Esas callejuelas están cerca de la calle Picpus y del pensionado del Sagrado Corazón de María, de donde Dora Bruder se fugaría una tarde de diciembre durante la cual quizá había nevado en París.
En ese momento del relato me acerqué, sin saberlo, a ella, en el espacio y en el tiempo.
Puede leerse en el registro del internado, bajo el nombre de Dora Bruder y de la anotación «fecha y motivo de salida»: «14 de diciembre de 1941. Por fuga.»
Era domingo. Supongo que aprovechó el día de salida para visitar a sus padres en el bulevar Ornano. Por la tarde no regresó al pensionado.
El último mes del año fue el período más ominoso, el más asfixiante que París había conocido desde el inicio de la Ocupación. Del 8 al 14 de diciembre de 1941 los alemanes decretaron el toque de queda a partir de las seis de la tarde en represalia por dos atentados. Luego hubo una redada de setecientos judíos franceses el 12 de diciembre; el 15 de diciembre se les impuso una multa de mil millones de francos.
Y la mañana del mismo día fueron fusilados setenta rehenes en el monte Valérien. El 10 de diciembre una orden del prefecto de policía instaba a los judíos franceses y extranjeros del distrito del Sena a someterse a un «control periódico», previa presentación de su carnet de identidad, en el que se había impreso el sello de «judío» o «judía». Los cambios de domicilio debían ser declarados en la comisaría en las siguientes veinticuatro horas; y les estaba prohibido desplazarse fuera del distrito del Sena.
Desde el primero de diciembre los alemanes habían impuesto el toque de queda en el distrito XVIII. Nadie podía entrar después de las seis de la tarde. Todas las estaciones de metro estaban cerradas, incluida la de Simplon, la correspondiente al domicilio de Ernest y Cécile Bruder. En la calle Championnet, muy cerca del hotel, había tenido lugar un atentado con bombas.
El toque de queda del distrito XVIII duró tres días.
Apenas levantado, los alemanes ordenaron otro en todo el distrito X, luego que unos desconocidos le dispararan a un oficial de las autoridades de ocupación en el bulevar Magenta. Después se dictó toque de queda general, desde el 8 al 14 de diciembre, el domingo en que Dora se fugó.
Alrededor del pensionado del Sagrado Corazón de María la ciudad se iba convirtiendo en una gran prisión oscura en la que los barrios apagaban su iluminación uno después de otro. Mientras Dora residió tras los muros de la calle Picpus, sus padres vivieron confinados en su habitación de hotel.
Su padre no la había declarado como «judía» en octubre de 1940 y carecía de «número de dossier». No obstante, el bando publicado el 10 de diciembre por la Prefectura, relativo al control de judíos, precisaba que «los cambios acaecidos en la situación familiar deben ser declarados». Dudo que el padre de Dora tuviera el tiempo y las ganas de registrarla antes de su fuga. Debía de pensar que la Prefectura no sospecharía jamás de la existencia de la joven en el Sagrado Corazón de María.
¿Qué es lo que nos incita a emprender la fuga? Recuerdo mi huida el 18 de enero de 1960, en una época menos siniestra que ese diciembre de 1941. En mi fuga, a través de los hangares del aeródromo de Villacoublay, el único punto en común con la huida de Dora era la estación del año: el invierno. Invierno apacible, invierno rutinario, sin comparación con el que se vivía dieciocho años antes. Sin embargo, da la impresión de que lo que nos impulsa repentinamente a fugarnos es un día de frío y un cielo gris que nos hacen sentir más intensamente la soledad y presentir con más fuerza que una tenaza se cierra.
El domingo 14 de diciembre fue el primer día en que se levantó el toque de queda impuesto desde hacía una semana. Ya se podía circular por la calle después de las seis de la tarde. Pero a causa del horario impuesto por las fuerzas de ocupación se hacía de noche después de comer.
¿En qué momento de la jornada las Hermanas de la Misericordia se dieron cuenta de la desaparición de Dora? Por la noche, sin duda. Quizá después de la Salve, en la capilla, cuando las internas subieron al dormitorio. Supongo que la superiora intentó en seguida ponerse en contacto con sus padres para saber si se había quedado con ellos. ¿Tenía conocimiento de que Dora y sus padres eran judíos? En su nota biográfica se puede leer: «Muchas niñas de familias judías perseguidas encontraron refugio en el Sagrado Corazón de María gracias a la caritativa y valerosa acción de la hermana Marie-Jean-Baptiste. Ayudada por la actitud discreta y no menos valerosa de sus hermanas, no retrocedía ante ningún riesgo.»
Pero el caso de Dora era especial. Había ingresado en el internado en mayo de 1940, cuando aún no había persecuciones. No había sido censada en octubre de 1940. Y sólo a partir de julio de 1942, a consecuencia de la gran redada que se produjo entonces, las instituciones religiosas empezarían a ocultar a niños judíos. La joven había vivido un año y medio en el internado del Sagrado Corazón de María. Seguramente era la única alumna de origen judío del pensionado. ¿Lo sabían sus compañeras, lo sabían las monjas?
El café Marchal, sito en los bajos del hotel de la calle Ornano, tenía un teléfono, Montmartre 44-74, pero ignoro si el establecimiento se hallaba comunicado con el edificio y si Marchal era también el dueño del hotel. El pensionado no figuraba en el listín de teléfonos de la época. He encontrado otra dirección de las Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia que, en 1942, debía de ser un anexo del pensionado: calle SaintMaur, 64. ¿Lo frecuentó Dora? Allí tampoco constaba número de teléfono.
