Cuando la memoria olvida (53 page)

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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
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CAPÍTULO 49

No rechaces tus sueños.

¿Sin te ilusión, el mundo qué será?

RAMÓN DE CAMPOAMOR

Marcos soltó el pomo de la puerta, recorrió los escasos metros que lo separaban de la cama y se lanzó sobre Ruth besándola apasionadamente. Lamió las comisuras de su boca, mordisqueó y estiró sus labios y ella le respondió irrumpiendo en su boca y ondulando contra su lengua. Pararon cuando ambos se quedaron sin respiración. Entonces Marcos metió la mano bajo su lado de la almohada y sacó una cajita de terciopelo negro.

—Toma.

—¿Qué es? —preguntó Ruth sorprendida.

—Ábrela.

—¡Caramba! —Lo miró aturdida— Es exquisito.

—Estuve buscando un anillo de compromiso, pero me parecía algo demasiado tradicional y rutinario para ti, así que pensé en otras cosas... Y se me ocurrió esto —dijo sacando lo que había en la cajita.

Era un pequeño y perfecto aro de oro en forma de media espiral, con un engarce de ámbar en forma de corazón en un extremo. El tono del ámbar era casi idéntico al del iris de Ruth.

—Es... divino —comentó Ruth girándolo entre sus dedos sin poder dejar de admirarlo. Era más que divino.

—Es un
piercing
para el ombligo —explicó Marcos—. Recordé aquel que te pusiste, y lo bien que te quedaba y decidí que no quería un anillo simple y moliente. Quería algo tan especial como tú. Y bueno... ¿Te gusta?

Ruth no llegó a responder. Se abalanzó sobre él, rodaron sobre la cama, él vestido y ella desnuda, abrazados. Ruth rodeando con sus piernas las caderas de Marcos, Marcos amasándola el trasero con sus manos y con la cara enterrada en sus perfectos y puntiagudos pechos, el falo de cristal rodando a los pies de la cama y el lubricante cayendo en el suelo. Y justo así, los encontró su hija.

—¡Mamá, mamá, mamá! ¡Tengo hambre! —Se paró en el umbral de la puerta al ver a sus padres de "esa manera"—. ¡Papá, papá, has vuelto! ¿Qué estáis haciendo? —dijo imitando la postura de su madre cuando se enfadaba, es decir cruzando los brazos y arrugando la nariz.

—Vaya si soy torpe, me he caído sobre tu madre —dijo Marcos sentándose en la cama y doblando las piernas hasta su pecho. Doler, dolía, pero no quería que su hija le viese la "antena parabólica" de los pantalones.

—Me he enredado en las sabanas y papá me estaba ayudando a salir... —dijo Ruth a la vez... con una excusa todavía menos creíble, mientras se tapaba como podía con las sabanas en las que supuestamente estaba enredada. Al cogerlas el falo de cristal cayó al suelo.

—¡Ahí va, cómo mola! Déjame eso.

—No —dijo Marcos tirándose a cogerlo, para luego esconderlo bajo su camiseta. "Mierda... ¡La parabólica!", pensó mientras volvía a encogerse a la velocidad del rayo sobre la cama.

—¿Qué es, qué es, qué es?

—Nada —dijo Ruth roja como un tomate.

—Un medidor de frecuencias espasmódicas adyacentes introductorias casuales —contestó Marcos.

—¿Qué? —preguntaron ambas a la vez.

—Es un artilugio técnico específico para inducir reacciones espasmódicas vibratorias que actuando como dosificador relativo a la disposición inherente de la profundidad y consistencia, con empuje rítmico variable en retroceso-avance casual en el interior de una cavidad saturada por humedad introductoria conduce la culminación, en un éxtasis de dimensiones cuánticas —soltó Marcos, sabiendo que cuando su hija no podía asimilar algo lo dejaba de lado.

—Vale... es un trasto —confirmó Iris a la que tanta información había sumido en la confusión.

