DARTH VADER El señor oscuro (9 page)

BOOK: DARTH VADER El señor oscuro
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Vader se demoró en esta idea, temiendo que le volviera loco, y finalmente llegó a una conclusión aún más descorazonadora. Grievous había sido engañado para servir a los Sith. Pero Sidious había enviado a Anakin a Mustafar por un único motivo: el de matar al Consejo Separatista.

Padmé y Obi-Wan fueron quienes lo sentenciaron a la prisión de este traje negro.

Sentenciado por su esposa y por su teórico mejor amigo, que sentían por él un amor que cambió ante lo que consideraban una traición. Obi-Wan tenía el cerebro demasiado lavado por los Jedi como para reconocer el poder del Lado Oscuro, y Padmé estaba demasiado esclavizada por la República para comprender que las maquinaciones de Palpatine y la deserción de Anakin al bando Sith eran necesarias para traer la paz a la galaxia. Era esencial que el poder recayera en quienes tenían los recursos necesarios para usarlos de forma adecuada y salvar de sí mismas a la miríada de especies de la galaxia, acabar con la incompetencia del Senado, y disolver la orgullosa y arrogante Orden Jedi, cuyos Maestros eran ciegos a la podredumbre que habían engendrado.

Pero si el Elegido de la Orden se había dado cuenta de ello, ¿por qué no habían seguido su ejemplo y abrazado el Lado Oscuro?

Porque estaban demasiado paralizados por sus costumbres, porque eran demasiado inflexibles para adaptarse.

Vader meditó en esto.

Anakin Skywalker había muerto en Coruscant.

Pero el Elegido había muerto en Mustafar.

Una rabia ardiente como los ríos de lava de Mustafar bulló en él, licuando su autocompasión. Todo esto era como lo que veía tras los modificadores visuales del casco: lava burbujeante, calor rojo, carne quemada...

¡Él sólo había querido salvarlos a todos! A Padmé de la muerte, a Obi-Wan de la ignorancia. Y al final no supieron reconocer su poder, no quisieron ceder ante él, aceptar por fe que él sabía que era lo mejor para ellos, ¡para todos!

En vez de eso, Padmé estaba muerta y Obi-Wan huía para salvar la vida, tan desposeído de todo como Vader. Sin amigos, sin familia, sin objetivos...

Cerró la mano derecha, maldiciendo a la Fuerza. ¿Qué le había proporcionado sino dolor? Torturándolo con profecías, con visiones que era incapaz de impedir. Haciéndole creer que poseía un gran poder cuando en realidad era poco más que su sirviente.

Pero eso se acabó, se prometió Vader. El poder del Lado Oscuro le permitiría dominar a la Fuerza y convertirla en sirviente en vez de en su aliada.

Alargó la mano derecha, cogió el sable láser y lo giró. Sólo tenía tres semanas de antigüedad y, por deseo de Sidious, lo había montado a la sombra del arma de terror del tamaño de una luna que había mandado construir. Acababa de probar la primera sangre.

Sidious le había proporcionado el sintocristal generador de la hoja carmesí, junto a su propio sable láser para que lo usara de modelo. Pero Vader no sentía cariño por las antigüedades. Aunque apreciaba la artesanía inherente al pomo curvado y suave del sable láser de Sidious, prefería un arma con más peso. Decidido a complacer a su Maestro, había intentado crear algo novedoso, pero acabó creando una versión negra del sable láser que había empuñado durante más de una década, con un asa gruesa y dentada, una célula de energía de diatio de alto rendimiento, cristal de fase dual y guardas inclinadas hacia delante. Imitaba el sable láser de Anakin hasta en la cazoleta biselada del emisor.

Pero tenía un problema.

Sus nuevas manos eran demasiado grandes para reproducir la ligera forma de agarrar que prefería Anakin y rodear el mango y el cilindro que albergaba el cristal con la mano derecha, cerca de la hoja en sí. Las manos de Vader necesitaban un asidero más grueso y largo, y el resultado era un arma poco elegante, al borde de la ineficacia.

Otro motivo por el que había recibido la herida en su brazo izquierdo.

Los Sith dejaron atrás el uso de los sables láser,
le había dicho Sidious.
Pero seguimos utilizándolos, aunque sólo sea para humillar a los Jedi
.

Vader ansiaba el momento en que los recuerdos de Anakin se desvanecieran como la luz al ser absorbida por un agujero negro. Hasta entonces, seguiría resintiéndose de su traje sostenedor de vida. Por muy apropiado que fuera para la oscuridad de su corazón invulnerable...

 

 

El comunicador sonó.

—¿Qué sucede, comandante Appo?

—Lord Vader, me han informado de una discrepancia en el número de prisioneros. Faltan dos, contando a la Jedi que mató en Murkhana.

—Los otros que sobrevivieron a la Orden Sesenta y Seis —dijo Vader.

—¿Debo instruir al comandante Munición para que inicie su búsqueda?

—Esta vez, no, comandante. Yo mismo me encargaré de ello.

