DARTH VADER El señor oscuro (3 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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Cuando la Alianza Corporativa no sabía ser lo bastante persuasiva, empleaba tanques androides para convencer a los dueños de las compañías de lo sabio que era aceptar sus ofertas de adquisición, y ahora había docenas de esas máquinas bélicas posicionadas en las inclinadas calles de la ciudad para rechazar a las fuerzas invasoras republicanas.

Shryne conocía el lugar tan bien como cualquiera habitante de la ciudad, pero dejó que los comandos fueran en vanguardia. Los tres Jedi siguieron a los cuatro soldados de operaciones especiales a lo largo de un sinuoso recorrido por las entrecruzadas calles, esquivando los disparos láser de androides bélicos y de bandas de mercenarios y confiando en que el mercenario cautivo fuera consciente de que no le convenía engañarlos. En las alturas, descargas láser y proyectiles de iones chocaban contra los convexos campos de energía, al igual que las naves androides y los cazas derribados en los furiosos combates aéreos que tenían lugar en las nubes.

El grupo de aliados no tardó en llegar a las avenidas del puente situado más al sur, del cuarteto de puentes que unía la ciudad con las plataformas de aterrizaje. Al no encontrar resistencia en el centro médico, se infiltraron en el amplio atrio del edificio. Una luz apagada se filtraba por los altos ventanales de permaplex; el polvo y los cascotes se depositaban en un suelo de mosaico mientras el edificio temblaba al ritmo del creciente bombardeo republicano.

El aire lleno de partículas zumbaba con la corriente del generador del escudo y erizaba el vello de la nuca de Shryne. El lugar parecía y se sentía desierto, pero aun así Shryne envió a Chatak, Starstone y dos de los comandos a reconocer los niveles superiores, por si acaso. Confiando todavía en la información del cautivo, Shryne, Trepador y el explorador tres del Equipo Ion cruzaron un laberinto de pasillos débilmente iluminados hasta un turboascensor que, según decía, les llevaría a la sala del generador de escudo.

—Señor, no quise decir nada ante el general Chatak —dijo Trepador mientras descendían—, pero no es normal que un Jedi y un comandante tengan criterios distintos sobre estrategia.

Shryne sabía que era cierto.

—El comandante Munición tiene un gran instinto. De lo que carece es de paciencia. —Se volvió por completo para mirar de frente al comando—. La guerra nos habrá cambiado a algunos, Trepador. Pero el mandato Jedi siempre ha sido mantener la paz sin matar a todos los que se interpongan en su camino.

Trepador asintió en señal de comprensión.

—Conozco a unos cuantos comandantes que fueron devueltos a Kamino para recuperación.

—Y yo conozco a unos Jedi a los que eso les vendría muy bien. Porque todos queremos que esta guerra se acabe de una vez. —Tocó a Trepador en el brazo cuando el turboascensor se detuvo—. Me disculpo de entrada si esta misión acaba siendo una pérdida de tiempo.

—No hay problema, señor. Lo consideraremos un permiso del trabajo.

Al otro lado del ascensor antigravitatorio, el ensordecedor murmullo del generador hacía casi imposible hablar sin depender de los comunicadores. Shryne sacó el suyo de una bolsita de su cinturón de utilidades y lo sintonizó en la frecuencia que Trepador y su hombre utilizaban para comunicarse con los enlaces de su casco.

Los tres hombres descendieron con cuidado por un pasillo sin luz hasta llegar a un tembloroso pórtico que asomaba a la sala del generador. La mayor parte del cavernoso espacio estaba ocupada por la pirámide truncada de duracero que proporcionaba energía al bosque de proyectores de escudo con forma de platillo que había en la plataforma de aterrizaje.

Trepador hizo descender unos macrobinoculares sobre su visor tintado y examinó el lugar.

—Cuento doce centinelas —le dijo a Shryne por el comunicador.

—Añade tres técnicos koorivar en el otro extremo del generador —dijo el explorador tres desde su posición.

Shryne podía ver hasta sin macrobinoculares que la mayoría de los guardias eran mercenarios, humanos y humanoides, armados con rifles láser y vibrocuchillas, el arma que definía a la brigada. Unos cuernos craneales, símbolo de posición sobre todo entre los miembros de la élite de Murkhana, identificaban al koorivar del grupo. Tres androides de combate de la Federación de Comercio completaban el contingente.

—El generador está demasiado bien protegido para destruirlo de forma encubierta —dijo Trepador—. Disculpe por decirlo, pero puede que el comandante Munición tuviera razón al desear que el
Galante
se ocupara de esto.

—Ya dije que tenía buen instinto.

—Señor, que los guardias no estén aquí para recibir cuidados médicos no quiere decir que no podamos convertirlos en pacientes.

—Bien pensado —dijo Shryne—, pero seguimos siendo tres contra doce.

