Cuentos completos (345 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Luego, si Llewes seguía interesado en los procedimientos de hidrogenación que Farley había traído de Titán, no tardaría en poner en funcionamiento el depósito de gas. No tenía más remedio. Después de un día de fiesta, Llewes estaría más ansioso que de costumbre por volver al trabajo.

Entonces, tan pronto como hiciera girar la llave del manómetro, se escaparía un poco de gas y se convertiría en una lengua de fuego. Si había la cantidad apropiada de tolueno en el aire, se transformaría inmediatamente en una explosión…

Tan sumido estaba Farley en sus meditaciones que aceptó el sordo estampido a distancia como un producto de su propia imaginación, un contrapunto de sus pensamientos, hasta que oyó ruido de pasos.

Farley levantó la vista, y con la garganta seca, gritó:

—Qué… qué…

—No sé —le contestó a voces el otro—. Algo ha ocurrido en la sala de las atmósferas. Una explosión. Hay un lío de mil diablos.

Habían puesto en marcha los extintores; apagaron las llamas y sacaron de entre las ruinas a un Llewes destrozado y lleno de horribles quemaduras. No le quedaba más que un soplo de vida, y murió antes de que el doctor tuviera tiempo de predecirlo.

Edmund Farley se mantuvo apartado del grupo que rondaba en torno al lugar del suceso con insaciable y tremenda curiosidad. Su palidez y el brillo del sudor de su rostro no le distinguieron, en ese momento, de entre los demás. Volvió temblando a su despacho. Ahora se podía permitir el caer enfermo. A nadie le chocaría.

Pero, no se sabe por qué, no ocurrió así. Terminó el día, y por la noche empezó a quitársele el peso de encima. Accidentes son los accidentes, ¿no? Había riesgos de tipo profesional que todos los químicos corrían, especialmente aquellos que manejaban compuestos inflamables. Nadie sospecharía lo que había pasado.

Y si alguien llegaba a sospecharlo, ¿qué posibilidades tenía de llegar hasta Edmund. Farley? Él no tenía más que seguir como si nada hubiera ocurrido.

¿Nada? Dios mío, el mérito por lo de Titán sería ahora suyo. Sería un hombre famoso.

Efectivamente, se le quitó el peso de encima, y esa noche durmió.

Jim Gorham había desmejorado un poco en veinticuatro horas. Se le habían quedado tiesos los rubios pelos de la cabeza, y sólo el color claro de su barba disimulaba la necesidad que tenía de un buen afeitado.

—Todos hablábamos de asesinarle —dijo.

H. Seton Davenport, de la Oficina Terrestre de Investigación, daba metódicos golpecitos sobre el tablero de la mesa, tan quedos que no se podían oír. Era un hombre fornido, de rostro firme y pelo negro; su nariz afilada y prominente estaba hecha más para utilizarla que para adornar; y tenía una cicatriz en la mejilla en forma de estrella.

—¿En serio? —preguntó.

—No —dijo Gorham, negando violentamente con la cabeza. Al menos, a mí no me lo parecía. Los planes que trazábamos eran disparatados: untarle los bocadillos de veneno y ponerle ácido en el helicóptero. Sin embargo, alguien ha debido tomarse en serio la cuestión… i Qué loco! ¡Por qué lo habrá hecho!

—Según lo que usted ha dicho —dijo Davenport—, creo que porque el muerto se apropiaba del trabajo de Otras personas.

—¿Y qué? —exclamó Groham—. Era el precio que cobraba por lo que hacía. El mantenía unido a todo el equipo. Era los músculos y las tripas del grupo. Llewes era el que se enfrentaba con el Congreso y conseguía la subvención. Él era el que obtenía permiso para llevar a cabo los proyectos del espacio y enviar hombres a la Luna o adonde fuera. Convencía a las Compañías de Líneas espaciales e industriales para que emprendieran trabajos de millones de dólares para nosotros. El dirigía el Órgano Central.

—¿Se ha dado cuenta de todo eso de la noche a la mañana?

—Realmente, no. Siempre lo he sabido; pero ¿qué podía hacer? He renunciado por miedo a los viajes espaciales; encontré excusas para evitarlos. Yo era un hombre del vacío, y ni siquiera he llegado a visitar jamás la Luna. La verdad es que tenía miedo, pero lo que más miedo me daba era que los demás me lo notaran —dijo como escupiendo desprecio por sí mismo.

—¿Y quiere encontrar ahora a alguien a quien castigar? —dijo Davenport—. ¿Quiere compensar al Llewes muerto de ese crimen que usted cometió contra el Llewes vivo?

—¡No! No mezcle usted en esto a la psiquiatría. Le aseguro que es un asesinato. Tiene que serlo. Usted no conocía a Llewes. Era un monomaníaco de la seguridad. No había posibilidad de que ocurriera ninguna explosión cerca de él, a menos que la hubieran preparado cuidadosamente.

—¿Qué es lo que estalló, doctor Gorham? —preguntó Davenport encogiéndose de hombros.

—Pudo ser cualquier cosa. El manejaba sustancias orgánicas de todas clases: benceno, éter, piridina… y todos ellos inflamables.

