—De acuerdo. Medio millón. ¿Dónde haremos el intercambio?
El neimoidiano presionó un botón de su muñequera, y encima de la mesa se iluminó una pequeña proyección holográfica no más grande que el pulgar de Lorn.
—Esta es la dirección de mi cubículo —dijo Monchar—. Reúnase allí conmigo en una hora. Venga solo.
¡Una hora! Lorn mantuvo su expresión cuidadosamente en blanco.
—Yo, ah, puede que necesite algo más de tiempo para conseguir el dinero.
—Una hora —repitió Monchar—. Si no puede procurarse el dinero para entonces, buscaré a otro que esté más capacitado. Me han dicho que hay un hutt llamado Yanth que puede estar muy interesado en lo que tengo.
—Conozco a Yanth, y no querrá tratar con él. Es más artero que una serpiente de cristal.
—Entonces, vaya con el dinero y consumaremos la transacción.
Lorn memorizó la dirección y asintió. Monchar apagó el holo.
—De acuerdo. No hay problema. Le veré en una hora —repuso finalmente, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta.
I-Cinco le esperaba fuera.
—¿Y bien? —preguntó el androide, mientras recorrían la calle desierta.
Lorn se explicó con rapidez mientras caminaban.
—Así que tenemos una hora, más bien cincuenta y cinco minutos, para conseguir quinientos mil créditos. ¿Alguna idea?
—Desde luego, es una oportunidad excelente. De hecho, podría ser la oportunidad de tu vida, aunque yo espero tener oportunidades mejores, dado que tengo entre un setenta y cuatro y un setenta y cinco por ciento de probabilidades de sobrevivirte, y esto en una estimación conservadora, dejando al margen accidentes graves, desastres naturales o actos de guerra…
—Vamos contra el crono y tú discutes de tablas actuariales. La cuestión es: ¿cómo podremos conseguir medio millón de créditos en menos de una hora?
—Sí que es la cuestión, sí.
—Podemos buscar alguna partida de cartas. Soy bueno al sabacc.
—Pero no siempre. Si lo fueras no nos veríamos en esta situación. Y dado que no tenemos dinero, ¿quién iba a respaldamos y darnos crédito suficiente como para meternos en una partida de tan altos vuelos?
—Así de pronto… nadie.
—¿Y cuánto tiempo tardarías en ganar esa cantidad, suponiendo que pudieras entrar en una partida así? Incluso en el caso de que hicieras trampas y no te pillaran, ¿podrías ganarla en cincuenta y dos minutos, descontando, claro está, el tiempo que se tarda en llegar al domicilio del neimoidiano?
—De acuerdo, lo del sabacc no es una opción viable. Supongo que tendrás una idea mejor.
I-Cinco se aclaró los circuitos del habla con algo que sonó casi como una tos humana.
—Sólo hay una opción viable: un fraude bancario.
Lorn se paró para mirar a I-Cinco. Un givin tropezó con él, murmuró una disculpa y continuó su camino. Sin apartar la mirada de I-Cinco, Lorn agarró al givin por el exoesqueleto, tiró de él y recuperó la cartera. A continuación apartó de su lado al carterista dándole un empujón.
—Te escucho —le dijo al androide.
—Hace ya tiempo que pienso en esta idea. Y la tenía de reserva por si necesitábamos un plan de urgencia. Si lo llevamos a cabo, nos veremos obligados a abandonar Coruscant, y sería muy improbable que pudiéramos volver alguna vez, a no ser que fuera alterando radicalmente nuestra apariencia y pasándonos el resto de nuestra vida mirando por encima del hombro.
—Con un millón de créditos en nuestra cuenta, podríamos irnos muy, muy lejos de aquí. Y me encantaría poder irme. Podríamos instalarnos en algún mundo lejano donde no haya ninguna embajada de la República, hacer algunas inversiones, vivir como reyes. Háblame de ese plan.
Continuaron andando mientras I-Cinco se explicaba. En realidad no robarían el dinero, pero el androide estaba seguro de poder intervenir el flujo de datos de una de las muchas firmas bancarias de Coruscant y preparar una transferencia fantasma de fondos a su cuenta personal. Los androides auditores lo descubrirían casi de inmediato, así que habría que calcular muy bien el tiempo. Pero si todo salía bien, Lorn podría mostrar a Hath Monchar un visor de crédito con un valor de medio millón. El androide explicó que una cantidad mayor provocaría investigaciones automáticas y que el banco descubriría cualquier intento de transferir los fondos una vez iniciada la auditoria. El truco consistía en hacer que el neimoidiano aceptase el visor de crédito en pago y que hiciera la transferencia a su propia cuenta antes de que se les acabara el tiempo.
—La ventana de margen que tendremos será muy pequeña, y se cerrará enseguida, pero en teoría puede hacerse —concluyó I-Cinco.
Lorn sintió una oleada de excitación. Podrían sacarlo adelante. Y si lo conseguían, acabarían con un holocrón de un millón de créditos en su poder, y dejando al neimoidiano con la bolsa vacía. Lo cual sería una pena para él, pero así era la vida en la galaxia real. Y, desde luego, Lorn no se pasaría las noches en vela preocupándose por él.
