Cuentos completos (412 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
7.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No lo entiendo. ¿Qué clase de escritor es usted, que le resulta difícil hacer descripciones? ¿Qué es lo que escribe?

Laborian dijo, amablemente, como si ésta no fuese la primera vez que tenía que defenderse de tal argumento:

—Usted leyó Tres en Uno. He escrito otras novelas, y todas son del mismo estilo. Conversaciones, más que nada. Cuando escribo no veo cosas, oigo, y mis personajes, en su mayoría, hablan de ideas… de ideas antagónicas. Ése es mi fuerte, y a mis lectores les gusta.

—Sí, pero ¿en qué lugar quedo yo? No puedo elaborar un compudrama basándome únicamente en conversaciones. Tengo que crear los mensajes visuales, auditivos y subliminales, y usted no me da nada con qué trabajar.

—¿Entonces tiene intenciones de hacer Tres en Uno?

—Si usted no me da nada con qué trabajar, no. ¡Piense, señor Laborian, piense! Ese Paternal. Es el bobo.

—Bobo no —dijo Laborian, frunciendo el entrecejo—. Concentrado en un solo propósito. En su mente sólo hay sitio para los hijos, reales o potenciales.

—¡Cuadrado! Si usted no usó esa palabra para calificar al Paternal en la novela, y en este momento no recuerdo si la usó o no, al menos esa es la impresión que a mí me dio. Cúbico. ¿Así es él?

—Bueno, es simple. Líneas rectas. Planos rectos. Cúbico no. Más largo que ancho.

—¿Cómo se mueve? ¿Tiene piernas?

—No lo sé. Honestamente, nunca me puse a pensarlo.

—Mmm. Y el Racional. Es el inteligente, y es suave y rápido. ¿Cómo es? ¿Ovoide?

—Podría ser. Nunca me detuve a pensarlo, tampoco… pero podría ser.

—¿Y sin piernas?

—No las he descrito.

—¿Y la del medio? El personaje "ella"… porque los otros dos son "él".

—La Emocional.

—Sí. La Emocional. Con ella se esforzó más.

—Por supuesto. Fue en la que más pensé. Ella trataba de salvar a las inteligencias alienígenas, nosotros, de un planeta extraño, la Tierra. Las simpatías del lector deben estar con ella, aunque fracase.

—Presumo que ella era más como una nube; no tenía una forma definida, podía atenuarse y espesarse.

—Sí, sí. Exactamente.

—¿Y ella fluye por el suelo o flota en el aire?

Laborian lo pensó; luego, sacudió la cabeza.

—No lo sé. Le diría que, cuando llegue a esa parte, tendrá que hacer lo que mejor le parezca.

—Ya veo. ¿Y qué hay del sexo?

Laborian dijo, con repentino entusiasmo:

—Ése es el punto crucial. En mis novelas, nunca pongo más sexo del que es absolutamente necesario, y me las arreglo para abstenerme de describirlo…

—¿No le gusta el sexo?

—Me gusta mucho el sexo, gracias. Pero no me gusta en mis novelas. Todos los demás escritores lo incluyen y, francamente, pienso que a los lectores les resulta refrescante su ausencia en mis novelas, al menos a mis lectores. Y debo explicarle que mis libros son muy exitosos. Si no lo fueran, no tendría cien mil dólares para gastar.

—Está bien. No estoy tratando de disminuirlo.

—Sin embargo, siempre hay gente que dice que yo no incluyo escenas de sexo porque no sé escribirlas, y por eso, creo que para vanagloriarme, escribí esta novela, al solo efecto de demostrar que podía hacerlo. Toda la novela trata sobre sexo. Por supuesto, de sexo extraterrestre, en nada parecido al nuestro.

—Correcto. Y por eso debo interrogarlo sobre la mecánica del asunto. ¿Cómo funciona?

Por un momento, Laborian pareció desconcertado.

—Se fusionan.

