— o O o —
Darth Sidious, Señor Sith, concluyó sus instrucciones a los neimoidianos e hizo un gesto casual, casi negligente. Al otro lado de la habitación un interruptor se movió dando fin a la transmisión holográfica. Las titilantes imágenes blanquiazules de los neimoidianos y la sección del puente de su nave que captaban los transceptores multifase se desvanecieron.
Sidious se quedó un momento inmóvil en la rejilla de transmisión, en silencio, con la mano alzada, meditando en las corrientes y reflujos de la Fuerza. Aquéllos con una sensibilidad menor eran ajenos a ella, pero para él era una neblina omnipresente, invisible pero tangible, que se agitaba y movía constantemente a su alrededor. No hay palabras o descripción alguna que pueda transmitir cómo es su esencia; la única manera de comprenderla es experimentándola.
A lo largo de muchos años de estudio y meditación había aprendido a interpretar todos y cada uno de los movimientos de su incesante flujo, por casual que fueran éstos. Pero incluso sin esa habilidad habría podido darse cuenta de que Nute Gunray mentía acerca del paradero de Hath Monchar. Un viejo chiste sobre el virrey lo resumía a la perfección:
¿Cómo se sabe si un neimoidiano miente?
Porque tiene la boca abierta.
Sidious asintió con la cabeza. No tenía ninguna duda sobre la deshonestidad de Gunray; la única incógnita era
por qué
. Era una pregunta que debía ser respondida, y pronto. Si bien era cierto que los neimoidianos eran criaturas débiles, también lo era que hasta las criaturas más cobardes se incorporan sobre sus cuartos traseros y te muerden si se ven lo bastante motivadas. Estaban conspirando a sus espaldas. Pensar otra cosa era ser irremediablemente ingenuo, y pese a ser muchas las cosas que podían achacarse a Darth Sidious, la ingenuidad no era una de ellas. Sólo podía hacer una cosa, dada la importancia potencial del embargo a Naboo y sus posteriores maquinaciones económicas.
Sidious hizo otro gesto casual. La Fuerza ondeó en respuesta, y la rejilla de transmisión situada bajo sus pies volvió a brillar. Un holograma de su persona volvió a ser enviado al vacío en dirección a otra localización remota. Era el momento de hacer entrar en el juego a un mero participante, uno que se había entrenado y estudiado durante años para llevar a cabo esta clase de tareas. Aquel que componía la otra mitad de la orden Sith. Su protegido, su discípulo, su mirmidón.
Aquel que Sidious había bautizado como Darth Maul.
— o O o —
Los androides de duelo estaban programados para matar.
Eran cuatro, de lo mejor de los Duelistas de Élite que proporciona Trang Robotics, y cada uno con un arma diferente: uno con un estoque de acero, otro con una pesada porra, el tercero con una cadena corta y el último con una pareja de hachas de combate de doble filo tan largas y anchas como el antebrazo de un humano. Estaban programados con las habilidades de una docena de Maestros en artes marciales, y sus reflejos calibrados a un punto por encima del máximo humano. Su chasis de duracero era resistente a los láseres. Habían salido de fábrica equipados con inhibidores de conducta que les impedían infligir un golpe de muerte a su contrincante cuando éste estaba vencido, pero esas inhibiciones habían sido desconectadas por su nuevo propietario. Cualquier error luchando con ellos podía ser fatal.
Darth Maul no cometía errores.
El aprendiz Sith estaba parado en medio de la sala de entrenamiento rodeado por los cuatro androides. Su respiración era tranquila, sus latidos lentos y regulares. Era consciente de cómo reaccionaba su cuerpo al peligro, y lo controlaba.
Dos de los androides —Estoque y Cadena, los bautizó en silencio— estaban dentro de su campo de visión. A los otros dos —Porra y Hacha— no los veía al estar situados a su espalda. Daba igual; su consciencia de la Fuerza le permitía sentir sus movimientos con la misma claridad que si tuviera ojos en la nuca.
Alzó su arma, el sable láser de doble hoja, y lo conectó. Lanzas gemelas de energía pura brotaron de él, siseando y chisporroteando en bucles escarlatas que empezaban y terminaban en las dos aperturas de flujo situadas a ambos extremos de la empuñadura. Cualquier Caballero Jedi podía manejar un sable láser de una sola hoja; sólo un Maestro luchador podía usar el arma que diseñó milenios atrás el legendario Señor Oscuro Exar Kun. Si no se estaba en perfecta sintonía con el arma, ésta podía ser tan letal para quien la usaba como para su contrincante.
Estoque se lanzó a fondo, la articulación de su rodilla metálica se dobló hasta casi tocar el suelo. La afilada punta brilló al dirigirse hacia el corazón del Sith, casi demasiado rápida para que pudiera verse.
El Lado Oscuro floreció en Darth Maul, su poder vibró en él como un relámpago negro, engrandeciendo sus años de entrenamiento, guiando sus reacciones. El tiempo pareció ralentizarse, prolongarse.
Le habría sido fácil cortar en dos la hoja del estoque, ya que pocos metales pueden resistir el filo sin fricción de un sable láser.