—Yo estudié química hace tiempo, doctor Gorham, Y ninguno de esos líquidos puede explotar a la temperatura ambiente, según recuerdo. Tiene que haber alguna clase de calor, una chispa, una llama.

—Desde luego, hubo fuego.

—¿Cómo se produjo?

—No tengo ni idea. No había mecheros ni cerillas en la sala. Los equipos eléctricos estaban todos fuertemente protegidos. Incluso las cosas más corrientes, corno las pinzas, estaban fabricadas especialmente de berilio y cobre, u otras aleaciones que no producen chispas. Llewes no fumaba, y habría despedido inmediatamente a cualquiera que se acercara a cien metros de la sala con un cigarrillo encendido.

—¿Qué fue, entonces, lo último que manejó él?

—Es difícil decirlo. La sala parecía una auténtica leonera.

—Pero ya la habrán ordenado, supongo.

—No —contestó el químico con repentina ansiedad—. Me cuidé de que no lo hicieran. Dije que teníamos que investigar las causas del accidente para comprobar que no fue una negligencia. Ya sabe, para evitar la mala publicidad. Así que está intacta.

—Muy bien —asintió Davenport—. Vamos a echarle una mirada.

Ya en la sala ennegrecida y destrozada, dijo Davenport:

—¿Qué es lo más peligroso del equipo que hay aquí?

Gorham miró a su alrededor.

—Los tanques de oxígeno comprimido —dijo señalándolos.

Davenport miró los depósitos de diversos colores pegados a la pared y sujetos con una cadena. Algunos descansaban pesadamente contra la cadena, torcidos por la fuerza de la explosión.

—¿Qué me dice de éste? — dijo Davenport. Dio una

Patada a un depósito rojo que estaba volcado en el suelo en medio de la habitación. Era pesado y no se movió.

—Ese es de hidrógeno —dijo Gorham.

—El hidrógeno es explosivo, ¿no?

—Es cierto… cuando se le enciende.

—Entonces, ¿por qué dice que el oxígeno comprimido es el más peligroso? El oxígeno no explota, ¿no es cierto?

—No. Ni arde tampoco, pero favorece la combustión. Las cosas se queman en él.

—¿Y?…

—Bueno mire —la voz de Gorham pareció animarse ligeramente, ahora era el científico explicando algo sencillo a un profano inteligente—. Se puede dar el caso de que alguien engrase la válvula antes de enroscarla en el depósito, para que cierre más herméticamente. O untarla de algo inflamable por equivocación. Entonces, al abrir la válvula, estallaría y la haría saltar. Entonces el oxígeno del depósito saldría a chorro con la fuerza de un reactor en miniatura y derribaría la pared; el calor de la explosión podría hacer arder los líquidos inflamables de alrededor,

—¿Están intactos los tanques de oxígeno en este lugar?

—Sí, lo están.

Davenport le dio una patada al depósito de hidrógeno que tenía a sus pies.

—El manómetro de este depósito marca cero. Supongo que eso significa que se estaba utilizando en el momento de la explosión y que se ha ido vaciando después.

—Supongo que sí —asintió Gorham.

—¿Se podría hacer estallar el hidrógeno untando aceite en el manómetro?

—Desde luego que no.

Davenport se frotó la barbilla.

—¿Hay algo que pueda hacer arder el hidrógeno, aparte de cualquier chispa?

—Un catalizador —murmuró Gorham—. El polvo negro de platino es el mejor. Se trata de platino en polvo.

Davenport pareció sorprenderse.

—Tienen ustedes polvo de ese?

—Por supuesto. Es caro, pero no hay nada mejor para catalizar hidrogenaciones —se quedó en silencio y contempló el depósito de hidrógeno durante largo rato— Polvo negro de platino —murmuró finalmente—. Me pregunto…

—Entonces, el polvo negro de platino podría hacer arder el hidrógeno, ¿no?

—Sí, claro. Da lugar a que se combinen el hidrógeno y el oxígeno a temperatura ambiente. No es necesario el calor. La explosión ocurriría igual que si hubiera sido causada por el calor, exactamente igual…

La excitación fue subiendo de tono en la voz de Gorham, y cayó de rodillas junto al depósito de hidrógeno. Pasó el dedo por el extremo ennegrecido. Puede que no fuera más que hollín, pero también podía ser…

Se puso en pie.

—Señor, así es como han debido hacerlo. Voy a sacar las partículas que pueda de esa sustancia extraña que tiene la boquilla y hacerle un análisis espectrográfico.

—¿Cuánto tardará?

—Deme unos quince minutos de tiempo.

Gorham volvió a los veinte minutos. Davenport había hecho una meticulosa inspección por el laboratorio incendiado. Levantó la vista.

—¿Y bien?

—Lo hay —dijo Gorham triunfante—. No mucho, pero lo hay.

Mostró un trozo de negativo en el que se veía a contraluz una serie de pequeñas líneas blancas y paralelas, irregularmente espaciadas y con distintos grados de brillantez.

—La mayor parte es materia extraña, pero ¿ve usted estas líneas?…

Davenport lo observó de cerca.

