—Yo también leí los clásicos y los textos de Marx y Lenin. Pero la URSS es mucho más que eso… Algún día volveré y quién sabe… quizá podamos ir juntos. —Sasha dejó la invitación flotando en el aire, sin saber siquiera por qué la había hecho y Tommy le sonrió, dándole la sensación de que volver a su país en compañía de su nuevo amigo era una idea genial.
La conversación se orientó luego hacia el colegio y los deberes de Tommy y de pronto Sasha se encontró ofreciéndole ayuda con matemáticas. Las horas pasaron volando y cuando el ruso miró su reloj, eran las once y media.
—Tengo que irme —dijo con pesar—. Mañana tengo que limpiar la piscina y no me hace ninguna gracia… Si al menos supiera nadar —intentó bromear.
—¿No sabes nadar? —Tommy se sorprendió, inseguro de si hablaba en serio o bromeaba—. Si quieres yo puedo enseñarte a nadar. —Torció el gesto—. También me daban clases de natación. Si quieres… —comenzó a sugerir en un murmullo, esperando que a Sasha no le pareciera mal— puedo ir a ayudarte mañana. Así, si terminas antes, podríamos aprovechar y comenzar a enseñarte un poco.
El rostro de Sasha se iluminó con una sonrisa.
—Claro que sí. Entonces nos vemos a las cinco y treinta en la piscina.
Cuando Tommy oyó la hora no pudo evitar hacer un gesto contrito. No imaginaba que su amigo madrugara tanto y a él le gustaba mucho dormir. Le costaba Dios y ayuda levantarse por las mañana para ir a clase.
—De acuerdo. —Se levantó de la cama para despedirse—. Mañana a las cinco y media en la piscina. —No estaba seguro de si era lo correcto o si era demasiado formal, pero de todas formas siguió su instinto y alargó la mano para estrechar la de Sasha—. Hasta mañana.
Al quedarse solo, Tommy se tiró encima de la cama y decidió tratar de dormir. Puso la alarma a las cinco e hizo un pucherito al pensar en el madrugón… A esas horas no debían ni estar puestas las calles. Cerró los ojos y, sin quitarse la ropa, comenzó a quedarse dormido.
Sasha llegó a la piscina a las cinco. Se había despertado temprano luego del sueño más placentero que había tenido en ese colegio. Había soñado con Tommy y ese sueño había sido lo más erótico, sensual y húmedo que había tenido jamás.
Intentó tomárselo con calma. Se dijo que no tenía nada de raro: Tommy le gustaba muchísimo y le había causado una muy buena impresión. Le encantaban su espontaneidad y su alegría… y también su forma de hablar y su modo de moverse y caminar… Habría dado lo que fuera por mirar sus ojos, pero no se animó a pedírselo y ahora se arrepentía. Lo que sí tenía muy claro era que su joven amigo no le era para nada indiferente.
Comenzó a limpiar los vestidores y cuando terminó eran las cinco y treinta. Sólo le quedaba por limpiar la piscina y se sentó a un lado de ella, esperando a Tommy.
El despertador estuvo sonando por al menos diez minutos antes de que Tommy lograra reaccionar. Se dejó caer de la cama porque no era capaz levantarse y gruñó cuando vio por la ventana que ni era de día… No tenía tiempo para ducharse así que buscó el bañador, se lo metió en el bolsillo junto con las gafas y echó a correr hacia la zona deportiva del colegio.
Cuando llegó a la piscina eran las cinco y treinta y cinco y casi no podía respirar.
—Hola —dijo desde la puerta, se cubrió los ojos por la repentina luz y fue directo al cuadro de control—. Voy a quitar unas cuantas luces, ¿vale? No puedo nadar con gafas de sol. —Sonrió y apagó la mitad de las luces.
Sasha lo vio pestañear como midiendo la luz y finalmente acercarse, todavía sonriendo.
