Authors: Jens Lapidus
La segunda vez no introdujo caballo sino otra cosa. Peor.
Jorge se interesó. Le acribilló a preguntas.
Darko, presionado. La mirada huidiza. Apuró el café. Sugirió dar un paseo.
Salieron.
Era un día frío de febrero. Aire fresco y cielo azul. Jorge hablaba de cosas irrelevantes. Creaba confianza. Seguía parloteando.
—Tenías que haberlo visto. En verano. A Steven le mandaron quince semillas de cannabis metidas en pasas y las plantó en el jardín. Ya sabes que el cannabis necesita mucha agua.
Darko escuchaba. Se dejaba entretener. Parecía relajarse.
—El problema más gordo era regar las plantas. A Steven se le ocurrió un truco tremendo, se ponía allí y fingía mear sobre las plantas al mismo tiempo que les echaba un vaso de agua por encima. Un mono descubrió el asunto, claro. Se acercó. Se montó un follón de la hostia: ¿Te estás meando en el césped? Steven dijo que no. El mono tenía que demostrar que se había meado, se puso a cuatro patas. Empezó a oler la hierba. ¿Me sigues? Como un perro. Steven le dijo al cabrón del mono: Aquí tenemos la prueba, lo sospechaba desde hacía mucho; los monos y los perros: los dos tenéis los mismos genes. ¿Te imaginas cómo nos descojonamos?
Darko sonrió.
—Ya había oído esa historia antes. Steven es un tío de puta madre.
Subieron por Kungsgatan.
Parecía que Darko iba a hablar.
Transcurridos quince minutos más empezó a contar.
—Steven y yo trabajábamos juntos con un serbio, Nenad. Un tío fenomenal. El tipo tenía buenos contactos en Belgrado. Se rumoreaba que había pertenecido a los Tigres, que en Srebrenica había matado a treinta bosnios sólo con las manos. Primero sacó a los hombres a la plaza con las manos atadas a la espalda y les pegó hasta que se arrastraron en su propio vómito. Luego violó a sus mujeres delante de ellos. Entonces no sabíamos que era de los hombres de Radovan. Cuando hicimos el trabajo del caballo fue con instrucciones directas de R. Nos llevamos el veinte por ciento del valor. Estuvimos de fiesta medio año, luego volvió a ser hora de hacer negocios. La segunda vez que trabajamos para Radovan fue bajo las órdenes de Nenad. Creo que fue un año antes de entrar en chirona. Quedamos en Kafe Ogo, ya sabes, el antiguo garito de Jokso. Nenad se presentó, nos dijo que podíamos llamarle patriota porque él siempre apoyaba a Serbia. Esos tíos iban en serio. Nenad era de los duros, con tatuajes de guerra en los nudillos. Había dos tíos más sentados en la mesa. Recuerdo que estuvieron con el pico cerrado toda la conversación. Pero yo conocía a uno de ellos de los garitos, Stefanovic. Un tío más joven que trabajaba para Radovan en esos tiempos. Nenad nos hizo la pelota. Habló de que nuestros transportes anteriores habían sido un éxito. Sabía mucho sobre mí, pero no era raro porque trabajábamos con frecuencia para los yugoslavos. Yo mismo soy serbio.
Darko hizo una pausa. Los ojos le brillaban. Iluminados por viejos recuerdos. Por los subidones. La emoción. ¿O qué?
Atravesaron la plaza de Hótorget.
—Nenad describió el plan. Era un gran cargamento de caballo. Lo llevaríamos con camiones, como las otras veces, desde la región de Belgrado. Y dijo que estaría bastante cortado, ocuparía mucho espacio. Entonces no entendimos nada. Planificamos todo el asunto. Conseguimos dos traileres con matrícula alemana y en cada uno cabían dos contenedores. Arreglamos lo de los conductores, las aduanas, los permisos. Toda la historia. Oficialmente llevarían piezas de maquinaria desde Turquía por los Balcanes. Nenad nos dio unas reglas. En cada contenedor hacía falta al menos dos metros cúbicos para la carga. Cuando nos fuimos a reunir con nuestras personas de contacto en las afueras de Belgrado, vinieron en un viejo autobús del ejército vestidos con ropa militar y armas automáticas. Habían traído cuatro mujeres. Pensé que nos iban a invitar a vodka y a divertirnos un rato con las chicas. Después de un rato lo pillé. En ningún momento se había tratado de llevar caballo. Íbamos a llevar personas. Primero pensé que eran refugiadas.
Jorge y Darko continuaron por Vasagatan a paso lento. Pasaron Centralstation. Los taxis hacían cola. Jorge preguntó:
—¿Quiénes eran las personas de contacto?
—Ni idea. Pero trajimos a las chicas hasta aquí. No se les permitió salir ni una sola vez. Ese verano hacía un calor de la hostia. Cuando atravesamos Alemania los termómetros marcaban treinta y seis grados. Quién sabe cómo consiguieron resistir el viaje. Treinta horas en dos metros cúbicos, prueba tú a ver qué tal. Bueno, tenían agua. Las descargamos en Södra Hammarbyhamnen, que en aquella época era una zona industrial sin construir. Puedo ver sus caras delante de mí cuando salieron de los contenedores: hartas de llorar, de color gris oscuro. Bolsas en los ojos que les echaban veinte años de más. Si lo hubiera sabido antes de cargar, joder. Podría haber dicho que no. Pero tenían agua.
