Cuentos completos (512 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
3.82Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Bueno, era desagradable, lo supongo, y además Yuri había levantado la voz y las personas nos miraban desde todas partes de la habitación. Me aparté. Dije, “No te ofendas, Yuri, solamente mencioné el simposio a nuestro conductor y murmuró algo como Pluhtahn y pensé que podía tomarte el pelo. Nuestro conductor siempre entiende mal los nombres y eso no quiere decir nada”.

»Yuri dijo malhumorado, “Guárdate las bromas”. Se puso a comer y no me miró ni me habló durante el resto de la comida. De hecho, no dijo nada a nadie y parecía bastante ensimismado.

»Mi conciencia me molestaba. Podía no ser parte de la seguridad soviética. Podía, de hecho, ser muy vulnerable. Si alguno del lado soviético me había escuchado, todas las protestas de Yuri y toda mi insistencia de que sólo era un mal chiste, podían no ser suficientes. La flecha irracional de la sospecha podía caer sobre él y, posiblemente, su carrera estaría arruinada. Para el momento en que llegué a esa conclusión, me sentía bastante enfermo, y no disfruté del simposio.

»De hecho, el simposio estaba un poco deslucido. Se descontaba que Yuri, que era uno de los participantes, hiciera unos buenos fuegos artificiales, pero no ofreció ninguno. Parecía ausente, como si tuviera algo en mente. Yo me sentía muy mal, por supuesto, y las cosas se pusieron peores…

En este punto, Gonzalo interrumpió.

—¡No me diga que a este muchacho Platonov tuvo problemas y fue enviado a Siberia!

—No, no hasta donde sé —dijo Magnus—. Lo que sucedió fue que esa noche, la última de nuestra conferencia, Alex murió.

—¿El conductor? —dijo Avalon, claramente asombrado.

—¿Cómo murió? —dijo Trumbull.

—Bueno, es así —dijo Magnus—. No fue una muerte natural. ¿Recuerdan que mencioné a un búlgaro en el grupo quien hablaba un excelente inglés? Bueno, él estaba conduciendo uno de los pequeños coches reservados para el contingente soviético hacia el pueblo, para hacer una especie de encargo o algo así, y dijo que Alex entró en la carretera, a toda velocidad, por delante de él, y que no hubo manera de evitarlo.

—¿Sucedió en el pueblo? —preguntó Rubin.

—No, en el campo, cuando el resto de nosotros nos reunimos en un momento social, por así decirlo, después de la cena, y la mayoría estábamos allí cuando llegó la policía. Era claro que el búlgaro —su nombre era Gabrilovich, ya que estamos— esperaba ser encarcelado y acusado de asesinato, y temía los excesos de la policía capitalista-imperialista, pero no sucedió nada de eso, por supuesto. Él era un huésped honorario de la nación y se le dio el beneficio de la duda. Durante la noche fue realizada la autopsia y parece que Alex estaba atiborrado de alcohol. Estaba lo bastante borracho para haberse metido en la carretera a toda velocidad y sin precauciones.

»Llevamos a cabo la sesión final de resumen la siguiente mañana —a la que no asistió Gabrilovich— y tuvimos permiso de salir y continuar nuestras ocupaciones después de almuerzo. El mismo Gabrilovich tuvo que quedarse un día extra para someterse a un interrogatorio adicional, lo que debe haberle atemorizado. Varios de los del lado soviético se quedaron a acompañarle y entonces también se fueron todos.

»Telefoneé a la policía canadiense unos días después, pero el caso estaba cerrado. Alex no tenía familiares ni posesiones. Fue enterrado y ese fue el final de todo.

Halsted, con la alta frente enrojecida por una excitación contenida, dijo:

—Pero usted piensa que no fue accidente. ¿Correcto?

Magnus asintió.

—Dos razones. Primera, ¿qué estaba haciendo Gabrilovich solo, conduciendo hacia el pueblo, cuando las personas del lado soviético, incluyendo el Este Europeo, nunca iban en grupos menores de tres?

