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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (29 page)

BOOK: Dinero fácil
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Capítulo 27

Las fronteras psicológicas grabadas en el territorio de Estocolmo. La geografía dividida en tres partes de Kungsgatan. Al final del todo, hacia Stureplan había bonitas tiendas de moda, cafés, terrazas, cines y tiendas de electrónica. La tienda de Diesel, The Stadium, Wayne's y McDonald's. Blue Moon Bar y The Crib. Rigoletto, Saga y Royal. El-Giganten y Siba. Todos se movían por ese trecho: vikingos, la gente de Stureplan, las bandas del extrarradio. Siguiente tramo, desde Hötorget hasta Vasagatan: el trozo más cutre. Garitos espantosos y restaurantes ruidosos. La parte de las peleas, poblada por macarras extranjeros y suecos medios. La última parte, el cruce de Vasagatan hasta el puente, no tenía restaurantes ni garitos normales, tiendas o cafés. Ahí había sólo sitios con un perfil propio: el teatro Oscar, Fasching y Casino Cosmopol. Clientela de más edad. Una mezcla creativa de fanáticos de la revista, amantes del jazz y jugadores.

Un corte en sección de la vida de ocio/compras/nocturna de Estocolmo. Kungsgatan, aceras con calefacción, siempre libres de nieve, siempre con ambiente. Siempre histeria consumista. Tres capas diferentes. Tres mundos diferentes a lo largo de la misma calle.

Mrado estaba sentado en la barra de Kickis Bar & Co., uno de los sitios cutres de la parte central de la calle, y esperaba a Ratko. Cerveza de graduación alta & Co.: ale, cerveza de graduación media, sidra.

Estaba cansado de cojones.

Miró agotado hacia delante. Grupos de macarras de veinte años con plumas robados de la marca Canada Goose. Se negaban a quitarse las cazadoras; eran símbolos de un mundo al que en realidad jamás tendrían acceso. Observó a una distancia prudente. No sabían quién era él. Sin embargo lo pillaban: no hay que meterse con ese gigantón de la barra. Si el guardarropa del local hubiera sido suyo, las cazadoras de esos pipiolos panchitos habrían estado colgadas en las perchas desde hacía mucho.

En las paredes letras de neón. Formaban las palabras:
Copas de Kicki.
Letras alternando rojo, azul y amarillo.

Mrado y Ratko habían decidido tomarse una cerveza antes de ir al Casino Cosmopol, más arriban en Kungsgatan. Mrado necesitaba conseguir dinero limpio. Las tiendas de vídeo/tapaderas para blanquear dinero no funcionaban como deberían. No conseguían absorber el flujo de dinero. El casino era siempre una solución de emergencia para blanquear dinero.

Eran las cinco y diez. Ratko no solía llegar tarde. ¿Sus quejas habían aumentado últimamente? Eso no podía ser. Mrado estaba por encima de Ratko en la jerarquía de los yugoslavos. En consecuencia sólo iba a esperar diez minutos más.

Pidió una cerveza más. Repasó los últimos meses.

La situación de Jorge se había resuelto bien. Habían pasado cuatro meses y el latino había estado tranquilo desde entonces. Sin dejarse ver. Sin más intentos de hacer el tonto. Mrado había recibido pistas. Jorge seguía en la ciudad, aún llevaba el aspecto moreno para seguir escondido. Iba tirando haciendo lo único que sabía, vender farla para algún camello. A Mrado le importaba una mierda quién fuera mientras no le molestara.

Mrado había seguido trabajando con lo habitual. Echaba de menos a Lovisa. Maldecía a Annika. El 23 de febrero habían comunicado el fallo provisional del tribunal: doble comunicación. Era agradable seguir teniendo la patria potestad compartida. Era una putada tener un régimen de visitas de sólo un día cada dos semanas. Suecia volvía a traicionar a los serbios.

Todas las noches Mrado se despertaba entre las cuatro y las cinco y no podía dormir. Como una vieja. Solía echarse al coleto un lingotazo de whisky para poder volverse a dormir. ¿Qué coño pasaba?