—Usted vale al menos por seis de ellos, ¿no, señor?

Shryne sonrió al comando con los ojos entrecerrados.

—Eso en un día bueno.

—Al final, tanto Munición como usted tendrán razón. Y, lo que es mejor, le ahorraremos al
Galante
unas cuantas descargas láser.

Shryne soltó una risotada.

—Si lo ve de ese modo, Trepador.

Éste hizo unas cuantas señas al tercer explorador y, a continuación, los tres iniciaron el descenso hacia el suelo grasiento.

Renunciando a pensamiento y emoción, Shryne se sumió en la Fuerza, confiando en que ésta supervisara sus actos mientras los ejecutaba con determinación, que no con ira.

Eliminar a los guardias sólo era algo que debía hacerse.

Ante una señal de Trepador, tanto su hombre como él derribaron a cuatro centinelas con disparos láser cuidadosamente colocados, pasando a continuación a devolver el fuego de los que aún seguían en pie.

Por tenue que pudiera ser a veces su contacto con la Fuerza, Shryne seguía siendo un maestro con la espada, y casi treinta años de entrenamiento habían templado sus instintos y convertido su cuerpo en un instrumento de tremendas fuerza y velocidad. La Fuerza lo guió hasta las zonas de mayor peligro, con la hoja azul de su sable láser cortando el espeso aire, desviando disparos, cercenando miembros. El tiempo se dilató, lo que le permitió percibir cada rayo individual de energía, cada lengua de vibrocuchilla. Tenía tiempo sobrado para ver cada peligro y realizar su tarea.

Sus contrincantes caían ante la limpieza de sus mandobles, incluido uno de los androides, de cuyo circuito fundido emanó una peste a ozono. Un mercenario lanzó un gemido al caer hacia atrás, el aire abriéndose paso por un agujero en su pecho, la sangre brotando por venas que no habían sido cauterizadas por el paso de la cuchilla.

A otro se vio forzado a decapitarlo.

Sintió a Trepador y a su hombre a cada lado, y captó el sibilante sonido de sus armas traspasando el incesante zumbido del generador de campo.

Un androide se hizo pedazos, proyectando metralla.

Shryne evadió el diluvio de aleación caliente que dio de lleno a un koorivar acribillando su rostro enjuto y su torso.

Apartándose del alcance de una vibrocuchilla arrojada contra él, notó que dos de los técnicos huían para salvar la vida. Estaba dispuesto a dejarlos marchar, pero el hombre de Trepador los vio también, no les dio cuartel alguno y acabó con ellos antes de que pudieran alcanzar la seguridad del principal turboascensor de la sala.

Después de eso la lucha empezó a decaer.

Shryne oía su propia respiración y sus latidos en sus oídos, y los notaba controlados. Pero el pensamiento se introdujo en su dinámica y bajó la guardia antes de lo debido.

La temblorosa hoja de la cuchilla de un mercenario le esquivó por poco. Giró sobre los talones, buscó los pies del atacante y le cortó el izquierdo. El mercenario aulló, sus ojos se desorbitaron ante esa visión y cayó hacia delante agitando ambas manos
y
arrancando por casualidad el sable láser de las manos de Shryne, que salió rodando por el suelo.

A cierta distancia de él, Trepador combatía con un androide y dos mercenarios. Tras acabar con el androide, la chisporroteante carcasa de éste le había caído encima, bloqueándole la mano derecha y el rifle láser, de modo que la pareja de mercenarios se disponía a rematarlo.

Trepador consiguió contener a uno de sus presuntos asesinos con patadas bien colocadas, esquivando incluso un disparo láser que rebotó en el suelo y en el generador. El hombre de Trepador acudió en su ayuda y se enfrentó cuerpo a cuerpo con el mercenario que su jefe había apartado de una patada, pero éste se quedaba sin trucos para librarse de su segundo atacante.

El luchador enemigo saltó contra él, sujetando la vibrocuchilla con ambas manos.

Shryne se movió, no para desplazarse hasta donde estaba Trepador, pues sabía que nunca podría llegar a tiempo hasta él, sino en dirección al pomo del sable láser que seguía girando en el suelo y que lanzó de una patada hacia la enguantada y alargada mano izquierda de Trepador. En el mismo instante en que el mercenario se disponía a descargar lo que habría sido un golpe fatal, el pulgar del comando presionó el botón activador del sable láser. Una columna de energía azul brotó del pomo, a través del pecho del separatista, empalándolo.

Shryne acudió al lado de Trepador mientras el otro comando recorría la sala asegurándose de que no había más sorpresas.

Yoda, o cualquier otro Maestro Jedi, habría liberado a Trepador del androide caído con un empujón de la Fuerza, pero Shryne necesitó la ayuda de Trepador para mover la chisporroteante carcasa. Años antes, habría podido hacerlo solo, pero ya no. No estaba seguro de si esa debilidad era propia de él o si la guerra estaba haciendo desaparecer la Fuerza del universo con la muerte de cada Jedi.