—Vamos, vamos —dijo Avalon—, es una costumbre, no una ley cósmica.

—La costumbre es algunas veces más segura —dijo Magnus—, y un hombre que podía hablar perfectamente el inglés, pero que usaba el búlgaro para demostrar su lealtad, no hubiera roto esa costumbre. Además, iba al pueblo a comprar una afeitadora eléctrica, dijo, porque estaba cansado de lastimarse con su navaja Bulgarian Straight. De todos modos, nunca le vi lastimaduras en el rostro y me pareció que no debía haber demostrado enamoramiento con la tecnología occidental.

—No tanto así —dijo Avalon—. Imagino que no hay nada malo en eso. Los soviéticos compran todos los productos de la degradante burguesía a que pueden echarle mano. A decir verdad, no se andan por las ramas admirando la tecnología mientras declaran desprecio por los principios económicos que las producen.

Magnus se encogió de hombros.

—Tal vez. La segunda cosa que me molesta es simplemente que Alex no me parecía un bebedor. Los bebedores cargan las conversaciones con casuales referencias a los tragos, y Alex nunca lo hizo.

—Esa es aun más débil que la primera —dijo Avalon—. Como sabe, nunca descubrirá a un bebedor secreto. Alex era un alcohólico tratando de mantenerse lejos del trago durante una conferencia donde probablemente remojaran todo el tiempo las actuaciones. Durante la última noche, no pudo resistir, lo que le llevó a otro y otro… No, Dr. Magnus, su muerte puede no haber sido un accidente, pero lo que usted piensa puede no ser suficiente para que la policía actúe.

—Pero considere la coincidencia —dijo Magnus—. Más temprano ese día había hecho una broma a Yuri Platonov acerca de Alex y su mención del nombre Pluhtahn. Esa noche estaba muerto.

—¿Piensa que la broma —dijo Rubin, escéptico— merecía un asesinato?

—Supongan —dijo Magnus—, Yuri había estado en el coche que conducía Alex. Supongamos que había estado conversando con algún occidental, recibiendo información. Pudieron muy bien haberse despreocupado de Alex, cuya mente no estaba claramente bien equipada para ser peligrosa. Pero supongan que Alex había escuchado al occidental dirigirse al otro como Platonov y hubiera retenido el nombre. ¿Quién sabe qué más recordaría? De modo que lo mataron para evitar el descubrimiento de un importante espía en el campo enemigo.

—Claro —dijo Avalon—, las oportunidades de que un joven ignorante haya podido escuchar algo de importancia…

—Si podía identificar a quien estaba con Platonov en ese momento, y sí podía, sería suficiente. En todo caso —dijo Magnus reflexivo—, no soy el único que sospecha de muerte y traición. Sospecho firmemente que la seguridad americana había caído en la posibilidad, tal vez por lo que había escuchado por casualidad. Fui discretamente interrogado acerca de los eventos en la conferencia, y supe que algunos otros también lo habían sido. Lo que es más, hay cierta cantidad de cinta roja que retarda nuestra posibilidad de asistir a otras conferencias en el extranjero.

—En otras palabras —dijo Trumbull—, piensa que el gobierno sospecha que uno de la delegación americana en New Brunswick es un traidor, pero que no sabe quién es.

Magnus asintió sin palabras.

—¿Piensa que es verdad? —dijo Trumbull.

—No lo sé —dijo Magnus—. Odio creer que sea verdad. Pero podría serlo. Lo peor de esto es que si no hubiera sido por mi broma en el coche y en la cena, no hubiera habido bases para suponer que la muerte de Alex fuera otra cosa que un accidente, y tal vez fue un accidente.

—No, no lo fue —dijo Gonzalo de repente—. Fue un asesinato.

—¿Sobre qué base, Mario? —dijo Rubin escandalizado.

