Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Malus levantó la mano hacia la puerta manchada de sangre. Había brujería en el interior; comenzaba a ser capaz de sentirla, como un hedor que le quemaba la garganta. El zumbido de su cabeza empezó a transformarse en palabras, pero en vez de eso se concentró en la puerta y sus sangrientas inscripciones.
Se detuvo, con la mano a pocos centímetros de la madera oscura. La piel le picaba cuando entró en contacto con las corrientes de poder invisible. Tras unos instantes retiró la mano. «¿Por qué llamar a la puerta? —pensó—. Con todo ese poder a sus órdenes, Urial sabe sin duda que estoy aquí.»
Malus Darkblade levantó la pierna y abrió la puerta de una patada en medio de una lluvia de astillas y metal retorcido.
Abrir la puerta del camarote de una patada fue como perforar el lado de un horno. Oleadas furiosas de calor llenaron el pasillo mal iluminado. Una sensación de dislocación invadió a Malus. Levantó la mano sin pensar, como si quisiera parar algún golpe invisible, y el zumbido de su cabeza cesó. Una sensación familiar, como si una serpiente se le enroscara por dentro de las costillas, le oprimió fuertemente el corazón.
Al otro lado de la puerta, el aire vibró con una potencia desconocida. Había runas complejas y símbolos tallados profundamente en el suelo, las paredes y el techo, y la sangre fresca circulaba por los canales para unir las geometrías místicas. Cuando el camarote era el de Yasmir, ella en raras ocasiones lo abandonaba durante el viaje. En el extremo más alejado de la habitación, había levantado una especie de santuario, compuesto por las primeras ofrendas primitivas de la tripulación, y meditaba a sus pies durante horas y horas. Aquella construcción primitiva ya no estaba; en su lugar se encontraba la misma Yasmir. Estaba sentada, inmersa en una especie de trance, en el centro de la habitación, manteniendo el equilibrio sin esfuerzo, y su rostro tenía la serena y despiadada expresión de una reina.
Malus la observó, conmocionado, haciendo caso omiso de la silueta postrada y desnuda de Urial tendida a los pies de su majestuosa hermana. Yasmir llevaba una corona de latón en la frente y de sus hombros colgaba un manto de un rojo intenso y negro brillante que latía lleno de vida al mismo tiempo que su corazón. Llevaba una túnica de órganos relucientes entretejidos con hilos hechos de oscuras venas y arterias que se asemejaban a cables. La sangre fresca relucía en el esmalte brillante que llevaba sobre el pecho y una única gota relucía con luz trémula en una mejilla perfecta.
El noble observó a su hermanastra y, en ese momento, la vislumbró como lo hacía Urial: trascendente, sublime, una diosa vestida de masacre, y durante un único latido de su corazón la adoró. Palabras de devoción llegaron sin control a su mente. «Me postraré ante ti sobre una alfombra de huesos —pensó con el corazón encogido—. Te bañaré en la sangre de naciones enteras y llenaré el aire con la música de los inocentes asesinados. Elevaré un canto fúnebre sobre la superficie del mundo y te llevaré más allá, hacia las incontables estrellas.»
Una risa fría, cruel, y tan antigua como los huesos del mundo, eliminó aquella letanía de adoración de su mente. Habló una voz, que resonó en su pecho.
—Mírala y desespera, pequeño druchii —dijo Tz'arkan, y su voz se hundió como una cuchilla en el cerebro de Malus—. Ella es obra tuya, una diosa de sangre que ha tomado forma. Pero no puedes ser suyo. Me perteneces a mí.
Malus apartó bruscamente los ojos del rostro de Yasmir; notó que la bilis le subía por la garganta. Por la Madre de la Noche, ¡cómo necesitaba un trago!
—No pertenezco a nadie, demonio —susurró entre dientes—, y mucho menos a ti.