—Ya sé que ésa es la palabra que usted usa. ¿Quiere decir que se juntan? ¿Se superponen?

—Supongo que sí.

Willard suspiró.

—¿Cómo se puede escribir un libro sin saber nada de una parte tan fundamental?

—No tengo que describirlo en detalle. El lector capta la impresión. Si la sugestión subliminal es una parte tan importante del compudrama, ¿cómo es posible que me haga esa pregunta?

Willard apretó los labios. En eso, Laborian tenía razón.

—Muy bien, se superponen. ¿Qué aspecto tienen, una vez que están superpuestos?

Laborian agitó la cabeza.

—Eso lo omití.

—Como se dará cuenta, yo no puedo omitirlo.

Laborian asintió.

—Sí.

Willard exhaló otro suspiro y dijo:

—Mire, señor Laborian, suponiendo que acceda a hacer semejante compudrama, y le aclaro que todavía no he tomado una decisión al respecto, tendré que hacerlo completamente según mi criterio. No toleraré interferencias de su parte. Usted ha esquivado tantas responsabilidades al escribir el libro que no puedo permitirle que de pronto se le ocurra participar en mis desvelos creativos.

—Eso está sobreentendido, señor Willard. Lo único que le pido es que sea lo más fiel posible al argumento y los diálogos. Estoy dispuesto a dejar los aspectos visuales, sónicos y subliminales totalmente en sus manos.

—Usted comprenderá que esto no es cuestión de un acuerdo verbal como los que una persona de nuestra industria, hace más o menos un siglo y medio, definió como menos valiosos que el papel en que estaban escritos. Tendrá que haber un contrato escrito, redactado por mis abogados, que lo excluirá a usted de toda participación.

—Mis abogados lo ratificarán con todo gusto, y le aseguro que no voy a emplear ningún subterfugio.

—Y además —dijo Willard con severidad—, voy a querer un anticipo del dinero que me ofreció. No estoy en condiciones de arriesgarme a que usted cambie de opinión, y no tengo ganas de soportar largos juicios.

Laborian arrugó el ceño al oír eso. Dijo:

—Señor Willard, los que me conocen jamás cuestionan mi honestidad financiera. Usted no me conoce, por eso le permito el comentario, pero no lo repita. ¿Cuánto quiere de anticipo?

—La mitad —dijo Willard brevemente.

Laborian dijo:

—Haré algo mejor. Una vez que haya obtenido el compromiso de parte de las personas que estén dispuestas a solventar el compudrama, y una vez que nuestro contrato esté listo, le daré cada centavo de los cien mil dólares antes de que empiece a trabajar en la primera escena del libro.

Willard abrió grandes los ojos, y no pudo evitar decir:

—¿Por qué?

—Porque quiero apremiarlo. Y lo que es más, si el compudrama llega a resultar muy difícil de hacer, si es imposible hacerlo, o si a usted le resulta imposible, para mi mala suerte, pude guardarse los cien mil dólares. Estoy dispuesto a correr ese riesgo.

—¿Por qué? ¿Dónde está la trampa?

—No hay ninguna trampa. Estoy jugándome la inmortalidad. Soy un escritor popular, pero nunca escuché a nadie llamarme un gran escritor. Es muy probable que mis libros mueran conmigo. Haga Tres en Uno en compudrama, hágalo bien, y por lo menos ese libro seguirá viviendo y hará que mi nombre siga mencionándose por los siglos de los siglos —Sonrió con amargura—. O aunque sea por algunos siglos. Sin embargo…

—Ah —dijo Willard—. Ahora llegamos al meollo del asunto.

—Bueno, sí. Tengo un sueño por el que estoy dispuesto a arriesgar mucho, pero no soy un completo estúpido. Le daré los cien mil dólares que le prometí antes de que comience a trabajar, y si las cosas no funcionan podrá quedárselos, pero el pago será electrónico. Sin embargo, si usted logra un producto que me satisfaga, me devolverá el regalo electrónico y yo le daré los cien mil globo-dólares en monedas de oro. No tiene nada que perder, excepto que, para un artista como usted, el oro debe resultar más dramático y valioso que una tarjeta financiera. —Laborian sonrió gentilmente.

