—Claro que lo eres —dijo Sasha sin ninguna vacilación—. Tienes algo, no sé lo que es, pero hace que no pueda dejar de mirarte ni de pensar en ti. Eres muy hermoso, Tommy. Y tu alma también es hermosa. Mi madre dice que si el alma es bella, el cuerpo por fuerza también lo es.
Tommy quiso decir algo más, pero unos fuertes golpes en la puerta los sobresaltaron, se levantaron de un salto y compusieron sus ropas. Mientras Sasha iba a abrir, Tommy tiró varios libros encima de la cama para que pareciera que habían estado estudiando y tras mirarse el uno al otro buscando calma, el ruso abrió la puerta.
Se trataba de su prefecto, Edward Grant, boxeador estrella del colegio, y quería saber qué estaban haciendo. Una de las reglas de Saint Michael era la prohibición de reuniones sociales en los dormitorios, pero sí estaba permitido reunirse en grupos pequeños a estudiar.
Sasha explicó que acababan de terminar los deberes, que estaba arreglando sus cosas y que ya se retiraba, y salió, ante la mirada atenta del prefecto, quedando con Tommy para verse al día siguiente, después de clases.
Con la llegada de noviembre los muchachos concluyeron el inventario que Morgan les había ordenado como castigo y Sasha tuvo que reconocer que había sido el trabajo más excitante que le habían asignado desde que estaba en Saint Michael. Se habían estado besando y tocando todo el tiempo mientras trabajaban, y de ese modo las horas pasaban más placenteramente.
Habían prolongado el inventario unos días más de lo necesario, y durante ellos, la situación entre los dos se había definido mejor. «Amigos con derecho a roce», decía Sasha. Para Tommy era llamar de algún modo a la relación que tenían. Habían llegado a un acuerdo tácito de no mencionar sentimientos y la relación siguió su rumbo natural por casi un mes.
Procuraban pasar juntos la mayor cantidad de tiempo, turnándose en la habitación de Sasha o en la de Tommy para hacer los deberes, que acababan inevitablemente en la cama, entre besos, caricias y ocasionales orgasmos. No se habían atrevido a ir más lejos.
El asunto del sexo había sido abordado por Sasha desde el enfoque analítico que solía dar a las cosas. Le había dicho a Tommy que lo primero era documentarse sobre el asunto y buscó inútilmente en los libros de sexología del colegio, pero Tommy sugirió que lo que necesitaban era una película pornográfica para saber cómo hacerlo sin que doliera y Sasha tuvo que admitir que ningún texto del colegio hablaba sobre el sexo homosexual y que la idea era buena.
Eso supuso otro problema, ¿dónde podrían conseguir una película porno gay? Tommy dijo que en un
sexshop
, y armado con una guía telefónica empezó a buscar direcciones. Una le llamó la atención: se encontraba en Southfields, en una calle tranquila, cerca de donde los dejaba el autobús. Lo único que tenían que hacer era salir del colegio.
El tío de Sasha había firmado una autorización que le permitía salir siempre que no fuera en horario de clases, aunque por lo que el ruso sabía, era posible salir al bosque y trepar por la parte más baja del muro para escapar del colegio y algunos estudiantes lo hacían. Tommy tenía permiso para salir los sábados siempre que volviera al anochecer.
Esperaron un fin de semana y el primer sábado de diciembre por la mañana, con la dirección en el bolsillo y una mochila a la espalda, se encontraron delante de la tienda. El escaparate era discreto dentro de lo que cabía, aunque a Tommy se le fueron los ojos hacia un enorme vibrador verde y Sasha tuvo que darle un codazo para que no fuera tan evidente.
—Ahora entra y pídesela al dependiente —dijo Tommy cuando pudo despegar la vista de la monstruosidad verde. Sasha hizo un mohín de disgusto y no se movió —. Entraría yo, te lo juro que lo haría. Pero mírame… aún no cumplo catorce años y si me apuras aparento menos. Si entro me echarán a patadas. Tú pareces un adulto. Puedes pedirla y no creo que te digan nada. —Llevaba diciéndole eso desde que planearon comprar la película.
—No sé. —Sasha vaciló al ver el escaparate, «Sextasis». El nombre de la tienda brillaba con letras de neón y se sintió intimidado. Allí había toda clase de artículos, pero lo que más le llamó la atención fueron los accesorios de cuero, látigos y arneses. Sintió que enrojecía al imaginarse usándolos con Tommy.
—Vamos, que tú puedes.
—Yo…
Tommy miró a ambos lados de la calle. No había casi nadie y los que estaban no los miraban, así que tirando de la chaqueta de Sasha lo hizo agacharse y le dio un rápido pero húmedo beso en los labios.
—Quiero follar contigo —añadió con una sonrisita traviesa.
