De muerto en peor (24 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: De muerto en peor
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Pensé en Sam y deseé poder llamarlo y hablar con él aunque sólo fuese un minuto. Pero por nada del mundo quería meterlo en aquello, pues significaría su muerte segura. Cerré los ojos y me despedí en silencio de él.

Se oyó un sonido en el exterior, junto a la puerta, y necesité un momento para interpretar que era el sonido de un tigre. Quinn quería entrar.

Eric me miró y yo negué con la cabeza. La situación era ya lo bastante mala como para encima implicar más a Quinn. Amelia me susurró «Sookie» y me acercó la mano. Era la mano en la que guardaba el cuchillo.

—No —dije—. No servirá de nada. —Confiaba en que Victor no se hubiese dado cuenta de sus intenciones.

Eric tenía los ojos abiertos de par en par y fijos en el futuro. Centelleaban de azul, llenando el prolongado silencio.

Entonces sucedió algo inesperado. Frannie salió de su trance, abrió la boca y empezó a chillar. Cuando el primer alarido salió de su boca, empezaron a oírse ruidos sordos en la puerta. En menos de cinco segundos, Quinn hizo astillas la puerta lanzando contra ella sus más de doscientos kilos. Frannie se puso rápidamente de pie y corrió hacia la puerta, agarró el pomo y la abrió antes de que Victor pudiera sujetarla, aunque se quedó a un centímetro de hacerlo.

Quinn irrumpió en la casa a tal velocidad que derribó a su hermana. Se quedó sobre ella y empezó a rugir.

Dicho sea a su favor que Victor no demostró miedo. Tan sólo dijo:

—Quinn, escúchame.

Quinn se calló pasado un segundo. Siempre resulta difícil saber cuánto de humano queda en la forma animal de un cambiante. Tenía pruebas de que los hombres lobo me entendían perfectamente y en anteriores ocasiones me había comunicado con Quinn estando él en forma de tigre; comprendía, eso era evidente. Pero el grito de Frannie había destapado su rabia y ahora no parecía saber muy bien hacia dónde enfocarla. Mientras Victor prestaba atención a Quinn, saqué una tarjeta de mi bolsillo.

Aborrecía la idea de utilizar tan pronto la tarjeta de «Queda libre de la cárcel» de mi bisabuelo («Te quiero, abuelito. ¡Rescátame!»), y aborrecía la idea de traerlo sin previo aviso a una casa llena de vampiros. Pero si existía un momento adecuado para la intervención de un hada, era aquél, y tal vez incluso ya fuera demasiado tarde. Tenía el teléfono móvil en el bolsillo del pijama. Lo extraje de allí con mucho cuidado y lo abrí, deseando haber añadido previamente el número de mi bisabuelo a los números de marcación rápida. Bajé la vista para comprobar el número y empecé a pulsar las teclas. Victor seguía hablando con Quinn, tratando de convencerle de que Frannie no sufriría ningún daño.

¿Acaso no lo había hecho todo correctamente? ¿Acaso no había esperado hasta estar segura de que lo necesitaba antes de llamarle? ¿Acaso no había sido lo bastante inteligente como para llevar la tarjeta y el teléfono encima?

A veces, cuando lo haces todo correctamente, es precisamente cuando todo sale mal.

Justo cuando se iba a establecer la llamada, vi una mano que se acercaba rápidamente, me arrancaba el teléfono y lo lanzaba contra la pared.

—No podemos hacerle venir —me dijo Eric al oído—. Se iniciaría una guerra en la que moriríamos todos.

Pensé que se refería a todos los que eran como él, pues estaba segura de que yo estaría bien si mi bisabuelo iniciaba una guerra con ese fin. La posibilidad de ayuda se había esfumado. Le lancé a Eric una mirada muy cercana al odio.

—Nadie a quien puedas llamar te ayudaría en esta situación —dijo con complacencia Victor Madden. Parecía, de todos modos, algo menos satisfecho consigo mismo, como si estuviera repensándose la situación—. A menos que haya algo que yo no sepa de ti.

—Hay muchas cosas que no sabes de Sookie —dijo Bill. Era la primera vez que abría la boca desde que Madden había entrado en la casa—. Para empezar, entérate de lo siguiente: moriré por ella. Si le haces algún daño, te mato. —Bill volvió su mirada oscura hacia Eric—. ¿Podrías decir tú lo mismo?

Era evidente que Eric no lo diría, lo que lo ponía en segundo lugar en las apuestas sobre «¿Quién ama más a Sookie?». Un tema, de todos modos, que no tenía importancia en aquel momento.

—Y que sepas también lo siguiente —le dijo Eric a Victor—. Más relevante aún, si le pasa algo, se pondrán en movimiento fuerzas que ni te imaginas.

Victor se quedó pensativo.

—Podría tratarse de una amenaza infundada, por supuesto —dijo—. Pero me da la sensación de que hablas en serio. Aunque si te refieres al tigre, no creo que nos mate por ella, ya que tenemos a su madre y a su hermana en nuestro poder. El tigre puede responder por sí mismo, pues tenemos a su hermana aquí.