—Exactamente. —¿Desde cuándo Marcos tenía esa capacidad para el monólogo?—. Ahora cariño, si nos dejas un segundito, papá y mamá tienen que hablar. Vete al comedor, que ahora mismo salgo y te hago el desayuno —solicitó Ruth roja como la grana. El lubricante estaba todavía en el suelo, ella seguía desnuda y a Marcos no se le bajaba la
exaltación
.

—¡No me voy! ¿Qué crees, que soy tonta? Se lo voy a contar a la abuela y a tío Darío y os vais a enterar. No me voy a quedar sin pájaros por vuestra culpa —amenazó.

—Iris... ¿De qué estás hablando? —preguntó Marcos totalmente confundido.

—No podéis dormir juntos si no estáis casados, lo dice la abuela —gruñó Iris a sus padres— Dice que luego pasa lo que pasa y lo tiene que arreglar y está muy mayor para andar arreglando nada. Que el oído lo tiene muy bien, y que ve lo que ve y oye lo que oye, y luego resulta que de boda nada de nada. Y que como sigáis así se lo va a decir a tío Darío, y os vais a enterar porque a mamá le va a poner un cinturón de
castiguidad
, y a papá le va a hacer una jaula para que no se le escape el pajarito. Y yo no quiero que haga jaulas para mis pájaros, yo les echo migas todos los días y vienen a verme, y si tío Darío les mete en una jaula ya no van a poder volar y me da mucha pena. Si vamos a tener un animal en casa prefiero que sea un perro. El tío de los "Repes" tiene una perra que tiene perritos y yo quiero uno. ¿Puedo papá?

—¿Puedes qué? —preguntó Marcos totalmente aturullado.

—Tener un perro, claro. ¡Pero qué crees! No te enteras de nada.

—Bueno... esto... Se lo tienes que preguntar a tu madre, que ella decida —dijo Marcos usando la fórmula magistral que usan todos los padres confusos del planeta tierra: colgarle el muerto a la madre.

—¿Puedo, puedo, puedo? —preguntó a su madre dando saltitos.

—Papá y mamá van a casarse —dijo Ruth, usando la fórmula magistral que usan todas las madres del mundo cuando no quieren discutir con sus hijos: desviar la atención.

—¡No podéis casaros! —exclamó Iris furiosa— No se hace así —dijo dando un pisotón—, papá no ha seguido las reglas. No es justo.

—Ven conmigo —ordenó Marcos levantándose de la cama.

—No quiero. No es justo. Me niego —respondió enfurruñada.

—Ven. Conmigo —reiteró él tendiéndola la mano. Iris se la dio y le siguió refunfuñando.

Marcos cogió su mochila y se dirigió al salón, sacó el portátil de su funda y lo encendió.

—¿Vamos a jugar al ordenador? —preguntó Iris sagaz. No lograría convencerla con juegos, ni aunque fuera el último de Tarta de Fresa. No era justo. Punto. No quiero jugar.

—No vamos a jugar, —contestó sacando un
pendrive
de la mochila e insertándolo en el puerto USB.

—¿No? ¿Qué vamos a hacer? —preguntó intrigada.

—Mirar fotos. —Abrió el archivo "Shrek.jpg"

—Eso es un rollo patatero.

—El Teide es la montaña más alta de España. —Abrió la imagen Ol.jpg y apareció en la pantalla una panorámica del Teide.

—Pues vale —gruñó Iris.

—Y en la cima, arriba del todo —continuó Marcos ignorándola—, vive el Dragón Malasombra. —Ahora Iris le estaba prestando toda su atención—. Y ir preguntarás qué hace un dragón en lo más alto del Teide.

—¿Qué hace?

—En lo más alto de la montaña más alta de España, oculto entre el humo y el fuego, está el castillo de piedra negra del dragón más malvado, Malasombra.

