—Vale. —"¿Pero de qué va éste ahora?", pensó ella, incapaz de verle como otra cosa que no fuera su amigo de trece años. A pesar de que ni el cuerpo ni los ademanes de él correspondían a un niño.
Se vieron inmersos en un silencio incómodo. Dos antiguos amigos mirándose uno al otro, intentando reconocer en el contrario al niño que era antes.
Y era complicado.
Mucho.
Marcos había cambiado en esos ocho años, había crecido hasta alcanzar el metro noventa. Sus brazos ahora gozaban de músculos bien delineados que serían la envidia de cualquier jugador de baloncesto, y el abdomen piano bajo la camiseta insinuaba una "tableta de chocolate" que, sin saber por qué, atraía constantemente la mirada de Ruth. Las piernas ligeramente peludas, con los gemelos y muslos bien formados que describían a la perfección un trabajo que se basaba en largas caminatas buscando la foto perfecta, en agacharse y levantarse una y otra vez hasta que la posición y la luz fueran las adecuadas. Lo único que no había variado era su rostro. Un rostro que los mismos ángeles envidiarían: labios carnosos, pómulos marcados, frente ancha, nariz recta, hermosa a la manera griega, y por último unos ojos en los que el iris azul cielo perfilado por una línea más oscura parecía leer todos y cada uno de los pensamientos de la persona que lo mirase.
Pero no era solo en lo físico donde se veían los cambios. Su personalidad se notaba más afilada, más dura, más cínica.
—Estoy muerto de sed —comentó harto del silencio—. Vamos.
La agarró de la mano y se dirigieron hacia la mesa que contenía las bebidas. Ella vio cómo cogía el Jack Daniels y se servía una buena cantidad en el vaso de plástico.
—¿No crees que es un poco pronto para beber
güisqui
? No son ni las seis de la tarde.
—¿Tú crees? —respondió irónico, llevaba bebiendo desde la comida, y de eso, pasó tiempo.
—Bueno, no hay problema. No beberé whisky —dijo dando un trago al vaso.
—Pues lo acabas de hacer ahora mismo —se enfurruño Ruth, que no la gustaba la tomaran por idiota.
—En absoluto. El Jack Daniels, no es whisky, es bourbon —explicó sonriendo.
—¡Engreído! —resopló enojada de nuevo.
—No te enfades —comentó dejando el vaso en la mesa para luego abrazarla suavemente—, sabes que me encanta picarte —dijo frotando su nariz contra la de Ruth en un beso de gnomo.
—¡Pero bueno! Te has convertido en un pulpo —respondió ella deshaciéndose su abrazo.
—No puedo evitarlo. Me has hechizado. —Se llevó una mano al corazón haciendo una mueca histriónica y absurda que consiguió que ella riese a carcajadas.
Marcos dejó el vaso en la mesa para complacerla, y rebuscó en el barril lleno de hielo una Bud bien fría. Al fin y al cabo estaba muerto de sed y hacía un calor de mil diablos. Se secó el sudor de la frente con el antebrazo y echó una ojeada a la piscina, pensando que le encantaría ver cómo le quedaba a su amiga el bikini que se adivinaba bajo la camiseta. Lo cierto es que ni siquiera de niños la había visto en bikini, ni con una falda tan mínima, ya puestos. Ella siempre llevaba bañadores de competición, que aunque muy cómodos —según ella—, tapaban tanto su figura que no podía hacer otra cosa que imaginar. Aunque si tenía que ser sincero, con doce años le importaba un carajo la figura de su amiga... Justamente lo contrario que ahora. Dio un trago a la cerveza que cayó como una losa en su estómago y se mezcló con el Jack Daniels que llevaba consumido hasta ese momento.
—Vamos a darnos un baño, hace calor.
—No —contestó ella.
—¿No tienes calor?
—Sí. Pero no me quiero bañar.