—La mejor del mundo —dijo Gonzalo—. Cuando el Dr. Magnus dijo que Alex había muerto esa noche, sucedió que miré a Henry —y mientras el resto de ustedes registraba sorpresa, Henry asentía levemente como si lo hubiera estado esperando. Vamos, Henry, ¿qué piensas del accidente automovilístico?

Henry dudó por un momento, y entonces dijo:

—Claramente asesinato, debo decir, señor Gonzalo. Siento que soy incómodamente melodramático al decirlo, pero sospecho que Alex Jones fue rellenado de alcohol por persuasión o por la fuerza, y entonces empujado hacia la carretera justo delante del coche que conducía Gabrilovich para el solo propósito de cometer un asesinato que debía parecer un accidente.

Todos miraron a Henry con asombro.

—Esta vez, Henry —dijo Trumbull—, has ido demasiado lejos. ¿En qué puedes basar, con alguna posibilidad, ese escenario que tú mismo denominaste melodramático?

Magnus parecía bastante estupefacto por la súbita participación del camarero en la discusión.

—Sí —dijo—. ¿Por que ha dicho eso?

—Es bastante simple —dijo Henry—. Cuando mencionó el simposio, señor Magnus, Alex respondió con “Pluhtahn”. Sucede que hay un gran trabajo literario conocido como el Simposio. Mencionarlo es vincularlo, irresistiblemente, con el nombre de su autor para cualquiera con educación clásica. Sucede que el autor es Platón, y el “Simposio de Platón” es prácticamente una sola palabra; la una implica a la otra.

—¿Quiere decir —dijo Magnus— que cuando mencioné “simposio”, Alex no pudo resistir decir “Platón”? ¿Alex? No tenía educación clásica. Dudo si haya terminado la escuela.

—Es fácil simular ser simple y sin educación —dijo Henry—. Alex trabajó duro en eso. Este asunto de pronunciar mal los nombres era más bien un caso de exageración, y en sí mismo produce sospechas.

—No puede ser las dos cosas —dijo Magnus—. Si lo que trataba de decir era “Platón”, lo pronunció mal, lo que barre la teoría de alta educación.

—Ah —dijo Henry—, pero no pronunció mal el nombre de Platón, Dr. Magnus. Nosotros lo hacemos. En griego original el nombre era “Platón” y era pronunciado más cerca de “Pluhtahn” que de nuestro “Pleitou”
[46]
. Los rusos mantienen ambas formas de escribirlo y decirlo, y hubo un famoso alto oficial de la Iglesia Rusa llamado Platón. Lo busqué en el Diccionario Biográfico mientras usted estaba contando la historia, sólo para asegurarme de que lo recordaba correctamente.

—Lo recordabas correctamente —dijo Avalon—. Ahora, por qué no pensé en eso. “Platón” es la palabra griega para “ancho” y Platón recibe ese sobrenombre por sus anchos hombros. Su nombre real era Aristocles.

—Pero —dijo Magnus—, ¿por qué usaría Alex la versión rusa del nombre?

—Supongo que porque era ruso, y cuando usted dijo “simposio”, la asociación libre lo atrapó en la versión rusa del nombre, más que en la inglesa. Imagino que era un agente soviético, plantado como un ciudadano canadiense, y jugando el rol de un simplón. Su misión del momento era, sin dudas, escuchar las conversaciones en el coche.

»De todos modos, cuando murmuró “Pluhtahn” y ustedes lo escucharon, Dr. Magnus, el conductor se dio cuenta que podía haber revelado su identidad. Usted dijo que él parecía preocupado. Usted pensó que era por la furia del Dr. Binder, pero sospecho que era por una razón más seria.

»Entonces, cuando usted hizo la broma al señor Platonov, él no tuvo problemas en reconocer al autor del Simposio y le pareció, también a él, que Alex se había descubierto. Aun si usted no lo vio, Dr. Magnus, podría mencionarlo a alguien que sí lo viera. Los soviéticos podían también haber supuesto que Alex ya no sería confiable; que podía ser atrapado; y que podía desertar por temor a las consecuencias. Y si se había convertido en un peligro y un estorbo vivo, mejor sería que estuviera muerto.