—Vamos a hacerlo. Si no funciona, no estaremos peor que ahora.
—Si no mencionamos la muy clara posibilidad de que tú te pases los próximos treinta años ocupando una celda en el asteroide prisión de la República, y yo sufriendo un borrado completo de memoria.
—Te preocupas demasiado.
—Y tú no te preocupas lo suficiente.
Pero Lorn sabía que I-Cinco correría el riesgo. Se suponía que los androides estaban programados con más integridad y honradez que los humanos u otras especies nacidas de forma natural, pero las cosas no siempre eran así. De alguna manera, I-Cinco consiguió que uno de sus circuitos evolucionara hasta volverse ambicioso, y el brillo de los créditos le atraía tanto como a Lorn. Ése era uno de los motivos por los que se llevaban tan bien.
Cuanto más lo pensaba, más sentía una excitación como no la había sentido en años. Funcionaría, y usarían el dinero para construirse una nueva vida en el Borde. Allí había muchos mundos donde podía desaparecer cualquiera que tuviera el dinero suficiente para adquirir una nueva identidad y llevar una vida cómoda sin que le hicieran preguntas.
Una nueva vida, y esta vez una vida de verdad. Puede que no como la que había llevado antes, pero desde luego mucho mejor que la arrastrada existencia que padecía en ese momento.
Por supuesto, eso implicaba dejar atrás cualquier posibilidad de volver a ver a Jax.
¿Y qué?
, preguntó salvajemente una voz en el fondo de su cabeza.
Como si ahora hubiera alguna posibilidad de verlo. Eso es cosa del pasado. Ya va siendo hora de que vuelvas a vivir.
Sí. Ya iba siendo hora.
Miró a I-Cinco y, pese a no haber expresión en el semblante metálico del androide, estuvo seguro de que sabía con exactitud lo que él estaba pensando.
—¿A qué estamos esperando? —preguntó al androide—. El Hutt sigue esperando que le llevemos un holocrón y no vamos a decepcionarlo. Vamos a buscar un puerto de datos y a hacerlo.
L
os dioses de la fortuna sonreían a Mahwi Lihnn. Justo cuando llegaba a la Posada del Dewback, vio salir de ella al neimoidiano acompañado de la enorme y brutal masa de un trandoshano. El enorme reptiloide que acompañaba a Monchar tenía dos pistolas láser, una en cada cadera, y se movía como un guardaespaldas, cosa que sin duda era.
Lihnn repasó sus opciones. Estaba en un lugar demasiado público para acabar con el guardia y llevarse a Monchar, así que tendría que seguirlos hasta que se presentaran circunstancias más adecuadas. Se metió en una estrecha apertura situada ente dos edificios y los dejó pasar. Estaba a punto de salir y seguirles a una distancia prudencial cuando alguien más salió de la taberna. Era una figura encapuchada, envuelta en una capa, bípeda y de tamaño humano, que se ocultó en la sombra de un pórtico al otro lado del callejón. Lihnn no pudo verle la cara, pero era evidente que, quien quiera que fuera, estaba interesado en Monchar.
Lihnn se apresuró a situarse detrás de un pilar, fuera de su vista.
¿Algún salteador interesado en robarle?, se preguntó mientras observaba. Fuera quien fuera, tenía que estar muy seguro de sí mismo si pensaba enfrentarse a un guardaespaldas armado.
Y desde luego, la figura envuelta en la capa seguía al neimoidiano y al trandoshano, moviéndose por zonas poco iluminadas con una discreción que Lihnn no pudo dejar de admirar. Si ese individuo podía disparar la mitad de bien de lo que sabía seguir a alguien, podría acabar con el trandoshano en un instante y ocuparse luego del neimoidiano.
Lihnn frunció el ceño y preparó los DL-44 en sus cartucheras. El trabajo amenazaba con complicarse. Decidió que la mejor solución era acabar cuanto antes con el guardaespaldas y con el misterioso perseguidor. Si hacía falta, usaría una granada glop contra Monchar, atrapándolo en una burbuja de gel y llevándolo a Gunray de esa guisa, aunque no lo creía necesario. Nunca había conocido a un neimoidiano valiente, nunca había oído hablar de uno, y no creía que Hath Monchar resultara ser la excepción a la regla.
— o O o —
Darth Maul se fundía con la oscuridad, convirtiéndose en una sombra entre sombras, en un fantasma en la fétida penumbra. Siempre era de noche a estas profundidades de los cañones de ferrocreto. Las luces artificiales eran escasas y muy distantes entre sí, con muchos puntos donde estaban fundidas, cuando no robadas, o rotas por algún vándalo. Tenía lugares de sobra donde ocultarse, y la pareja que iba delante de él no tenía ni idea de que les seguían. El guardaespaldas miraba de vez en cuando a su alrededor para asegurarse de que no se acercaba ningún peligro, pero era evidente que era un inútil, sin habilidad ni entrenamiento. Maul no necesitaba la oscuridad para esconderse de un ser semejante.