Willard dijo:

—¡Entienda, señor Laborian! Yo también estaré corriendo un riesgo. Me arriesgaré a perder gran cantidad de tiempo y esfuerzos que podría dedicar a un proyecto más convincente. Me arriesgaré a producir un compudrama que podrá ser un fracaso y que empañará la reputación que me he ganado con Lear. En mi negocio, uno es tan bueno como su producto más reciente. Tendré que consultar con varias personas…

—En tono confidencial, por favor.

—¡Desde luego! Y tendré que ponerme a reflexionarlo profundamente. Por ahora, estoy dispuesto a aceptar su propuesta, pero no debe usted creer que esto es un compromiso definitivo. Todavía no. Hablaremos más adelante.

Jonas Willard y Meg Cathcart estaban almorzando juntos en el departamento de Meg. Tomaban el café cuando Willard dijo, con aparente renuencia, como alguien que hace público un tema que preferiría no mencionar:

—¿Leíste el libro?

—Sí, lo leí.

—¿Y qué te pareció?

—No sé —dijo Cathcart, mirándolo desde debajo de su cabellera oscura, rojiza, que ella usaba arracimada sobre la frente—. Al menos, no sé lo suficiente como para juzgarlo.

—Tú tampoco eres muy amante de la ciencia ficción, ¿verdad?

—Bueno, he leído ciencia ficción, especialmente libros de espadas y brujería, pero nada como “Tres en Uno”. He oído hablar de Laborian, sin embargo. Escribe lo que se llama "ciencia ficción dura".

—Sí, es bastante dura. No veo cómo puedo hacerlo. Ese libro, por más virtudes que tenga, sencillamente no va conmigo.

Cathcart lo miró fijo, con perspicacia.

—¿Cómo sabes que no va contigo?

—Oye, es importante conocer qué es lo que no puedes hacer.

—¿Y tú naciste sabiendo que no puedes hacer ciencia ficción?

—Tengo instinto con estas cosas.

—Eso dices. ¿Por qué no piensas en lo que podrías lograr con esos tres personajes no descriptos y en qué te gustaría trabajar subliminalmente antes que dejar que tu instinto te diga lo que puedes o no puedes hacer? Por ejemplo, ¿cómo harías al Paternal, que es mencionado constantemente como un "él", aunque es precisamente el Paternal el que da a luz? Eso me pareció idiota, si quieres saber.

—No, no —dijo Willard de inmediato—. Acepto el "él". Laborian podría haber inventado un tercer pronombre, pero no habría tenido sentido y habría cansado al lector. En su lugar, reservó el pronombre "ella" para la Emocional. Es el personaje central, que difiere enormemente de los otros dos. Al usar el femenino con ella, y sólo con ella, enfoca la atención del lector sobre ella, y es allí donde la atención del lector debe enfocarse. Lo que es más, la atención del espectador del compudrama también debe concentrarse en ella.

—Entonces “sí” has estado pensando en la obra. —Meg sonrió, traviesa—. Si no te hubiera acicateado jamás me habría enterado.

Willard se revolvió en el asiento, incómodo.

—En realidad, Laborian dijo algo por el estilo, de modo que no puedo atribuirlo completamente a la creatividad. Pero volvamos al Paternal. Quiero hablarte de estas cosas porque todo va a depender de la sugestión subliminal, si es que trato de montar esta cosa. El Paternal es un bloque, un rectángulo.

—Un paralelepípedo de ángulos rectos. Creo que así se llamaría ese cuerpo geométrico.