14

P
or ahí abajo? —dijo Starstone, deteniéndose en lo alto de la siniestra escalera por la que descendía Shryne. Las escaleras llevaban al sótano de un edificio destartalado que había quedado incólume en la batalla, típico entre los que coronaban las verdes colinas del sur de la ciudad de Murkhana. Tenía un mal presentimiento.

—No te preocupes, es la forma que tiene Cash de alejar a la chusma.

—Pues no parece detenerte a ti —dijo ella, siguiéndolo por el oscuro pozo de la escalera.

—Me alegra ver que has recuperado el sentido del humor. Debías de ser la alegría del calabozo.

Y Shryne lo decía en serio; no quería que la chica pensase en la muerte de Bol Chatak. En las largas horas que habían tardado en llegar al cuartel general de Cash Garrulan, Starstone parecía haber hecho las paces con lo sucedido.

—¿Cómo es que conoces a esta persona? —preguntó mirando por encima del hombro.

—Garrulan es el motivo por el que vine por primera vez a Murkhana. Es un antiguo virrey de Sol Negro. Vine para acabar con sus negocios, pero resultó ser una gran fuente de información sobre las actividades separatistas en este cuadrante. Mucho antes de lo que pasó en Geonosis, ya nos avisaba sobre el alcance de los proyectos militares de Dooku, pero nadie en el Consejo o el Senado pareció tomarse en serio la amenaza.

—Y le permitiste continuar con su negocio a cambio de información.

—No es un hutt. Digamos que trafica en comodidades.

—Así que no sólo somos fugitivos, sino que pedimos ayuda a gángsters.

—¿Acaso tienes una idea mejor?

—No, Maestro, no la tengo.

—Suponía que no. Y deja de llamarme Maestro. Alguien podría relacionarlo con los Jedi, o tener la impresión de que eres mi criada.

—La Fuerza no lo quiera —musitó Starstone.

—Soy Roan. A secas.

—Intentaré recordarlo... Roan. —Se rió ante la forma en que sonaba—. Lo siento, no me suena real.

—Ya te acostumbrarás.

Al pie de las escaleras había una puerta sin adornos. Shryne tamborileó en la jamba con los nudillos, y al androide que apareció por una abertura circular le dijo algo en lo que Starstone supuso que sería koorivar. Un momento después, la puerta se deslizó para mostrar a un varón humano ampliamente tatuado, acunando un rifle láser DC-17. Sonrió a Shryne y los hizo pasar a un recibidor asombrosamente opulento.

—Sigues colándote en casa de la gente, ¿eh, Shryne?

—Es una vieja costumbre.

El hombre asintió comprensivo e hizo pasar con un gesto a Shryne y Starstone.

—¿A qué viene esa ropa? Parece que habéis pasado un mes en un compactador de basura.

—Eso habría sido una mejora —dijo Starstone.

Shryne miró hacia el cuarto del fondo.

—¿Está aquí, Jally?

—Está aquí, pero no por mucho tiempo. Sólo está empacando lo que no pudimos trasladar antes de la invasión. Lo avisaré...

—Hagamos que sea una sorpresa.

Jally soltó una risita.

—Oh, desde luego que se sorprenderá.

Shryne le hizo una seña a Starstone para que le siguiera. Al otro lado de una cortina de cuentas, un grupo de humanos, alienígenas y androides trabajadores cargaban cajas en un amplio turboascensor. La sala estaba todavía mejor decorada que el vestíbulo, atestada de muebles, almacenadores de datos y consolas de comunicaciones, armas y otras cosas. El humanoide que estaba en el centro de todo ello, dando órdenes a sus servidores, era un twi’leko con un lekku muy grueso y una panza prominente. Se volvió al sentir a alguien detrás de él y miró boquiabierto a Shryne.

—Me dijeron que te habían matado.

—Más quisieras.

—Puede que sí —repuso Cash Garrulan meneando la cabeza de un lado a otro. Alargó los gordos brazos y le sacudió las manos a Shryne, haciendo luego un gesto hacia la túnica sucia del Jedi—. Me gusta el nuevo aspecto.

—Me cansé de ir de marrón.

—¿Quién es tu nueva amiga, Roan?

—Olee —respondió sin pensar. Miró a las cajas—. ¿De liquidación, Cash?

—Digamos que la paz ha sido mala para el negocio.

—Entonces, ¿se acabó? —preguntó Shryne solemne.

Garrulan inclinó la gran cabeza.

—¿No te has enterado? Está por toda la HoloRed, Roan.

—Olee y yo hemos estado desconectados.

—Eso parece.

El twi’leko se volvió para ladrar unas instrucciones a dos de sus empleados y luego condujo a Shryne y Starstone hasta un despacho pequeño y ordenado, donde se sentó.

—¿Queréis comprar láseres? —preguntó Garrulan—. Tengo Blas techs, Merr-Sonns, Tenloss DXs, lo que quieras. Te los dejo baratos. —Shryne negó con la cabeza—. ¿Qué tal unos comunicadores? ¿Vibrocuchillas? ¿Alfombras de Tatooine tejidas a mano...?

—Infórmanos de cómo terminó la guerra.