Tommy creía que nadie los había visto pero se equivocaba. Richard Porter, el dependiente de la tienda, llevaba un rato observándolos a través del escaparate. Trabajaba allí desde hacía varios meses y se había aficionado a observar los comportamientos de las personas en situaciones incómodas… Y no hay nada más incómodo que entrar a un
sexshop
. Había visto varias veces a adolescentes queriendo comprar condones o algún juguete y cómo dudaban siempre en entrar, pero estos dos lo habían asombrado. El beso del pequeño lo había sorprendido mucho. Nunca había visto algo tan sensual y erótico como el beso que había dado ese muchachito.
Richard no podía apartar sus ojos de él. Vio cómo empujaba al más alto hacia la puerta y se quedaba en el escaparate, y sonrió. El muchachito llevaba unas gafas de sol pero no eran muy oscuras así que podía ver sus ojos, aunque no percibir su color. Durante un instante el muchacho miró algo en el escaparate, y Richard se dijo que luego vería qué era lo que llamaba tanto su atención. Entonces dirigió la vista hacia su amigo mientras entraba en la tienda y se dirigía al mostrador.
Conforme Sasha caminaba, enfocó la mirada en el dependiente, un hombre joven, de unos veintidós años, con el cabello rojo y lacio y un mechón que le ocultaba parcialmente el rostro. Sus ojos eran color miel y su sonrisa amable.
—Buenos días. —Sasha, habitualmente tan seguro de sí mismo, se sentía intimidado por la atmósfera de la pequeña tienda. A dondequiera que dirigía la vista había objetos sexuales: fotos, videos, accesorios de lo más diversos—. Busco algo… especial. Una película… —Miró hacia donde estaban las películas, todas heterosexuales, y dirigió la mirada hacia el dependiente. —Una película gay —finalizó, tratando de parecer seguro.
Nada más abrió la boca, Richard pensó: «Es extranjero». Hablaba correctísimamente, pero el acento era inconfundible. Hacía sonar las palabras con una musicalidad que resultaba sexy. Sintió curiosidad, ¿el otro muchachito también sería extranjero? ¡Cómo le habría gustado que hubiera entrado también!
—Claro, ¿has pensado en alguna temática en especial? —preguntó con una cálida sonrisa—. Ven. —Lo llevó hacia una pequeña estantería al fondo de la tienda. Tommy tuvo que estirar el cuello para poder seguir viéndolos—. Mira, éstas de arriba no tienen argumento, lo que se diría un «aquí te pillo, aquí te mato». Las de abajo son sadomaso… éstas son las más
light
. —Señaló las de la izquierda y desplazando la mano hacia la derecha, añadió—. Y van siendo más duras hasta éstas que son totalmente fuertes. No te las recomiendo, la verdad. Éstas son de temática romántica, tienen algo de argumento. —Sonrió. Estaba seguro que escogería una de esas. Ambos tenían un halo de inocencia, era normal que buscaran algo más que puro sexo—. Éstas cuatro son especialmente buenas. —Volvió a sonreír con calidez—. Te dejo para que elijas, ¿vale? —Y volvió al mostrador.
Sasha se quedó solo, mirando los diversos títulos. Le habría gustado algo de eso que el dependiente llamó sadomaso, que mostraba en la portada esos accesorios de cuero que tanto le habían llamado la atención. Echó una mirada hacia la ventana, donde se veía la silueta de Tommy dando saltitos, y deseó que estuviera allí para ayudarlo a elegir. Dos personas entraron a la tienda y optó por una rápida retirada para evitar que le hicieran alguna pregunta. Tomó una de las cuatro películas que el dependiente había recomendado y se dirigió al mostrador.
—Llevaré ésta. —Miró a ambos lados—. No he traído mi identificación, pero puedo asegurarle que soy mayor de edad —mintió. Era arriesgado, pero si el dependiente decía algo, saldría corriendo, como lo habían planeado.
Richard lo miró con aire condescendiente. No se había tragado ese cuento. Había visto nerviosismo en los ojos del joven, aunque su voz era tranquila, como si hubiera ensayado muchas veces esas palabras. Podría haberlo puesto en evidencia, pero le dio lástima, era evidente que él y su amigo estaban en pleno despertar sexual y si no les daba lo que querían irían a otro
sexshop
…Decidió que quería formar parte de las experiencias de esos dos muchachitos. Si era amable, volverían.
—Es una libra con veinte —dijo tomando la película y colocándola en una bolsa discreta que entregó a Sasha.
El ruso sacó parte de sus ahorros (aunque Tommy había insistido en pagar la mitad) y reunió el importe requerido, se lo dio al dependiente y emprendió la retirada.
—Tu amigo y tú podéis volver cuando queráis —dijo Richard. Sasha se extrañó un poco pero no tuvo tiempo de pensar en eso, porque apenas salió, Tommy se le colgó del brazo, preguntando con ojos ansiosos:
—¿Lo conseguiste? ¿Tienes la película? —Había tratado de seguir todos los sucesos del interior de la tienda, pero cuando se fueron al fondo no había podido ver bien. Luego el dependiente había dejado solo a Sasha y Tommy había sentido la mirada del hombre en él. Se había sonrojado y se había agachado en el escaparate, tratando de esconderse. Había sido una tontería, pero el cuerpo le reaccionó solo. Cuando se dio cuenta de la estupidez que estaba haciendo volvió a levantarse y Sasha ya estaba en el mostrador—. Dime que la tienes. Si no, me va a dar algo.