—Vamos. No me importa cómo se llama el cuerpo geométrico. El asunto es que sencillamente no podemos representarlo como un bloque. Tenemos que darle personalidad. El Paternal es un "él" que da a luz, de modo que debemos lograr un género epiceno. La voz no debe ser ni claramente masculina ni claramente femenina. No estoy seguro de tener en mente el timbre y el sonido exactos que voy a necesitar, pero eso lo solucionaré con el grabavoz según el método de prueba y error, creo. Por supuesto, la voz no es lo único.

—¿Qué más?

—Los pies. El Paternal se desplaza, pero no hay descripción de sus miembros. Tiene que tener el equivalente a brazos, porque hace ciertas cosas. Obtiene una fuente de energía con la que alimenta a la Emocional, de modo que tendremos que elaborar brazos que sean alienígenas, pero brazos al fin. Y necesitamos piernas. Una cantidad de piernas robustas, regordetas, que se muevan con rapidez.

—¿Como una oruga? ¿O un ciempiés?

Willard hizo una mueca.

—Esas comparaciones no son muy agradables, ¿no?

—Bueno, mi trabajo sería subliminal, si me permites la expresión, un ciempiés, por ejemplo, sin mostrar un ciempiés. Tan solo la noción de una serie de patas, una doble fila de paréntesis, en forma intermitente durante la obra, como una especie de leit-motiv visual del Paternal, cada vez que él aparezca.

—Entiendo lo que quieres decir. Tendremos que probarlo y ver cómo nos sale. El Racional es ovalado. Laborian admitió que podía tener la forma de un huevo. Podemos imaginar que se desplaza rodando, pero a mí me parece completamente inapropiado. El Racional es altanero, es digno. No podemos representarlo de ningún modo que mueva a risa, y si rodara daría risa.

—Podríamos hacerlo con la parte inferior achatada, apenas curva, y podría deslizarse sobre ella, como un pingüino deslizándose sobre el vientre.

—O como un caracol deslizándose sobre una capa de grasa. No. Quedaría igualmente mal. Yo había pensado en hacerle brotar tres piernas. En otras palabras, cuando esté en posición de descanso será perfectamente ovoide y estará orgulloso de ello, pero cuando se mueva emergerán tres piernas cortas para que pueda caminar.

—¿Por qué tres?

—Concuerda con la idea de trío: tres sexos, ya sabes. Se movería más o menos a los brincos. La pata anterior se entierra y se mantiene firme, mientras las dos patas posteriores avanzan a ambos lados.

—¿Como un canguro de tres patas?

—¡Sí! ¿Puedes subliminal un canguro?

—Puedo intentarlo.

—La Emocional, desde luego, es la más difícil de los tres. ¿Qué se puede hacer con algo que tal vez no sea nada más que una nube de gas coherente?

Cathcart reflexionó.

—¿Y si damos la impresión de telas que no contengan nada? Se movería flameando, igual que representaste a Lear en la escena de la tormenta. La Emocional sería viento, sería aire, sería como las membranosas y nebulosas telas que la representarían.

Willard se sintió atraído por la sugerencia.

—Eh, no está mal, Meg. Y para el efecto subliminal ¿podrías poner a Helena de Troya?

—¿Helena de Troya?

—¡Sí! Para el Racional y el Paternal, la Emocional es lo más hermoso que se haya inventado jamás. Están locos por ella. Está esa atracción sexual fuerte, casi insoportable, de la clase que ellos sienten, y tenemos que lograr que el público esté al tanto de esos términos. Si, de algún modo, puedes sugerir una escultural mujer griega, con cabellos trenzados y túnica, dado que la túnica encajaría exactamente con lo que estamos imaginando para la Emocional, y si puedes hacer que se parezca a las pinturas y esculturas que todo el mundo conoce, allí tendrás el leit-motiv de la Emocional.

Other books

Conqueror by Kennedy, Kris
Marysvale by Jared Southwick
Hardcore - 03 by Andy Remic
Sweet the Sin by Claire Kent
Jimmy the Kid by Donald E. Westlake
Blue Water by A. Manette Ansay
Beyond this place by Cronin, A. J. (Archibald Joseph), 1896-1981