―Tekla ya está perdido para nuestra causa ―señaló Ukmadorian con frialdad―. Ha traído consigo la lealtad propia de muchos de los que alguna vez sirvieron a Orosius, y tanto él como otros semejantes han eliminado a decenas de inquisidores en todo el mundo, nos proveyeron de preciosa información sobre los planes del Dominio y sabotearon varias mantas. ¿Qué habéis conseguido vosotros desde vuestra fortuita huida en Lepidor?
¿Acaso Tekla tenía seguidores? Recordé a otros policías secretos de Orosius en el
Valdur,
pero no serían los únicos. La gran mayoría debía de haber sobrevivido. Además, ¿por qué servir a los heréticos? ¿Por qué demonios no habrían cedido su lealtad a Eshar, como hubiese sido normal? Si Ukmadorian nos estaba diciendo la verdad, entonces no había manera de que pudiesen ser agentes dobles, pues por lo que sabía de Eshar, él no era el tipo de persona que los admitía. Era un fanático y un soldado, y no aceptaría jamás colaborar con el asesino de tantos inquisidores, ni siquiera como parte de una trampa. Algo que Orosius sí hubiese considerado.
Después de todo lo que había sucedido no estaba de humor para ser tratado por nadie como si fuese un novicio. Tampoco Ravenna parecía dispuesta a tolerarlo.
―Tekla es tan incompetente como su amo ―afirmó ella, sin especificar si se refería a Orosius o a Ukmadorian―. ¿Por qué tenemos que utilizar sus armas?
―Hablas como si de algún modo estuvieses por encima de esas cosas. Carecemos de flota y de marinos. ¿Cómo esperas entonces que combatamos al Dominio?
―Pensé que vosotros pretendíais oponeros al Dominio sin combatirlo, que vuestra intención era mantener las cosas como siempre habían sido, enseñándole a cada generación sin exigir una retribución por el trabajo de vuestras inmaculadas mentes. No creí que empleaseis a matones y asesinos.
―¿Crees que esto es algo nuevo? ―La voz del rector se tiñó visiblemente de desdén―. Estamos en guerra, como supongo que sabrás, pero, como no tenemos la ventaja de tener naves y equipamientos, debemos emplear medios menos evidentes. ¿Qué inconveniente hay en el sigilo y la astucia?
―Ninguno, pero eso no es todo. ¿Dónde entran el asesinato y la tortura? Mi abuelo se las arregló sin ellos.
Ravenna no tendría que haber dicho eso, y no hubo quien no lo sintiese nada más que esas palabras salieron de su boca. Yo sabía que Orethura era muy importante para ella, pero Ukmadorian frisaba los sesenta años y, sin duda, lo había conocido en persona.
―Tu abuelo fue asesinado ―señaló él, y percibí una ligera vacilación de su voz, como si hubiese podido responder otra cosa pero se lo hubiese pensado mejor. ¿Quizá alguna respuesta que hubiera podido darle a Ravenna alguna ventaja en la discusión?―. Además, por muy desagradables que resulten ―continuó―, ningún líder puede librarse de esas herramientas. Tú habrías pasado momentos muy terribles como faraona si hubieses escogido renegar de hombres como Tekla.
―¿Y para qué hay que utilizarlos?, ¿para traicionar y capturar a personas y traerlas ante mí para torturarlas en persona? Después de todo, no creo que Tekla haya cumplido esas funciones para Orosius. El tenía su propia flota y sus marinos. Tekla y sus cohortes estaban allí para asesinar e infligir dolor, pero ninguno salvó al emperador de ser asesinado. ―Los ojos de Ravenna brillaron mientras se inclinaba hacia adelante y se enfrentaba al rector―. Tekla le falló al emperador ―concluyó―. Un emperador que tenía mucho más poder que el que tú jamás hayas podido soñar y que, sin embargo, fue asesinado en su propio buque insignia.
―Soy muy consciente de ello ―admitió Ukmadorian de mala gana―. Orosius puede haber sido poderoso, pero era un estúpido. En todo caso, exageras sus habilidades. Cometió el error de confiar en el Dominio. También tú hiciste lo mismo, Cathan. ¿Es algo propio de tu familia?
Su pulla me afectó, pero no provocó mi sumisión, como me había sucedido alguna otra vez. Al contrario, me recliné con apariencia relajada, aunque Ukmadorian debió de leerme el pensamiento.
―Yo no sacaría ahora a colación todo lo que es propio de mi familia, Ukmadorian ―dije, cuidando de no llamarlo por su título―. Al fin y al cabo, ellos han mantenido el trono durante cuatrocientos años. Incluso los más grandes generales haletitas han deseado alguna vez ser un Tar' Conantur.
―Eso no es algo de lo que haya que estar muy orgulloso ―lanzó Ukmadorian con dureza―. Corté mis vínculos con Haleth hace mucho tiempo. Ahora soy del Archipiélago, y los haletitas son mis enemigos tanto como los del Dominio.
―Entonces ¿quién es tu primera alianza, el Archipiélago o los Elementos? ―inquirí, forzándolo a ponerse a la defensiva.
