Cuando cae la noche (9 page)

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Authors: Michael Cunningham

BOOK: Cuando cae la noche
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Que te den, Bobby. ¿Por qué lo has sacado a relucir?

—No sé… —dice.

—Piénsalo, ¿de acuerdo?

—Claro.

Bobby termina, se guarda el dinero. Peter lo acompaña a la puerta principal, pasa junto a Tyler y sus hombres, que al parecer no tienen demasiada prisa por descolgar los Vincent. Carl, uno de los ayudantes de Tyler que lleva la cabeza afeitada, le echa una mirada muy significativa a Peter, ¿será posible que piense que se está tirando a Bobby? Bueno, allá él.

En la acera, Bobby le da un beso a Peter rozándole la cara, sube a su Vespa de color azul pálido y se marcha entre petardeos del motor. Bobby es como las chicas de las comedias de los años cuarenta, guapo, ansioso y calculador, todavía lo bastante joven para confiar en que lo mejor aun está por llegar y preocuparse solo por si ir o no a Argentina con algún Romeo. Ahí va, coqueto y frívolo dispuesto a vivir una nueva aventura.

Peter vuelve a entrar. De vuelta a los negocios.

Otra docena de correos electrónicos. Ya los leerá luego. Ahora responde a Glen Howard.

HOLA
,
GLEN
, ¡
QUÉBUENA NOTICIA LO DE LA BIENAL
!
ESPERO QUE TENGAN EL SENTIDO COMÚN DE ELEGIRTE
.
SIENTO DECIRTE QUE LA GALERÍA PRINCIPAL ESTÁ RESERVADA PARA TODO EL OTOÑO
,
PERO TE PROMETO QUE HAREMOS UNA EXPOSICIÓN PRECIOSA Y HARÉ QUE VENGAN TRILLONES DE PERSONAS A VERLA
.
TUYO
,
P
.

Rupert Groff devuelve la llamada.

—Hola, Peter Harris. ¿Qué tal? —Parece sorprendentemente joven.

—Sabes que Bette se jubila, ¿no?

—Sí. Todo un cambio.

—Me gusta tu obra.

—Gracias.

—¿Podríamos quedar para cenar un día de estos?

—Claro.

—¿Cómo lo tienes?

—Esta semana lo tengo un poco jodido. Tal vez, no sé, a partir del miércoles de la semana que viene.

—Eso estaría bien. Pero escucha. Tengo una clienta muy buena que quiere comprar una pieza cuanto antes y va a dar una fiesta a la que asistirán varias personas que compran muchas obras de arte. Si te interesa, podría encargarme de asesorarla. No es que quiera ser tu nuevo marchante, sin obligaciones, no me lo tomaría mal si luego te fueses con otro. Pero estoy bastante seguro de poder conseguirte esta venta, y eso podría conducir a otras.

—Suena bien.

—A ver qué te parece mi plan. Podemos quedar para cenar un día a partir del miércoles de la semana que viene, pero antes podía pasarme por tu estudio y hablar de lo que podríamos ofrecerle a mi cliente.

—Ahora mismo no tengo mucha obra que enseñarte.

—¿Qué tienes?

—Tengo un par de bronces nuevos. Y unas cosas de terracota que estoy terminando, aunque aún no están listas.

—Me encantaría ver el par de bronces nuevos.

—De acuerdo. ¿Quieres venir mañana por la tarde?

—Claro. ¿A qué hora te va bien?

—¿Qué tal a eso de las cuatro?

—A las cuatro es perfecto.

—Vivo en Bushwick.

Le da la dirección. Peter la anota.

—Nos vemos entonces a las cuatro.

—De acuerdo.

Tres nuevos correos electrónicos. Uno de Glen.