—Son muy débiles. ¿Podría jurar usted ante un tribunal que se trata de platino?

—Sí —contestó Gorham inmediatamente.

—¿Lo juraría otro químico? Si se le mostrara esta foto a un químico contratado por la defensa, ¿podría alegar éste que las líneas son demasiado débiles para que pueda constituir una prueba evidente?

Gorham guardó silencio.

Davenport se encogió de hombros.

—Pero si está aquí —exclamó el químico—. El chorro de gas y la explosión han debido hacerlo desaparecer casi todo. No se puede esperar que quede mucho. Lo comprende, ¿no?

Davenport miró pensativo a su alrededor.

—Sí. Admito que existe una posibilidad bastante razonable de que sea un asesinato. Así que busquemos ahora nuevas y mejores pruebas. ¿Es este, a su juicio, el único depósito que han manipulado?

—No lo sé.

—Entonces, lo primero que vamos a hacer es comprobar los demás depósitos de la sala. Y lo demás, también Si hay un asesino, es posible que haya preparado otras trampas en la sala. Hay que comprobarlo.

—Empezaré… —comenzó a decir Gorham ansioso.

—No… usted, no —dijo Davenport—. Mandaré a un hombre de nuestros laboratorios para que lo haga.

A la mañana siguiente, Gorham estaba de nuevo en el despacho de Davenport. Esta vez le habían llamado.

—Tenía usted razón, se trata de un asesinato —dijo Davenport—. Había otro depósito en las mismas condiciones.

—¡Lo ve!

—Un depósito de oxígeno. Encontramos polvo negro de platino en el extremo interior de la boquilla. Había bastante.

—¿Polvo de platino? ¿En el depósito de oxígeno?

—Eso es —asintió Davenport—. ¿Por qué supone usted que harían tal cosa?

Gorham hizo un gesto negativo con la cabeza.

—El oxígeno no habría ardido, nada lo habría hecho arder. Ni siquiera el polvo negro de platino.

—Por tanto, el asesino debió de ponerlo en el depósito de oxígeno por equivocación, con el nerviosismo del momento. Seguramente se dio cuenta después y lo puso en el depósito que había pensado, pero con eso nos ha dejado la prueba definitiva de que es un asesinato y no un accidente.

—Sí. Ahora solamente es cuestión de encontrar al autor.

—¿Solamente, doctor Gorham? ¿Y cómo lo haremos? Nuestra pieza no nos ha dejado su tarjeta de visita. Hay un montón de personas en los laboratorios con motivos para hacerlo, y un número mayor aún con los necesarios conocimientos químicos para cometer el crimen y la oportunidad de llevarlo a cabo. ¿Hay alguna posibilidad de seguirle la pista al polvo de platino?

—No —dijo Gorham inseguro—. Hay una veintena de personas que pueden haber entrado sin dificultad en el almacén especial. ¿Hay coartadas?

—¿Para qué momento?

—Para la noche anterior.

Davenport se inclinó sobre su mesa.

—¿Cuándo fue la última vez, antes del momento fatal, que el doctor Llewes utilizó el depósito de hidrógeno?

—Pues… no lo sé. Trabajaba solo. Muy en secreto. Era parte de su modo de adjudicarse el mérito él solo.

—Sí, lo sé. Hemos hecho nuestras propias indagaciones. Así que el polvo negro de platino pudieron haberlo colocado en el depósito una semana antes, por lo que nosotros sabemos.

—Entonces, ¿qué hacemos? —murmuró Gorham con desaliento.

—El único punto que se puede abordar —dijo Davenport—, a mi juicio, es el del polvo negro de platino en el depósito de oxígeno. Es un hecho irracional y en su explicación podemos encontrar la solución. Pero yo no soy químico y usted sí; así que, si la respuesta ha de venir de alguna parte, tiene que ser de usted. ¿Pudo haber sido un error?… ¿Pudo el asesino haber confundido el oxígeno con el hidrógeno?

Gorham negó inmediatamente con la cabeza.

—No. Ya sabe usted lo de los colores. Un tanque pintado de verde es de oxígeno, un tanque pintado de rojo es, de hidrógeno.

—¿Y si fuera daltónico? —preguntó Davenport

Esta vez Gorham se tomó más tiempo.

—No —contestó finalmente—. Los que padecen daltonismo no se dedican a la química, por lo general. El distinguir los colores en las reacciones químicas es demasiado importante. Y sí alguien de esta organización fuera daltónico, tendría bastantes problemas entre unas cosas otras, de modo que los demás lo sabríamos.

Davenport asintió. Se tocó la cicatriz de la mejilla con aire distraído.

—Muy bien. Si no untaron el depósito de oxígeno por ignorancia y por accidente, ¿pudieron hacerlo a propósito? ¿De una manera deliberada?

—No lo comprendo.

—Quizá el asesino tenía un plan lógico en su mente cuando untó el depósito de oxígeno y luego cambió de plan. ¿Existe alguna circunstancia bajo la cual el polvo negro de platino pueda ser peligroso en presencia del oxígeno? ¿Alguna circunstancia? Usted es químico, doctor Gorham.

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