Magnus se quedó pensativo por un momento.

—Creo que debería informar esto.

—Esto levantará un poco el calor de los astrónomos de la conferencia —dijo Trumbull—. Si me permite, haré una llamada telefónica que pondrá en funcionamiento la maquinaria.

—Sí, sí, por supuesto —dijo Magnus—. Es extraño que Alex se saliera en esa forma cuando lo estaba haciendo tan bien.

—Oh, bueno —dijo Avalon filosóficamente—, los hombres educados que necesitan sonar tontos están bajo una presión intolerable. Tarde o temprano no pueden resistir el impulso de mostrar su erudición. Eso siempre brotará.

—Demuestras eso todo el tiempo, Jeff —dijo Gonzalo.

—Creo —dijo austeramente Avalon—, que no soy el único aquí que es culpable de eso.

—Y yo mismo —dijo Henry—, me temo no ser demasiado inocente… a ese respecto.

POSTFACIO

A Fred Dannay no le gustó. Al menos, me lo envió de regreso.

En cierta forma, era mi culpa. Esto era antes de que comenzara mis series de Union Club, y estaba trabajando duro en los Viudos Negros. Así sucedía y escribí dos en sucesión, “El Conductor”, y “El Buen Samaritano”, que es el siguiente.

Entonces, en un ataque de pedantería, los llevé el mismo día y los entregué juntos.

Esta táctica es, claramente, mala. Si un editor lee dos de tus historias al mismo tiempo, es muy posible que le guste una más que la otra. Si hubiera leído la historia más débil, sola, aislada, sin una historia similar previamente, le parecería un poco débil todavía, pero tal vez no tanto para no publicarla. Con una comparación directa con otra historia, sus falencias se agrandan, y ahí va de regreso.

Fred aceptó “El Buen Samaritano” y cuando “El Conductor” regresó, volví a leer las dos historias y decidí que Fred tenía razón, que “El Buen Samaritano” era la mejor de las dos.

La lección que aprendí, entonces, fue no tentar a un editor entregándole dos al mismo tiempo. Y (ya que tengo prejuicios) ni creo que “El Conductor” sea tan débil que deba ser descartada. Aparece aquí, impresa por primera vez.

El buen samaritano (1980)

“The Good Samaritan”

Los Viudos Negros habían aprendido con dura experiencia que cuando Mario Gonzalo tenía su turno como anfitrión del banquete mensual, tenían que esperar algo desusado. Habían llegado hasta el punto en que se preparaban a sí mismos, bastante automáticamente, para el desastre. Cuando su invitado llegaba había un relámpago de humor si resultaba que tenía la cantidad habitual de cabezas y podía hablar al menos un inglés chapurreado.

Por lo tanto, cuando llegó el último de los Viudos Negros, y el eficiente servicio de mesa de Henry estaba casi completo, Geoffrey Avalon, de pie, como siempre, alto y erguido, sonó casi despreocupado al decir:

—Veo que tu invitado todavía no ha llegado, Mario.

Gonzalo, cuya chaqueta de terciopelo carmesí y pantalones ligeramente rayados reducían todo lo demás en la habitación a una monocromía dijo:

—Bueno…

—Lo que es más —dijo Avalon—, una rápida cuenta de los lugares puestos en la mesa por nuestro inestimable Henry muestra que seis personas, y no más, son esperadas. Y ya que todos los seis de nosotros estamos aquí, solamente puedo concluir que no has traído un invitado.

Other books

Ahead in the Heat by Lorelie Brown
Freedom's Challenge by Anne McCaffrey
Damaged Goods by Lauren Gallagher
Hopper by Tom Folsom
The Criminal Alphabet by Noel "Razor" Smith
Dark Angel by Tracy Grant
Dane by Dane
Singularity's Ring by Paul Melko
1984 - Hit Them Where it Hurts by James Hadley Chase