—Tranquilo, la tengo —susurró Sasha—. Vámonos, que se hace tarde. —Arrastró a Tommy que antes de cruzar la acera, volteó nuevamente hacia la tienda, para encontrarse con el rostro sonriente de Richard, que agitó la mano a manera de despedida.
Cuando los chicos desaparecieron de la vista, Richard se acercó al escaparate y buscó lo que miraba el pequeño. Rió con ganas al ver el enorme vibrador verde que se encontraba allí en todo su esplendor. Lo sacó del escaparate y decidió guardarlo bajo el mostrador. Estaba seguro que el muchachito volvería por él, así que no se lo vendería a nadie más.
La película permaneció oculta bajo el colchón de Sasha durante toda la semana. Como tenía la llave de la Sala de Proyecciones el plan era verla allí, pero tendrían que esperar hasta el sábado en que la mayoría de profesores salían a la ciudad y los estudiantes estaban muy ocupados en sus propias actividades como para echarlos en falta.
La madrugada del sábado, llevando una linterna, se dirigieron al pabellón de artes plásticas, en cuyo primer piso estaba la sala.
Sasha colocó un televisor pequeño, porque no se atrevió a proyectarla en la pantalla gigante, conectó el equipo
betamax
, y luego de hacerle señas a Tommy, que bullía de excitación, para que se estuviera quieto, aseguró bien la puerta y encendió el televisor.
—Recuerda, si nos pillan hablaré yo y tú cambiarás la película. —Habían traído un documental sobre la revolución rusa como precaución—. Y si me castigan, no dirás una palabra.
Tommy asintió, emocionado. El título de la película se mostró en la pantalla: «El Peniciento». No había que echarle mucha imaginación con ese título. El actor principal era conocido como Andyman y pese a su juventud (no tendría más de dieciocho años), era la estrella porno del momento. Habían puesto muy bajo el volumen y tenían que esforzarse para escuchar, pero Sasha no quería arriesgarse a ponerlo más alto.
La historia empezó como el cuento infantil: el padre de Peniciento, un viudo de buena posición, decidió casarse con otro viudo que tenía dos hijos, tratando de darle una familia a su adorado niño, pero el malvado padrastro se cargó al papi a base de polvos y se apoderaron de la fortuna de Peniciento. Desde ese momento pasó a ser una mezcla de criado y esclavo sexual de su padrastro y de sus hermanastros que se lo follaban de todas las maneras y situaciones posibles.
Pero Peniciento se mantuvo inocente en su corazón y se negó a penetrar a nadie con su enorme pene (y vaya que lo tenía enorme). Un día les llegó una invitación para un baile en palacio. El príncipe buscaba esposo y había invitado a todos los jóvenes casaderos, incluido Peniciento. Lo típico: los hermanos le destrozaron la ropa y se lo tiraron, apareció el hado padrino que también se lo tiró, y finalmente vestido de una manera muy sexy llegó a la fiesta, con la advertencia del hado padrino de que a las doce se acabarían los hechizos.
El príncipe se quedó prendado de Peniciento nada más verlo, y en el jardín le pidió que se lo follase. Peniciento se negó al principio, pero el príncipe era muy insistente y finalmente lo consiguió, pero cuando estaban en pleno orgasmo sonaron las campanadas y Peniciento echó a correr. Salió tan rápido que por el camino perdió el condón que se había puesto y el príncipe, que corría tras él, encontró el preservativo en las escaleras.
Al día siguiente el príncipe emprendió la búsqueda de Peniciento, probando el condón a todo el mundo, pero nadie tenía una polla tan enorme como la del protagonista. Finalmente llegaron a su casa y aunque el padrastro y los hermanastros trataron de impedir que se lo probase, Peniciento se puso el condón y todo terminó bien. Peniciento y el príncipe se casaron y fueron felices para siempre, follando todo el tiempo.
Tommy no podía dejar de darse cuenta de ciertas similitudes entre la historia y lo que les estaba pasando. Identificaba a Sasha con Peniciento… siempre trabajando, pobre, mangoneado por gilipollas como Lester Banks. Tommy era el príncipe, rico y totalmente pillado por Peniciento. Incluso se identificó con la insistencia del príncipe en los jardines y cuando la película terminó, declaró que le había gustado mucho.
Además, las escenas lo habían calentado muchísimo. Cuando vieron el primer polvo entre el padre de Peniciento y el padrastro no había podido evitar alucinar. «Se mete así… parece que no duele… al menos ése se lo está pasando genial». De reojo observó a Sasha, que miraba la película impetérrito. Debía ser el temperamento ruso, porque Tommy se sentía completamente salido. Comenzó a tocarse por encima de la ropa y metió su mano en los pantalones, mientras que discretamente se iba acercando a Sasha.