«¿A qué vendrán esas monedas?» Si se lo preguntaba, el joven Blackwood se lo diría, pero entonces se acabaría el misterio.
Apostó centinelas para asegurarse de que nadie salía de los límites de la aldea, y también envió exploradores para que ningún enemigo los cogiera por sorpresa. Era casi medianoche cuando dos de ellos volvieron con una mujer que habían tomado prisionera.
—Se acercaba a caballo sin siquiera esconderse, mi señor, y exige hablar con vos.
Jaime se puso en pie.
—No pensaba que volvería a veros tan pronto, mi señora. —«Por todos los dioses, parece diez años mayor que cuando nos despedimos. ¿Y qué le ha pasado en la cara?»—. Esa venda… ¿Estáis herida?
—Un mordisco. —Se llevó la mano al puño de la espada que él le había regalado.
Guardajuramentos
—. Me encomendasteis una misión, mi señor.
—Sí, la niña. ¿La habéis encontrado?
—Así es —respondió Brienne, la Doncella de Tarth.
—¿Dónde está?
—A una jornada a caballo. Puedo llevaros hasta ella, pero tenéis que venir solo. De lo contrario, el Perro la matará.
—R’hllor —cantó Melisandre, con los brazos en alto contra la nieve que caía—, tú eres la luz de nuestros ojos, el fuego de nuestros corazones, el calor de nuestras entrañas. Tuyo es el sol que calienta nuestros días; tuyas, las estrellas que nos guardan en la noche oscura.
—Adoremos a R’hllor, Señor de Luz —contestaron los invitados de la boda en un coro de voces disonantes, antes de que una ráfaga de aire helado se llevase sus palabras. Jon Nieve se subió la capucha.
Aquel día, la nieve caía con suavidad, en copos finos que se dispersaban y bailaban en el aire; pero desde el este llegaba un viento que recorría el Muro, frío como el aliento del dragón de hielo de los cuentos de la Vieja Tata. Hasta el fuego de Melisandre temblaba de frío; las llamas se habían apiñado al fondo de la zanja y crujían discretamente mientras la sacerdotisa roja cantaba. El único que parecía no sentir el frío era Fantasma.
—Una boda con nieve presagia un matrimonio frío. Es lo que decía mi señora madre —dijo Alys Karstark, tras acercarse a Jon.
«Seguro que hubo ventisca el día en que se casó con Stannis —pensó Jon mirando a la reina Selyse. Arropada en su manto de armiño y rodeada de damas, doncellas y caballeros, la reina sureña, pálida y diminuta, tenía un aspecto muy frágil. Sus finos labios dibujaban una sonrisa tensa y gélida, pero sus ojos desbordaban veneración—. Detesta el frío, pero adora las llamas. —Bastaba con mirarla para darse cuenta—. Una palabra de Melisandre, y sería capaz de lanzarse al fuego por voluntad propia y abrazarlo como a un amante.»
No todos los hombres de la reina compartían su devoción: ser Brus estaba medio borracho; ser Malegom agarraba con una mano enguantada el trasero de la dama que tenía al lado; ser Narbert bostezaba, y ser Patrek de la Montaña del Rey tenía cara de pocos amigos. Jon Nieve empezaba a entender por qué Stannis los había dejado con la reina.
—La noche es oscura y alberga horrores —cantó Melisandre—. Solos nacemos y solos morimos, pero en el tránsito de este valle tenebroso sacamos fuerzas unos de otros y de ti, nuestro señor. —La seda y el raso escarlata formaban un torbellino con cada ráfaga de viento—. He aquí a dos personas que van a unir sus vidas, para enfrentarse juntas a la oscuridad de este mundo. Llena sus corazones de fuego, mi señor, para que caminen por tu sendero de luz, de la mano, para siempre.
—¡Señor de Luz, protégenos! —gritó la reina Selyse. Otras voces leales a Melisandre corearon la respuesta: damas pálidas, criadas temblorosas, ser Axell, ser Narbert, ser Lambert, soldados con cota de malla, thenitas con armadura de bronce e incluso varios hermanos negros de Jon—. ¡Señor de Luz, bendice a tus hijos!