PETER
,
QUERIDO
,
NO HAY SECRETOS ENTRE HOMBRES DE PALABRA
,
HE RECIBIDO UNA OFERTA DE OTRO SITIO QUE HE PREFERIDO NO ACEPTAR PORQUE ESTOY CONTIGO
,
PERO ESTA GENTE ESTÁ ENCANTADA CON MI OBRA Y AHORA LOS DE LA BIENAL
,
Y SABES
,
TENGO LA SENSACIÓN DE QUE LAS COSAS EMPIEZAN A FUNCIONAR Y NO ACABO DE CREÉRMELO POR CUESTIONES DE AUTOESTIMA Y DEMÁS
:)
EN CUALQUIER CASO TE APRECIO Y QUISIERA SABER SI TÚ Y YO PODRÍAMOS COMER UNO DE ESTOS DÍAS Y CHARLAR UN POCO
, ¿
QUÉTEPARECE
,
COLEGA
?
BESOS
.

¡Ajá! Así que Peter es alguien a quien un artista oscuro y poco conocido cree que puede presionar.

No te dejes llevar lo más mínimo por el pánico. Glen es un buen pintor que probablemente haya llamado la atención (suponiendo que no sea un farol) de algún escaparate de Williamsburg, y en realidad no es un buen candidato para la Bienal; corre el rumor de que esta vez los comisarios no van a escoger más que esculturas, instalaciones y vídeos.

HOLA
,
GLEN
,
CLARO QUE SOY TU COLEGA
.
COMAMOS JUNTOS Y DISCUTAMOS TU BRILLANTE FUTURO
.
ESTA SEMANA TENGO LA INAUGURACIÓN DE LA PRÓXIMA EXPOSICIÓN
, ¿
QUÉTAL LA QUE VIENE
?
TUYO
,
P
.

Muy bien, Glen. Veamos si con una agradable comida y un poco de confianza en mi devoción de toda una vida logro convencerte. De lo contrario, puedes irte con mis bendiciones.

O…

Si de verdad consigues quedarte con Groff…

Admítelo, empezar la temporada con Groff en la galería principal sería muy sonado. En el número de septiembre de
Art in America
saldrá un artículo sobre él, y es probable que Newton, del MoMA, le compre una pieza, Groff está hecho que ni pintado para el MoMA: sólido y serio.

Es como si lo estuviera viendo: tiene un presentimiento sobre Groff. Es cierto que hay motivos para discutir su monumentalidad y su preciosismo (en sentido literal); esa idea de volver al arte como tesoro, como algo esculpido y engarzado, pensado para estar en palacios y catedrales. Su obra, no obstante, es realmente perversa: una solterona remilgada podría decir: «¡Qué cosa tan bonita!» al verla desde lejos, pero cuando la contemple de cerca verá los nombres de los trabajadores africanos muertos en una mina de diamantes (Groff debe de haber inventado al menos algunos, sin duda no guardan registros exactos), extractos del diario de Unabomber e informes de las autopsias de los suicidas de las cárceles, e imágenes pornográficas y fetichistas, tanto homo como heterosexuales, muy bien alineadas como si fueran jeroglíficos. Dando a entender que la obra está pensada para que la descubran enterrada dentro de diez mil años.

Además, ¿no empezamos a estar hartos de ese arte hecho con hilos y papel de plata que se vende a precios exorbitados? ¿No nos hemos metido en un mundo en el que la basura se considera
de facto
un tesoro?

Si consiguiera quedarse con Groff…

¿Sería una cerdada reprogramar la exposición de Lakhti? ¿O pedirle que pasara a la galería de atrás? Peter podría tenerla libre si animase a Glen a aceptar la oferta de esos principiantes de Williamsburg, «Lo que digo, Glen, es que estás en lo más alto, deberías estar con alguien más incisivo que yo…».

Sería una auténtica cerdada. Pero el mundo seguiría girando.

Y el mundo sería…

Peter Harris sería alguien capaz de hacer grandes cosas. Peter Harris puede sacar a una estrella en alza de la extinta galería de Bette Rice y procurarle lo que con toda probabilidad sería una de las exposiciones más sonadas del otoño. Claro que eso dañaría la reputación de Peter entre algunos artistas. Entre algunos. Otros, los más ambiciosos (Groff, sin duda, se contaría entre ellos), se quedarían impresionados. Si eres bueno, si tienes potencial, Peter sabe hacer lo necesario para darte a conocer ahora mismo.