—¿Por qué? Recuerdo perfectamente que te encantaba el agua. En verano no salías de la piscina hasta que estabas arrugada como una pasa.
—Ya, pero... —Miró a un lado y a otro y habló tan bajito que apenas si la pudo oír—. No llevo bañador.
—Ah —contestó Marcos también en susurros, divertido y excitado a la vez... ¿No llevas bañador? Interesante—. ¿Y esto que asoma bajo la camiseta qué es? —dijo asiendo una de las tiras rosas del bikini.
—Un bikini.
—Aja. Pues permíteme que te informe, que con esa prenda te puedes bañar igual que con un bañador. Es totalmente legal. —Continuó bromeando, a la vez que estiraba más del cordón para alejar la camiseta de la piel y poder ver una buena panorámica de la carne tentadora que había debajo, ya que el bikini parecía bastante pequeño.
—¡Suelta tonto! —Le dio un manotazo haciéndole soltar el cordón, que tuvo el efecto secundario de volver a pegar la camiseta a la piel y privarle de la visión del comienzo de sus pechos— No lo entiendes. Llevo un bikini, pero...
—¿Pero? —Quería que se quitara la camiseta ya. Ver esas tetas perfectas y esos pezones duros se acababa de convertir en prioridad para Marcos.
—Es un bikini muy pequeño —susurró con los ojos muy abiertos. Casi tanto como los abrió su amigo cuando la oyó.
—Perfecto —atinó a decir. Joder, lo estaba matando. Tenía la polla dura como una piedra. Necesitaba un baño en el agua fría. Ya.
—¡No! Mira. —Se acercó más a él y bajó la voz de nuevo, mandando escalofríos a Marcos cuando la oyó ronca y suave contra él—. Ayer Margaret me convenció de que si me había tomado un año sabático debería hacer una locura.
—Aja —asintió pegándose más a ella para oírla mejor, olería mejor, apreciarla mejor. Se sentía como el lobo de caperucita.
—Y me llevó de compras.
—¡No! —Bien, genial, si la había convencido para comprar un mini bikini, él mismo le daría las gracias a la tal Margaret arrodillado en el suelo.
—Sí. Y no sé cómo, acabé comprando esto.
—¿El qué? —le susurró él al oído sin prestar mucha atención a sus mejillas coloradas.
—¡Esto! —Señaló la minifalda escasa de tela y la camiseta cuatro tallas más pequeña.
—Ah. —La cogió de la cintura y recorrió la ropa, más bien el cuerpo, con la mirada—. Te sienta genial.
—SÍ tú lo dices —contestó indiferente—. La cuestión es que no estoy cómoda, cada vez que me siento se me sube la falda, si estiro los brazos se me levanta la camiseta, si quiero correr se me bambolean las... bueno eso mismo.
—¿Se te bambolean? —¡Dios mío!—. ¿Nos echamos un partido de fútbol?
—Jopelines. Hablo en serio.
—Yo también —La devoró con la mirada.
—¡Marcos! No seas... arg. —Se dio media vuelta y se alejó. Otra vez.
—Espera. —La siguió agarrándola por los hombros y acercándose a ella hasta quedar pegado a su espalda, todo el cuerpo menos las ingles, no fuera a ser que Ruth se enfadara y le diera un buen rodillazo— Sólo bromeaba. Si te sientes tan Incómoda con esa ropa, quítatela y quédate en bikini. Y de paso nos damos un baño. —Necesitaba ese chapuzón desesperadamente.
—Uf. Es que no estoy acostumbrada a llevar bikini.
—¿Y?
—Pues que no sé si me voy a sentir cómoda nadando con dos prendas que se moverán cada vez que dé una brazada.
—Pues no nadamos. Nos quedamos a remojo y listo —propuso con voz ronca.