«¡Ojalá fuera cierto!», pensó, lleno de amargura. Cerró los puños con fuerza y sintió el anillo de rubí en su dedo. Lo llevaba como un grillete; era tan incapaz de quitárselo como de arrancarse la mano. Malus lo llevaba desde hacía casi cinco meses, desde que lo había encontrado en un templo en las profundidades de los Desiertos del Caos. Había ido allí en busca de fortuna y poder, pero se había dado cuenta demasiado tarde de que había caído en una trampa.
El templo también era la prisión del gran demonio Tz'arkan, mantenido prisionero allí desde hacía eones por una cábala de brujos del Caos, y en una única acción precipitada Malus se había convertido, sin darse cuenta, en el peón de Tz'arkan. Desde entonces se había dedicado por entero a deshacerse del abrazo del demonio, ya que dentro de un año Tz'arkan reclamaría su alma para toda la eternidad a menos que encontrara cinco reliquias de poder que liberarían al demonio de su cárcel de cristal. Dos estaban ahora en su poder: el
Octágono de Praan
, robado de las garras de una tribu de hombres bestiales del norte, y el
Ídolo de Kolkuth
, sacado de su lugar de descanso en la Torre de Eradorius en la isla perdida de Morhaut.
Enfrentarse a los skinriders que habían reclamado la isla como suya no había sido más que un ardid para reunir los barcos y los hombres necesarios para alcanzar la isla y encontrar la torre. El precio en hombres y barcos no había significado nada para el noble, que estaba dispuesto a reducir a polvo continentes enteros si eso era lo que necesitaba para recuperar su alma de las manos del demonio; si es que quedaba algo de ella, claro.
El demonio siseó, divertido, mientras se deslizaba alrededor del corazón latiente del noble. La presencia burlona de Tz'arkan era constante en el fondo de su mente, donde lo tentaba con poderes que estaban más allá de los conocimientos de los mortales, pero cada vez que la fría, gélida fuerza de los dones del demonio fluía por sus huesos dejaba una mancha en su interior, que lo corrompía desde dentro. El vino era el único refugio que había encontrado contra la influencia de Tz'arkan, pero era un tipo de paz desgraciada y efímera. Hubo momentos, en medio de la noche, en que se preguntaba si bebía para escapar de los susurros tentadores del demonio, o para protegerse de la tentación de utilizar todavía más el poder de Tz'arkan.
En ese mismo momento, sin embargo, la idea de hacer pedazos a su hermano era muy tentadora.
—Hola, querido hermano —dijo Malus con frialdad y enfado—. Has estado bastante recluido estas últimas semanas. Si hubiera sabido que estabas aquí abajo tejiendo una túnica con las tripas de mis marineros, te habría visitado mucho antes.
Urial no respondió. Lenta, intencionadamente, se irguió sobre su única pierna buena. El cuerpo desnudo del antiguo acólito era esbelto, casi infantil. Estaba extremadamente delgado; los músculos de acero se marcaban bajo una piel casi traslúcida. Malus se sorprendió al ver que prácticamente cada centímetro de su cuerpo, de arriba abajo, tenía inscritas cientos de runas arcanas. Su cabello grueso y blanco le caía suelto hasta la cintura, y cuando se giró para mirar a Malus, sus ojos brillaron rojos como monedas de latón fundido. Malus dirigió la vista hacia el brazo derecho atrofiado de Urial y su pierna izquierda, retorcida y escorzada, y combatió una oleada de repulsión. La repugnancia debió quedar patente en su rostro, ya que Urial cuadró los hombros y se puso más recto, como si retara a su hermanastro a señalar su debilidad. Había un brillo en los ojos de Urial que Malus había visto antes, en la cubierta del
Saqueador
durante la batalla en medio del temporal invernal, cuando Yasmir había demostrado su terrible entusiasmo por matar. Se vio transportado a una especie de éxtasis.
La expresión de felicidad de su rostro perturbó a Malus más que cualquier otra cosa.