Una vez entró en la habitación de Lovisa buscando tranquilidad. Se sentó en su cama. Crujió. El ruido le recordó algo. No sabía qué. Abrió un cajón de su escritorio. Vio las pinturas. Cayó en qué le recordaba el crujido. Se sentía harto. Angustiado. ¿Qué iba a pensar Lovisa de él si alguna vez se enteraba de toda la mierda que había hecho? ¿Era posible ser un buen padre y al mismo tiempo romperle los dedos a la gente? Debería dejarlo.

Por lo demás, la vida había seguido como siempre. Las ramificaciones crecían. La pasta entraba. Últimamente, los asuntos grandes habían sido llevar las tiendas de vídeo y pensar en cómo enfrentarse a los cerdos de la policía y su nuevo proyecto Nova. Radovan había convocado una reunión sobre Nova. Todos los compañeros discutirían los esfuerzos de la pasma por pararles los pies. El propio Mrado, Goran, Nenad y Stefanovic.

Las compañías de videoclub que había creado tras la gran búsqueda del testaferro, Christer Lindberg. Mrado no quería a alguien que despertara las sospechas del Registro de Empresas, Hacienda y demás curiosos. Había comprobado en el registro civil que el tío estuviera empadronado en Suecia, en Tráfico que no hubiera ninguna importación sospechosa de BMW alemanes que llamaran la atención, en Hacienda que las deudas con el fisco estuvieran a cero, en el Servicio de Embargos Ejecutivos y en la empresa de registro de morosos Upplysningscentralen que el tío no tuviera ningún expediente por morosidad. Por último había comprobado las listas internas de la policía; todo tenía que parecer limpio. Mrado le dio las gracias a su contacto en la policía por los datos de este último registro.

Christer Lindberg, al menos en apariencia era un ciudadano responsable. Debería funcionar.

Mrado no quiso verse con Lindberg en persona, se mantuvo a distancia. Goran se había encargado de explicarle casi todo. Mrado sólo habló con el tío una vez por teléfono. Lo único que supo fue que Mrado era un amigo de Goran que le daría una buena pasta a cambio de firmar unos documentos y responder a posibles preguntas de Hacienda.

Lindberg según Mrado: la caricatura de un obrero. Hablaba a más no poder el sueco de los suecos medios, explicaciones semi-profundas/símiles y tópicos en todas las frases. Mrado pensó en su única conversación. No pudo evitar reírse para sus adentros.

—Hola, soy un amigo de Goran. Se trata de una idea de negocio sobre videoclubes. ¿Te ha comentado algo al respecto?

—Vaya que sí.

—¿Sabes de qué trata el asunto?

—Vamos, que uno no se ha caído de un guindo. Pillo la idea.

—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Qué hacías antes de empezar a trabajar para Goran?

—Aquí servidor trabajaba en la misma empresa de transportes, Ostmans Åkeri, en Haninge.

—¿Qué tal era eso?

—Era como la noche y el día, vamos.

—¿Qué quieres decir?

—Resulta que Ostman empinaba el codo. Un día apareció Göran. Se encargó de todo el tinglado. Vamos, que se lo curró bien.

—Se llama Goran.

—Ja, ja. Eso, Goran. Me cuesta un poco eso de los nombres.

Fue suficiente. Mrado no quería tener ninguna relación con Lindberg.

Envió los papeles al tío. Le pidió que firmara. Le explicó un poco más de qué se trataba, que un amigo de Mrado y Goran iba a abrir videoclubes. Se necesitaba que alguien que estuviera empadronado en Suecia figurara como administrador de las compañías. Lindberg recibiría una cantidad de doce mil por firmar. Después le darían diez mil cada seis meses mientras todo siguiera adelante. Mrado le instruyó sobre qué hacer en caso de que Hacienda u otra autoridad fisgona preguntara algo.

Asunto finiquitado, como dijo Lindberg.