Pero eso no suponía ningún reto. Dio un giro hacia la punta, contorsionándose hacia el exterior y moviendo las manos horizontalmente a la altura del pecho. La hoja izquierda del sable láser cortó el brazo de Estoque. Tanto brazo como arma hicieron un sonoro estruendo al caer al suelo.
Maul se dejó caer sobre la rodilla izquierda, en el momento en que el golpe de Porra llegaba desde su espalda, girando sobre su cabeza, fallando por poco su cuerno dorsal. Sin mirar, guiado por las vibraciones de la Fuerza, echó hacia atrás la hoja derecha y hacia delante la izquierda —
¡uno, dos!
— clavándolas en los compartimentos abdominales tanto de Porra como de Estoque. Las chispas brotaron de los circuitos afectados, y el fluido lubricante salpicó el suelo en una enrojecida neblina oleosa.
Usando la inercia del golpe hacia adelante, Maul se lanzó por encima del androide que se derrumbaba ante él, rodando con fluidez sobre el hombro. Se incorporó girando el sable láser por encima de la cabeza antes de pararse sólidamente en la pose de teräs käsi llamada «cabalgando el bantha». Incluso mientras hacía ese movimiento, había una parte de él controlando mentalmente el estado de su cuerpo. Su respiración era lenta y regular, el ritmo de su pulso apenas había aumentado dos o tres latidos por minuto de su media en reposo.
Dos menos, quedaban dos.
Cadena atacó girando su arma sobre la cabeza como si fuera el propulsor de una gironave. Los pesados eslabones se acercaron a Maul, el cual giró sobre el pie derecho para proyectar la pierna izquierda en una poderosa patada lateral, clavando la bota en el pecho blindado del androide y parándolo en seco. Se dejó caer en cuclillas, giró el sable láser como si fuera una guadaña y cortó limpiamente al androide por las rodillas. Éste se derrumbó sin sus piernas, mientras Maul volvía a girar su arma y asumía la postura conocida como Rancor Rampante. Al erguirse de la postura acuclillada, golpeó con la hoja derecha entre los muslos mecánicos de Cadena, con fuerza, usando los músculos de las piernas para aumentar el impacto.
La fuerza del golpe dividió a Cadena desde la entrepierna hasta la coronilla. Se oyó un chirrido metálico cuando el androide se partió en dos. Sus piernas y pies tocaron el suelo apenas un instante antes de que cayeran sobre ellas las mitades superiores.
El aprendiz Sith se vio bañado por el olor acre de los circuitos y el fluido lubricante quemándose. Lo que unos segundos antes era una máquina de alta tecnología en perfecto funcionamiento había pasado a ser un montón de chatarra apenas reconocible.
Tres menos, quedaba uno.
Hacha atacó el flanco izquierdo de Maul, girando sus afiladas cuchillas en movimientos defensivos, arriba, abajo, izquierda, derecha, en una cegadora pauta de afilada muerte que aspiraba a coger desprevenido a su contrincante y cortarlo por abajo.
Maul se permitió un fruncimiento de labios. Presionó los controles del sable láser. El zumbido dejó de oírse al apagarse los rayos de energía. Se agachó, manteniendo la mirada fija en el androide mientras dejaba el arma en el suelo y la apartaba con la bota.
Adquirió una postura defensiva, avanzando el pie izquierdo, inclinándose hacia el androide en cuarenta y cinco grados. Observó el letal y centelleante arabesco de Hacha mientras éste se dirigía hacia él. Un androide como ése no conocía el miedo, pero Darth Maul sabía que dejar el arma y enfrentarse a un contrincante vivo con las manos desnudas aterrorizaría a cualquiera que fuera más listo que un androide de duelo. El miedo era un arma tan potente como un sable láser o una pistola de rayos.
El Lado Oscuro bullía en su interior, buscando cegarlo con odio, pero lo mantuvo a raya. Alzó una mano abierta a la altura de la oreja, la otra junto a la cadera, después invirtió las posiciones, observando. Esperando.
Hacha ganó otro medio paso de terreno, cruzando y entrecruzando las cuchillas, buscando una abertura.
Maul decidió proporcionársela. Movió la mano izquierda, apartándola del cuerpo, exponiendo el costado a un envite o un corte.
Hacha vio la abertura y atacó, muy rápido, moviendo una de las cuchillas para cortar mientras levantaba la otra como apoyo.
Maul se dejó caer al suelo, rodeó con el pie izquierdo el tobillo del androide y tiró de él mientras usaba el otro pie para golpearlo con fuerza en el muslo. Cayó hacia atrás, incapaz de mantener el equilibrio, y golpeó el suelo. Maul dio un salto, giró frontalmente en el aire, y aterrizó en la cabeza del androide, hundiendo en ella los tacones de sus botas. El cráneo de metal crujió y se hundió. Sus luces centellearon y los fotorreceptores acorazados se rompieron.
Maul volvió a saltar hacia adelante, girando en el aire para asumir la posición förräderi, listo para saltar en cualquier dirección.