Melisandre se alzaba de espaldas al Muro, a un lado de la profunda zanja donde ardía su fuego. Al otro lado, frente a ella, se encontraba la pareja que contraía matrimonio. Tras ellos estaba la reina, con su hija y el bufón tatuado. La princesa Shireen, tan envuelta en pieles que parecía una bola, exhalaba bocanadas blancas a través de la bufanda que le cubría gran parte de la cara. Ser Axell Florent y los hombres de la reina rodeaban la comitiva real.
Aunque solo había unos cuantos hombres de la Guardia de la Noche reunidos alrededor del fuego, otros observaban la escena desde los tejados, las ventanas y la gran escalera zigzageante. Jon tomó buena nota de quién había asistido y quién no. A algunos les tocaba guardia y muchos otros estaban durmiéndose, pero unos cuantos habían decidido ausentarse para mostrar su desaprobación. Othell Yarwyck y Bowen Marsh se encontraban entre estos últimos. El septón Chayle había aparecido brevemente, toqueteándose el cristal de siete caras que llevaba colgado al cuello; pero en cuanto comenzaron los rezos, volvió a refugiarse en el septo.
Melisandre alzó de nuevo las manos, y el fuego que ardía en la zanja le saltó a los dedos como un gran perro rojo en busca de un premio. Un remolino de chispas acudió al encuentro de los copos de nieve que caían.
—Oh, Señor de Luz, te damos las gracias —cantó a las llamas hambrientas—. Te damos las gracias por el valiente Stannis, nuestro rey por tu voluntad. Guíalo y defiéndelo, R’hllor. Protégelo de la traición de los malvados y dale fuerzas para aniquilar a los que sirven a la oscuridad.
—Dale fuerzas —corearon la reina Selyse, sus caballeros y sus damas—. Dale valor. Dale sabiduría.
Alys Karstark entrelazó el brazo con el de Jon.
—¿Cuánto va a durar esto, lord comandante? Si voy a quedar enterrada en nieve, me gustaría morir como casada.
—Queda poco, mi señora —le aseguró Jon—. Queda poco.
—Te damos las gracias por tu sol, que nos aporta calor —cantó la reina—. Te damos las gracias por tus estrellas, que velan por nosotros. Te damos las gracias por el fuego de los hogares y las antorchas que mantienen a raya la oscuridad. Te damos las gracias por nuestras almas luminosas, por el fuego de nuestras entrañas y nuestros corazones.
—Que se acerquen aquellos que van a unirse —continuó Melisandre. Las llamas proyectaban su sombra en el Muro, y el rubí contrastaba con la palidez de su cuello.
—¿Preparada, mi señora? —preguntó Jon tras volverse hacia Alys Karstark.
—Sí. Claro que sí.
—¿No tienes miedo?
La muchacha sonrió, y a Jon le recordó tanto a su hermana pequeña que casi se le partió el corazón.
—Él debería tenérmelo a mí. —Los copos de nieve se derretían en las mejillas de Alys, pero llevaba el pelo recogido en un remolino de encajes que había encontrado Seda en alguna parte, y, al amontonarse a su alrededor, la nieve había formado una corona de hielo. Tenía las mejillas encendidas y rojas, y le brillaban los ojos.
—Una dama del invierno —dijo Jon mientras le apretaba la mano.
El magnar de Thenn estaba junto al fuego, con su ropa de batalla: piel, cuero, lamas de bronce y una espada también de bronce que le colgaba de la cadera. La calvicie incipiente lo hacía parecer mayor, pero cuando se volvió para observar como se acercaba su prometida, Jon vio al muchacho que había en él. Tenía los ojos abiertos como platos, aunque Jon no sabía si era por causa del fuego, de la sacerdotisa o de la mujer de la que debería tener miedo.
«Alys tenía más razón de lo que pensaba.»