Mrado se puso en contacto con una empresa que vendía compañías constituidas sin actividad. Compró dos. Pagó cien mil por cada una. Envió todos los papeles firmados por Lindberg. Cambió los nombres: Videospecialisten i Stockholm AB y Videokamraten AB. Abrió cuentas bancarias. Cambió de interventores. Consiguió locales.

Una de las tiendas estaba en Karlavägen. También se hicieron con un local de un antiguo videoclub, Karlaplans Video. ¡Una lástima los dueños turcos! Mrado envió a Ratko y a Bobban para que los asustaran un poco. Fueron allí diez minutos antes de la hora de cierre una noche de octubre. Explicaron la situación. Los turcos se negaron. Dos días más tarde, cuando iban a abrir la funda de
Batman Begins
que alguien había dejado en el buzón de devoluciones, ¡bum, bum! Uno de los turcos perdió cuatro dedos y la visión del ojo izquierdo.

Un mes más tarde, Mrado compró el local por treinta mil. Regalado.

El otro videoclub estaba en Södertälje Centrum. El local había sido una tintorería. Al dueño anterior, también turco, le fue fatal. Una coincidencia poco afortunada: los yugoslavos contra los turcos. Las apuestas contra los yugoslavos, bajas. El tío de la tintorería vendió voluntariamente por veinte mil coronas. No hubo que hacer nada más.

Encargó que restaurasen y reformasen los locales durante noviembre. Empleó a Rivningsspecialisterna i Nälsta AB, la empresa de demolición de Rado. Una manera cómoda de generar IVA repercutido/devengado y de que la compañía de demolición facturara legalmente.

Mrado tiró las películas porno de Karlaplans Video. Trajo una gran cantidad de películas infantiles; el paraíso Disney al cuadrado. Tiró una de las paredes, puso muchas cajas de golosinas para venderlas a granel. Reformó el mostrador de la caja, lo adapto para que se pudiera vender boletos de lotería, periódicos e inscribir a los nuevos socios. Pintó las paredes, puso carteles publicitarios de los últimos DVD para niños, arregló el sitio, empezó a vender libros de bolsillo en un rincón. Producto final: el videoclub más amable y adecuado para los niños de todo el barrio de Östermalm.

Causaba una buena impresión.

La tienda de Södertälje: Mrado vendió las máquinas de la tintorería a unos viejos conocidos, sirios. Södertälje era su Jerusalén. Mrado lo sabía, se había relacionado con sirios durante toda su infancia y adolescencia. Incluso le invitaban a bodas alguna vez. Los sirios: una de las redes más cerradas de Estocolmo. Dominaban las tintorerías y las peluquerías de clase B. Empresarios. Mrado cuidaba de sus conocidos. Tintorerías y peluquerías; unas actividades al menos tan buenas para el blanqueo de dinero como los videoclubes. Podría venirle bien.

En dos meses los videoclubes funcionaban perfectamente. La idea base era sencilla. Mrado tenía cuatrocientas mil coronas en metálico. Doscientas mil fueron para la compra de las compañías. Se ingresaron cien mil en las cuentas bancarias de cada empresa, divididas en ingresos menores. El dinero era suficiente para pagar los locales, las obras y la compra de películas en vídeo y DVD. Los chicos del gimnasio estaban a diario en los locales entre las cuatro y las diez de la noche. Salario sin declarar: b. c (Bajo cuerda). Sobre el papel Radovan era empleado y accionista. Mrado, empleado a media jornada. Ingresaba dinero en las cuentas de las compañías cada dos días. Cuando todo estuvo en marcha cada tienda generaba en realidad cincuenta mil coronas al mes. En la contabilidad maquillada de Mrado: trescientas mil al mes. Tras el sueldo de Radovan de veintisiete mil y el de Mrado de veinte mil al mes, el resto de los costes, impuestos y gastos sociales: aproximadamente ciento cincuenta mil coronas legales por tienda. En resumen: los sueldos más los activos que había en las empresas, limpios de polvo y paja.