—Mmm. Vale. —Lo cierto es que tenía mucho calor, no sabía exactamente si por el ambiente o por la cercanía del cuerpo de Marcos, pero estaba casi asfixiada. Y al fin y al cabo, si no se movía demasiado, supuestamente el bikini se mantendría en su sitio. Eso sí, en cuanto volviese a la casa, sacaría sus cómodos bañadores y guardaría el bikini en el cajón más recóndito de su cuarto.
Sin pararse a pensarlo ni un segundo, Ruth se sacó la camiseta en un movimiento fluido que hizo que sus pechos asomaran de repente, envueltos en un bikini rosa de triángulo y que consiguió que la erección de Marcos diera un bote dentro de sus vaqueros recortados.
El bikini no era tan pequeño como su calenturienta mente había imaginado, pero sus pechos cumplían totalmente sus expectativas. No muy grandes, pero sí muy erguidos, ignorantes por completo de la ley de la gravedad, de grandiosos pezones que se marcaban totalmente bajo la tela.
Ruth sonrió sacudiendo la sedosa melena a la vez que doblaba cuidadosamente la diminuta tela que le había servido de camiseta y la colocaba sobre el césped formando un perfecto cuadradito rojo. Torció el torso y buscó a tientas la cremallera de la minifalda, la bajó rápidamente, sin ningún movimiento sexy ni fluido y dejó indiferente que cayera al suelo para a continuación recogerla y seguir el mismo ritual que con la camiseta. Con las prendas perfectamente dobladas y colocadas se giró hacia Marcos, que por cierto aún no se había desecho de la camiseta. No había sido capaz. Estaba petrificado.
La braguita del bikini tampoco era para nada lo que había imaginado. No consistía en un triángulo diminuto por delante y un fino hilo que se hundía entre sus nalgas por detrás. En absoluto. Era un pantaloncito corto, un bóxer rosa al igual que la parte de arriba, que empezaba justo a la altura de la cadera y terminaba un poco por debajo del final del trasero. No debería ser tan jodidamente sexy con tanta tela, pero lo era. Marcaba la concavidad del abdomen femenino, dibujando a la perfección el monte de venus, haciendo que su mirada quisiera traspasar la tela y ver más allá.
—¿Nos bañamos? —preguntó Ruth intrigada por la inmovilidad de Marcos.
—No es tan pequeño como habías dicho. El bikini, me refiero —especificó cuando vio la mirada interrogante de su amiga.
—¿Tú crees? A mí sí me lo parece, le falta toda la tela de en medio —contestó riéndose y señalándose la tripa.
Marcos tragó saliva y la miró fijamente sin decir esta boca es mía. Joder, estaba buenísima. Se acercó al borde de la piscina, se quitó rápidamente la camiseta y se tiró al agua sin esperar un segundo, rogando porque Ruth no notara el bulto que se dibujaba en sus pantalones, y rezando en silencio, para que en el remoto e improbable caso de que Dios se sintiera magnánimo, le concediera la merced de que el agua estuviera congelada y lograra bajarle los "ardores". Pero Dios no estaba por la labor, el agua no estaba fría y su cuerpo sí estaba mu}^ caliente.
Sintió un movimiento brusco, muchas gotas de agua que le bañaron el rostro y supo que Ruth se acababa de tirar de cabeza a la piscina. La vio emerger como si fuera una sirena. Una sirena despreocupada, con el pelo mojado ocultándole la cara y las manos apartándoselo descuidadas, creando crestas de cabello moreno alzadas sobre la coronilla, con una sonrisa sincera y unos movimientos que no eran ni lánguidos, ni eróticos, sino todo lo contrario: potentes y precisos, brazadas aprendidas durante innumerables veranos ganándole en todas las carreras a croll y braza en las que competían de niños. En esencia seguía siendo la misma, pero ¡joder! ¡Cuánto había cambiado! Y él se lo había perdido, pensó apesadumbrado.
