De la dictadura a la democracia (2 page)

BOOK: De la dictadura a la democracia
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Muchos países se hallan hoy en un estado de cambio rápido en lo económico, político y social. Aunque el número de países "libres" ha aumentado en los últimos diez años, existe un gran riesgo de que muchas naciones, al enfrentar cambios fundamentales tan rápidamente, se desplazarán en dirección opuesta, y acabarán experimentando nuevas formas de dictadura. Las camarillas militares, los individuos más ambiciosos, los funcionarios electos y los partidos políticos doctrinales, repetidamente buscarán cómo imponerse. Los golpes de estado seguirán estando a la orden del día. Los derechos humanos y políticos básicos les serán negados a un gran número de personas.

Desafortunadamente, el pasado aún está con nosotros. El problema de las dictaduras es profundo. En muchos países el pueblo ha vivido experiencias de décadas y hasta siglos de opresión, ora doméstica ora de origen extranjero. Con frecuencia se les ha inculcado insistentemente la sumisión incondicional a las figuras y gobernantes que detentan la autoridad. En casos extremos, las instituciones sociales, económicas, políticas y hasta religiosas de la sociedad—aquellas fuera del control estatal—han sido deliberadamente debilitadas, subordinadas o aún reemplazadas por otras nuevas, y regimentadas. El estado o el partido dominante las usa para dominar a la sociedad. A menudo la población ha sido atomizada (convertida en una masa de individuos aislados), incapaces de trabajar juntos para conseguir su libertad, de confiar los unos en los otros y hasta de hacer algo por su propia iniciativa. El resultado es predecible: la población se ha vuelto débil, carece de confianza en sí misma y es incapaz de ofrecer resistencia alguna. Las personas por lo general están demasiado asustadas para compartir su odio por la dictadura y su hambre de libertad ni aún con su familia y amigos. Están, con frecuencia, demasiado aterrorizadas para pensar en serio en la resistencia popular. De cualquier manera, ¿de qué iba a servir? En vez de esto asumen el sufrimiento sin objetivo y un futuro sin esperanza.

Las condiciones bajo las dictaduras contemporáneas pueden ser peores que antes. En el pasado, algunas personas pueden haber tratado de resistir. Quizá hubo breves manifestaciones y protestas masivas. Quizá los ánimos se levantaron temporalmente. En otras ocasiones, individuos y pequeños grupos pueden haber hecho valientes pero impotentes demostraciones, afirmando algún principio o simplemente su desafío. Por muy nobles que hayan sido los motivos, estos actos de resistencia pasados frecuentemente han sido insuficientes para vencer el miedo de la gente y su habitual obediencia, condición esencial para destruir una dictadura. Esas acciones, lamentablemente, pueden en cambio haber causado solamente más sufrimiento y muerte, no una victoria, ni aún una esperanza.

¿A la libertad por la violencia?

¿Qué ha de hacerse en semejantes circunstancias? Las posibilidades más evidentes parecen inútiles. Los dictadores generalmente hacen caso omiso de las barreras constitucionales y legales, las decisiones judiciales y la opinión pública. Reaccionando a las brutalidades, la tortura, las desapariciones, las muertes, se entiende que todo esto ha hecho pensar al pueblo que sólo por la violencia se puede acabar con una dictadura. Las airadas víctimas a veces se han organizado para combatir a los brutales dictadores, con el poco poder militar y violencia que hayan podido reunir, y a pesar de tenerlo todo en con-tra. Esta gente, por lo general, ha peleado valientemente, pagando un alto precio en sufrimientos y vidas. Sus logros a veces han sido considerables, pero casi nunca han obtenido la libertad. Las rebeliones violentas desencadenan violentas represiones que con frecuencia dejan a la población más indefensa que antes.

Sin embargo, cualesquiera que sean los méritos de la opción por la violencia, un punto está claro. Al depositar la confianza en los medios violentos, se ha escogido precisamente el modo de lucha en el cual los opresores casi siempre tienen la superioridad. Los dictadores pueden aplicar la violencia irresistiblemente. No importa cuánto más o cuánto menos estos demócratas puedan aguantar, a fin de cuentas uno generalmente no se puede escapar de las duras realidades militares. Los dictadores casi siempre disponen de la superioridad militar, en cuanto a calidad de armamentos, pertrechos, transportes y tamaño de las fuerzas armadas. A pesar de su valentía, los demócratas no pueden emparejárseles (casi) nunca. Cuando se reconoce que la rebelión militar no es viable, algunos disidentes se inclinan por la guerra de guerrillas. No obstante, sólo muy raramente, si es que alguna vez, la guerra de guerrillas beneficia a la población oprimida o le abre paso a una democracia. La guerra de guerrillas no es ninguna solución evidente, especialmente por la inmensa cantidad de bajas que suelen producirse entre la gente. Esta técnica de lucha no ofrece ninguna garantía frente a la posibilidad del fracaso, a pesar de apoyarse en la teoría y el análisis estratégicos, y de que a veces recibe respaldo internacional. Las luchas guerrilleras por lo general duran mucho. Con frecuencia el gobierno en el poder reubica a la población, con la secuela de inmensos sufrimientos humanos y trastorno social que esto conlleva.