Amelia se había desplazado para abrazar a Frannie, con la intención tanto de consolarla como de incluirse dentro del círculo de protección del tigre. Me miró, pensando muy claramente: «¿Pruebo con algo de magia? ¿Tal vez con un conjuro estático?».

Muy inteligente por parte de Amelia lo de ocurrírsele comunicar conmigo de esa manera y reflexioné concienzudamente sobre su oferta. El conjuro estático lo paralizaría todo tal y como estaba exactamente en este momento. Pero no sabía si su hechizo abarcaría también a los vampiros de fuera de la casa, y tampoco creía que la situación fuera a mejorar mucho si nos paralizaba a todos los presentes excepto a sí misma. ¿Podría ser más concreta en cuanto a quién afectaría el conjuro? Ojalá Amelia fuese también telépata, un deseo que nunca antes había tenido para nadie. Tal y como estaban las cosas, había demasiados detalles que desconocía. A regañadientes, negué con la cabeza.

—Esto es ridículo —dijo Victor. Su impaciencia era calculada—. Eric, esto es lo que hay y se trata de mi última oferta. ¿Aceptas que mi rey se haga con Luisiana y Arkansas, o quieres una lucha a muerte?

Hubo otra pausa, más breve esta vez.

—Acepto la soberanía de tu rey —dijo Eric, en un tono de voz inalterable.

—¿Bill Compton? —preguntó Victor.

Bill me miró, deslizando sus oscuros ojos por mi rostro.

—Acepto —dijo.

Y así fue como Luisiana tuvo a partir de entonces un nuevo rey y el antiguo régimen pasó a mejor vida.

Capítulo 13

Sentí la tensión evaporarse a toda velocidad, igual que el aire que sale de un neumático pinchado.

—Victor —dijo Eric—, ordena a tu gente que se retire. Quiero oírte decirlo.

Victor, más resplandeciente que nunca, extrajo un móvil diminuto de su bolsillo y llamó a alguien llamada Delilah para darle órdenes. Eric utilizó su propio móvil para llamar a Fangtasia. Le explicó a Clancy el cambio de liderazgo.

—No te olvides de decírselo a Pam —dijo muy claramente Eric—, a fin de que no mate a más gente de Victor.

Hubo una pausa incómoda. Todo el mundo se preguntaba qué sucedería a continuación.

Ahora que estaba bastante segura de que seguiría con vida, esperaba que Quinn mutase a su forma humana para poder hablar con él. Había mucho de qué hablar. No tenía muy claro si estaba en mi derecho de sentirme así, pero me sentía traicionada.

No soy de las que creen que todo el mundo gira en torno a mí. Comprendía que se había visto forzado a vivir en aquella situación.

Los vampiros siempre estaban rodeados de situaciones forzosas de aquel tipo.

Bajo mi punto de vista, era la segunda vez que la madre de Quinn, aun sin darse cuenta, le tendía una trampa relacionada con los vampiros. Comprendía que ella no era la responsable; de verdad, lo entendía. Nunca había querido ser violada, y tampoco había elegido convertirse en una enferma mental. No conocía a esa mujer, y probablemente jamás la conocería, pero era a buen seguro una persona impredecible. Quinn había hecho lo que había podido. Había enviado a su hermana para avisarnos, aunque no estaba segura del todo de que su intercesión nos hubiera ayudado en algo.

Pero era un punto a su favor, de todos modos, por haberlo intentado.

Ahora, viendo cómo el tigre acariciaba a Frannie con el hocico, sabía que había cometido un montón de errores con Quinn. Y sentía la rabia de la traición; por mucho que tratase de razonar conmigo misma, la imagen de mi novio del lado de unos vampiros a los que tenía que considerar como enemigos había encendido en mí una chispa. Me estremecí y miré a mi alrededor.

Amelia había corrido al baño tan pronto como había sido capaz de soltar a Frannie, que seguía llorando. Sospechaba que la tensión había sido demasiado para mi compañera de casa y los sonidos procedentes del aseo del vestíbulo lo confirmaron. Eric seguía hablando por teléfono con Clancy, fingiendo estar ocupado mientras absorbía el trascendente cambio de sus circunstancias. No podía leer su mente, pero lo sabía. Se dirigió al pasillo, tal vez deseoso de un poco de privacidad para reevaluar su futuro.

Victor había salido para hablar con sus cohortes, y oí a uno de ellos decir «¡Sí! ¡Sí!», como si su equipo acabara de marcar el gol de la victoria; me suponía que en el fondo era eso.

En cuanto a mí, sentía un poco de debilidad en las rodillas y en mis pensamientos reinaba tal tumulto que a duras penas podía calificar aquello de pensamientos. Bill me rodeó con el brazo cuando me ayudó a sentarme en la silla que Eric había dejado vacía. Noté sus fríos labios rozándome la mejilla. Para que no me hubiera afectado el discursillo que había hecho ante Victor —no lo había olvidado, por aterradora que hubiese sido la noche—, tendría que haber tenido un corazón de piedra, y el mío no era precisamente así.

Bill se arrodilló a mis pies, volviendo su cara blanca hacia mí.