Ruth se acercó a él y al instante comenzó a hablar a su manera, usando palabras específicas e inusuales para explicar las cosas más corrientes. Le contó sobre su familia, el barrio, los estudios, el gobierno. Marcos la escuchaba embelesado, moviéndose en el agua, apoyando los antebrazos en el bordillo, dando cortos tragos a la cerveza que había dejado cerca, mientras hacía innumerables preguntas, que ella respondía ampliamente, a veces con la diversión pintada en el semblante, a veces demasiado seria para su gusto.
Cuando se cumplió la tradición y estuvieron arrugados como pasas, salieron de la piscina y se sentaron de nuevo sobre la hierba. Siguieron hablando horas y horas, a veces Marcos se levantaba a por un par de cervezas que ambos bebían de buen grado.
Cuando Ruth le preguntó por su familia la noche ya estaba cayendo y todo el mundo se preparaba para lanzar los petardos y fuegos artificiales.
—Me escribo con mi madre un par de veces al mes. Está como una cabra. Se ha montado la vida de tal manera que parece un culebrón, pero bueno, ella es feliz y yo me divierto leyendo sus cartas. A mi padre lo veo entre trabajo y trabajo, y no nos llevamos ni bien ni mal. Dice que he tirado mi vida a la basura, para al momento siguiente decirme que me esfuerce más, que soy un gran fotógrafo y que deberían reconocérmelo... La historia de su vida, pero en la mía... —contestó indiferente.
—Aps. Vaya —hipó ella, que llevaba más de tres cervezas y no estaba nada acostumbrada a beber.
—Síp —comentó él. También llevaba más cervezas y Jack Daniels de la cuenta y se le estaba ocurriendo un plan— ¿Te apetece ver los fuegos? —dijo poniéndose de pie.
—Me da lo mismo. —Ruth se levantó lentamente del suelo, intentando por todos los medios centrar su vista en algún punto que no diera vueltas a su alrededor—. No es por menospreciar, pero no me parece atinado que enciendan fuegos pirotécnicos tan cerca de las personas —respondió ella un poco renuente de acercarse a una posible fuente de peligro. Y menos con la poca estabilidad que tenía. ¿Cómo es que estaba tan mareada? No había bebido tanto. ¿O sí?
—Acompáñame, sé de un sitio donde podemos verlos sin peligro. —La abrazó la cintura guiándola hacia la casa.
—¿Lejos? —preguntó ella algo mareada, aunque poco a poco el suelo iba dejando de moverse bajo sus pies.
—Que va, en la casa, desde la terraza de mi cuarto. Da justo a la parte del jardín desde donde van a tirar los fuegos.
—Aja —asintió sin pensárselo más veces.
La casa era la típica edificación familiar americana. En la planta baja el Salón, una cocina enorme y un pequeño aseo. En un lateral estaba ubicado el garaje y un cuarto con la lavadora y la secadora. En la planta de arriba las habitaciones y un par de baños grandes. En definitiva, pensó Ruth irónica, una casa idéntica a la de los Simpson. El cuarto en el que estaba instalado Marcos, no era otra cosa que una habitación de invitados, con una cama individual, mesilla de noche, armario de madera y una silla cerca de la cama ocupada por ropa tirada al "tun tún". En una de las paredes, unos grandes ventanales daban a una terraza diminuta desde la que supuestamente verían los fuegos.
Marcos salió a la terraza con la intención de ver los fuegos, pero Ruth tenía otra cosa en mente. Sentarse. Si lo hacía se le pasaría el mareo, estaba segura. Miró la silla desconcertada. Con tanta ropa encima le llevaría más tiempo del que disponía colocarla y ordenarla toda, por lo que no era la mejor opción para su acuciante necesidad de estabilidad. Así que su mirada se posó en la cama, parecía cómoda y estable.
Y no se movía.
Era su mejor opción.
Se intentó sentar en el borde sólo para descubrir que sí se movía. Porque no había otra explicación para su repentina caída más que esa. Un segundo antes su trasero reposaba sobre el colchón y al siguiente estaba espatarrada en el suelo.