—Saludos, Malus —dijo Urial con voz sepulcral—. Me preguntaba cuándo vendrías. Unos instantes más y habrías llegado demasiado tarde.
Malus entornó la mirada con expresión de cansancio.
—¿De qué estás hablando, en nombre de la Madre Oscura?
—No blasfemes —dijo Urial, y en ese momento su voz sonó dura—. No, aquí. Este es un lugar santo, santificado por el Señor del Asesinato.
—Éste es mi barco, hermano —dijo Malus, atravesando con decisión la puerta y entrando en el camarote—, y los que has asesinado eran mis hombres.
Urial sonrió.
—¿Tus hombres? No lo creo. Si hay alguien en este barco que sea un amotinado, ése eres tú. Mataste a su verdadero capitán.
—Bruglir murió a manos de un skinrider —dijo Malus con brusquedad—. Estabas allí. Lo viste tan bien como yo.
La sonrisa del druchii deforme se hizo más amplia.
—¡Ah!, pero estaba intentando matarte a ti, creo recordar. Fue sencillamente mala suerte que se cruzara en el camino del hacha de aquel monstruo. —Urial se giró y fue cojeando hacia el único catre del camarote, dándole la espalda a su hermano de manera ostentosa. Había una túnica negra y un kheitan del mismo color sobre el colchón de crin de caballo—. Lo manipulaste para tus propios fines, al igual que me manipulaste a mí. —Comenzó a vestirse, lanzándole una mirada protectora a Yasmir por encima del hombro—. Hubiera tratado de matarte yo mismo, pero tenía otras prioridades. Lo que intento decir es que tú eres el usurpador aquí, no yo. De hecho, si hay alguien que pueda reclamar la lealtad inquebrantable de la tripulación en este momento, ésa es Yasmir. No veo a los hombres dejar ofrendas sangrientas frente a tu puerta.
Por un instante, Malus se quedó sorprendido. Nunca antes había conocido esa cara de Urial. ¿Qué le había pasado al severo sacerdote cuya fe inquebrantable había prevalecido contra las huestes demoníacas de los skinriders?
Tz'arkan se revolvió.
—Ten cuidado, Malus; hay peligros aquí que no puedes comprender.
El noble agitó la cabeza como si quisiera deshacerse de la voz que había dentro de su mente.
—¿Por qué asesinaste a esos hombres? —preguntó, concentrándose de nuevo en Urial.
—¿Asesinarlos? No. Estás confundido —contestó Urial, agitando la cabeza—. Fueron sacrificios voluntarios, hermano. Murieron para gloria de la santa viviente, para anunciar su llegada con ofrendas de muerte mientras camina a través de la Puerta Bermellón.
—¡Deja de hablar en clave! —gruñó Malus—. ¿Qué tonterías estás diciendo?
Urial se ajustó el cinturón, y a continuación, deslizó el kheitan por encima de sus hombros. Se volvió hacia Malus, atándose los cordones de la prenda y sonriendo de forma enigmática.
—Hay mucho que contar —dijo—, y tú no eres digno. Pero diré esto: yo también te manipulé a mi manera.
Malus hizo una pausa. No le gustaba adónde conducía aquella conversación. ¿Manipulado? ¿Cómo?
Urial terminó de atarse los cordones y ajustó el cuero; entonces, se giró y cogió cuidadosamente un objeto oscuro que había sobre la cama. Lo acunó en la curva de su brazo lisiado, y Malus vio que era un cráneo amarillento y muy antiguo, atado con hilo de cobre. El druchii de pelo blanco acarició suavemente la reliquia con la punta del dedo mientras reordenaba sus pensamientos. Finalmente, dijo:
—¿Nunca te pareció extraño que naciera de esta manera?
Malus frunció el ceño.
—No, algunos niños tienen malformaciones. Así son las cosas.
