Cuentos completos (551 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Como es natural, me lanzó la mirada exasperada que las esposas lanzan siempre a los maridos que descienden a la pura lógica. En todo caso, así fue. Ellos devolvieron todas las cosas menos el bolso.

Halsted sentenció:

—Eso
es
desconcertante. Podían haber hecho un paquete algo mayor. Si el ladrón estaba tan agobiado por el arrepentimiento como para devolver hasta el último penique, su conciencia tenía que haberle movido a devolver el bolso.

Rubin dijo:

—Quizá se rompió y él creyó que no tenía sentido devolver los jirones.

—No, no, no —interrumpió Teller—. Era un bolso fuerte, de piel. Estaba viejo y rozado por el tiempo y tenía un aspecto horrible; pero no iba a romperse.

Trumbull intervino:

—¿Usted cree que lo guardaron a propósito? Quiero decir, que quizás el bolso era lo que ellos querían, así que devolvieron las demás cosas.

—Es ridículo —manifestó Rubin—. Si ellos querían el bolso, podían simplemente vaciar el contenido, al menos aquellas partes que ellos no pudieran utilizar.

Drake apagó su cigarrillo y argumentó con su voz suavemente ronca:

—Usted no puede plantearlo de las dos maneras, Manny. O el ladrón no estaba perturbado por el arrepentimiento y no devolvería nada, sino que simplemente tiraría lo que no quisiera, tal como usted sugiere, o tendría conciencia y devolvería todas las cosas excepto lo que le hacía verdadera falta. Por lo que veo, resulta que él estaba robando de mala gana algo que quería desesperadamente y que no tenía intención de robar nada más.

Avalon añadió:

—Quiero decir que era un hombre honrado que no tenía más remedio que robar una cosa concreta; pero que el robo de ningún otro artículo iba a mancillar su alma tierna y caballerosa.

—Es cierto —ratificó Drake—. Entonces, si es éste el caso, piense un poco en ello. Él quiere robar un bolso con objeto de conseguir alguna cosa específica que éste contiene. Pero él solamente ve el bolso y nada más. Él no ve lo que hay dentro.

Si quería algo de lo que contenía, no podía estar seguro de que ese bolso en particular lo contenía. Podía tener que robar media docena de bolsos, examinar cada uno y luego, desilusionado, devolver todas las cosas a su propietario; o si, por fin, encontraba un bolso que llevaba dentro lo que él quería, sacar el objeto deseado y devolver todas las demás cosas.

—Yo no creo que un hombre honrado, un hombre tan honrado que sintiera el impulso de hacer un paquete con lo que había cogido y corriera el riesgo de devolverlo personalmente, robara en general de una manera tan caballerosa. Si admitimos que…

—Espere —intervino Rubin—. Nosotros no tenemos por qué aceptar eso. Podía ser que el ladrón fuera detrás de lo que se supone que contiene cualquier bolso: dinero, tarjetas de crédito…

—También pudo ser —sugirió Trumbull— que viera a Mrs.

Teller abrir el bolso y observara que dentro había algo de lo que buscaba. Entonces la siguió con objeto de aprovechar la oportunidad de cogerlo.

—O, por alguna
razón
—dijo Gonzalo—, todo lo que quería era la identificación de ella. Él solamente deseaba saber su nombre y dirección.

Drake meditó el asunto por un momento, haciendo un zumbido al respirar, y luego dijo:

—No lo creo. Si él quería dinero o tarjetas de crédito, las habría conservado; y las devolvió. Si hubiera espiado cualquier cosa que quería, pero que no tenía un valor intrínseco, no habría devuelto
eso;
pero lo hizo.

—Espere —intervino Gonzalo—. ¿Cómo podemos estar seguros de que lo devolvió todo? Tal vez hubo algún pequeño objeto que Mrs. Teller no se diera cuenta de que había desaparecido. Quizás había algo en el bolso que incluso Mrs. Teller no sabía que estaba allí o había olvidado que estaba.

—No lo creo —replicó Teller en tono ambiguo—. Yo no puedo hablar por mi esposa; pero ella es una persona muy metódica con un cerebro ordenado. Si dice que se lo devolvieron todo, estoy dispuesto a apostar a que tiene razón.

Avalon se aclaró la garganta y comentó:

—Debe entender, Mr. Teller, que esto es un juego. Estamos intentando averiguar las implicaciones de este suceso extraño.

Por favor, no se ofenda si sugiero, como una posibilidad remota, que su esposa tenía, digamos, una carta en su bolso que no quería que nadie viera. Si el ladrón la tiene, su esposa no se atreve a admitir que ha desaparecido…

Teller dijo con gesto sombrío:

—Usted está dando a entender que el ladrón intentará ahora hacerle chantaje. Caballeros, tendrán que aceptar que conozco a mi esposa. Ella preferiría ver al chantajista, y a sí misma, en el infierno, que pagar un penique. Por favor, quítense de la cabeza lo del chantaje.

Halsted intervino:

—Podría ser que él devolviera las tarjetas de crédito, pero guardara un registro del número para una posterior falsificación. O de la matrícula del coche.

