Authors: Jens Lapidus
Menudo día. JW dio las gracias a Dios por su reproductor de mp3; pero las risas de los hinchas se oían por encima de la música.
Dos horas más tarde: aterrizaje en Stansted. JW siguió amodorrado a la manada de pasajeros por el control de pasaportes hasta la recogida de equipajes. Jugaba al Chesswizz en el móvil. Sus dos maletas aparecieron por la cinta de equipajes. Parecían estar intactas. Un alivio.
Pasó la aduana. Bajó por las escaleras mecánicas hacia el Stansted Express.
JW calculó el tiempo total de su viaje. Vuelo: aproximadamente dos horas. Pero los otros desplazamientos: autobuses, metros, taxi más el tiempo de espera, en total serían seis horas. Ryanair era una puta mierda.
Llegó el tren. Una voz de mujer grabada pregonó:
This train leaves for London Liverpool Street Station in three minutes
{65}
.
Subió. Se sentó de manera que pudiera ver su Louis Vuitton en el compartimento de equipajes. Volvió a coger su ejemplar de
Café.
En Inglaterra hacía mucho más calor que en Suecia. Sudaba. Se quitó el abrigo de Dior. Se lo puso sobre las rodillas.
El revisor tenía un marcadísimo acento
cockney,
así que JW apenas le entendió cuando le sugirió que comprara en ese momento el billete de vuelta.
JW sacó el móvil y mandó un SMS a Abdulkarim diciéndole que había aterrizado. Mandó otro a Sophie: «Hola, guapa. Acabo de aterrizar. Hace calor. He dormido bien en el avión. ¿Qué haces? Nos vemos en unos días. Besos, J».
Unas horas más tarde estaba tumbado sobre la cama del hotel, recién duchado y cansado. Había hecho algunas llamadas a los amigos de Londres de Fredrik y Jet-set Carl. Quería organizar la noche. Probar la vida nocturna. Salir de fiesta y, sobre todo, conseguir contactos.
El hotel estaba en Bayswater. Un sitio para turistas: moquetas en todos los espacios. Incluso en el baño.
También había hecho reservas de hotel para Abdulkarim y Fahdi, las cancelaría al día siguiente y conseguiría habitaciones seguras en un hotel de lujo si algo parecía sospechoso. Según JW: un jaleo de narices. Según Abdulkarim: sus teléfonos podían estar pinchados. La policía podría averiguar dónde iban a alojarse, con quiénes se iban a poner en contacto, qué iban a hacer en Londres. De ahí los cambios.
JW pensó en Sophie. Ella le había presionado mucho sobre quiénes eran sus otros amigos. ¿Qué quería? ¿Por qué estaba interesada? Aún no sabía si lo que ella verdaderamente quería era intimidad. La superficialidad era una virtud en su ambiente. En sus momentos más negros, JW sospechaba que le había calado. Que el juego quizá llegaba a su final.
¿Y por qué era tan importante? ¿Por qué sentía que él nunca valía tal cual era? ¿Qué quería alcanzar? Esta última pregunta reflejaba otra: ¿qué había querido alcanzar Camilla? Algo la había empujado. JW no podía decidirse sobre si averiguarlo era su misión o la de la policía.
Tiene que cambiar pronto. Cambiaría.
Lo arreglaría todo. Radovan que se había enfriado; un mal presagio. R notaba que Mrado no le veía como había visto a Jokso. Y había diferencia; Jokso había sido un verdadero gurú, el hombre que había llevado a los serbios a la cumbre máxima de los bajos fondos de Estocolmo. Unidos, fuertes, leales. Radovan no tenía lo que hacía falta; un cobarde, un divisor. Un falso. Mrado empezaba a vislumbrar su propio camino: quizá deberían ir solos él y Nenad.
Pero se arreglaría. En ese día no iba a pensar en la mierda. Era su día de visita con Lovisa. Planeado. Detallado. Enormemente deseado. Desde la tarde del miércoles hasta la tarde del jueves. Demasiado corto, pero así y todo...
