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Authors: Arturo Pérez-Reverte

Tags: #Comunicación, Periodismo

Con ánimo de ofender (40 page)

BOOK: Con ánimo de ofender
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Francotiradores culturales

Les hablaba la semana pasada de las iniciativas culturales privadas, o casi, que algunos francotiradores libran todavía en este país condenado al analfabetismo y a la desmemoria. A nadie medianamente lúcido se le escapa que, con nuestra infame clase política como garante de la cosa, esa guerra está más perdida que la batalla de Ayacucho. Es evidente que también esta vez ganan los malos, con la complicidad de los mierdecillas y los pazguatos. Pero es justo reconocer que eso les confiere grandeza a los combates finales; a las iniciativas de quienes no se resignan y forman el último cuadro, o con una cantimplora y un rifle suben a un tejado o se echan al monte, o en el mismo paredón escupen a los del piquete, gritándoles «viva el perder» en la puta cara.

Cada noche, cuando tiro a la basura kilos de papel inútil, no puedo menos que pensar en la cantidad de viruta pública que se malgasta editando estupideces que no interesan a nadie: folletos, papel de alta calidad bellamente impreso, antologías chorras, revistas subvencionadas, libros, catálogos, grabados, ediciones sobre los temas más idiotas con alardes tipográficos que cuestan un huevo de la cara, invitaciones para recitales y exposiciones absurdas, pagado todo eso con fondos públicos, y de fundaciones, y cosas así. Algo formidable, claro, si tuviera que ver con la palabra cultura. Me refiero a la cultura de verdad: la que mira hacia adelante apoyándose en lo de atrás, eslabón de una cadena magistral hecha de siglos, que transmite y genera, afinando el intelecto. De cualquier modo, en un país donde es posible oír a un político o a un tertuliano de radio hablar de la cultura de la negociación, o la cultura de la violencia, ya me dirán ustedes qué puede esperar uno de esa palabra.

Y claro. Con esa perspectiva, lo que el Gobierno central, y los autonómicos, y los bancos y los ayuntamientos y las fundaciones entienden por lo general como cultura, es el hip-hop en la plaza Mayor de Madrid, los grafitis de las tapias de la Renfe en Albacete, el trabajo de fin de curso del sobrino del alcalde de Villasopla de Abajo, un concierto de Miguel Bosé con José Bono tocando la pandereta, una edición crítica lujosamente ilustrada de El virgo de Visenteta, un ciclo de apasionantes conferencias sobre los 587 escritores murcianos hoy en activo, la Historia verdadera de los reyes de Cataluña (i Aragó) de toda la vida, un libro de sonetos a la Macarena, o cualquiera de esos siete mil chollos anhelados por todo mediocre cultureta-botijero de capital y provincias, como son algunos infames cursos de los llamados de verano, ciertas escuelas de artes y letras, o plomazos como la revista presuntamente literaria que edita un tal Álvaro Delgado-Gal con pasta de la Fundación Cajamadrid. Inventos que, por lo general y salvo muy honrosas excepciones, son utilísimos para trincar subvenciones por el morro, mamársela a los amiguetes y ajustar cuentas con los enemigos quemando pólvora del rey. Que sale gratis.