Teller manifestó desaprobación.

—Es absurdo. Mi esposa ya ha cancelado todas esas cosas y pronto tendrá otras nuevas. Las falsificaciones no podrían utilizarse.

—¿Y qué me dice de la identificación? —insistió Gonzalo—.

Ella llevaba su nombre y dirección, y el ladrón no necesitaba guardar los objetos físicos que le dieron la información.

—¿Por qué diablos —exclamó Trumbull— tendría que correr el riesgo de robar un bolso para eso? Podía simplemente haberla seguido a casa, emprender algún tipo de relación con ella.

¿Y por qué tendría que desear saber el nombre y la dirección de una mujer desconocida para él? ¿Me perdonará, Bill, si digo que ella no es una belleza arrebatadora?

Teller sonrió.

—Me parece hermosa a mí; pero para cualquier otro no es más que una mujer de mediana edad, de aspecto bastante corriente.

Drake iba mirando de uno a otro mientras hablaba cada uno de ellos. Al fin concluyó:

—Si hemos eliminado todas las variadas razones para robar un bolso y devolver su contenido, ¿se me puede permitir que termine mi razonamiento?

—Adelante, Jim —invitó Avalon.

—Muy bien. Todos nosotros hemos estado jugando con complejidades y, como Henry, voy a ir a la simplicidad. El ladrón devolvió todas las cosas excepto el bolso. Y, lo que es más, todo lo que pudo ver en el momento en que decidió robar alguna cosa de Mrs. Teller fue el bolso, no su contenido.

Conclusión: él iba detrás del bolso mismo, de nada más, así que devolvió todo lo que éste contenía.

Rubin objetó:

—Pero, Jim, eso lo único que hace es sustituir un problema por otro. ¿Por qué demonios iba a querer el bolso el ladrón…?

Mr. Teller, ¿está usted seguro de que el bolso no tenía ningún valor intrínseco?

—Ninguno —repuso Teller con énfasis.

—No era una antigüedad de ninguna clase, ¿verdad?

Teller pensó un momento.

—No soy experto en antigüedades. Mi esposa compró el bolso hace al menos veinte años; pero tengo la impresión de que lo pescó en «Klein's». Nada que venda «Klein's» se convertiría en una antigüedad, ¿no?

Gonzalo opinó:

—Los relojes de Mickey Mouse, para empezar, que se vendieron a un dólar la pieza, son ahora antigüedades valiosas.

—Sí —convino Avalon—, pero si aquel hombre fuera un coleccionista y conociera que un objeto pudiera valer, diga mos, diez mil dólares, lo lógico es que dijera: «Perdone, señora, pero su bolso me recuerda uno que tuvo mi querida esposa difunta. ¿Estaría usted dispuesta a vendérmelo por diez dólares a fin de que yo pudiera tenerlo por su valor sentimental?». Aunque fuera empujado al robo, primero
intentaría
conseguirlo de forma legal.

Drake comentó:

—Parece como si fuéramos impelidos a la conclusión de que él quería un bolso viejo y raído por su valor intrínseco.

—¿Por qué? —inquirió Avalon.

—Porque él no podía comprar otro así. Todos los que están en venta son nuevos. Aunque fuera a un almacén de objetos de segunda mano, los bolsos estarían entintados y abrillantados, para que tuvieran el mejor aspecto posible. Él tenía que encontrar uno que ya fuera viejo y gastado y lo pareciera.

Gonzalo insistió:

—¿No les parece que intentaría comprarlo primero? «Eh, señora, ¿no querría venderme ese bolso deslucido y sin valor? Le doy diez dólares. ¿Qué le parece, señora?».

—Además —observó Trumbull—, ¿para qué iba a
querer
alguien un bolso viejo y rozado?

Halsted les recordó:

—En la historia de Aladino, el brujo malvado iba ofreciendo por ahí lámparas nuevas por viejas, porque quería la vieja lámpara maravillosa de Aladino.

Avalon favoreció a Halsted con una mirada altiva.

—Creo que podemos eliminar la posibilidad de que Mrs.

Teller poseyera un bolso mágico.

—Era sólo una broma —aclaró Halsted.

—Quizás el ladrón era director de teatro y necesitaba un bolso viejo para una comedia que estaba haciendo —opinó Gonzalo.

—¡Qué tontería! —exclamó Rubin despectivo—, esa gente compraría un bolso nuevo y lo arrastraría.

Trumbull agregó:

—Eso elimina la necesidad de un bolso viejo y rozado.

Fuera cual fuera el uso que quisieran darle, ¿no podían comprar uno nuevo, o uno de segunda mano en buen estado, y estropearlo, patearlo y arañarlo? ¿Por qué robárselo a una señora?

La conversación llegó a un punto muerto. Hasta que Avalon concluyó:

—Creo que hemos acabado con el tema. No existe una explicación lógica. Sólo nos queda admitir que la gente hace a veces cosas absurdas, y abandonar la cuestión.