¿Quién sabe? Quizá la superiora esperó hasta ellunes por la mañana para llamar al café Marchal o, lo que es más probable, enviaría a una hermana al bulevar Ornano. O tal vez Ernest y Cécile Bruder acudieron ellos mismos al internado.
Habría que saber si ese 14 de diciembre, día de la fuga de Dora, hacía buen tiempo. Uno de esos domingos apacibles y soleados que nos hacen experimentar un sentimiento de vacaciones y de eternidad, el sentimiento ilusorio de que el curso del tiempo se ha detenido, que basta deslizarse por esa brecha para escapar a la tenaza que está a punto de cerrarse sobre nosotros.
Durante mucho tiempo no supe qué fue de Dora Bruder después de su fuga y del anuncio de búsqueda publicado en el
Paris-Soir.
Más adelante me enteré de que había sido internada en el campo de concentración de Drancy, ocho meses más tarde, el 13 de agosto de 1942. La ficha indicaba que procedía del campo de Tourelles. Ese 13 de agosto, en efecto, trescientas judías habían sido trasladadas del campo de Tourelles al de Drancy.
La prisión, el «campo», o más bien el centro de internamiento de Tourelles, ocupaba las instalaciones de un antiguo cuartel de infantería colonial, en el 141 del bulevar Mortier, en la puerta de Lilas. Había sido reabierto en octubre de 1940 para internar a judíos extranjeros en situación «irregular». Pero a partir de 1941, cuando se empezó a enviar a los hombres directamente a Drancy o a los campos del Loiret, sólo las mujeres judías que habían contravenido las ordenanzas alemanas serían internadas en Tourelles, junto a comunistas y presos comunes.
¿En qué momento y por qué razones concretas Dora Bruder fue enviada a Tourelles? Me preguntaba si existía algún documento, una pista que me pudiera proporcionar una respuesta. Me era imposible ir más allá de las meras suposiciones. Sin duda la habían detenido en la calle. En febrero de 1942 -habían transcurrido dos meses desde su fuga- los alemanes habían promulgado una disposición en virtud de la cual se prohibía a los judíos de París abandonar su domicilio después de las ocho de la noche y cambiar de dirección. La vigilancia en las calles se había hecho más severa que en los meses precedentes. Había acabado por persuadirme de que fue en ese glacial y lúgubre mes de febrero, cuando la policía para asuntos judíos tendía trampas en los pasillos del metro, a la entrada de los cines o a la salida de los teatros, cuando cogieron a Dora. Me parecía sorprendente que una chica de dieciséis años, de la que la policía sabía que se había fugado en diciembre y cuyos datos tenía, hubiese podido escapar durante todo ese tiempo. A menos que tuviera un escondite. Pero ¿cuál, en ese París del invierno de 1941-1942, que fue el más desolador e inclemente invierno de los años de la Ocupación, con nevadas desde el mes de noviembre y temperaturas de quince grados bajo cero en enero, el agua helada, escarcha, y más nieve en gran abundancia en el mes de febrero? ¿Cuál era su refugio? ¿Y cómo lograba sobrevivir en París?
Fue en febrero, pensaba, cuando «ellos» la habían cogido en sus redes. «Ellos» podían haber sido tanto simples policías de orden público como inspectores de la Brigada de Menores o la policía para asuntos judíos, durante un control de identificación en algún lugar público… Había leído en un libro de memorias que chicas de dieciocho o diecinueve años habían sido enviadas a Tourelles por ligeras infracciones de las «ordenanzas alemanas», y que incluso algunas tenían dieciséis años, como Dora… Ese mismo mes de febrero, la noche en que había entrado en vigor la citada ordenanza, mi padre fue detenido en una redada, en los Campos Elíseos. Inspectores de la Policía para asuntos judíos habían bloqueado el acceso a un restaurante de la calle Marignan donde cenaba con una amiga. Pidieron la documentación a todos los clientes. Mi padre no la llevaba encima. Fue detenido. En el coche celular que lo transportaba desde los Campos Elíseos hasta la calle Greffulhe, sede de la policía para asuntos judíos, se había fijado, entre otras sombras, en una joven de unos dieciocho años. La había perdido de vista cuando les hicieron subir al piso donde estaba la oficina de policía y su jefe, un tal comisario Schweblin. Luego había logrado escaparse aprovechando que el automático estaba apagado cuando bajaba la escalera hacia la prisión preventiva.
Mi padre apenas había mencionado a la joven cuando me contó su contratiempo por primera y última vez en su vida, una noche de junio de 1963, en un restaurante de los Campos Elíseos, casi enfrente de aquel en que lo habían detenido veinte años antes. No me proporcionó detalles acerca del físico y el atuendo de la joven. Casi la había olvidado, hasta el día en que supe de la existencia de Dora Bruder. Entonces, la presencia de esa joven en el coche celular junto a mi padre y otros desconocidos, aquella noche de febrero, me vino a la memoria y en seguida me pregunté si no se trataría de Dora Bruder, a la que también habían detenido, antes de enviarla a Tourelles.
Quizá soy yo quien ha querido que mi padre y ella se cruzasen ese invierno de 1942. Por muy diferentes que fuesen, habían sido clasificados en la misma categoría de réprobos. Tampoco mi padre se había censado en octubre de 1940 y, como Dora Bruder, carecía de «número de dossier judío». Por consiguiente, no tenía existencia legal y había roto amarras con un mundo en el que todos debían justificar oficio, familia, nacionalidad, fecha de nacimiento, domicilio. Era como si se hallara en otra parte. Situación que se asemejaba un poco a la de Dora después de su fuga.