—Abrió la imagen 02.jpg, la pantalla se iluminó con las llamas que surgían de la cima del Teide. Rodeado por estas, se ubicaba un castillo negro y de torres retorcidas, cortesía de la maestría con el Photoshop de Marcos.

—¡Hala!

—Y sobre la torre más alta del castillo, está Malasombra, con su nariz enorme y humeante. Un dragón que se come a los príncipes verdes, marrones, y morados con patatas fritas... —Apareció en el monitor la imagen 03.jpg, que no era ni más ni menos que el dragón que había fotografiado hacía años en la cueva, bajo el castillo de la Bella Durmiente, en Disneyland Paris.

—¡Jopetas!

—Pero no a los príncipes azules. —Clickeó sobre 04.jpg, y apareció la imagen de Marcos vestido enteramente de azul al pie del castillo.

—¡Ese eres tú! —gritó Iris con los ojos abiertos como platos.

Marcos no dijo nada más. Abrió la imagen 05.jpg. Iris gritó y se abrazó a él.

El portátil le mostraba espada en mano escalando una torre, cual King Kong escalando el Empire State Building, mientras el dragón lo observaba desde lo más alto lanzando fuego por las fauces. Para algo tenía que valer ser fotógrafo y conocer cada truco del Photoshop como la palma de su mano.

—¿Has matado al dragón?

—Casi. En cuanto subí a lo más alto de la más alta torre, el dragón me atacó, pero yo me defendí con mi espada. —Marcos se levantó y fue escenificando cada escena que narraba—. Me intentó quemar con el fuego de su garganta. Yo pegué un salto enorme y le di una soberana patada en todas las narices. Entonces el Dragón gritó asustado y salió huyendo con el rabo entre las piernas hacia las profundidades de la montaña.

—¡Enséñame la foto!

—No podía hacer fotos en ese momento, ¡estaba peleando por mi vida! —exclamó teatralmente Marcos. Lo cierto es que no tenía ninguna foto del trasero de un dragón para crear una escena con éste huyendo.

—Vaya —exclamo Iris decepcionada.

—Pero tengo... —Sacó un paquete de la mochila y se lo tendió. Iris lo abrió y volvió a gritar—. Un diente que le arranqué a Malasombra tras la tremenda lucha. —Guiñó un ojo a Ruth, el colmillo era ni más ni menos que un colgante que había comprado en un mercadillo.

—¡NO!

—¡Sí! Lo hice convertir en collar para mi hermosa hija. —No le iba a pillar otra vez un farol por falta de pruebas.

—¡Hala!

Marcos se arrodilló ante la niña.

—¿Me permites casarme con mamá? —dijo haciendo una gran reverencia.

—Síp —contestó ella sin prestar mucha atención, absorta por completo en el colmillo—. Se van a enterar los "Repes". Ellos decían que no escalarías el castillo, y fíjate, ¡has vencido al dragón y le has arrancado un diente! ¡Toma ya!

—¡Dios santo! Me voy a casar con el mayor embaucador del mundo mundial —gimió Ruth alucinada.

EPÍLOGO

Cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta,

la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones,

se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición

excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe.

GEORGE BERNARD SHAW

Ruth por fin estaba sola. Había conseguido escaparse hacía escasos minutos del grupo y ahora descansaba sentada en un banco de metal al lado de las cuadras. El aroma no era precisamente embriagador, y por eso mismo todo el mundo se mantenía alejado de la zona. ¡Gracias a Dios!

Había pasado algo más de un mes desde el día en que por fin tuvo claro hacia qué punto iba encaminada su vida... y hoy habían llegado a ese punto. Hacía menos de horas que Marcos y ella se habían dado el "sí quiero" ante el teniente de alcalde de Alcorcón, en una ceremonia corta y divertida —mataría a Marcos por su juramento— desarrollada en el marco incomparable de los castillos del Marqués de Valderas. A su término habían salido casi corriendo de allí... más que nada, porque Iris se empeñó en que su papá escalara una de las paredes del castillo, para que los "Repes" y el "Sardi" lo vieran en acción, y su responsable y carismático marido no había perdido un segundo en ir a la pared de la más alta torre y engancharse a ella, vestido con su todavía impecablemente planchado traje gris perla y sus zapatos casi limpios, en un alarde de sentido común y razonamiento lógico, es decir, si Iris lo ordena, yo obedezco. ¡Buf!

