Criopolis (21 page)

Read Criopolis Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Criopolis
13.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

Vorlynkin pareció sorprenderse por esta noticia. Pero cuando la ansiosa mirada de Mina se volvió hacia él, le devolvió un atisbo de sonrisa, la primera que Jin veía iluminar su rostro. Chicas, bah. Nadie le sonreía así a Jin cuando estaba asustado… Todo lo que solía recibir era una especie de consejo brusco y sin ningún tipo de compasión para que siguiera adelante.

—Lo cual me recuerda, Vorlynkin —continuó Miles-san por encima del hombro con un tono más cortante—, ¿cuáles son los límites de la protección política y legal que puede ofrecer este consulado, una vez que se sepa que la señora Sato ha… ejem… escapado de su custodia? Esto no es una embajada a plena escala…

—Por nuestro presupuesto, somos una sucursal de la embajada de Komarr —dijo Vorlynkin, reacio—. Pero legalmente somos más que un consulado, porque somos la única instalación diplomática a tiempo completo que Barrayar mantiene aquí. Sería… sería una discusión ambigua.

—Y los argumentos ambiguos y legales consumen mucho tiempo, ah. Eso podría venirnos bien. —Miles-san se levantó para ponerse de nuevo a caminar.

Mina se hundió en su silla giratoria, su expresión a medio camino entre la esperanza y la confusión. Jin advirtió que sujetaba los brazos de su propia silla con tanta fuerza que tenía las uñas blancas, y lentamente liberó su presa. Las palabras de Mina no paraban de darle vueltas y más vueltas en la cabeza. «¿Podría traer de vuelta a mi mamá? ¿De verdad? ¿De verdad? ¿De verdad…?»

¿Quién se creía que era este galáctico de tamaño mínimo? Cuando dijo que era delegado de la crioconferencia, pero no parecía médico, y los demás lo llamaban auditor, Jin había asumido vagamente que su trabajo tenía algo que ver con los seguros. O tal vez, y menos aburrido, con los fraudes de seguros. Parecía saber mucho sobre seguros, desde luego.

—Lo primero es lo primero. Johannes, ¿qué vehículo tiene el consulado?

Johannes se irguió, como si fuera un espectador de una obra de teatro a quien de pronto se dirige uno de los personajes.

—Uh… el vehículo de tierra oficial, naturalmente. Tenemos una aero-furgoneta. Y yo una moto voladora.

—Aero-furgoneta, perfecto. Mañana, entonces, llevará a Jin y a Raven a recoger las criaturas de Jin, y las traerá aquí al consulado, para que se quite ese asunto de la mente y de mi conciencia.

Jin alzó la cabeza, entre emocionado y asombrado. ¿Es que estos barrayareses no tenían intención de dejarlo marchar…? Por otro lado, mientras recuperara a sus animales, y no tuviera que volver con la tía Lorna y al colegio, ¿importaba dónde se alojara?

—Mi consulado no está exactamente preparado para albergar una reserva de animales —dijo Vorlynkin.

—¡No, aquí estarán bien! —le aseguró Jin, lleno de pánico ante la idea de verse separado de nuevo de sus mascotas—. Hay mucho espacio. Y su jardín trasero está todo amurallado. No le molestarán nada.

—¿Qué clase de…? No, no importa. Continúe, lord Vorkosigan.

—Al mismo tiempo, yo llevaré a Raven a que conozcan a Suze y compañía e inspeccione las instalaciones. Tal vez podríamos ahorrarnos tener que convertir la lavandería del consulado en unas instalaciones de criorresurrección —no parecía que esta renovación propuesta le hiciera dudar mucho—, si, como la instalación que vimos hoy, ya hay una. Y si sigue en buena forma, y no ha sido despojada.

—Si quiere pedirle favores a Suze-san —dijo Jin, dubitativo—, más vale que la pille temprano. Cuando todavía está sobria.

—¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó el cónsul Vorlynkin, fascinado. Parecía un hombre que estuviera contemplando un choque de vehículos de tierra. A cámara lenta. Estaba embobado.