Por eso tiene tanto valor la gente que se bate sola, o con cuatro cañas. Y por eso aprecio tanto, cuando me llegan o me las tropiezo por ahí, las otras hazañas, humildes a veces, de quienes de verdad se lo curran a cuerpo limpio, casi por libre, defendiendo un patrimonio local amenazado, una memoria, un sueño. Francotiradores como el buen Antonio Enrique, en su Guadix, el hombre de la armónica montaña. Luis Delgado, que en el museo de Marina de Cartagena sigue librando combates a tocapenoles contra la ignorancia y el olvido. El Ayuntamiento de la Albuera, que cada año recuerda su histórico campo de batalla. Javier González y quienes hacen posible la excelente revista literaria andaluza El Mercurio. Los que aún pelean en el asedio de Salses, esta vez para salvar el mural del Molino de los Frailes. El profesor Miguel Esteban y los chicos del instituto Emperador Carlos de Medina del Campo, con su magnífica revista El Zampique. Rafael Lema, que persigue libros, corsarios y naufragios en la Costa de la Muerte. Jose Antonio Tojo, a quien no conozco, de cuyo documentadísimo Lobos acosados -los submarinos alemanes hundidos frente a Galicia en la Segunda Guerra Mundial- no he visto una maldita reseña en casi ninguna parte, como tampoco la he visto de Julio Albi y su De Pavía a Rocroi, rigurosa historia de la infantería española en los siglos XVI y XVII. Hablo de ellos y de tantos otros cuyos nombres no caben aquí, amigos conocidos o desconocidos que siguen batiéndose por la única patria que merece la pena. Paladines de causas perdidas, que en ocasiones logran izar su bandera en lo alto del monte Suribachi. Y cuando los veo allí, exhaustos, a veces malheridos, no puedo menos que calentarme al calor de ese combate desesperado por la dignidad y la memoria. Recordando, como recordaba Iñigo Balboa ante los muros de Breda, que la honra de un país o una nación no es sino la suma de las menudas honras de cada cual.

El Semanal, 17 Junio 2001

Esa guerra crué

Vaya panorama bélico y castrense tenemos a la vista. Primero lo de los vigilantes jurados para cuarteles, que por lo visto llaman a eso experiencia piloto. Luego lo del armamento en alquiler. Después, un general dice que, tal y como se han puesto las cosas, el día de las Fuerzas Armadas deberían desfilar majorettes. En ésas, un centinela abandona la guardia de noche en no sé qué cuartel y se va a dormir por la cara, y algunos ponen el grito en el cielo porque le caen seis meses de trullo. Tendría sueño el chaval, dicen. Y ahora, para rematar, leo en los periódicos que el modelo de ejército español que se perfila en el horizonte es el de la legión Extranjera. Como la experiencia-piloto de Millán Astray, Valenzuela y Franco, pero ahora a base de reclutas hembras que igual se llaman Vanessa, y con emigrantes -a ser posible de mayoría hispanoamericana, se matiza-. Porque si la soldada o estipendio, o sea, la mierda de paga que cobra un mílite, no le da a un español ni para unas cañas, nuestros maquiavelos de la milicia han llegado a la conclusión de que con la nómina de uno de Cáceres se apañan de cojones tres bolivianos, un ecuatoguineano y un moro; y eso siempre es más humanitario que recoger fresas o que te quemen la chabola en El Ejido.

Pero todo tiene su arte. Y no crean ustedes que a esos futuros novios de la muerte los van a reclutar al buen tuntún. Nada de eso. Por el contrario, según un portavoz del Ministerio de Defensa, «estamos estudiando fórmulas para que no se debilite el vínculo patriótico». Y es que eso es importante, claro, y más en los tiempos que corren. Sin duda serán fórmulas eficacísimas, modernas, basadas en estudios psicológicos de honda finura y amplio espectro, como los de la LOGSE. Ahora que hemos descubierto, gracias a la panda de sinvergüenzas que nos rigen y corrigen, que España es una mentira absurdamente mantenida durante 3.000 años, y cada perro se lame su cipote, con esas jóvenes generaciones liberadas por fin de tanta memoria colectiva inútil y del lastre de saber de dónde vienes -qué carajo importa eso cuando no sabes a dónde vas-, es importante, en efecto, que al menos los reclutas extranjeros de nuestras futuras Fuerzas Armadas tengan el vínculo patriótico lo más sólido posible. Supongo que en ese ultramoderno Ejército español del futuro habrá por lo menos escopetas; aunque igual tampoco, porque las armas, ya se sabe, son políticamente incorrectas, y qué dirían las oenegés. Pero en cualquier caso, con escopetas o sin ellas, no estaría de más que esos caballeros legionarios extranjeros, futuros cabos, y tal vez sargentos -de tenientes para arriba nos apañaremos de momento con lo de aquí, porque jefes sobran al menos quince por cada indio-, tengan claro el concepto de patria, de nación y de todas esas cosas, y dominen las entretelas intelectuales de España, lo español y sus esencias. Esencias varias, coherentes en nuestra pintoresca pluralidad multiplural de maricón el último en irse, y ése que apague la luz. A lo mejor cuesta un poquito explicárselo a nuestros flamantes reclutas, pero hay que intentarlo cueste lo que cueste. Porque ojo. Ahí es fundamental que los bolivianos, el ecuatoguineano y el moro, por lo menos, lo tengan claro. No vaya a ser que la caguemos.