Pero, mientras vigilaba a su presa y su guardián, sintió que un cosquilleo de algo tocaba su consciencia, si bien no era un verdadero peligro, sino cierta inquietud. Miró a su alrededor y escuchó con cuidado, pero no vio motivo alguno para esa reacción. Expandió su consciencia, dejó que las oscuras corrientes de la Fuerza se extendieran desde él, y fue consciente de otra presencia detrás de él, oculta a toda visión u oído normal.
Seguramente sería alguno de los muchos depredadores de ese temible lugar acechando a su presa. Al ser consciente de su presencia, Maul la desechó. No sentía que del observador oculto brotaran especiales emanaciones de la Fuerza, por lo que no representaba ninguna amenaza, fueran cuales fueran sus motivos para estar allí.
La pareja siguió un complicado camino, que giraba y daba vueltas, hasta llegar finalmente a un bloque de pequeñas viviendas cúbicas que se amontonaban hasta conformar un bloque con un altura de una docena de viviendas y una anchura de veinte, con probablemente la misma profundidad. La pareja entró en el edificio por una puerta de duracero que Monchar abrió con la huella del pulgar.
El Sith esperó unos momentos antes de acercarse a la puerta.
— o O o —
Mahwi Lihnn fue algo lenta en llegar al domicilio. Estaba segura de que la figura de la capa que seguía al neimoidiano sabía que era seguida a su vez, aunque no sabría decir por qué lo creía así. Lihnn no pensaba que la hubiera visto, y se había movido con todas las precauciones del mundo, las cuales eran considerables. Pero la sensación no la había abandonado en ningún momento, por lo que se había rezagado más aún. Había apostado a que el perseguidor encapuchado no perdería a Monchar, así que dejó que el neimoidiano y su guardaespaldas se alejaran lo bastante como para que ella no pudiera verlos. Resultaba arriesgado perseguir a un perseguidor en vez de al objetivo principal, pero no había tenido mucha elección.
Por todo ello, para cuando pudo acercarse algo más, el objetivo y su guardaespaldas ya estaban dentro del edificio, o eso suponía, y el perseguidor encapuchado permanecería parado ante la puerta.
Entonces brilló un repentino fogonazo de luz, cuyo origen quedó oculto por el cuerpo del perseguidor. Lihnn se agachó tras un cubo de basura mientras la luz parpadeaba. Para cuando volvió a mirar, la puerta estaba abierta de par en par y por ninguna parte se veía a la figura encapuchada.
Lihnn sacó la pistola láser de la izquierda, manteniendo la mano derecha libre para usar la ballesta de palma, un arma más silenciosa y, por tanto, preferible. Cruzó corriendo la oscura calle.
Al llegar a la puerta, se paró por la sorpresa. Allí, en la placa de duracero, donde antes se encontraba el mecanismo de cierre, había un agujero semicircular aún humeante, cuyos brillantes bordes habían sido cortados con la limpieza de un láser de cirujano. El cierre y el asa estaban en el suelo, también humeantes por la herramienta que fuera que los había cortado. Lihnn sólo sabía de dos aparatos que pudieran cortar una gruesa capa de duracero con tanta rapidez y limpieza: un soplete de plasma, demasiado grande para esconderlo bajo una capa y cargar con él, y un sable láser.
Y los únicos que sabía que usaban sables láser eran los Jedi.
Lihnn tragó saliva pese a tener la garganta seca, y el estómago le dio un vuelco. Si había otros Jedi implicados de algún modo, el factor de riesgo se salía de la escala. Nadie se metía con los Caballeros Jedi. Sólo se tiene una oportunidad para acabar con un Jedi que esté alerta; después de eso lo más probable es acabar partido en dos. Lihnn había visto una vez a un Jedi desviar un disparo en el aire usando su sable láser. Eso requería unos reflejos inhumanamente rápidos.
Por un momento pensó seriamente en dar media vuelta y dirigirse al espaciopuerto. Haako no había dicho nada de ningún Jedi.
Pero, no. Era una profesional competente y entrenada. No podía permitir que se corriera la voz de que había renunciado a un trabajo, fuera cual fuera la razón para ello. Y no sabía con seguridad si el encapuchado era un Jedi. Además, había oído que, pese a su habilidad en combate, los Jedi no mataban a no ser que no tuvieran otra alternativa. Aun así no le gustaría verse en una situación donde tuviera que depender de eso.
A partir de ahí tendría que tomarse las cosas con mucho cuidado y precaución.
Mucho cuidado y precaución.
— o O o —
Lorn e I-Cinco caminaban hacia su cita por la estrecha calle, manteniéndose en el centro para evitar verse sorprendidos por un ladrón que buscara un golpe rápido. Lorn llevaba una pequeña pistola láser en el bolsillo de la túnica, agarrándola con una mano derecha que notaba algo sudorosa. La idea de vivir en un planeta donde no tuviera que preocuparse por esas cosas cada vez que salías a la calle le resultaba muy atractiva. Y lo de ver las cosas a la luz natural del sol también era una idea novedosa. Llevaban demasiado tiempo ahí abajo. Ya iba siendo hora de cambiar.