Habían elegido como lugar de celebración la finca La Princesa, un picadero de caballos con cuadra, restaurante y parque infantil, ideal tanto para sus gustos, como para su escasa economía —aunque Marcos entendía el significado de la palabra ahorrar, y hacía verdaderos esfuerzos por asumir esa necesidad inherente a cualquier familia de clase media, aún le costaba un poco controlarse ante los pucheros de Iris.

Sus amigos y familiares estaban al otro lado de la finca, reunidos alrededor de una larga mesa, ahítos de comida mientras los niños —su hija se habían negado a ir sin sus amigos— jugaban en el parque infantil. Ella se había escapado momentáneamente del bullicio. Necesitaba relajarse tras la ceremonia, las fotos y la comida.

Ruth sacó de su bolso una bolsita de cuero, la abrió, sacó el tabaco de liar y los papelillos y procedió a liarse un cigarro. En esos momentos, se hacía imprescindible el ritual para calmar sus nervios.

—¡Estás aquí! ¡Gracias a Dios! —gritó una voz a su espalda.

—¡Marcos! —exclamó Ruth sobresaltada—, qué susto me has dado, ¿cómo se le ocurre acercarte sigilosamente y gritarme al oído?

—¿Yo te he asustado a ti? ¡Soy yo el que está acojonado! ¡Cómo se te ocurre dejarme solo con... con ellos!

—¿Con ellos? —preguntó Ruth cogiendo un poco de tabaco y poniéndolo sobre el papel.

—Con Javi, con Darío, con el tal Dani que no hace más que... que... — Marcos sólo había visto a Dani una vez antes de ese día, en la exposición, y apenas hablaron... Hoy Dani estaba hablando demasiado.

—¿Qué?

—Mirarme mal. —Bufff. Menudo eufemismo.

—¿Qué?

—Me miran mal; Javi y Darío me miran mal, amenazantes... Dani me mira... demasiado bien. —Dios, se estremecía al recordar la mirada de Dani cuando Ir pasó el brazo sobre los hombros y le felicitó por su matrimonio—. ¡Joder, vaya panda de locos que tienes por amigos!

—No están locos, solo son un poco recelosos... —dijo Ruth formando entre los dedos un perfecto cilindro.

—¿Solo un poco? No fastidies, si por ellos fuera yo estaría bajo los cascos de los caballos... O con el culo en pompa —murmuró entre dientes.

—¿Con el trasero cómo? —preguntó pasando la lengua por el papel de liar y terminando así el ritual.

—Nada. Tonterías mías. ¿Te estás haciendo un porro? —preguntó Marcos de repente. Acababa de darse cuenta de lo que se traía entre manos Ruth y estaba claramente alucinado.

—No. Me estoy liando un cigarro de Golden Virginia.

—Aps. Lía uno para mí —solicitó.

—Si tú no fumas.

—Tú tampoco. —Había dejado el tabaco al llegar a España, pero iba a caer de un momento a otro, y si no acababa pronto el día, Marcos pretendía incluso darse a la bebida.

—Yo fumo por las noches, antes de acostarme.

—¿Por las noches? —Si por las noches la mantenía bastante ocupada... ¿Salía de la cama cuando él estaba dormido para fumar?

—Sí. Cuando tú estás fuera. —Cuando él estaba en casa, ni siquiera le daba tiempo a pensar en fumar. En cuanto Luisa e Iris caían rendidas, Marcos se ocupaba de agotarla hasta que caía dormida. De hecho, más de una vez la había despertado... para agotarla más.

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