Y es que ya me estoy imaginando esa guerra crué, con el enemigo atacando por todas partes. Esas hordas eslavas desembarcando en la cabeza de playa de Estepona, esos rifeños bajando por el Gurugú, esos portugueses reconquistando Olivenza, y Javier Solana en el telediario, como siempre, declarando en plural mayestático que la situación es compleja y que todo se andará. Y mientras, aquí, la mitad de la gente de puente en la playa, y la otra mitad viendo Gran Hermano. Y en esas, el enemigo malevo invadiendo los cuarteles y posiciones estratégicas y violando a las majorettes de Galapagar que vigilan los tanques de la Brunete tanques inmovilizados por falta de combustible y de pago a la empresa que se los alquila al Ejército-, porque los vigilantes jurados de Securitas Soldadito Pepe S. A. están en huelga laboral y encogen los hombros y dicen, ah, se siente. Y en la línea de fuego, en el regimiento Honderos Baleares Nº 5, defendiendo su vínculo patriótico hasta la última gota de sangre mientras cantan banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, la sargenta Vanessa -caballero legionaria, con tatuajes hasta en las tetas-, la cabra del Tercio y los tres bolivianos, el ecuatoguineano y el moro luchando como leones de la Metro. Cúbreme, Mohamed. Ay. Vivaspaña. Y digo yo si no sería mejor abolir el ejército de una puta vez, y dejar que nos defiendan o nos invadan, ya da igual, esos gringos que tan bien se llevan con el Pepé después de haberse llevado igual de bien con el Pesoe que nos metió en la OTAN. Por lo menos dejaríamos de hacer el payaso.

El Semanal, 24 Junio 2001

Mecánica y Termología

Entra al bar de Lola, se acoda a mi lado en la barra y pide una caña. Mecánica y Termología, dice al segundo sorbo, con espuma en la nariz. Me ha quedado para septiembre, maldita sea. Y sin embargo –añade-, hoy acabo de encontrarme algo en el libro de texto que me ha puesto esta sonrisa en la cara, y aún me dura. Un libro de Física. Problema: Los soldados españoles llamaban «pacos» a los moros porque el sonido de sus fusiles recordaba dicha palabra. ¿A qué se debía esto? Respuesta: El soldado español (blanco del disparo) oía primero un sonido fuerte y seco (¡pa!), que era la onda de Match, y después un ¡coo! más bajo y prolongado ocasionado por la onda expansiva del disparo. Su propio fusil les sonaba de modo distinto, porque todo tirador se halla fuera de la región en que se propaga la onda de Match y no oye más que el estampido del disparo, ya que dicha onda se propaga paralelamente a sí misma, alejándose de la trayectoria de la bala, y, por tanto, del tirador.