Aún cuando resulte victoriosa, la lucha de guerrillas tiene, a largo plazo, considerables consecuencias negativas en lo estructural. De entrada, el régimen atacado se hace más dictatorial como resultado de sus contramedidas. Si en definitiva gana la guerrilla, el nuevo régimen que de ella provenga es con frecuencia más dicta-torial que el anterior, debido al impacto centralizador de las fuerzas militares al expandirse, y por el debilitamiento o la destrucción durante la lucha de los grupos e instituciones independientes de la sociedad--cuerpos éstos que son vitales para establecer y mantener después una sociedad democrática. Los que se opongan a las dictaduras deben buscar otra opción.

¿Golpes de estado, elecciones, salvadores extranjeros?

Un golpe militar contra una dictadura puede parecer, relativamente hablando, una de las maneras más rápidas y fáciles de quitarse de encima un régimen particularmente repugnante. Sin embargo, existen serios problemas con respecto a esta técnica. Lo más importante es que deja intacta la distribución negativa del poder entre la población y la élite de control del gobierno y sus fuerzas armadas. Lo más probable es que la supresión de personas o camarillas de las posiciones del gobierno, dé pie para que otro grupo semejante ocupe su lugar. Teóricamente este grupo puede ser menos duro en su comportamiento, y más dispuesto a abrirse de manera limitada a las reformas democráticas. Sin embargo, el caso opuesto es lo más probable.

Después de consolidar su posición, la nueva camarilla puede resultar más despiadada y más ambiciosa que la anterior. Por lo tanto, la nueva camarilla —sobre la que quizá se habían fincado las esperanzas— podrá hacer lo que quiera sin preocuparse de la democracia o los derechos humanos. Esta no es una respuesta satisfactoria al problema de la dictadura.

Bajo una dictadura las elecciones no se pueden usar como instrumento para un cambio político significativo. Algunos regímenes dictatoriales, tales como los del antiguo bloque oriental dominado por la Unión Soviética, simularon elecciones sólo con el propósito de aparentar ser democráticos. Pero estas elecciones eran simples plebiscitos rigurosamente controlados, para obtener la aprobación pública de los candidatos escogidos por los dictadores. Éstos, de cuando en cuando, debido a la presión a que están sometidos, podrían tal vez aceptar nuevas elecciones, pero éstas estarían manipuladas para colocar marionetas civiles en los puestos de gobierno. Si a los candidatos de la oposición se les hubiera permitido concurrir a las elecciones, y hubieran sido electos como ocurrió en Birmania en 1990, o en Nigeria en 1993, los resultados habrían sido simplemente ignorados y los supuestos "vencedores" habrían estado sujetos a intimidación, arrestados o hasta ejecutados. Los dictadores no están interesados en unas elecciones que puedan apartarlos de su trono.

Muchas personas que actualmente están padeciendo bajo una dictadura, o que han tenido que exilarse para escapar de sus garras, no creen que los oprimidos puedan liberarse por sí mismos. Ellos no esperan que su pueblo pueda ser liberado sino por la acción de otros. Ponen su confianza en las fuerzas extranjeras. Creen que sólo una ayuda internacional puede ser lo bastante fuerte como para derribar a los dictadores. Esa visión de que los oprimidos son incapaces de actuar eficazmente es algunas veces correcta por tiempo limitado. Como hemos apuntado, con frecuencia la población sometida no quiere la lucha, y está temporalmente incapacitada para ella, porque no tiene confianza en su propia capacidad de enfrentar la dictadura feroz, y no ve una manera razonable de salvarse por su propio esfuerzo. En consecuencia, no es extraño que confíe sus esperanzas de liberación a la acción de otros. Las fuerzas externas pueden ser: la "opinión publica", las Naciones Unidas, un país en particular o sanciones internacionales económicas y políticas.

Una situación así puede parecer consoladora, pero existen graves problemas en cuanto a la confianza depositada en un salvador foráneo. Esa confianza puede estar puesta en un factor totalmente errado. Por lo general, no van a llegar salvadores extranjeros. Si interviene otro estado, probablemente no deba confiarse en él.

Hay unas cuantas ásperas realidades con respecto a esa confianza en la intervención extranjera que habría que destacar aquí.

• Con frecuencia los estados extranjeros tolerarán, o ayudarán in-clusive, a la dictadura a fin de avanzar sus propios intereses económicos o políticos.

• Los estados extranjeros podrían estar dispuestos a vender al pueblo oprimido a cambio de otros objetivos, en lugar de mantener las promesas que le hicieran de ayudarlo en su liberación.

• Algunos estados extranjeros actuarán contra la dictadura, pero sólo a fin de ganar para sí mismos el control económico, político y militar del país.

• Los estados extranjeros podrían involucrarse activamente para fines positivos sólo cuando hubiere un movimiento interno que ya haya comenzado a sacudir la dictadura y logrado que la atención internacional se enfoque sobre la índole brutal del gobierno.