—¿Quién viene a entregar a esta mujer en matrimonio? —preguntó Melisandre.
—Yo —contestó Jon—. He aquí a Alys Karstark, una mujer adulta florecida, de nacimiento legítimo y cuna noble. —Apretó la mano de Alys por última vez y dio un paso atrás para reunirse con el resto.
—¿Quién viene a pedirla? —preguntó Melisandre.
—Yo. —Sigom se palmeó el pecho—. El magnar de Thenn.
—Sigom —dijo Melisandre—, ¿compartirás tu fuego con Alys y le darás calor cuando la noche sea oscura y albergue horrores?
—Juro que así será. —La promesa del magnar se convirtió en una nube blanca en el aire. La nieve le manchaba los hombros y tenía las orejas coloradas—. Por las llamas del dios rojo, daré calor a todos sus días.
—Alys, ¿juras compartir tu fuego con Sigom y darle calor cuando la noche sea oscura y albergue horrores?
—Hasta que le hierva la sangre. —La capa de doncella era de lana negra, como las de la Guardia de la Noche. El rayo de sol de la casa Karstark que llevaba bordado en la espalda era de la misma piel blanca que el forro.
Los ojos de Melisandre brillaban tanto como el rubí que llevaba al cuello.
—Entonces, acercaos a mí y sed uno. —A su señal, una pared de llamas se elevó con un rugido y lamió los copos de nieve con lenguas ardientes y anaranjadas. Alys Karstark tomó al magnar de la mano.
Saltaron juntos la zanja.
—Dos se han adentrado en las llamas. —Una ráfaga de viento empezó a levantar la túnica escarlata de la mujer roja, que la bajó con la mano—. Uno emerge. —El pelo cobrizo bailaba alrededor de su cabeza—. Lo que el fuego ha unido, nadie puede separarlo.
—Lo que el fuego ha unido, nadie puede separarlo —corearon los hombres de la reina, los thenitas y algunos hermanos negros.
«Excepto reyes y tíos», pensó Jon Nieve.
Cregan Karstark había aparecido un día después que su sobrina, acompañado por cuatro soldados a caballo, un cazador y una jauría que rastreaba a lady Alys como si fuera un ciervo. Jon Nieve salió a su encuentro en el camino Real, a media legua al sur de Villa Topo, antes de que tuvieran ocasión de presentarse en el Castillo Negro y solicitar la inmunidad del huésped o una reunión. Uno de los hombres de Karstak había perdido una reyerta con ballestas en Ty y había muerto por ello, lo que dejaba solo a cuatro hombres y al propio Cregan. Afortunadamente, contaban con doce celdas de hielo.
«Hay sitio para todos.»
Como muchas otras cosas, la heráldica terminaba en el Muro. Contra la costumbre de las familias nobles de los Siete Reinos, los thenitas no tenían blasón, así que Jon había pedido a los mayordomos que improvisaran, y no se les había dado nada mal. La capa de desposada que Sigom colocó en los hombros de lady Alys mostraba un disco de bronce sobre campo de lana blanca, rodeado de llamas hechas con jirones de etérea seda escarlata. Si se prestaba atención, también se podía distinguir el rayo de sol de la casa Karstark, suficientemente modificado para que el escudo de armas resultase apropiado para la casa Thenn.
El magnar prácticamente arrancó la capa de doncella de los hombros de Alys, pero le abrochó la capa de desposada casi con ternura. Al inclinarse para besarla en la mejilla, sus alientos se entremezclaron. Las llamas volvieron a rugir, y los hombres de la reina entonaron una oración.
—¿Ya han terminado? —susurró Seda.
—Y que lo digas —murmuró Mully—, y ya era hora. Ellos están casados y yo medio congelado. —Iba envuelto en sus mejores galas negras, de lana tan nueva que aún no había tenido ocasión de desgastarse, pero el viento le había dejado las mejillas tan rojas como el pelo—. Hobb ha preparado vino caliente con clavo y canela. Eso nos caldeará un poco.
—¿Qué es eso del clavo? —preguntó Owen el Bestia.