Lola se acoda al otro lado del mostrador, interesada. ¿Y adónde lleva todo eso, chaval?, pregunta. Lleva, dice mi amigo, a que es reconfortante encontrar que hay gente capaz de poner un ejemplo así en un libro de Física. De decirte, ojo, tío, que estamos hablando de cosas que se vinculan no a un laboratorio, sino a la vida. Cosas razonadas durante siglos por gente que se sentaba a mirar, a extraer conclusiones de su entorno, en vez de congelar ese entorno en una probeta. También tiene que ver con que ahora la Educación es cada vez más específica y se nos orienta a ser técnicos en una sola materia. Se nos enseña la manera más barata y eficaz de apretar tuercas, sin preocuparnos de si esa tuerca pertenecerá a una lavadora o a un misil tierra-aire; y por supuesto, a nadie le importa quién inventó la puta tuerca. El sistema, o sea, esos imbéciles que nos imponen los planes de estudio, hace que pasemos cuatrimestre a cuatrimestre sobre asignaturas de muchos créditos, que nos convertirán en científicos especializados, pero sin darnos una perspectiva de lo que es el mundo de ahí afuera… ¿Me siguen?.

—O sea —apunta Lola—, que te enseñan a follar pero no a enamorarte.

Le pido a Lola que no se meta, o que no se meta tanto. Sin embargo, a mi amigo le debe de haber gustado el ejemplo, porque dedica a la dueña del bar una sonrisa ancha, reconocida. O igual lo que de verdad le gusta es Lola, con sus treinta largos y su escote moreno, y sus ojos un poquito cansados a estas horas de la vida. Algo así, confirma. No nos enseñan a pensar. Ni siquiera nos dejan tiempo, ni verano, ni invierno, ni resquicios para mirar más allá de los textos, ni para reflexionar sobre lo que aprendemos. ¿A quién le importa que un moro se llame Paco?… Cuando entras en la facultad caes en la trampa; un remolino que te arrastra hasta que acabas la carrera hecho un robot, si es que antes no lo mandas todo a tomar por saco o te pegas un tiro.

—Qué mal rollo, ¿no? —tercia Lola.

Malísimo, confirma mi amigo. Y sólo si tienes voluntad y cojones, si arrancas ratos perdidos, si te preocupas de lo que te rodea, y lees, y viajas si puedes, y miras, acabarás sabiendo algo de lo que es el mundo. Pero ésa es una opción personal que no está al alcance de todos: se lleva mucho del poco tiempo que te dejan, y a veces se paga caro. Por eso no todos están dispuestos a intentarlo. Y te encuentras con gente estupenda quedándose en la cuneta, sin haber leído nunca un libro de Historia o una novela o un ensayo que nos digan de dónde venimos y hacia dónde vamos. Que nos recuerden, con los ejemplos terribles que el hombre ha fabricado durante siglos, lo peligroso que es el progreso en manos de almas vacías de humanidad, de malvados y de irresponsables. Y al final seremos científicos especializados sin valores ni memoria, brillantes, vanidosos, avaros e incultos. Y clonaremos vacas y personas y hasta nuestra propia alma, que no valdrá una mierda.

—¿Saben quién es Ian Malcolm?

Le decimos que no, que no tenemos ni idea. Un cantante inglés, aventura Lola. Y mi amigo sonríe con juvenil suficiencia, y nos cuenta que Ian Malcolm es un personaje de Parque jurásico, y que allí dice: «Ustedes sólo se preocuparon de si podían hacerlo, no de si debían»… Por eso es raro y gratificante, añade, encontrarse de pronto un ejemplo perdido en un libro de Física, como el del soldado y el Paco, tomado de una guerra de la que nadie se acuerda. Algo que se refiere a la conjunción de la historia y la ciencia, y que nos confirma que los teoremas, las leyes, las derivadas parciales y las integrales, forman parte de la vida real. Y que sin esas referencias, los seres humanos sólo serán ecuaciones y tuercas sin alma. Ese chaval se come demasiado el tarro —dice Lola cuando mi amigo termina su cerveza y se larga—. No creo que te dé para un artículo… Pero reconozco que lo del soldado y el moro tiene su puntito.

El Semanal, 01 Julio 2001

Haz algo, Marías
BOOK: Con ánimo de ofender
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