—Hola. —El ruso se quedó como hipnotizado mirando los ojos azules de su amigo. Al instante pensó en el lago que solía visitar en los campamentos de verano y en el modo en que la luz de la tarde hacía que sus aguas reflejaran el cielo… Como los ojos de Tommy—. Empecé un poco antes, sólo falta limpiar la piscina. —Meditó unos momentos, observándolo, y luego agregó con un poco de timidez—: Si quieres podemos empezar con las clases, porque luego tengo que echarle cloro. También hay que limpiar el filtro… podrías ayudarme con eso. —Lo miró con ansiedad, esperando su respuesta.
—Vale. Pero primero tengo que ir a los vestuarios, no tuve tiempo de cambiarme. —Sacó el bañador del bolsillo de la chaqueta y lo hizo girar sobre un dedo.
—¡Espera! —exclamó Sasha—. No puedes entrar allí, acabo de fregar y hay clase a primera hora. Mejor nos cambiamos aquí.
Uniendo la acción con la palabra, se dio la vuelta y comenzó a desabotonarse la camisa, conteniendo la respiración. Le daba mucha vergüenza desvestirse delante del otro y se sentía inseguro de su cuerpo, pero no quería volver a sacar brillo al reluciente piso de los vestuarios.
Tommy se quedó paralizado en el sitio con el bañador colgando de su dedo. Dio gracias a que no había mucha luz y decidió darse prisa: mientras Sasha estuviera ocupado con su ropa, no lo podría mirar.
Comenzó a desnudarse rápidamente, pero cuando llegó a la ropa interior sintió su rostro enrojecer. Se encogió, se bajó el boxer lo más aprisa que pudo y trató de ponerse el bañador sin caerse de culo. Incluso así se sentía muy expuesto. Le gustaba mucho su nuevo amigo, pero de eso a que lo viera desnudo el segundo día de amistad había un gran trecho.
Sasha se quitó los zapatos y los pantalones a toda prisa, y mientras doblaba su ropa y la ponía a un lado, no pudo evitar espiar al otro. Miró de reojo y lo primero que vio fue un primer plano de la parte de su anatomía que había visto el día anterior, sólo que esta vez sin ropa de por medio: un delicioso culito de adolescente, firme y redondo. Miró rápidamente hacia otro lado, no quería que Tommy pensara que era
raro
, y cuando volvió a espiar, su amigo ya tenía puesto el bañador del colegio.
Se metieron en el agua, en la zona menos profunda, tratando de pasar el momento de tensión y Tommy comenzó la improvisada clase:
—Lo primero es aprender a flotar. —Hizo una demostración sujetándose de la barra metálica. La mirada de Sasha era intensa, como si quisiera ver a través del agua y desnudarlo. Procuró concentrarse. El agua estaba fría y se sumergió un momento para recuperar la compostura. Debajo, vio las piernas del ruso y siguió hacia el bañador. El bulto de su entrepierna se veía ampliado bajo el agua. Sintió que se sonrojaba y salió, flotando sin darle cara—. Ahora te toca a ti.
Sasha había seguido atentamente todos sus movimientos. Cuando lo vio hundirse se sintió un poco desconcertado, y cuando emergió, sonrojado y dándole la espalda, se desconcertó más.
Intentó reproducir los movimientos: se sujetó a la barra, estiró el cuerpo e intentó patalear, pero estaba tan nervioso con la presencia de Tommy que le costaba mantenerse a flote.
—Esto no está funcionando —murmuró después de varios intentos infructuosos.
—Espera. —Tommy se acercó con timidez—. Yo te sostendré, ¿vale? Así no te hundirás.
Lo intentaron una vez más: Sasha se sostuvo de la barra mientras que Tommy lo sujetaba de las caderas tratando de no pensar en ese trasero firme y redondo. La piel del ruso era muy suave en esa zona y se preguntó si también lo sería en otros lugares. Deseaba besar su espalda, hundir el rostro en su cuello, probar sus labios…
«Cálmate, Tommy, o acabarás arruinándolo.»