El estómago no termina de asentársele. ¿Cuáles son los síntomas del cáncer de estómago? ¿Existe el cáncer de estómago? Bueno, tómatelo con calma. Lo único que tienes de Groff por el momento es una visita a su estudio y una cita para cenar.

Más correos electrónicos. Más recados en el contestador.

Y luego, ocurre lo que estaba temiendo: se oye el ruido de un accidente en la galería. Un estruendo, un golpe. Tyler que grita: ¡Joder!

Peter corre. En medio de la galería están Tyler, Uta y los ayudantes de Tyler, Branch y Carl. La víctima yace en el suelo: uno de los cuadros envueltos rasgado en diagonal, un corte de quince o veinte centímetros.

—¿Qué coño ha pasado? —pregunta Peter.

—No puedo creerlo —es todo lo que acierta a responder Tyler.

Uta, Branch y Carl se han colocado como plañideras en torno a la tela. Peter se acerca, se agacha para observar el daño. No es ni más ni menos que un corte, de unos veinte centímetros, que va desde una esquina hacia el centro. Es de una precisión quirúrgica.

—¿Cómo ha sucedido? —pregunta Peter.

—Se me resbaló —responde Tyler. No parece muy apenado. En todo caso, está de mal humor, ¿por qué coño se habrá rasgado así?

—Llevaba una cuchilla para cortar cajas en el bolsillo —explica Uta. Parece indecisa. Aunque es muy capaz de ponerse hecha una furia si la ocasión lo requiere, en este caso eso le corresponde a Peter. Ella está pensando en las condiciones de la póliza de seguros.

—¿Estabas descolgando los cuadros con una cuchilla en el bolsillo?

—No se me ocurrió. La metí un segundo en el bolsillo y lo olvidé.

—Muy bien —dice Peter, y le sorprende la calma de su propia voz. Por un instante tiene la impresión de que el daño puede deshacerse por lo previsible que era que ocurriese. Bette Rice tiene cáncer, cáncer terminal, y Tyler se ha paseado por ahí con una cuchilla en el bolsillo porque a Peter no le gustan sus montajes y collages. Es culpa de Peter, lo había visto venir. No, la culpa es de Rex. De Rex y su puto e interminable desfile de jóvenes genios que siempre son muchachos esbeltos y tatuados y carecen por completo de genio, por mucho que Rex siga insistiendo y «protegiéndolos» y esté arruinando su carrera y convirtiéndola en una especie de chiste.

—Es uno de los que no se vendieron —dice Uta.

Peter asiente. Eso es mejor, claro. Aunque no sea bueno que corra el rumor de que en su galería se destruyen las obras de arte.

—Lo siento mucho, tío —dice Tyler.

Peter vuelve a asentir. Gritar no servirá de nada. Y, además, no puede despedir allí mismo a Tyler. Alguien tiene que desmontar la exposición.

—Volved al trabajo —dice Peter con mucha calma—. Tratad de recordar que no debéis llevar nada punzante en los bolsillos.

Va a matar al puto Rex. Marica libidinoso.

—Llevemos este atrás —dice Uta.

Peter, no obstante, se resiste a abandonar el cadáver. Muy, muy despacio, desliza el dedo por debajo del papel encerado y lo levanta.

Lo único que acierta a ver es un triángulo de color coagulado. Un remolino de ocre salpicado de negro.

Con mucho cuidado, levanta el papel otros centímetros.

—¡Peter! —grita Uta.

Es imposible saberlo con seguridad, pero a Peter le parece ver una pintura abstracta vulgar y torpemente pintada. La obra de un estudiante.

¿Eso es lo que hay debajo del prístino y sellado envoltorio? ¿Esa es la reliquia amortajada?

El estómago de Peter se rebela. ¿Qué coño? ¿Es que…? Sí, va a…

Siente una arcada. Cuando se incorpora ya tiene la boca llena de vómito, pero consigue llegar al baño, donde lo escupe en la taza del váter y luego suspira mientras las náuseas le acometen una y otra vez.