—¿Cómo terminó? —Garrulan chasqueó los dedos—. Así. El Canciller Palpatine es secuestrado por el general Grievous y al rato Dooku y Grievous están muertos, los Jedi son traidores, los androides de combate se apagan y volvemos a ser una gran galaxia feliz y más unida que nunca. Ni más ni menos que un imperio. Sin rendición formal de la Confederación de Sistemas Independientes, sin burocracia del Senado, sin embargos comerciales. Y todo lo que el Emperador quiere el Emperador lo consigue.

—¿Alguna noticia sobre los miembros del Consejo Separatista?

—Ni pío. Aunque hay rumores de todo. El Emperador los hizo matar. Siguen huyendo. Se han escondido en el Brazo de Tingel, están con los amigos de Passel Argente...

Shryne alargó el brazo para impedir que Starstone siguiera dando vueltas por el despacho.

—Siéntate —dijo—. Y deja de morderte el labio.

—Sí, Maes... Roan.

—Debo decir que nunca supuse que considerarían responsables a los Jedi —comentó Garrulan.

—De intentar arrestar a Palpatine, quieres decir.

—No... de la guerra. —Garrulan miró a Shryne durante un largo instante—. De verdad no sabéis lo que ha pasado, ¿eh? Igual debéis beber algo.

Garrulan estaba medio levantándose cuando Shryne le interrumpió.

—Nada de bebidas. Cuéntanoslo.

El twi’leko parecía apesadumbrado de verdad.

—Siento ser portador de malas noticias, Roan, y más para ti, pero han culpado de la guerra a los Jedi. Todo fue una charada manipulada por vosotros, con los soldados clon por un lado y el Maestro Dooku por otro, para así intentar derrocar la República y asumir el poder. Por eso ordenó Palpatine vuestra ejecución, y por eso se arrasó el Templo Jedi.

Shryne y Starstone intercambiaron miradas temerosas.

El jefe del crimen asumió un tono más sombrío al ver sus expresiones.

—Por lo que tengo entendido, han matado a casi todos los Jedi, tanto en el Templo como en cualquier otro mundo.

Shryne rodeó con un brazo los temblorosos hombros de Starstone.

—Calma, chica —dijo, tanto para sí mismo como para Olee.

De pronto tenía sentido la segunda señal que ordenaba a los Jedi que se escondieran. El Templo, indefenso ante la ausencia de tantos Caballeros Jedi, había sido atacado y saqueado; profesores y alumnos masacrados por las tropas de asalto de Coruscant.
¿Cuántos Jedi habrían vuelto al Núcleo para ser asesinados nada más llegar?,
se preguntó Shryne.

La Orden estaba acabada. No sólo ya no había nada para Shryne y Starstone en Coruscant, sino que no lo había
en
ninguna parte.

—Por si os sirve de algo —dijo Garrulan—, no creo ni una palabra de todo eso. Palpatine está detrás de todo. Lo ha estado desde el principio.

Starstone agitaba la cabeza adelante y atrás sumida en la incredulidad.

—No es posible que hayan matado a todos los Jedi. Había Jedi que no estaban con soldados clon, Maestro. Y pudo haber otros comandos que se negaran a obedecer la orden de ejecución del Alto Mando.

—Tienes razón —dijo Shryne, intentando sonar consolador.

—Encontraremos a otros supervivientes.

—Seguro que sí.

—La Orden se reconstruirá.

—Por supuesto.

Garrulan esperó a que se callaran antes de continuar.

—Somos muchos más a los que se les ha quitado la alfombra de debajo de los pies; nos ha pasado hasta a los que estamos al final de la cadena alimenticia. —Se rió con pesar—. Siempre nos ha ido mejor en la guerra que en la paz. Al menos la Alianza Corporativa estaba dispuesta a tolerarnos a cambio de una parte de los beneficios. Pero los gobernadores regionales que ha nombrado el Emperador ya nos han calificado de enemigos. Y, que quede entre nosotros, antes que eso, preferiría tratar con los hutt.

Shryne lo estudió.

—¿Dónde te deja eso a ti, Cash?

—En Murkhana, no, eso seguro. Mis rivales en el crimen de Koorivar tienen mi bendición, y mi compasión. —Garrulan le devolvió la mirada a Shryne—. ¿Y qué hay de ti, Roan? ¿Alguna idea?

—Ahora mismo, no.

—Igual deberías pensarte el trabajar para mí. Podría venirme bien gente con vuestros talentos especiales, y más ahora. De todos modos, te debo un favor.

Starstone le miró fijamente.

—No hemos caído tan bajo como para... —empezó a decir cuando Shryne le tapó la boca con la mano.

—Igual me lo pienso. Pero antes tienes que sacarnos de Murkhana.

Garrulan mostró a Shryne las palmas de las manos.

—No te debo tanto.

—Ayúdame en eso, y seré yo quien esté en deuda contigo.

Starstone pasó la mirada de Shryne a Garrulan.

—¿Así eras antes de la guerra? ¿Hacías tratos con quien te apetecía?

—No le hagas caso —dijo Shryne—. ¿Qué me dices, Cash?

Garrulan se retrepó en el enorme sillón.

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