La tarde anterior habían alquilado la última película de Disney. Habían comido palomitas. Habían bebido Fanta. Mrado había salteado albóndigas Mamma Sean y había hervido patatas. Incluso había hecho col fermentada. Había ayudado a Lovisa a pelar, cortar y echar ketchup. Lamentablemente, no le gustaba la col fermentada, lo único serbio del plato.
Qué maravilla.
Todo el día era para ellos. La última vez se había ido a la mierda. Mrado no había podido recoger a Lovisa de la guardería, se había visto obligado a partirle la cara a un yonqui que había amenazado a Nenad. De alguna manera, el tío había conseguido el número de Nenad y había llamado a casa de su mujer y sus hijos. Está bien meterse y comprar mercancía, pero nada de molestar a la familia de Nenad. Mrado y Ratko buscaron al pringado. Castigaron al tío: nariz rota y heridas importantes en la frente. El efecto de golpearle la cabeza contra la pared de cemento de la escalera de Grödingevägen 13.
Dicotomía: Mrado quería ver a su hija, sin embargo la fastidiaba con frecuencia. Siempre se arrepentía después. Se justificaba a sí mismo: alguien tiene que traer pasta para poder dar a Lovisa una buena vida. Mejor que sólo quejarse, como hacía su madre, la zorra de Annika Sjöberg.
Eran las ocho y media. Lovisa estaba viendo la televisión matutina. El pelo encrespado como el de un trol. Mrado dio vueltas en la cama durante tres minutos. Se levantó. Besó a Lovisa en la frente. Bajó al 7-Eleven y compró zumo Tropicana con extra de pulpa, leche y cereales Start. Preparó el desayuno: hizo café, sirvió zumo. Untó mantequilla en pan crujiente para Lovisa.
Se sentaron a ver la televisión. Lovisa manchó el suelo. Mrado se bebía el café.
Dos horas más tarde estaban en el autobús de camino a Gärdet. Mrado había elegido no coger el coche por todas las críticas que le habían hecho por haber ido con Lovisa a demasiada velocidad. Odiaba tener que ceder a las críticas de Annika, pero más le valía tener cuidado, al menos en la ciudad.
La nieve estaba blanca en el campo de Gärdet. Lovisa hablaba de un muñeco de nieve que había hecho en la guardería.
—Olivia y yo hicimos el más grande. Las señoras que nos hacen la comida nos dejaron una zanahoria y se la pusimos de nariz.
—Qué bien. ¿De cuántas bolas estaba hecho?
—De tres. Luego le pusimos un sombrero. Pero los niños lo destrozaron.
—Qué asquerosos. ¿Y qué hicisteis?
—Pues se lo dijimos a la seño.
Mrado apenas podía creerlo. Miró a su alrededor en el autobús. Nadie parecía notarlo; ahí estaba sentado el hombre que había machacado la cabeza de un yonqui hacía dos semanas y ahora era la perfecta figura paterna.
Se bajaron del autobús junto al museo Tekniska.
Lovisa corrió hacia las máquinas e instalaciones del exterior de la entrada. Llevaba una cazadora acolchada roja con borreguillo en el cuello. En las piernas pantalones acolchados verdes y en los pies botas de piel para niños. La contribución de Mrado: las botas. Su hija no iba a ir por ahí con calzado cutre de goma.
Su hija estaba llena de vida y de energía despreocupada. Igual que había sido él cuando era niño en Södertälje. Recordó: con tres años Lovisa solía abalanzándose corriendo escaleras abajo; no le importaba la caída. Sólo lanzarse. Pleno ataque. Una cosa era segura: su energía no se malgastaría de la misma manera que la de él.
