Cómo no escribir una novela (26 page)

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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

BOOK: Cómo no escribir una novela
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Yo es que soy muy sensible

Cuando lo más importante es lo que percibe un personaje

Cuando entré en la habitación vi la luz que se filtraba a través de las cortinas y olí el dulce aroma de los ambientadores de los árboles del jardín. Pude sentir la tibieza de la recién llegada primavera en el ambiente. Vi que Jim había tomado asiento en el sillón, que necesitaba que le limpiaran la tapicería. Pude ver también las marcas de grasa donde sus brazos habían descansado.

—Hola, ¿cómo te ha ido con el doctor Fenton? —oí que me decía Jim. Entonces sentí que unas ardientes lágrimas empezaban a deslizarse por mis mejillas.

En ciertas ocasiones el punto de vista del personaje se interpone entre el lector y la escena, por el procedimiento de ir contando repetidamente que si ve tal objeto o tal otro, que si oye todos los ruidos y siente cada sensación. En vez de «El lápiz voló por los aires, derecho hacia mi ojo» tenemos «Yo vi que el lápiz volaba por los aires…» En vez de «Los bramidos de los marsupiales resonaban en la noche» tenemos «Yo oí los bramidos de los marsupiales que resonaban en la noche».

Esto hace que el lector se distraiga de lo que está ocurriendo; hace que se desvanezca la experiencia del lector. A menos que lo más importante en tu historia sea lo que siente el personaje ante ciertos hechos, es mejor que nos des el hecho en sí.

Hamlet va de compras

Cuando se reproducen los pensamientos del personaje sin motivo ni razón

El amable susurro del batir de las alas de las luciérnagas, mezclado con el dulce zumbido de las propias luciérnagas, creó un telón de fondo que era como una sinfonía de trinos. Una de sus frases melódicas captó la atención de mi oído, y miré, hasta que descubrí que su autor era un tordo.

Oh, ese tordo me hizo recordar a mi segunda esposa. ¿Por qué la dejé? Me hacía cruces. Yo era un hombre bueno y decente, totalmente capaz de amar a otra persona, de abrir mi corazón al amor. Lo sabía desde mi primera mujer, a quien amé apasionadamente y con toda la timidez de la juventud. De hecho, ahora que lo pienso, ¿por qué dejé a mi primera mujer? ¿Fue por inexperiencia? ¿Fui egoísta? Quizás no era tan buen hombre después de todo…

Los manuscritos de los autores impublicables con frecuencia están plagados de pasajes en los que el protagonista hace balance de su vida. A veces se describe primorosamente toda una escena —un paisaje montañoso de una belleza conmovedora, con el protagonista solo en un muelle durante la puesta de sol— sin otro motivo que colocar a ese personaje en un escenario romántico donde pueda repasar su vida. En otras ocasiones una escena presenta un personaje que hace cosas que facilitan ese inventario general de la propia vida, como cuando el protagonista recoge las cosas de su casa en una mudanza, ordena su armario o mira un álbum de fotos.

Aunque alguna reflexión ocasional puede ser la transición hacia una escena, o una pincelada en una escena, una reflexión nunca debe ser la escena. Si tu personaje necesita hacer balance de su vida, muéstrale el respeto que se merece y deja que lo haga en privado.

Hombres de inacción

No sólo los personajes que hacen balance de su vida son lo que decide que una novela sea impublicable. Un rasgo muy común de los manuscritos impublicables es una desproporción manifiesta entre la vida interior de los personajes y sus acciones. Un paseo delante de dos bloques de edificios es ocasión para escribir veinte páginas con un monólogo interior sobre la cantidad de cosas que se pueden deducir de una persona por los zapatos que lleva. Un vistazo al océano durante un paseo en barca da pie a un capítulo entero sobre la ecología de los arrecifes de coral y las lecciones que nos ofrece para llevar una vida respetuosa con todos los integrantes de la Humanidad.

El novelista primerizo, como toda persona que quiere escribir una novela, tiende a iniciar su tarea con un nutrido arsenal de pensamientos y sensaciones, años y años de minuciosas observaciones, exégesis de los relatos de Conan, elaboradas y detalladas ideas de cómo deberían ser las cosas. Durante años el novelista impublicable ha guardado esas cosas dentro de sí, sabiendo por experiencia que sus amigos y compañeros de trabajo están mucho más interesados en hablar de las cosas que realmente pasan, están a punto de suceder o han pasado. No tienen mucho interés, que digamos, en lo que el novelista piensa sobre el declive actual del pensamiento.

Y por eso lo suelta todo en su novela, página tras página, porque finalmente puede expresar todo eso, ya que nadie se va a apartar de él para tomar otra copa dejándolo con la frase en la boca. El novelista impublicable debe recordar que sus potenciales lectores son personas que, al igual que sus amigos y compañeros de trabajo, no le soportan todo ese rollo. Ésta es la razón por la que las novelas publicadas suelen empezar con escenas en las que pasa algo, siguen con escenas en las que pasa algo y continúan con escenas en las que pasa algo hasta el final, ofreciendo tan sólo algún monólogo interior relevante escrito con gracia.

El disco rayado

Cuando un personaje tiene los mismos pensamientos una y otra vez

—Bueno, joven Huckleby, ¿qué tiene que decir en su defensa?

El huérfano, vestido con harapos, rebuscó en su confusa memoria para darle al archidiácono la respuesta que podría cambiar su vida —y la vida de su hermana Nell la Andrajosa— para siempre.

El archidiácono golpeteó con sus dedos en su mesa y arqueó una peluda ceja sin dejar de mirar al muchacho.