―Planteas diferencias donde no las hay.
―Pues claro que sí ―objeté sin concesión―. No toda la gente del Archipiélago es herética, y viceversa. ¿Crees acaso que los thetianos que todavía adoran a Thetis seguirían a una faraona del Archipiélago si el Dominio fuese expulsado?
―Estamos hablando de libertad de cultos, Cathan.
―En absoluto. Tú lo has dejado muy claro; es una guerra entre el Dominio y quienes se le oponen. Una guerra combatida, como tú dices, valiéndose de todas las armas usuales: naves, hombres y espionaje. El equilibrio podrá ser desigual, pero así están las cosas. Es imposible ganar una guerra religiosa empleando sólo medios seculares. Es imposible ganarla con las armas que tienes actualmente, y ni siquiera Tekla puede cambiar eso.
―¿Tiene algún propósito todo este lío de palabras? ―protestó. Con lo que me confirmó que había tenido éxito al invertir el tema de la conversación. Ahora esperaba oír lo que yo tuviese que decir, y no lo contrario.
―Si estáis desarrollando una guerra por el territorio ―proseguí―, entonces debes recuperar el Archipiélago y darle a su gente lo que desea. Ellos quieren gozar de su propio gobierno bajo el mando de la faraona. Si tu combate, en cambio, se basa en la religión y la libertad de cultos, entonces has de destruir el poder del Dominio en sí. Tanto tú como todos los que os oponéis al Dominio debéis saber por qué estáis luchando, y contar con medios para vencer.
―Sabemos por qué estamos combatiendo ―interrumpió el rector―.Y tú sabes tan bien como yo los motivos por los que el Dominio debe ser derrotado.
―¿Para que el resto del mundo pueda conducirse con libertad?
―Sentimientos así de nobles ―empezó, pero lo interrumpí.
―No son sentimientos nobles. Si te libras de los venáticos por medio del asesinato y la revuelta, el Dominio lanzará la cruzada de la que ha estado hablando durante años. Al asesinar y destruir obtendrás la condena incluso de los líderes más moderados. Ese camino sólo conducirá al Archipiélago a su destrucción, a menos que encuentres en otro sitio las fuerzas y el apoyo para resistir. Por otra parte, siendo el Dominio tan poderoso como lo es hoy, quebrar su poder en todo el mundo es un sueño imposible. Sencillamente, no hay modo de conseguirlo. En todo caso, nunca empleando armas, asesinatos y torturas.
―¿Estás insinuando que no podemos vencer?
―No. Estoy diciendo que no puedes vencer sin nosotros. Existe una tercera vía, pero sea cual sea la dirección que escojas, necesitas a Ravenna y me necesitas a mí. Ella es descendiente del hombre a quien todos reverencian en el Archipiélago. Yo soy el único en toda Aquasilva que puede ser designado jerarca. De cualquiera de las dos maneras, le debes obediencia a uno de nosotros dos.
―¿Y la tercera vía? ―indagó Ukmadorian, mirándome a los ojos por primera vez y olvidando su desdén previo.
―El Dominio la conoce, la ha empleado, pero no la comprende. Nosotros sí. Cualquiera que controle las tormentas será capaz de vencer.
Pensé que lo había atrapado, pero no podía predecir la violencia de la reacción de Ukmadorian. Se puso de pie, clavándome la mirada con una ira helada que me recordaba a otros tiempos, la misma furia que había desplegado cuando lo había desafiado en la Ciudadela.
―¡Es una abominación! ¡Podrías traernos la destrucción a todos y hacer estallar el planeta buscando tu propia gloria! ¡Jugar por el poder con la vida de millones de personas! ¡Te condenas con tus propias palabras!
Se volvió hacia Sagantha, que parecía bastante perturbado.
―Detendré este terror antes de que se produzca ―le dijo Ukmadorian―. Ya has oído lo que dice y puedes ver que ella está de acuerdo con él.
―No hace más que confirmar nuestras informaciones ―asintió Sagantha.
―Esto no debe ir más lejos. No se puede permitir que difundan ideas sediciosas semejantes. Mantenlos aislados de la tripulación.
Ahora tengo en mi poder todas las pruebas necesarias para plantear la cuestión ante el resto del consejo.
Nos volvió la espalda.
―Prefiero ver antes un gobierno del Dominio que permitiros desplegar vuestra maldad por el mundo.
Selerian Alastre, Ad 9 Kal
Jurinia 2779
De Hamílcar Barca a Oirán Canadrath,
Saludos,
Pese a su brillantez, mi estancia en esta ciudad no ha resultado sencilla. No podría describir Selerian Alastre adecuadamente en el papel y dudo de ser capaz de redactar algo digno de su marco y grandeza. No me sorprende que, con semejante capital, se consideren a sí mismos una raza superior.
Existen más parecidos con Taneth de los que uno podría creer (los enormes astilleros, los palacios de los clanes, la actividad comercial), pero sufre el gobierno militar que le ha impuesto Reglath Eshar. Ésta no es una ciudad que merezca ese trato, y
sus habitantes nunca han llegado a aprobar la presencia de tropas en las calles.