—¡Oh, no! —exclamó Gonzalo—; no hasta que Henry haya dicho algo… Henry, ¿qué piensa de todo esto?

Henry sonrió suavemente y manifestó:

—Creo, al igual que Mr. Avalon, que la gente, a veces, hace cosas sin sentido. No obstante, si queremos continuar el juego, hay una sola ocasión en la cual robar un bolso viejo es más efectivo que comprar uno nuevo y estropearlo.

—¿Cuándo se da esa situación, Henry? —preguntó Teller.

—Cuando el ladrón quiere asegurarse de no ser identificado.

Si el bolso es comprado, entonces es concebible que algo de él pueda llevar a los investigadores al lugar donde ha sido adquirido, y lo más fácil es que el vendedor identifique a la persona que lo compró. En este caso, el ladrón no fue visto y cabe presumir que nadie tiene posibilidad de identificarlo. Aunque se le llevara frente a Mrs. Teller, ella no puede reconocerlo. Es posible que sea un hombre tan honrado que asuma el riesgo de devolver todas las demás cosas; pero teniendo buen cuidado de utilizar una caja y papel de envolver de lo más común, y de llevar guantes. Se limita a garabatear el nombre, entra con sigilo y lo deposita sin ser visto. Así no es probable que sea identificado.

—En ese caso —planteó Teller—, él querría el bolso para un propósito delictivo.

—Es de suponer que sí —contestó Henry.

—¿Cuál, por ejemplo?

—Sigamos el juego —propuso Henry—. Puedo inventar una finalidad…, traída por los pelos; pero con cierta lógica. El bolso fue robado en la estación Grand Central y es bien sabido que allí hay gente sin hogar que vive en la estación y que es ignorada por una sociedad que es demasiado insensible para salirse de su camino y ayudarles, aunque no tan insensible como para expulsarlos de un sitio caliente y seguro.

»Nadie presta mucha atención a estos abandonados de la suerte. La persona media, sea hombre o mujer, tiende a apartar la vista de tan tristes individuos, aunque sólo sea porque tienen aspecto sucio y miserable, de modo que el observador se siente incómodamente repelido o penosamente asaltado por el remordimiento. Sería fácil para cualquiera adoptar el vestí do viejo y sucio y la horrible apariencia de una persona sin hogar y contar con que nadie se meterá con él, ni siquiera se fijará en su existencia. Supongamos luego que una mujer se hubiera caracterizado como lo que se llama una «tía de la bolsa» y necesita un bolso para completar el engaño…

Gonzalo interrumpió:

—Espere, usted les llama «tías de la bolsa» porque llevan sus pertenencias personales en bolsas de papel de embalaje.

—Estoy seguro de que éste es el origen del mote, Mr. Gonzalo —observó Henry—; pero se ha convertido en una palabra genérica para designar a esas personas abandonadas. Estoy seguro de que una mujer sin hogar, con un bolso, continuaría siendo considerada como una «tía de la bolsa». Sin embargo, el bolso no podía ser nuevo. Una mujer de ésas, que llevara un bolso nuevo, seguramente llamaría la atención. Tendría que ser un viejo bolso raído que fuera bien con el resto de la indumentaria.

Teller se rió.

—Una trama muy inteligente, Henry; pero no creo que mi esposa llevara un bolso adecuado para una tía de ésas. ¿Y para qué necesitaba un bolso la individua disfrazada? ¿Por qué no una bolsa de papel de embalar?

—Quizás —opinó Henry— porque una bolsa de papel no sería lo bastante fuerte para contener lo que tuviera que llevar la tía, lo que necesitaba era un fuerte bolso viejo. Por ejemplo…, y esa idea se me ocurre solamente a causa del anterior debate sobre terrorismo, ¿qué pasaría si la supuesta tía de la bolsa hubiese de transportar un artilugio explosivo que planeaba colocar en la estación para que hiciera un gran daño? Como ha dicho Mr.

Teller, los terroristas pueden considerarse a sí mismos como sublimes y nobles patriotas. Ellos robarían un bolso que era esencial para sus necesidades, si robarlo fuera la manera más segura de obtenerlo; pero les repugnaría quedarse con su contenido. Ellos no son
ladrones,
sino patriotas. Ante sus propios ojos, al menos.

Gonzalo exclamó con admiración:

—¡Dios mío, Henry, qué bien hace que cuadre todo!

—Es un simple juego, señor. El doctor Drake hizo el trabajo auténtico.

Trumbull intervino frunciendo el ceño de modo sombrío mientras pasaba la mano sobre su cabello blanco, de recias ondas.

—Usted lo presenta de un modo que cuadra
muy
bien, Henry. ¿Existe alguna probabilidad de que esto sea lo que realmente sucedió?

—Casi diría que no, Mr. Trumbull —contestó Henry—. No ha habido noticia alguna de que haya ocurrido una explosión en ningún lugar de la ciudad.

—Tan sólo han pasado tres días desde que fue robado el bolso —observó Trumbull. Y se volvió a Teller—. No creo que su esposa denunciara el robo, ¿verdad?

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