Nell la Andrajosa no había reparado en esfuerzos para ayudar a preparar a Oliver para este juicio, porque si él daba la respuesta correcta, su destino sería bien distinto del que habían tenido hasta entonces. Por eso era tan importante que diera esa respuesta.

El archidiácono carraspeó. Sacó su pesado reloj de oro del bolsillo y lo miró detenidamente.

Oliver pensó en lo muy diferente que podrían ser las cosas en el futuro tanto para él como para su hermana si el archidiácono aceptaba que fuera a la Escuela Superior de Manualidades Recreativas. Después de eso nada volvería a ser igual.

—Ahora, joven, ¿puede decirme por qué quiere usted inscribirse en nuestra Escuela Superior de Manualidades Recreativas?

El desarrapado huérfano se removió nervioso en su asiento, consciente de todo lo que dependía de las palabras que fueran a salir de su boca. ¡Esas palabras serían fundamentales para la suerte de su hermana, y de él! ¡Oh, si sólo pudiera hacer memoria!

Por fin, completa y plenamente consciente de las palabras que estaba a punto de pronunciar, Oliver confió en la entusiasta ayuda e indicaciones de su hermana y en la bondad del Señor y habló:

—¡Porque me gustan las cabras! —dijo, y lo lamentó al instante, pues como todos los desheredados de Aguas Lodosas sabía que era la única cosa que nunca debía decirse al archidiácono de la Escuela Superior de Manualidades Recreativas.

En la vida real, los monólogos interiores a menudo son repetitivos. Tras concebir una idea, uno continúa desplegando este tema en su mente durante una conversación consigo mismo de unos veinte minutos sin perjuicio alguno. Sin embargo, si reproduces todo ese trajín mental directamente en tu novela, tus personajes pueden empezar a parecerse mucho a un ordenador averiado en una película hecha antes de que nadie tuviera ordenadores.

Informa de ese pensamiento una sola vez. Daremos por supuesto que la opinión de ese personaje sigue siendo la misma hasta que nos digas lo contrario.

Doctor Jekyll y míster Hyde

Cuando el personaje y su voz interior no coinciden

La porcelana del vagón restaurante del Orient Express tintineaba cuando el tren enfilaba otra abrupta curva en su camino hacia Hong Kong. Los pasajeros allí reunidos estaban aguardando a Remi Martin, el más famoso detective belga. Los había convocado allí para revelarles quién había asesinado a la condesa.

—… Y entonces me planteé quién podía habeg pegpetgado este cgimen tan hogendo —dijo Martin caminando entre las mesas—. ¿Acaso ega ella la única que había tenido la opogrtunidad de cometeg este cgimen? «Non», me dije a mí mismo. Aquí hay más cgímenes de los que pagece.

Martin se acercó a la mesa donde estaba el profesor Rasmussen con su tímida sobrina.

—No podía seg el pgofesog, pogque, señoges —dijo quitándole sus blancos guantes al académico—, el pgofesog… ¡no tiene manos!

Los reunidos ahogaron una exclamación al ver al descubierto las prótesis de madera. Martin se acercó a la mesa donde el mayor Basurovski estaba sentado con su asistente, el sargento Liloff.

—Estuve geflexionando sobge el extgaño compogtamiento de nuestgos amigos del Éjegcito… —su voz fue enmudeciendo cuando de repente se dio cuenta de que haber encontrado un mono en las maletas del mayor hacía hora y media lo había cambiado todo— o quizás no sea tan estgaño. Puede que sea demasiado pgonto para deciglo —parloteó.

«Hay que joderse —pensó el canijo detective—. ¿Por qué tengo que hacer este papelón cada vez? Parezco un perfecto idiota.»

Si describes a un personaje que es un matón callejero, no sólo sus diálogos, también sus monólogos interiores, deben reflejar el vocabulario y la dicción de un delincuente de barrio. Esta discrepancia entre el lenguaje interior y el exterior puede darse de diferentes maneras: la inteligencia de un personaje puede aumentar o decrecer en un instante cuando dicho personaje se encuentra sólo con sus pensamientos, su clase social puede cambiar, su sexo puede quedar tan confuso que —y esto es muy inquietante— se diría que ha cambiado. Aunque puede haber —de hecho debe haber— cierta distancia entre lo que le pasa a alguien por su mente y cómo se comporta esa persona ante el mundo, el lector ha de poder detectar cierta conexión entre ambas realidades.

Un problema relacionado con éste es:

Siempre jóvenes

Cuando el autor cumple años sin darse cuenta

A la mayoría de la gente le hubiera dado miedo el portero negro de la puerta, pero Ida no era como la mayoría de la gente. La cantante y líder de la banda punk Dinamita pa’ tus Viejos estaba acostumbrada a que la gente tuviera miedo de ella. La gente la miraba como si estuviera a punto de sacar una navaja automática. Con sus
piercings
y sus tatuajes, sus pelos de punta y su exceso de maquillaje Ida estaba total, pero total total.

Debido a la fama que había conseguido con su banda la gente siempre la miraba, pero esa noche ella iba a la sala Galileo Me Mata, en el centro de la ciudad, el local más al loro, y se había maqueado a fondo. Cuando salió a la calle después de arreglarse llevaba sus mejores mallas con unas atrevidas botas de charol. Y había decidido ir sin el sujetador. Tenía unas tetas bonitas y como era una chica mala las iba a enseñar.

—Perdona, tía, pero tu nombre no está en la lista —le soltó el negro con un tono que hubiera intimidado a la mayoría de la gente.

—Tío, métete esa lista por el culo —le contestó Ida y se lo quedó mirando fijamente.

El negro fue el primero en bajar la vista y mirar para otro lado. Ida había vuelto a ganar. Colgándose su mochila al hombro entró en el local dejando plantado al negro.

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