Por supuesto que puedo entender por qué Eshar las situó aquí. Las maquinaciones de las facciones dentro de los clanes no parecen haber menguado pese al absoluto partidismo de la Asamblea. De hecho, se me ha dicho que las intrigas son ahora más numerosas que antes, si es que eso es posible. En dos semanas se han acercado a mí representantes de todas las facciones, al menos tres veces cada una, e incluso recibí sugerencias individuales de los clanes, buscando mi respaldo en su pujas internas de poder. Te sentirías aquí como en casa,y de ningún modo recomendaría este lugar para una cura de reposo.
Por cierto que he permanecido alejado de todos los asuntos internos, pero he establecido contados con las jerarquías de los clanes (aunque no a nivel de la marina, que parece totalmente leal al bribón que tiene por emperador). Los lazos con los clanes serán útiles en el futuro, y he descubierto que varios de los clanes más pequeños de cada facción poseen un espíritu empresarial mucho más audaz de lo que hubiésemos esperado de los thetianos. Al parecer, el emperador está estrechando deliberadamente el control de los grandes clanes sobre sus posesiones más revueltas. Eso sugiere que ayudar un poco a algún clan dependiente en los sitios que convengan podría causarle a nuestro enemigo común grandes problemas a un costo muy reducido.
Estoy siendo demasiado indiscreto, pero tengo una gran confianza en la habilidad de mi correo para entregar esta carta.
También he tenido éxito haciendo amigos entre los integrantes del Instituto Oceanográfico. En esta ciudad no se los considera parias como en el resto del Archipiélago. Los thetianos veneran el mar, sea lo que sea que predique el Dominio (y los venáticos han sido incapaces de convencer a Thetia de que los oceanógrafos son heréticos y peligrosos). Lo que quiero decir es que los altos oficiales del Instituto tienen muy poca idea de lo mala que es la situación en el Archipiélago y, por lo tanto, serán reticentes a brindar apoyo.
Mis negociaciones no han ido tan bien. El emperador está determinado a mantenernos fuera de Thetia y su odio por Taneth no se ha atenuado. Sus oficiales no son más amables que él, y, al parecer, el emperador ambiciona desarrollar su propia marina mercante estatal, lo que podría resultar terrible para Taneth. Por cierto que los clanes se oponen violentamente a semejante plan, y por lo que parece esa amenaza existencial ha superado la incredulidad característica de los tanethanos.
No dudes que enviaré un detallado informe al Consejo de los Diez, detallando todos los resultados, pero en un futuro cercano no tendremos posibilidades de participar en el comercio thetiano. Sospecho que si el emperador fuese capaz de extender su poder al Archipiélago, encontraríamos allí idénticas dificultades. Tiene puestos los ojos en devolver al imperio su
antigua gloria, y el Archipiélago será, como es evidente, su primer objetivo.
De alguna manera, supongo que tendré más éxito negociando con mis rutas previas y explotando algunas de las concesiones que he sido capaz de obtener en varías islas. Se rumorea que existe un importante yacimiento de lapislázuli en las montañas de Ilthys, que podrían traernos grandes beneficios. No tengo idea de quién posee los derechos o si éstos han sido cedidos, pero me detendré en Ilthys de camino a Qalathar para averiguarlo.
Confío en que todos tus asuntos vayan bien y espero tener pronto noticias tuyas.
HALMÍLCAR
LAS ARENAS DE LA HISTORIA
No me podía creer la reacción de Ukmadorian. ¿Sería nuestro antiguo maestro el único que pensaba de ese modo? ¿O acaso los «auténticos» herejes, el Consejo de los Elementos que había controlado el poder de Carausius durante dos décadas, compartía sus puntos de vista?
Sagantha hizo que nos encerrasen en un camarote. Eché una mirada a las paredes que nos rodeaban, preguntándome si había algún modo de que Sagantha o Ukmadorian pudiesen oírnos, y concluí que seguramente no. Ukmadorian era mago de la Sombra y, antes que espiar por agujeros en las paredes, emplearía a magos del Aire que captasen nuestra voz. ¿Y por qué se habría molestado nadie en hacer agujeros en la pared de un comedor de cadetes? De cualquier modo, debía correr el riesgo, ya que me urgía hablar sobre últimos acontecimientos con Ravenna.
―Es el consejo lo que me preocupa ―admití―. Piénsalo. Las ciudadelas tienen sus propios buques, sus marineros, un nivel de organización capaz de reclutar a todos los discípulos de cada ciudadela año tras año con absoluta impunidad.
―¿Y qué? ―inquirió Ravenna―. No es ninguna novedad. ¿Qué tiene que ver con el enfado de Ukmadorian?
―Nunca se me había ocurrido preguntarme de dónde sacaban sus fuerzas. ¿Y el dinero? El Archipiélago de Orethura estaba la mitad del tiempo en bancarrota y la mayor parte de su tesoro fue confiscado por los cruzados. ¿Por qué era tan pobre? ¿No obtenía acaso la ayuda del consejo?