Mrado se dirigió a las instalaciones. Tenía frío. Lovisa saltaba en una plataforma delante de algo que parecía una gran antena parabólica. Mrado fue hasta allí. Lovisa le pidió que leyera el cartel. Algo sobre los susurros pese a la distancia. Lovisa no lo pillaba. Mrado lo entendió.
Se lo mostró. Fue hacia una antena parabólica similar situada a veinte metros de distancia.
—Quédate aquí, Lovisa. Papá te va a enseñar una cosa muy chula.
Los susurros se oían pese a la distancia, como si su boca estuviera pegada al oído de ella. A Lovisa le encantó. Susurró acerca de su muñeco de nieve. Acerca de Shrek. Acerca de las albóndigas de papá y la col fermentada de la noche anterior.
Se rieron.
En el interior del museo se quitaron los abrigos. Mrado se había preparado; llevaba una americana bajo la cazadora. No quería que se le notara la funda del arma. Olía a cafetería. Mrado había investigado y planeado; tras la visita tomarían algo.
Fueron de sala en sala. Teknorama: la sección experimental para niños del museo.
En la sala: medidas de potencia. Mostraban cómo convertirte en más fuerte de lo que eras. Aparejos/bloques/palancas/tornillos/cuñas. Mrado en la parte corta de un balancín, Lovisa en la larga. Mrado: ciento veinte kilos de músculos. Lovisa: veintiséis kilos de niña. Sin embargo, su lado se vencía por el peso. El de Mrado se elevaba. Parecía que Lovisa pesara más que papá. Lovisa se desternillaba. El alma de Mrado reía.
Siguieron adelante. En cada sala probaron máquinas/instalaciones de inventos/mecanismos. Lovisa charlaba. Mrado hacía preguntas. Alternando sueco/serbio.
Después de tomar algo se fueron a casa.
Lovisa volvió a ver la película de Disney. Mrado preparó una comida de verdad: salchicha Falu con macarrones integrales, kétchup y ensalada. Descansaron una hora en el sofá. Se adormecieron. Lovisa en los brazos de Mrado. Pensó: No necesito nada más en la vida.
Se marchaban. Lovisa se puso el abrigo. A Mrado se la traía floja que Annika se quejara: no pensaba ir al gimnasio en transporte público.
Eran las cuatro de la tarde. No había mucha gente en el gimnasio. Mrado entrenaba las piernas. Hacía gestos. Gruñía. Resoplaba.
Lovisa jugaba en la colchoneta de estiramientos. Mrado intentaba sonreír entre gesto y gesto. Lovisa estaba acostumbrada.
Un tío de recepción se arrodilló junto a la colchoneta. Dijo con pronunciación infantil:
—¿Qué haz hecho hoy con papi?
A Mrado le encantó la respuesta de Lovisa:
—¿Por qué hablas como la abuela?
Dieron las cinco y media. Mrado, meticuloso con la hora. El ambiente ya estaba mal tras la metedura de pata de hacía dos semanas, cuando Lovisa le había estado esperando cuarenta y cinco minutos en el exterior de la guardería. Mrado había ido a zurrar al yonqui. Al final, el personal de la guardería había acabado llamando a Annika para que fuera a recogerla. Nada bueno.
Tras el gimnasio fueron a Gröndal. Tráfico de hora punta en la autovía Essingeleden. Escuchaban música serbia en el coche. Lovisa intentó cantar.
Giraron pasado Stora Essingen. Se dirigieron hacia Gröndal.
A ciento diez en un tramo de setenta. Mrado no podía evitarlo. Desaceleró. En Gröndalsvägen el máximo era a treinta. Mrado se esforzó. Respetó la velocidad.
Condujo con cuidado hasta su casa.
La dejó delante del portal. Se quedó sentado en el coche.
Vio que marcaba el código de apertura. Abrió la puerta con las dos manos, era pesada. Desapareció en el interior.
Se había marchado.
Se sintió lleno de calor humano.
Un día de paternidad.