Jorge no hizo caso del arrepentimiento de Darko. En ese momento no importaba si las putas habían tenido agua o no. Preguntó:
—¿Quién os recibió?
—Radovan, Nenad, Stefanovic y algunos más.
—¿Radovan?
—Sí. Le reconocí por las fotos que había visto en Kafe Ogo.
—¿Estás seguro?
—Tan seguro como de que no era caballo lo que llevé en esa ocasión.
—¿Quiénes eran los otros?
—Ni idea de quiénes eran los demás, aparte de Nenad y Stefanovic. Lo siento.
—¿Cuánto os sacasteis?
—Ciento cincuenta cada uno. Eso cubría todo. Incluidos los sobornos y los salarios de los conductores.
Jorge ardía por dentro.
Se quemaba.
Odio.
Una pista.
Radovan metido en el tema de las putas.
Jorge reanudó la caza.
El problema de lujo de JW: había ahorrado trescientas ochenta mil en cuatro meses y aun así había gastado como un jeque del petróleo; ¿qué iba a hacer con el dinero?
Pronto llegaría el momento del BMW: quizá dentro de un mes. Quizá dentro de dos. Pese a todo, sería probablemente uno de segunda mano. Las alternativas que barajaba era un estupendo BMW 330 Ci M-Sportpaket del 2003. Un aún más estupendo BMW 330 Cabriolet con navegador del 2004. Y el modelo más estupendo de todos: un BMW Z4 2,5. Este último coche lo miró en la web Blocket. Era una pasada, plateado con tapicería de cuero, de cero a cien en seis segundos. Un coche de pijo. Era taaan de su estilo...
Era un problema típico de los chicos malos. Sobre el papel JW no ganaba dinero y según el registro del gran hermano vivía del préstamo del CSN
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y de becas, en total siete mil quinientas coronas al mes. El coche tenía que registrarse y asegurarse. En consecuencia, el gran hermano vería que había comprado un coche de trescientas mil pese a que no declaraba ingresos ni patrimonio. El gran hermano empezaría a hacerse preguntas. En el peor de los casos el gran hermano sospecharía, empezaría a investigar a JW en general.
La solución estándar para los chicos malos consistía en blanquear el dinero negro.
JW estudió más. No era de lo que más se había escrito en relación con estructuras económicas. Difícil encontrar información. Preguntó a Abdulkarim sobre maneras inteligentes. El árabe contestó:
—JW, tío, mira, yo economista, no. Yo, un patero normal. Suecia no se fía de mí para nada. Yo no necesito dinero limpio. Yo estoy fuera de esto.
JW intentó explicar las ventajas de estar a buenas con el sistema.
Abdulkarim, con una sonrisa torcida:
—Tú vienes a Londres porque tú eres mi economista. Tú tienes que pensar. Si encuentras la forma, tú me lo dices. Entonces yo blanqueo el diez por ciento.
El árabe tenía razón en una cosa: mantenerse al margen era una alternativa. No registrar los coches, no asegurarlos, no comprar viviendas, funcionar siempre con metálico.
Pero no era el estilo de JW, él iba a ir en serio.
Tres días después de su vuelta de Robertsfors, JW se preguntó: ¿Qué tengo de allí? La simple respuesta: nada. Pero de todas formas, muy en el fondo, sabía que había sido agradable ir allí. Agradable sentirse seguro. No tener que jugar. Poder volver a hablar con su dialecto normal. Poder ir por ahí vestido de cualquier manera. Poder tumbarse en la cama todo el día sin tener que necesitar llamar a la gente para saber qué iban a hacer por la noche.
Al mismo tiempo sentía desprecio. Sus padres no controlaban nada. Su pasado no encajaba.
Además se había traído de allí una nueva pista: el chico de Camilla era yugoslavo. ¿Qué significaba eso? En principio era información que debería pasar a la policía.
¿Pero la policía avanzaba algo? JW les había proporcionado la historia de Jan Brunéus, el profesor que evidentemente había utilizado a su hermana. ¿Por qué no se ponían en contacto? ¿Pasaban de la preocupación y el dolor de la familia Westlund?
Al mismo tiempo era muy agradable haber pasado el testigo a la policía. Podía dedicarse a otras cosas. Camilla no podía quitarle demasiada concentración de su carrera.
JW aprendió sobre el blanqueo de dinero. La clave para el éxito era el traspaso de un sistema económico a otro. El traspaso desde zonas sucias a zonas limpias. Un ciclo de traspasos. Un traspaso en tres pasos vitales: colocación, ocultación, blanqueo. Sin ellos no se cerraba el círculo.