—¿Así son las cosas? Mírala. —Urial señaló a Yasmir—. Ella es perfecta; la sangre de las reinas de Nagarythe fluye por sus venas. Piensa en el ilustre y traicionado Bruglir, un héroe entre los hombres. Tenían la misma madre y el mismo padre que yo. —Su expresión se ensombreció—. Mi madre estaba embarazada de mí cuando Lurhan volvió de las Arcas Negras con esa bruja, Eldire, tu madre.
—¿Crees que ella te retorció las extremidades en el vientre materno?
—Por supuesto —dijo Urial—. Pretendía matar a mi madre y ocupar su lugar. Utilizó sales metálicas de las forjas y se las metió en la comida. Nada más puede explicar la enfermedad degenerativa que se apoderó de mi madre y lentamente le robó las fuerzas durante dos largos meses. Cuando finalmente murió, Lurhan hizo que sus sirvientes me arrancaran de su vientre con la esperanza de que sobreviviera. —La sonrisa del pálido druchii se volvió amarga—. Según los sirvientes, me echó un vistazo y dijo que yo era la causa de la terrible muerte de su esposa. Me entregaron inmediatamente al templo. Creo que Lurhan me hubiera arrojado a las calderas él mismo si hubiera podido.
—Y ni siquiera Khaine te quiso —resopló, asqueado, Malus. Se estaba cansando de los aires engreídos de Urial.
Para su sorpresa, Urial lanzó una carcajada.
—Eres un necio, Malus Darkblade. ¿Crees que a Khaine le importa de quién son los cráneos que adornan su trono? ¡No! Nunca hay suficientes ofrendas para saciar su hambre. Sólo deja vivir a aquellos que están destinados a cosas mayores.
Malus lo miró, incrédulo.
—¿Tú?
—Ha habido otros hombres que se salvaron de la caldera, pero ninguno tan lisiado como yo. Las sacerdotisas de Hag Graef lo interpretaron como un gran presagio y me enviaron con los ancianos de Har Ganeth, la Ciudad de los Verdugos. Fue allí, años después, donde conocí la profecía.
Algo se agitó dentro de Malus. Una vaga sensación de inquietud lo invadió. ¿Profecía?
Urial cogió el cráneo con su mano buena y escudriñó las profundidades de sus cuencas ensombrecidas.
—Es antigua, muy antigua; quizá uno de los primeros testamentos que el Señor del Asesinato otorgó a sus creyentes, en los albores del mundo.
—¿Y de qué habla esa profecía?
—Habla de un hombre nacido en la casa de las cadenas, tocado por los dioses y abandonado por los hombres. —Urial miró intensamente la calavera, como si la retara a contradecirlo—. Se le arrebatará a su madre y su padre lo expulsará, pero gracias a su odio prosperará. —El antiguo acólito bajó el cráneo y dirigió la mirada hacia Yasmir, cambiando su expresión por una de puro deseo—. Y su hermana tomará las espadas del Dios de Manos Ensangrentadas y será bendecida con su semblante y su sabiduría. Será la
Anwyr na Eruen
, y el Señor del Asesinato se la dará como esposa, como señal de que su destino está cerca.
Malus frunció el ceño ante el título arcaico.
—¿La Novia de la Perdición?
Urial asintió.
—Aun así —dio un paso vacilante hacia ella, con una expresión de arrobo en el rostro—, cuando completé mi instrucción en el templo, los ancianos me devolvieron a la casa de Lurhan para esperar la llegada de mi novia. Cuando vi por primera vez a Yasmir en la Corte de las Espinas supe que era ella. Pasaron los años y seguía sin casarse, a pesar de las atenciones que le dedicaban los mejores príncipes druchii de la ciudad. Cuando tomó a Bruglir como amante me enfadé al principio, pero ahora veo que todo fue parte del gran plan de Khaine. Sin la traición de Bruglir, ella jamás habría conocido su verdadero yo. —Se volvió hacia Maíus—. Y sin ti, su traición jamás habría salido a la luz. Has servido bien al Señor del Asesinato, Malus, y me ocuparé de que seas recompensado por todo lo que has hecho.