—Conseguir a la señora Sato.

—¿Cómo?

—Primero tengo que investigar un poco más, para diseñar el plan óptimo. Según los archivos públicos, se encuentra en las instalaciones de NeoEgipto en la Criopolis de Northbridge, lo cual es bastante conveniente. —Los labios de Miles-san se dividieron en una peculiar sonrisa—. Podría ser como en los viejos tiempos.

El soldado Roic se irguió, alarmado. Intervino, con cierta urgencia.

—¿Qué hay de esos contratos modificados de los que hablaba Ron Wing? Tal vez podría usted hallar un modo de no sé… comprarla. Todo pacífico y legal. —Un momento después, añadió—: O ilegal pero pacífico, al menos.

Miles-san se detuvo de nuevo, como alucinado por este concepto.

—Una idea taimada, Roic. Pero ella no es una criopatrona cualquiera. Sospecho que cualquier interés en ella probablemente hará saltar las alarmas. —Se puso de nuevo en movimiento—. Pero no olvides esa idea. Podría ser útil más tarde, cuando haya que resolver las cosas con carácter retroactivo.

Roic suspiró.

—Lo ideal —continuó Miles-san— sería disponer las cosas para que no la echen en falta.

—Las criocámaras comerciales son supervisadas continuamente —intervino Raven-sensei—. Haría falta algún modo de alterar los indicadores. —Vaciló—. O hacerlo a lo barato y cambiarla por cualquier otro criocadáver. De esa forma, todos los indicadores seguirían funcionando bien. No notarían la diferencia a menos que sacaran el cadáver y lo desamortajaran.

Miles-san ladeó la cabeza, como Gyre el halcón ante un trozo de carne ofrecida.

—El viejo juego de las conchas, ¿eh? Eso… podría ser factible. Me pregunto si Suze podría darnos un repuesto. Sabe Dios que los criocadáveres no son algo que escasee por aquí.

Vorlynkin se atragantó.

—¿Tiene usted idea de cuántos delitos diferentes acaba de proponer?

—No, pero no vendría mal hacer una lista, por si le hace falta a su abogado. Eso podría acelerar las cosas.

—¡Creía que la tarea de un Auditor Imperial era hacer cumplir la ley!

Miles-san alzó las cejas.

—No, ¿de dónde ha sacado esa idea? La tarea de un Auditor Imperial es resolverle los problemas a Gregor. Esos untuosos hijos de puta de las criocorporaciones acaban de intentar robarle un tercio de su Imperio. Eso sí es un problema. —A pesar de sus labios sonrientes, los ojos de Miles-san chispeaban, y Jin advirtió que por debajo estaba realmente enfadado por algo—. Sigo dándole vueltas a la solución.

Jin se preguntó quién sería Gregor. ¿El jefe de la compañía de seguros de Miles-san?

Miles había acercado cada vez más su silla a la de Jin. Éste dejó escapar un bostezo audible, que hizo que tanto Miles san como Vorlynkin volvieran la cabeza. Miles-san se giró y la señaló, se detuvo, e indicó en cambio hacia Jin, quien le dio a su hermana una torpe palmadita en el hombro que sólo hizo que sus ojos lagrimearan de verdad.

—Lord Vorkosigan, por el amor de Dios, ya basta por esta noche —dijo el cónsul Vorlynkin—. Estos niños tienen que estar agotados. Los dos.

Jin deseó que no hubiera añadido eso último. Los ojos le picotearon contagiados por la actitud de Mina. Ahora que se la ofrecían, Jin no estaba seguro de querer ser objeto de compasión, ya que erosionaba su resolución aún más que una observación molesta.

—Ciertamente —dijo Miles-san de inmediato—. Les sentará bien un baño, creo, y podremos darles a ambos la habitación de Roic. Puede dormir conmigo. Espero que unas camisetas limpias les sirvan de pijama. ¿Cepillos de dientes?