La colocación era imprescindible porque se vendía al contado. Por muy exclusiva que fuera la gente que compra, no se vende coca usando otros medios de pago. Una frase ocurrente:
Cash is king tor cocaine consumers
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. La ventaja del dinero en metálico: no dejaba rastro. El inconveniente: resultaba sospechoso. A la gente le extrañaban los fajos de billetes de quinientas. El metálico había que traspasarlo. Colocarlo. Convertirlo. A otra divisa, en unos y ceros electrónicos en una cuenta bancaria, en acciones, opciones u otros instrumentos. En algo que no llamara la atención, que fuera fácil de manejar, que estuviera un paso más allá de tu fuente de ingresos ilegales.
El paso número dos se trataba de la ocultación. Dar la cara con actividades empresariales u otros mecanismos que ocultaran las fuentes de ingresos: cuentas de bancos en países con un buen nivel de confidencialidad. Se trataba de romper la cadena. Crear capas de transacciones. Que no pudiera verse de dónde había venido el dinero. Utilizar testaferros. Utilizar cuentas numeradas. Utilizar sistemas que cortaran tu conexión con esas maravillosas coronas.
El último traspaso era el más importante, se trataba del blanqueo en sí, de la reintegración del dinero en tu economía. Cuando el metálico se había colocado, ingresado en cuentas, el dinero se había ocultado y no podía seguírsele el rastro hasta ti, tendría lugar la última fase: centrarse en de dónde había venido, la creación de una quimera de fuentes legítimas. Con frecuencia, fuentes que pagaban impuestos. Fuentes normales.
El blanqueo conseguía que te vieras obligado a jugar de acuerdo con las reglas del Estado. Perdía la deliciosa flexibilidad del metálico. Lo introducía en el sistema financiero, en el que todo está meticulosamente regulado. Toda la información se guardaba. Todos los activos se contabilizaban. Cada traspaso se registraba. Ningún activo viene de la nada. Pero se podía fingir.
Quieres blanquear. Quieres romper la cadena. Al mismo tiempo quieres conseguir una bonita cadena para mostrársela a las autoridades. Había dos alternativas. O bien meter el dinero en algún lugar donde la confidencialidad pusiera fin a las investigaciones del gran hermano. La respuesta a las preguntas indiscretas: hay una transacción registrada pero lamentablemente no hay autorización para mostrarla. O bien utilizar el sistema para crear una pista. La respuesta para el gran hermano: claro que hay transacciones registradas, mira aquí.
Todo el asunto requería preparativos. JW iba a tener un BMW, sin más. Registrado y asegurado.
Había prisa. Quería ponerse en marcha lo antes posible.
Una semana más tarde había comprado en la Red tres empresas sin actividad por seis mil coronas cada una. Se inscribió como miembro del consejo de administración. La actividad de una era eventos-marketing; el de las otras dos, comercio de antigüedades. Perfecto. Arregló lo del capital social de cada compañía, cien mil coronas, con un pagaré. Él se convirtió en deudor de las compañías; una manera de evitar tener que meter coronas de verdad a nombre de las compañías. Se hizo un contrato a sí mismo en la compañía de eventos y marketing. Finalmente dio nombre a las compañías. Se llamaron JW Empire Antik AB, JW Empire Antik 2 AB y JW Consulting AB. Sonaba suficientemente profesional.
Se puso en contacto con gente en Londres, amigos de Fredrik y Putte que estudiaban en la London School of Economics. Niños bien con padres que pagaban cien mil al semestre por una buena formación. Conocían a otros allí que ya trabajaban, banqueros de inversión. JW hizo varias llamadas. Al otro lado del auricular, voces nasales de clase alta. Chicos que trabajaban día y noche e intentaban legitimar su propia opinión de sí mismos. Él siempre se refería a los chicos que le habían dado sus nombres. Abría puertas. Daba nuevos nombres. Británicos, indios, italianos. Medio mundo trabajaba en Londres.
Al final, tras cuatro días de llamadas a Londres, la factura telefónica estaba seguro por encima de las tres mil coronas, consiguió hablar con un hombre de Central Union Bank, Isla de Man. Un paraíso fiscal con una enorme ventaja: secreto bancario. Perfecto.
Acordaron reunirse la misma semana que JW estaría en Londres con Abdulkarim.
JW había quedado con Sophie por la noche para cenar en Aubergine, en Linnégatan.
Estaba en casa sentado en la habitación navegando. Babeando por objetos que comprar. Coches alucinantes. Calculó con Excel su histórico de compras. Nuevos métodos de ventas. Análisis de
cash flow.
Beneficios del blanqueo.
Apagó el ordenador.
Se levantó. Era hora de ir a ver a Sophie. JW con el vestuario habitual: vaqueros de Gucci, mocasines, camisa azul de rayas de Pal Zieri con puños dobles. Se puso el abrigo de cachemira.
Fue andando a Aubergine. Las aceras estaban bordeadas de nieve sucia. Los zapatos eran más resbaladizos que una cáscara de plátano sobre lubricante. Vio a Sophie a través de la ventana. Siempre estaba guapa, siempre. Pero uno no lo notaba al ciento por ciento cuando estaba sentada. Cuando llegó, ella se levantó. La belleza le golpeó con un duro derechazo. Joder, qué rica estaba.