Por lo general, la causa principal que explica la existencia de las dictaduras es la distribución interna del poder que existe en el país. La población y la sociedad son demasiado débiles para causarle un problema a la dictadura; la riqueza y el poder están concentrados en muy pocas manos. Aunque las acciones internacionales pueden beneficiar, o de alguna manera debilitar a las dictaduras, la continuación de éstas depende primordialmente de factores internos.

Sin embargo, las presiones internacionales pueden ser muy útiles cuando apoyan un poderoso movimiento de resistencia interna. Entonces, por ejemplo, el boicot económico internacional, los embargos, la ruptura de relaciones diplomáticas, la expulsión del gobierno de organizaciones internacionales, la condena del mismo por alguno de los cuerpos de las Naciones Unidas y otros pasos semejantes, pueden contribuir grandemente. A pesar de todo, si no existe un fuerte movimiento de resistencia interna, tales acciones por parte de otros es poco probable que se den.

Encarando la dura verdad

La conclusión es dura. Cuando se quiere echar abajo una dictadura con la mayor efectividad y al menor costo, hay que emprender estas cuatro tareas:

• Se debe fortalecer a la población oprimida en su determinación de luchar, en la confianza en sí misma y en sus aptitudes para resistir;

• Se debe fortalecer a los grupos sociales e instituciones independientes del pueblo oprimido;

• Se debe crear una poderosa fuerza de resistencia interna; y

• Se debe desarrollar un amplio y concienzudo plan estratégico global para la liberación, y ejecutarlo con destreza.

Una lucha de liberación es un tiempo en que el grupo que lucha adquiere confianza en sí mismo y se fortalece internamente. Charles Stewart Parnell, durante la campaña de huelga de los rentatarios en Irlanda, 1879—1880, dijo:

No vale la pena confiar en el gobierno... Debéis confiar sólo en vuestra propia determinación... Ayudaos a vosotros mismos apoyándoos los unos a los otros… Fortaleced a los más débiles de entre vosotros... Agrupaos y organizaos... y ganaréis...

Cuando hayais madurado las condiciones para que este asunto se resuelva, entonces—y nunca antes de ese momento—se resolverá.
[4]

Confrontada con una fuerza firme y confiada en sí misma, con una estrategia concienzuda y de genuina solidez, la dictadura eventualmente se desmoronará. Estos cuatro requisitos tendrán que ser de algún modo satisfechos siquiera en un mínimo nivel.

Como lo indican estos argumentos, el liberarse de las dictaduras, en última instancia, depende de la capacidad que la gente tenga de liberarse a sí misma. Los casos antes mencionados en que el desafío político—o la lucha noviolenta con fines políticos—ha tenido éxito, sugieren que sí existen los medios para que la población se libere a sí misma, pero esta opción no se ha ejercido plenamente. Examinaremos en detalle esta alternativa en los próximos capítulos. Pero antes debemos contemplar el tema de las negociaciones como medio para desmantelar las dictaduras.

DOS
LOS PELIGROS DE LAS NEGOCIACIONES

Algunas personas, cuando tienen que enfrentarse a los severos problemas de combatir una dictadura, se echan para atrás, y caen en una sumisión pasiva (como lo vimos en el Capítulo Uno). Otras, como no ven posibilidad alguna de alcanzar la democracia, pueden llegar a la conclusión de que deben buscar un arreglo con la dictadura, con la esperanza de que mediante la "conciliación", el "compromiso" y las "negociaciones", podrán atraer a algunos elementos positivos y acabar con las brutalidades. Superficialmente, por carencia de opciones más realistas, esta manera de pensar es atrayente.

Una pelea seria contra las dictaduras brutales no es una perspectiva agradable. ¿Por qué hay que recorrer ese camino? ¿No pueden todos ser razonables y encontrar maneras de hablar, de negociar la forma de terminar gradualmente con la dictadura? ¿No pueden los demócratas apelar al sentido común y de humanidad de los dictadores, y convencerlos de que deben reducir su dominio poco a poco, y quizás finalmente ceder por completo para que se establezca una democracia?

A veces se argumenta que la verdad no está toda de un lado. Quién sabe si los demócratas no han comprendido a los dictadores, que acaso obraron con buenas intenciones y en circunstancias difíciles. Quizá algunos piensen que los dictadores gustosamente se separarían de la difícil situación que vive el país, si se les estimulara o se les tentara a ello. Podría argumentarse que a los dictadores se les debería ofrecer una solución por medio de la cual todo el mundo saliera ganando. Los riesgos y dolores de proseguir la lucha podrían ser innecesarios—se puede argumentar—si la oposición democrática sólo desea terminar el conflicto pacíficamente por medio de negociaciones (que podrían quizás contar con la ayuda de algunos especialistas o hasta de otro gobierno). ¿No sería eso preferible a una lucha difícil, aún cuando fuera una campaña dirigida por la lógica de la acción noviolenta y no la de una guerra militar?

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