Pero no era necesario; había acabado con los cuatro. Un técnico dedicaría varios días a reparar a Porra, Hacha y Estoque. Cadena había quedado irreparable, sólo podrían reciclarse sus piezas.
Darth Maul soltó aire, relajó la pose y asintió. El ritmo de su corazón se había acelerado, como mucho, en cinco latidos por encima de lo normal. En su frente había un ligero brillo de sudor, pero aparte de eso tenía la piel seca. Quizá habían transcurrido unos sesenta segundos del principio al final del duelo. Maul frunció ligeramente el ceño. Ni de lejos era su mejor actuación. Una cosa era enfrentarse a unos androides y derrotarlos, y otra hacerlo con los Jedi.
Tendría que hacerlo mejor.
Recogió el sable láser y se lo colgó del cinto. A continuación, y aprovechando que ya había calentado los músculos, se dispuso a practicar sus ejercicios de lucha.
Apenas había recorrido unos metros cuando lo detuvo un resplandor familiar en el aire situado delante de él. Maul posó una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza antes de que la figura encapuchada tuviera tiempo de solidificarse.
—Maestro —dijo—, ¿qué deseas de tu siervo?
El Señor Sith miró a su aprendiz.
—Estoy complacido por la manera en que llevaste a cabo la misión del Sol Negro. Esa organización tardará años en reconformarse.
Maul asintió ligeramente en agradecimiento. Esas alabanzas indirectas era el mayor reconocimiento a su trabajo que recibía, y aun así las recibía raras veces. Pero las alabanzas carecían de importancia, ni siquiera procediendo de Sidious. Lo único que importaba era servir a su Maestro.
—Tengo preparada otra tarea para ti.
—Todo lo que desee mi Maestro, se hará.
—Ha desaparecido Hath Monchar, uno de los cuatro neimoidianos con los que trato. Sospecho de una traición. Encuéntralo. Asegúrate de que no ha hablado con nadie del embargo que estamos preparando. Si lo ha hecho, mátalo, y haz lo mismo con todo aquel con el que haya hablado.
La imagen holográfica se desvaneció. Maul se incorporó y se dirigió a la puerta. Su paso era firme, sus ademanes seguros. Cualquier otro, incluso un Jedi, habría protestado diciendo que era una misión imposible. Después de todo, vivían en una galaxia muy grande. Pero el fracaso no era una opción para Darth Maul. Ni siquiera era un concepto.
C
oruscant.
Un nombre que evocaba la misma imagen en la mente de casi todos los seres civilizados de la galaxia. Coruscant: luminoso centro del universo, blanco de las miradas de todos los mundos habitados, corona enjoyada de los sistemas del Núcleo. Coruscant, escaño gubernamental de la miríada de mundos que componen la galaxia. Coruscant, epítome de la cultura y el conocimiento, síntesis de un millón de civilizaciones diferentes.
Coruscant.
Sólo viendo el planeta desde su órbita podía apreciarse por completo la enormidad de su creación. Prácticamente toda su masa terrestre, que abarcaba casi toda su superficie, al haberse secado o desviado sus mares y océanos mil generaciones antes mediante enormes cavernas subterráneas, estaba cubierta por una metrópoli de múltiples niveles compuesta por torres, mónadas, ziggurats, palazzos, cúpulas y minaretes. Durante el día, el interminable paisaje de la ciudad estaba prácticamente tapado por sus múltiples niveles de tráfico y las miles de naves que entraban y salían de su atmósfera, pero por la noche se mostraba en todo su esplendor, haciendo palidecer hasta a la espectacular nebulosa y los racimos globulares del cercano Núcleo Galáctico. El planeta irradiaba tanta energía que ya haría mucho tiempo que la creciente degeneración atmosférica la habría convertido en una roca sin vida, de no mediar los miles de purificadores de CO
2
estratégicamente situados en la capa superior de la atmósfera.
Un interminable anillo de titánicos rascacielos ceñían a Coruscant por su ecuador, alguno de ellos tan alto que atravesaban las capas superiores de la atmósfera. Por todo el planeta podían encontrarse estructuras similares, aunque más pequeñas. Y eran esos enrarecidos niveles superiores, tan limpios como espaciosos, los que conformaban el concepto que tenía la mayoría de la gente de la capital galáctica.
Pero toda visión de belleza y riqueza, por grandiosa que sea, debe basarse en algo y en alguna parte, a lo largo del anillo ecuatorial, por debajo del estrato de tráfico aéreo más inferior, bajo los iluminados rascacielos y las brillantes fachadas, se hallaba otro aspecto de Coruscant. Un lugar al que nunca llegaba la luz del sol, y la interminable noche de la ciudad sólo estaba iluminada por titilantes holoproyecciones de neón que anunciaban atracciones de baja estofa y negocios turbios. Los oscuros rincones estaban infestados por cucarachas araña y enormes ratas blindadas, y en las vigas de edificios abandonados anidaban halcones murciélago con alas de una envergadura que llegaba al metro y medio. Éste era el bajo vientre de Coruscant, ni visto ni admitido por los ricos, y donde sólo se encontraba a los repudiados y los condenados.