Se obligó a no pensar en Sasha. Estaba allí para enseñarle a nadar y eso haría.
El ruso era muy persistente. Luchó contra los nervios que la proximidad de Tommy le producía y se forzó a calmarse, a dejar de pensar en esas manos tocándolo, acariciándolo, deseándolo. Se concentró en el ejercicio y poco a poco logró relajarse, pataleando suavemente mientras se sujetaba de la barra.
—¿Ves? Había que perderle el miedo —dijo Tommy y lo soltó con cierta renuencia.
—Creo que lo hemos perdido. —Sasha se puso de pie con una sonrisa satisfecha. Si Tommy captó el doble sentido, no lo demostró—. ¿Qué sigue ahora?
—Flotar sin sujetarte de la barra. Sólo tienes que dejar tu cuerpo relajarse y él hará el resto. —Hizo una rápida demostración—. ¿Ves? Mueves los brazos y las piernas ligeramente, siguiendo el ritmo de tu propio cuerpo, dejándote llevar por el agua. No te hundirás.
Sasha lo imitó con poco éxito al inicio, procurando seguir los consejos.
«Déjate llevar. Mira cómo lo hace él, tan natural… Lo hace parecer tan fácil…».
Sus movimientos erráticos se hicieron más fluidos. Se encontró flotando lejos de la seguridad de la barra y se movió en círculos alrededor de su improvisado maestro que reía.
—¡Sí! Lo has conseguido. —Tommy nadó, se sumergió y salió muy cerca de Sasha, salpicándole agua, haciendo que se asustara y se hundiera.
—¡Eh! —El ruso manoteó, lanzándole agua en la cara y se alejó, pero su amigo fue más rápido y lo sujetó bajo el agua. Lucharon brevemente y Sasha escapó. Su risa hizo ecos en el enorme salón. —Espera, Tommy. La clase comenzará en quince minutos y todavía tenemos que limpiar.
—Vale, pero tendremos que repetir esto. ¿Qué tal de noche cuando acabemos los deberes? Así no habrá prisa. —No quería parecer ansioso, pero le apetecía volver a pasar tiempo con su nuevo amigo y en la piscina el tiempo parecía más interesante.
—Genial. ¿Esta noche?
—Perfecto. Sí.
Las lecciones de natación siguieron por las noches. Pasados tres días, el nerviosismo que sentían en esas improvisadas clases fue sustituido por una creciente confianza. Practicar natación los unió más y Sasha aprendió a confiar en Tommy para sostenerse al punto en el que sus movimientos comenzaron a sincronizarse.
Al cabo de una semana, su amistad se había fortalecido al extremo en que hacían juntos los deberes cuando podían y pasaban el tiempo libre escuchando música. Para cuando tuvieron un mes de conocerse, Sasha nadaba como un pez y era un completo fanático de Freddie Mercury y de Rock Vulcano, rivalizando con Tommy en su conocimiento de las letras de las canciones.
Y también era demasiado evidente lo mucho que se gustaban.
Sasha meditaba largas horas respecto a eso. No le había costado tanto aceptar que otro chico le gustaba, pero no se decidía a dar ningún paso, preocupado por lo que podría desencadenarse si se llegaba a descubrir. Era extranjero y menor de edad, estudiaba con una beca en un costoso colegio privado e iba en camino de forjarse un futuro que se vería truncado si hacía algo indebido y moralmente censurable. Además, su amigo era demasiado joven.
Pero Tommy era un jovencito en plena edad del pavo. Las hormonas se le salían por las orejas y deseaba con toda el alma llegar a algo con Sasha, que nunca le había dado pie, pero había momentos, dulces momentos en los que una mirada de Sasha, una sonrisa, un suave toque, hacían que sintiera que le podría corresponder.
Se dejó la imaginación haciendo veladas invitaciones, ligeras insinuaciones y cuando se cansó, pasó al ataque directo. Cuando llevaban casi un mes de amistad, Tommy ya no podía más. Sentía que su miembro se endurecía al ver a Sasha y en cuanto podía lo sobaba, disfrazando sus toqueteos como caricias fraternales. Lo necesitaba tanto que le dolía.