La nieve había empezado a caer con más fuerza, y el fuego de la zanja ya estaba apagándose. La multitud se dispersó y empezó a desperdigarse por el patio: hombres del rey, hombres de la reina y el pueblo libre; todos igual de impacientes por escapar del viento y el frío.
—¿Mi señor participará de los festejos con nosotros? —preguntó Mully a Jon Nieve.
—Dentro de un rato. —Sigom se ofendería si no hacía acto de presencia. «Y a fin de cuentas, este matrimonio es cosa mía»—. Pero antes tengo que ocuparme de otros asuntos.
Jon se abrió camino hacia la reina Selyse, con Fantasma detrás. Sus botas hacían crujir la nieve amontonada al pisarla. Cada vez llevaba más tiempo despejar los caminos que iban de una edificación a otra, y los hombres usaban con mayor frecuencia los pasadizos subterráneos a los que llamaban «gusaneras».
—… una ceremonia preciosa —estaba diciendo la reina—. He sentido la poderosa mirada de nuestro señor sobre nosotros. No os imagináis la cantidad de veces que le he suplicado a Stannis que renovemos los votos con una auténtica unión en cuerpo y alma, bendecida por el Señor de Luz. Si estuviéramos atados por el fuego, sé que podría darle más hijos a su alteza.
«Para darle más hijos tendrías que llevártelo a la cama.» Hasta en el Muro se sabía sobradamente que Stannis Baratheon llevaba años rechazando a su esposa. No había que esforzarse mucho para saber cómo había reaccionado su alteza ante la perspectiva de una segunda boda en plena guerra.
—Si os place, alteza, los festejos nos aguardan —dijo Jon tras hacer una reverencia.
—Por supuesto. —La reina miró a Fantasma con suspicacia y levantó la cabeza hacia Jon—. Lady Melisandre conoce el camino.
—Antes he de atender mis fuegos, alteza. Quizá R’hllor quiera ofrecerme una visión de vuestro esposo. A lo mejor, una imagen de una gran victoria —dijo la sacerdotisa roja.
—Vaya. —La reina Selyse estaba visiblemente afligida—. Desde luego… Recemos para que nuestro señor nos envíe una visión…
—Seda, muéstrale el camino a la reina —dijo Jon.
—Yo escoltaré a la reina hasta la fiesta —dijo ser Malegom, dando un paso al frente—. No precisaremos a vuestro… mayordomo. —La manera en que pronunció la última palabra dejó claro a Jon que había pensado en usar otra distinta.
«¿Muchacho? ¿Mascota? ¿Puta?»
—Como deseéis. —Jon hizo otra reverencia—. En breve me reuniré con vosotros.
Ser Malegom ofreció el brazo a la reina, que lo aceptó con rigidez y posó la otra mano en el hombro de su hija. Los patitos reales los siguieron cuando cruzaron el patio, todos al ritmo de los cencerros del sombrero del bufón.
—En el fondo del mar, los tritones se atiborran de sopa de estrellas de mar y los criados son cangrejos —proclamó Caramanchada según caminaban—. Lo sé, lo sé, je, je, je.
—Esa criatura es peligrosa. —El rostro de Melisandre se había ensombrecido—. La he visto muchas veces en mis fuegos. A veces está rodeada de calaveras y tiene los labios rojos, cubiertos de sangre.
«Es un milagro que aún no hayas quemado al pobre diablo.»
Una sola palabra al oído de la reina y Caramanchada alimentaría sus fuegos.
—¿Veis bufones en vuestros fuegos, pero ni rastro de Stannis?
—Cuando lo busco, solo veo nieve.
«La misma respuesta inútil.» Clydas había enviado un cuervo a Bosquespeso para avisar al rey de la traición de Arnolf Karstark, pero Jon no sabía si había llegado a tiempo. El banquero braavosi también había partido en su busca, acompañado por los guías que le había proporcionado Jon, pero entre la guerra y el mal tiempo, sería un milagro que lo encontrase.