Uta está de pie detrás de él.

—Querido… —dice.

—Estoy bien. No tienes por qué ver esto.

—Vete a la mierda, un día estaré cambiando pañales. No es el fin del mundo. Sabes que el seguro nos cubre.

Peter todavía está inclinado sobre la taza del váter. ¿Se le ha pasado ya? Es difícil de saber.

—No es por la puta pintura. No sé, llevo un tiempo con el estómago revuelto. Puede que el pavo estuviese un poco pasado.

—Vete a casa.

—No.

—Vuelve luego si quieres. Vete aunque sea una hora. Yo vigilaré a esos idiotas.

—Tal vez una hora.

—Como mínimo.

De acuerdo. Siente una extraña vergüenza al tener que pasar junto a Tyler y sus ayudantes: una vaga sensación de derrota. Los jóvenes y destructivos han ganado esta batalla; el viejo se ha vuelto delicado, ha visto la carnicería y se ha arrojado sobre su espada.

Coge un taxi en la Décima con la calle Veinticuatro. Está mareado, pero ya no siente náuseas (por favor, Dios). Qué horrible sería vomitar en el asiento de atrás del taxi de Zoltan Kravchenko. Zoltan, claro, se pondría furioso, echaría a Peter y correría a limpiarlo. En Nueva York no se puede vomitar. Te empobrece, por muy bien vestido que vayas.

Peter llega a casa, le da a Zoltan una buena propina porque no ha vomitado en su taxi. Entra en el edificio, coge el ascensor. Está sumido en un mundo irreal teñido de náusea. Casi nunca se pone enfermo y jamás está en casa a las dos de la tarde de un lunes. Sin embargo, mientras sube en el ascensor —ahora que ha entrado en ese lugar flotante e inexistente— experimenta una especie de liberación infantil, la vieja sensación de que, como está enfermo, sus deberes y obligaciones quedan en suspenso.

Cuando entra en el
loft
, repara en… ¿qué? ¿Una presencia? Una leve perturbación en el aire…

Es Dizzy, dormido en el sofá. Otra vez está sin camisa, vestido solo con sus pantalones cortos y un amuleto de bronce colgado de una tira de cuero. Su rostro, relajado, posee una juventud que no es tan evidente cuando está preocupado y tiene abiertos sus ojos inquisitivos. Dormido, se parece mucho al bajorrelieve del sarcófago de un soldado medieval, incluso tiene las manos cruzadas sobre el pecho. Igual que los bajorrelieves medievales, posee algo que Peter no acierta sino a identificar con la juventud personificada, la de un joven héroe que en vida probablemente no fuese ni tan hermoso ni tan heroico y que murió malherido y ensangrentado en la batalla, pero al que después un artesano anónimo dotó de rasgos impecables antes de ponerlo a dormir bajo los ojos pintados de santos y mártires mientras generación tras generación, los vivos encendían velas por los muertos.

Peter se arrodilla al lado del sofá para contemplar más de cerca los rasgos de Dizzy. Solo después de hacerlo repara en que es un gesto raro, penitencial y reverente. ¿Cómo explicarlo si Dizzy se despierta? No obstante, su aliento es suave y regular: el sueño imperturbable de los jóvenes. Peter se queda allí un momento más. Ahora está claro. Dizzy es Rebecca reencarnada: la joven Rebecca, la joven de rostro limpio y luminoso que entró en el seminario de Peter en la Universidad de Columbia hace ahora tantos años y le pareció… familiar en cierto inexplicable sentido. No había sido amor a primera vista, sino reconocimiento a primera vista. No había reparado hasta ahora en lo mucho que se le parece Dizzy porque Rebecca ha cambiado… Peter ve cuánto. Ha perdido (como era de esperar) una prístina nascencia, esa cualidad de lo que todavía no está formado y que desaparece a mitad de la veintena en el mejor de los casos.

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