Trepador apartó el cuerpo del mercenario y se sentó.

—Gracias por el salvamento, general.

—No quería que acabase como su modelo.

Trepador se le quedó mirando.

—Sin cabeza, quiero decir.

Trepador asintió.

—Pensé que quería decir a manos de un Jedi.

Shryne alargó la mano para recibir el sable láser, que Trepador miraba como si lo viera por primera vez. Entonces, sintiendo la mirada de Shryne clavada en él, dijo:

—Perdone, señor —y depositó el mango en la mano del Jedi.

Éste se enganchó el arma en el cinturón y ayudó al comando a ponerse en pie mientras clavaba la mirada en Chatak, Starstone y los otros dos comandos del Equipo Ion, que en ese momento llegaban a la sala armas en mano.

Shryne les hizo un gesto indicando que todo estaba bajo control.

—¿Encontrasteis pacientes? —preguntó a Chatak cuando ésta pudo oírlo.

—Ninguno. Pero no habíamos registrado todo el edificio cuando oímos los disparos.

Shryne se volvió hacia Trepador.

—Prepare las cargas térmicas, y luego llame al comandante Munición. Dígale que alerte al mando aéreo de que el campo de energía de la plataforma de aterrizaje va a apagarse, pero alguien tendrá que acabar con las baterías costeras del puente para que puedan desembarcar la artillería y las tropas. La general Chatak y yo acabaremos de registrar el edificio y nos reuniremos contigo en el punto de encuentro.

—Afirmativo, señor.

Shryne empezó a andar, pero se detuvo en seco.

—Trepador. Dígale de mi parte al comandante Munición que probablemente debimos hacerlo a su manera.

—¿Seguro que quiere que se lo diga?

—¿Por qué no?

—Porque sólo conseguiría darle más ánimos, señor.

4

R
as dice que mataste a alguien con el sable láser del general Shryne —le dijo a Trepador uno de los comandos que acompañaron a Bol Chatak mientras los cuatro miembros del Equipo Ion colocaban los detonadores térmicos en los paneles de control del generador de campo.

—Así es. Y como sabía que querrías verlo, saqué una holo con la cámara de mi casco.

El sarcasmo de Trepador no fue captado por el experto en armas pequeñas, el explorador dos llamado Rastro.

—¿Qué tal se maneja?

Trepador se quedó un momento quieto.

—Más como una herramienta que como un arma.

—Una buena herramienta para destripar mercenarios —dijo Ras cerca de ellos.

—No lo discuto —dijo Trepador, asintiendo con la cabeza—. Pero prefiero una 17.

—Shryne es de fiar —dijo Rastro al reanudar la tarea de colocar las cargas.

—En los combates cuerpo a cuerpo, prefiero tenerlo a él conmigo a tener a Munición —comentó Trepador—, pero no en un campo de batalla. A Shryne le preocupan demasiado los daños colaterales.

Tras completar su tarea, caminó decidido por la sala de control, comprobando la labor de todos. El encargado de comunicaciones del Equipo Ion corrió hasta él cuando ajustaba la localización de uno de los detonadores.

—¿Está el comandante Munición informado? —preguntó Trepador.

—Tengo al Comandante en la línea. Desea hablar personalmente con usted.

Trepador se distanció del resto del equipo y manipuló el dial del comunicador a una frecuencia codificada.

—El especialista Trepador por línea segura, Comandante.

—¿Está el Jedi contigo? —replicó bruscamente Munición.

—No, señor. Está registrando el resto del edificio por si nos dejamos a alguien.

—¿Cuál es la situación, jefe de escuadrón?

—Saldremos de aquí en cuanto las demás térmicas estén colocadas. T-5, como mucho.

—Conserva alguna de esas térmicas. Su equipo tiene que reunirse con nosotros cuanto antes. Nos han modificado las prioridades.

—¿Modificadas en qué?

—Hay que matar a los Jedi.

Trepador guardó silencio por un largo momento.

—Repite eso, comandante.

—Debemos acabar con los Jedi.

—¿Quién lo ordena?

—¿Estás cuestionando mi autoridad?

—No, señor. Sólo hago mi trabajo.

—Tu trabajo es obedecer a tus superiores.

Trepador recordó las acciones de Shryne en la sala del generador; su velocidad y puntería, su habilidad con el sable láser.

—Sí, señor. Es que no me entusiasma mucho enfrentarme a tres Jedi.

—A ninguno nos entusiasma, Trepador. Por eso necesitamos a tu equipo. Quiero preparar una emboscada cerca del punto de encuentro.

—Entendido, comandante. Obedeceremos. Fuera.

Trepador volvió con sus tres compañeros, los cuales lo miraban atentamente.

—¿A qué venía eso? —preguntó Rastro.

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