—Espero que algún día vuelvas a mí —dijo—. Nunca te forzaré ni te obligaré a aguantar mi compañía. —Y se levantó y salió de la casa para conocer a sus nuevos compañeros vampiros.

De acuerdo.

Que Dios me bendiga; la noche no había terminado aún.

Me arrastré hacia mi habitación y abrí la puerta con la intención de lavarme la cara, cepillarme los dientes o hacer algo para peinarme, pensando que cualquiera de estas cosas me haría sentir menos machacada.

Eric estaba sentado en mi cama, con la cara escondida entre las manos.

Levantó la vista para mirarme en cuanto entré; estaba conmocionado. No era de extrañar, con la repentina toma de poder y el traumático cambio de guardia que acababa de vivir.

—Sentado aquí en tu cama, oliendo tu aroma —dijo, hablando tan bajito que tuve que esforzarme para oír qué decía—. Sookie..., lo recuerdo todo.

—Oh, mierda —dije, y entré en el baño y cerré la puerta. Me cepillé el pelo y los dientes y me lavé la cara, pero tenía que salir. Si no me enfrentaba al vampiro, sería tan cobarde como Quinn.

Eric empezó a hablar en cuanto salí.

—No puedo creer que yo...

—Sí, sí, lo sé, amara a una simple humana, hiciera todas esas promesas, fuera tan dulce como un pastel y quisiese estar con ella para siempre —murmuré. A buen seguro tenía que existir un atajo hacia esta escena.

—Me cuesta creer que sintiera algo tan fuerte y fuera tan feliz por vez primera en cientos de años —dijo Eric con cierta dignidad—. Déjame al menos reconocer esto.

Me rasqué la frente. Estábamos en plena noche, hacía nada creía estar a punto de morir y la imagen del hombre al que consideraba mi novio acababa de dar un vuelco. Aunque ahora «sus» vampiros estaban en el mismo bando que «mis» vampiros, me había alineado emocionalmente junto a los vampiros de Luisiana, pese a que algunos de ellos resultaban terriblemente aterradores. ¿Acaso Victor Madden y su pandilla eran menos espeluznantes? Me daba la sensación de que no. Aquella misma noche habían matado a unos cuantos vampiros a los que conocía y que me caían bien.

Y además de tantos acontecimientos, tenía la impresión de que me resultaría complicado lidiar con un Eric que acababa de tener una revelación.

—¿Podríamos hablar del tema en otro momento, si es que realmente tenemos que hablar de ello? —le pregunté.

—Sí —respondió después de una prolongada pausa—. Sí. Éste no es el mejor momento.

—No sé si llegará a existir un buen momento para esta conversación.

—Pero tendremos que tenerla —dijo Eric.

—Eric..., oh, de acuerdo. —Hice con la mano el movimiento de «borrar»—. Me alegro de que el nuevo régimen quiera seguir contando contigo.

—¿Te dolería si muriese?

—Sí, tenemos el vínculo de sangre y todo ese rollo.

—No sólo por lo del vínculo.

—De acuerdo, tienes razón. Tu muerte me dolería. Además, lo más probable es que también yo hubiera muerto, de modo que no me habría dolido por mucho tiempo. Y ahora, ¿puedes largarte, por favor?

—Oh, sí —dijo, regresando al tono del antiguo Eric—. Me largaré por el momento, pero te veré luego. Y ten por seguro, amante, que llegaremos a un entendimiento. Por lo que a los vampiros de Las Vegas se refiere, son ideales para dirigir otro estado que depende básicamente del turismo. El rey de Nevada es un hombre poderoso y Victor no es un tipo al que pueda tomarse a la ligera. Es despiadado, pero nunca destruiría algo que pudiera serle de provecho. Sabe controlar su temperamento a la perfección.

—¿Así que no estás insatisfecho del todo con el cambio de posiciones? —Me costó disimular mi sorpresa.

—Lo hecho, hecho está —dijo Eric—. No tiene ningún sentido encontrarse ahora «insatisfecho». No puedo devolver a la vida a los que ya no están, ni puedo derrotar solo a Nevada. No pienso pedirle a mi gente que muera en un vano intento.

Me costaba ponerme al nivel del pragmatismo de Eric. Comprendía su punto de vista y, de hecho, cuando hubiera descansado un poco, era muy posible que estuviera de acuerdo con él, pero no aquí, ni ahora; me parecía excesivamente frío. Naturalmente, había dispuesto de unos cuantos centenares de años para llegar a ser así, y era incluso posible que hubiera pasado ya varias veces por aquel proceso.

Una perspectiva desoladora.

Eric se detuvo de camino a la puerta para agacharse y darme un beso en la mejilla. Una noche de besos.

—Siento lo del tigre —dijo, y aquella fue la puntilla de la noche. Continué sentada en la sillita del rincón de mi habitación hasta que todo el mundo abandonó la casa. Cuando comprobé que solamente quedaba la presencia de un cerebro caliente, el de Amelia, me asomé por la puerta para realizar una comprobación visual. Sí, todo el mundo se había ido.

—¿Amelia? —dije.

—Sí —me respondió, y corrí a su encuentro. Estaba en la sala de estar, tan agotada como yo.

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