Jin descubrió que ver discutir a Miles-san y Vorlynkin no era tan aterrador como los dos unidos en súbito acuerdo. El común asunto de irse a la cama a descansar acabó con las lágrimas. Jin esperaba que el consulado le resultara más extraño a Mina que a él. Había dormido en parques, después de todo, y en todo tipo de huecos con el grupo de Suze-san. Vorlynkin incluso les dio un bonito cepillo de dientes sónico, aunque Jin y Mina tuvieron que compartirlo, después de esterilizarlo entre uno y otro.

Por fin estuvieron entre sábanas limpias en una habitación cálida y silenciosa. Jin esperó a que la puerta se cerrara con suavidad y que los pasos de los adultos se perdieran escaleras abajo antes de levantarse y encender la lámpara de la mesilla de noche. Mina se destapó y lo ayudó a sacar de su mochila la caja de la Señora Murasaki para observar con atención cómo Jin abría la tapa para que su mascota pudiera tomar una bocanada de aire fresco, y lo ayudó a meter una de las polillas beige que habían cogido antes mientras los dedos de Jin impedían que la prisionera escapara. Jin depositó la caja de plástico en la mesita entre las dos camas.

—¿Va a comérsela? —preguntó Mina, mirando a través de la tapa.

—No estoy seguro. Puede que sólo coma presas vivas.

Mina frunció el ceño, pensativa.

—Tienen un jardín enorme ahí atrás. Apuesto a que podremos coger más bichos mañana.

Una idea tranquilizadora. Jin se acostó y se tapó con las mantas, y Mina extendió la mano para apagar de nuevo la lámpara antes de que ninguna luz traicionera asomara por debajo de la puerta del dormitorio. Un rato después, Mina susurró en la oscuridad:

—¿Crees de verdad que tu galáctico podrá devolvernos a mamá? Nadie lo ha conseguido nunca.

¿Lo había intentado alguien siquiera? Jin no lo sabía. Miles-san, todo atildado y alerta y concentrado y nunca quieto, estaba resultando ser un conocido muy alarmante. Jin no estaba seguro, pero le parecía que le gustaba más el sucio drogata perdido. Jin tenía la desconcertante sensación de que había puesto en marcha una fuerza que ahora no podía detener, algo que no mejoraba porque no sabía si quería que fuera así o no.

—No sé, Mina —dijo por fin—. Cállate y duerme.

Se dio la vuelta y se escondió de todo entre las mantas.

Roic siguió al cónsul Vorlynkin a la habitación hermética, donde milord estaba ya enfrascado en la comuconsola, con Johannes a su lado y Raven asomado detrás y murmurando. Todos parecían estar examinando los planos de las instalaciones de NeoEgipto, sacados de Dios sabía dónde. Roic se sentía aliviado de que milord se hubiera decidido finalmente por implicar a Johannes, aunque sólo fuera por necesidad. ¡Refuerzos por fin! Sin experiencia, pero no sin entrenamiento, y a juzgar por sus ojos muy abiertos parecía como si estuviera recibiendo un curso acelerado de operaciones encubiertas que habría hecho sentirse orgullosos a sus instructores de Seglmp.

Milord se volvió en su silla para mirar a los recién llegados.

—Ah, Vorlynkin, bien. Su empleado, Matson… volverá a trabajar por la mañana, ¿verdad?

—¿Sí?

—No creo que podamos mantener a esos chicos callados el tiempo suficiente en una casa tan pequeña. Habrá que decirle que son testigos protegidos, que corren peligro. Eso debería bastar para tranquilizarlo.

—¿Es verdad? —dijo Vorlynkin.

—¿Cómo se convirtió en diplomático alguien tan reacio a decir la verdad? Por cierto, no puedo creer, con toda su formación, que dejara de admirar las ampollas de la señorita Sato. ¿No conoce la convicción femenina universal de que los incidentes médicos te vuelven interesante? A juzgar por mi hija Helen, empieza antes de lo que habría creído posible.

—Lo del peligro —dijo Vorlynkin, ganándose la admiración de Roic por negarse a dejarse atrapar por la verborrea de milord. Por el brillo de sus ojos, milord estaba ahora mismo tan sobreestimulado como sus propios hijos después de una de sus historias para irse a la cama—. ¿Es real? Porque de lo contrario es una temeridad mantener a esos chicos lejos de sus tutores.