El día siguiente al de la visita, de vuelta a la realidad. Durante los últimos dos meses Mrado se había reunido con las personas/líderes más importantes de los bajos fondos de Estocolmo y Suecia central. Ladrones/violadores/asesinos/reyes de la droga; importaba una mierda lo que hubieran hecho con tal de que fueran influyentes.
Avances inesperados. Mrado, sorprendido. Escucharon, calcularon, preguntaron. La mayoría contestó: estaban de acuerdo; para hacer frente a los cerdos de la pasma hacía falta un reparto y acabar la guerra.
La consecuencia: el acuerdo sobre la creación de cárteles criminales de Estocolmo estaba tomando forma. Podría ser un éxito para Mrado.
En la parte negativa: el proyecto Nova cosechaba víctimas, incluso entre los yugoslavos. Dos chicos de Goran en prisión. Acusados de fraude fiscal grave.
La división del mercado en resumen: Bandidos aceptaron renunciar a la venta de cocaína en el centro y al chantaje de guardarropas. Por el contrario, aumentarían la actividad de protección, especialmente en los municipios del extrarradio sur. Los Ángeles del Infierno aumentarían el tráfico de alcohol en toda la Suecia central. Disminuirían la actividad de protección. Aumentarían la actividad de delitos fiscales todo lo que quisieran. La liga Naser: difíciles de influir. Pensaban seguir con la heroína como de costumbre. Original Gangsters: llevarían el robo de vehículos blindados en toda Suecia. No era en realidad un área en la que compitieran. Sin embargo, habían prometido reducir el negocio de la coca en el extrarradio. Vía libre en los municipios al norte del extrarradio. Fucked for Life conservaban el negocio de marihuana en el sur de Estocolmo y lo reducirían en el norte.
Mrado había organizado. Había evaluado diferentes mercados. Cuotas. Áreas. Había sopesado. Analizado. Hablado con más de cuarenta personas diferentes. Negociado. Había suavizado cuando había hecho falta. Había sido implacable cuando había sido necesario.
La mayoría confió en él, le tomaron por un yugoslavo con honor. Vieron las ventajas de su propuesta y los riesgos de Nova.
En resumen: estaba cerca del reparto del mercado. Lo mejor de todo: los guardarropas del centro, la niña de sus ojos, estaban quedando a salvo.
Según el propio Mrado: era un genio.
Quedaba por convencer: Magnus Linden, de la Hermandad Wolfpack.
Iban a verse en el pub Golden Cave de Fittja. Zona neutral.
Mrado adoraba su Mercedes más que de costumbre. Era consecuencia de las pinturas que se había dejado olvidadas Lovisa. Mrado había fijado la caja al parabrisas como un icono. Ceras. Pensó: Pronto será miércoles otra vez.
Poco tráfico. Conducción agradable. Pensaba en la Hermandad Wolfpack.
Formada por una serie de internos de Kumla hacía siete años. El fundador, autoproclamado presidente, Danny Fitzpatrick,
The Hood.
Según él mismo, se le ocurrió la idea de fundar la Hermandad, tras varios años en la trena, cuando se dio cuenta de que «éramos muchos los que íbamos a tener que vivir con que la policía de vez en cuando echara gas lacrimógeno en nuestros pisos y nos persiguiera con metralletas». El objetivo había sido copiar el sistema jerárquico de los Ángeles del Infierno:
Hang around. Prospect,
miembro, sargento de armas y presidente. Pero, tras algunos años, las cosas se fueron a la mierda en serio; el presidente de la Hermandad entró en una lucha de poder contra el hermano de Radovan. Estalló la guerra entre los yugoslavos y la Hermandad. Duró dos años, a tres personas les costó la vida. Pero ya habían pasado muchos años. Había un nuevo presidente de la Hermandad: Magnus Linden. Los yugoslavos se tranquilizaron. Pero quedaban las cicatrices.
Mrado aparcó el coche. Antes de cerrarlo con llave rezó su habitual plegaria al dios de los coches.