Por las noches, en la soledad de su cuarto, se masturbaba hasta quedar agotado esperando al día siguiente poder controlarse, pero no servía de nada. En cuanto su vista se posaba en el ruso notaba cómo una erección crecía en sus pantalones.
Una tarde a finales de octubre, Sasha se encontraba limpiando el laboratorio de Química, para una clase que se desarrollaría en media hora y a la que Tommy asistiría.
Estaba sumido en sus meditaciones. Cada día le costaba más rechazarlo, pues ya era consciente de que lo estaba rechazando. No podía llamar de otra forma al modo en que fingía ignorar lo que su amigo hacía, y se odiaba por eso, pero no se atrevía a dejarse llevar y perderlo todo.
—¡Hola! —Oyó una voz familiar y una mano cubrió sus ojos.
—¡Tommy! —exclamó, pegando un respingo—. ¿Qué haces tan temprano por aquí?
—Salí antes de la clase de matemáticas. —Sonrió con picardía—. Bueno, el profesor Leithold me echó por estar hablando. —Hizo un mohín—. Es que le pedí a un compañero que me tradujera los jeroglíficos que estaba escribiendo en la pizarra. Yo no tengo la culpa de que escriba en egipcio.
—Tonto… ¿cuántas veces debo decirte que lo que escribe Leithold no son jeroglíficos, sino símbolos matemáticos? —Sasha sonrió y le alborotó el cabello.
—Bueno, ya sabes que para mí es como si estuviera escrito en egipcio. —Tommy lo miró. Estaba increíblemente guapo, pero no era raro que siempre lo encontrara así. Llevaba unos días en que ya no podía más y pronto se dio cuenta de que estaba avanzando hacia Sasha y que éste retrocedía a cada paso que él daba.
En un momento, Sasha estuvo arrinconado contra una mesa repleta de probetas y frascos. Ya no decían nada. El ruso no dejaba de mirarlo a los ojos, mientras que la mirada de Tommy iba desde sus ojos hacia su boca. Su respiración comenzó a acelerarse.
—Tommy, en unos minutos empezará una clase… Podríamos vernos en… —La frase murió en los labios de Sasha, que no dejaba de mirarlo, sin fuerzas para evitar el acercamiento que estaba ocurriendo.
De pronto Tommy prácticamente le saltó encima, aferrándolo de los hombros. Su boca buscó desesperadamente la de Sasha, que se tambaleó por la sorpresa, pero no hizo nada por rechazarlo. Tommy había tratado de contenerse, de aguantar, pero no pudo. Ya no podía más. Necesitaba a Sasha, cada maldita célula de su cuerpo lo necesitaba.
Por un instante, el mundo del ruso se detuvo completamente, dándole una única ocasión de reflexionar, de recapacitar en lo que estaba ocurriendo. Por un instante tuvo conciencia de que su mejor amigo lo estaba besando con torpeza pero a la vez con arrebatadora pasión. Pudo haberse detenido en ese instante, disparadas todas sus alarmas mentales. Pero algo dentro de él no quiso hacerlo y cuando los labios de Tommy se movieron sobre los suyos y una inexperta lengua se metió entre ellos, una explosión de luces estalló en su cerebro con una pasión que lo asustó, y ese mundo que se había detenido comenzó a girar locamente. Una vez desatada, su pasión era imposible de detener.
Asió el pequeño cuerpo junto al suyo y devoró la joven boca que se le ofrecía. Sólo quería sentir más y más de Tommy, probar esos labios una y otra vez. La sensación era parecida al vértigo, era intoxicante, avasalladora, intensa.
Cuando Tommy sintió los brazos de Sasha aferrarse a él y cómo correspondía a su beso, creyó morir de felicidad. Se dio cuenta de que jamás había sido feliz, porque nada en su vida había sido comparable a lo que sentía en ese momento.