Milord se puso serio.

—Tal vez. Esto es una investigación, lo que significa que no todas las pistas dan resultados. O de lo contrario no haría falta investigar. Pero no creo que se llevaran a Lisa Sato de esa forma tan brutal y efectiva por ningún motivo trivial. Eso implica que despertarla podría aumentar su riesgo… —Se dio un golpecito en los labios con un dedo, reflexionando—. Sospecho que Jin se equivoca al juzgar a sus tíos. Puede que no sólo carezcan de los recursos necesarios para luchar por su pariente. Puede que hayan sido seriamente intimidados.

—Hummm… —dijo Vorlynkin.

Roic estaba convencido de que, en cuanto esa pobre mujer congelada se había cruzado en la órbita de milord, la cadena de acontecimientos se había vuelto inevitable. Peor que colgar una cuerda delante de un gato. Probablemente no debería explicarle esto a Vorlynkin: un hombre de armas se suponía que debía ser leal de pensamiento, palabra y obra. Pero no ciego…

—Pero si Jin y Mina fueran sus hijos, ¿querrían que alguien de otro mundo prácticamente los secuestrara para sus propios fines? —insistió Vorlynkin—. ¿No importa lo buenas que sean las intenciones?

—En mi defensa, he de recalcar que vinieron aquí por su cuenta, pero… si yo estuviera muerto, mi viuda congelada, mis hijos en manos de gente poco dispuesta o incapaz de ayudarlos… dudo que me importara de dónde procediera el hombre que pudiera reunirlos con Ekaterin. Esparciría sobre él todas mis bendiciones póstumas.

Milord se dio media vuelta y tamborileó con los dedos sobre la mesa de la comuconsola.

—¡Pobre Jin! Me hace pensar en mi difunta abuela.

—¿Difunta abuela? —dijo Raven, apoyándose en la mesa—. No sabía que tuviera ninguna.

—La mayoría de la gente tiene dos… Usted no, claro. Mi abuela betana está viva y bien, y sigue siendo terca como una mula. Si la conociera alguna vez, comprendería muchas más cosas sobre mi madre. No, es una historia de Barrayar, el destino de la princesa y condesa Olivia Vorbarra Vorkosigan.

—Entonces me atrevo a decir que será deliciosamente sangriento. —El gesto con la mano de Raven invitó a milord a continuar, aunque no es que necesitara ningún estímulo. También Johannes escuchaba, aparentemente fascinado.

—Bastante. Si hubiera aprendido historia barrayaresa, aunque no es de esperar, sabría que érase una vez (las mejores historias empiezan así, ya sabe), érase una vez, los escuadrones de la muerte del emperador loco Yuri intentaron eliminar a casi toda mi familia, causando la guerra civil que acabó con el desmembramiento de Yuri. Había tanta gente que quería un pedazo que tuvieron que repartirlo. El escuadrón de la muerte fusiló a mi abuela delante de mi padre. Tenía once años entonces, y por eso Jin me lo recuerda.

»Pero, a pesar de todos los horrores de aquel día, y de la guerra que siguió, nadie, no estoy seguro de cómo expresarlo, nadie le negó a mi padre su experiencia. A Jin le arrebataron a su madre de la misma manera brusca e injusta, pero no le han permitido sentir pena. Ningún funeral, ni duelo, ni protesta siquiera. Ninguna venganza… Desde luego no la satisfacción que podría proporcionar saber que sus enemigos la siguieron a la muerte. Para Jin y Mina, sólo hay… silencio. Un silencio helado.

Other books

Riding the Storm by Sydney Croft
Dude Ranch by Bonnie Bryant
A Wedding for Julia by Vannetta Chapman
Their Newborn Gift by Nikki Logan
Kathy Little Bird by Benedict Freedman, Nancy Freedman
The Bloodletter's Daughter by Linda Lafferty
Undone by Rachel Caine
Redrum by Boston George