El dinero de la gestión de los guardarropas pasaba por los videoclubes a efectos de papeleo; así, por el otro lado, tras los cargos de los impuestos, salían coronas honradas. Y lo mejor: si se iba a la mierda, Lindberg se llevaría el golpe. Ni Mrado ni Radovan estaban en la dirección y no constaban en ningún registro.

Pese a las empresas de blanqueo de dinero, tenía problemas. No eran suficiente. Los últimos meses sus problemas para dormir eran peores que antes. La situación con Rado: más irritado que nunca. ¿Se debía a la solicitud de Mrado de tener una parte de los guardarropas? El jefe yugoslavo se sentía superior. Otorgaba competencias a Goran y a los otros, pero no a Mrado. R planeaba algo a espaldas de M. Los indicios se filtraron por Ratko y Bobban. Pregunta: ¿R había encargado a Mrado montar los videoclubes para mantenerle ocupado? Pregunta número dos: ¿Qué era Mrado sin Radovan? Pregunta número tres: ¿Qué podía hacer Mrado aparte de esto en su vida? ¿Había otra posibilidad?

Todo era mejor antes.

Ratko no apareció. Mrado se levantó. Pagó. Se fue solo al casino.

Casino Cosmopol: el tugurio de juegos del Estado por excelencia. La filosofía de la hipocresía en estado puro. El juego es un pecado luterano, el juego es un derroche/una estupidez/asocial, el juego conduce a la adicción; al mismo tiempo el ministro de Economía gana un pastón con él. La gente necesita diversión, pan y espectáculo. Venga ya, un poco de juego es emocionante. Triss, Lången, Keno, Tian, V75, Oddset, Tipset, póquer por Internet, Jack Vegas
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, etcétera. Las máquinas Jack y Miss Vegas lo peor, ingresaban cinco mil millones al año para el gran hermano. Llevaban a gente a la ruina. Hundían familias. Destrozaban sueños. La nueva enfermedad de la sociedad del bienestar, junto al sobrepeso, era la adicción al juego. Había subido un setenta y cinco por ciento desde que habían abierto los casinos y las máquinas Jack Vegas.

Los porteros del casino saludaron a Mrado. Pasó de largo por las taquillas de entrada. A la gente normal le comprobaban la tarjeta de identidad y comparaban con las fotos de su base de datos. La primera vez que alguien iba al casino le hacían una foto. Con Mrado no hacía falta; tenía tarjeta anual. Además: Mrado era Mrado.

El sitio era una mezcla entre un local de ocio estilo fin de siglo y el ferry de Finlandia. Cinco pisos. La planta que daba a la calle, la más deliciosa. Techo alto, casi quince metros. Techo de paneles de madera hermosamente pintados. Motivos y estuco originales. Cuatro arañas de cristal enormes. Las paredes de espejo hacían que la sala pareciera más grande de lo que era. En el suelo una moqueta roja. Ocho grandes mesas de ruleta colocadas por parejas. Entre cada dos mesas, sobre una tarima, un empleado del casino con esmoquin o traje sentado en un sillón de piel negro giratorio. Misión: mantener los ojos fijos en el juego, encargarse de que nadie hiciera trampas. Apuesta mínima en las mesas de ruleta: cincuenta coronas para apostar por un número, quinientas para apostar por un color, par/impar o columna. Un billete de mil volaba fácilmente en cinco minutos. Además: cinco mesas de blackjack y de bacará. Dos mesas de sic bo para los asiáticos. Máquinas de Jack y Miss Vegas, tragaperras y otras máquinas por todos los lados.

La hipocresía volvía a ser evidente, alguien le dio un folleto a Mrado:
¿Tienes problemas de ludopatía? No es nada de lo que avergonzarse. Más de 300.000 suecos sufren de la misma adicción que tú. Pero hay ayuda. Llámanos al CENTRO DE DEPENDENCIAS.
Alucina con esa mierda: repartían esos folletos a los jugadores, al tiempo que se podía sacar sin problema cien mil de la propia caja del Casino Cosmopol.

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