Cómo no escribir una novela (21 page)

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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

BOOK: Cómo no escribir una novela
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«Pero yo quiero representar la vida con todos sus detalles mundanos y tontos —puedes alegar—. Y así es como habla la gente». Sí, es verdad, y a esa misma gente no le apetecerá seguir sentada leyendo tu libro. Como novelista tienes que seleccionar qué queda dentro y qué queda fuera de tu libro, y de la misma manera que no mencionas cada dos por tres que tu personaje parpadea, debes evitar toda la cháchara social. Por razones similares, aunque las conversaciones de la vida real están salpicadas de «hummm» y «bueno…», en un diálogo literario deben emplearse con mucha moderación.

Una buena solución para el fragmento anterior sería: «
Tras llegar cinco minutos tarde al restaurante Jane se excusó mientras se sentaba a la mesa. Harriet parecía inquieta
.

—Respecto de los resultados de la autopsia… —empezó a decir»

No se preocupen por nosotros

Cuando el autor se olvida de que hay otros personajes

La reunión empezó con algunos comentarios preliminares del alcalde. La suerte quiso que Jane y Alan se encontraran sentados uno junto al otro en un extremo de la mesa de conferencias. Jane se esforzó en evitar su mirada.

Alan sacó su bolígrafo y empezó a golpetear la mesa con él, pues sabía que eso ponía a Jane de los nervios.

Jane se lo quedó mirando. Alan esbozó una sonrisita. Ella, con un rápido movimiento, le quitó el bolígrafo.

Alan se volvió para mirarla, pero su mirada pronto se suavizó.

—Jane…

—No quiero oírlo.

—Jane, no sabes cuánto lo lamento.

—Deberías haberlo pensado antes de que tú y tu prima…

—Sólo era una prima segunda, ¿vale? —la interrumpió Alan, sus tiernos sentimientos ya olvidados—. No es ilegal.

—¡Lo que hay que oír! —dijo ella—. Es mayor de edad desde hace sólo dos meses.

—Si tú fueras un poco más entusiasta en la cama en vez de sacar siempre ese supuesto trauma que tienes cada vez que te toco, podrías quejarte —dijo Alan amargamente—. Ya me conozco demasiado bien tu historia. Ver lo que tu padre le hizo a Pluto fue horrible. Pero bueno, eso fue hace veinte años. Es tiempo de sobra para haberlo superado.

Jane meneó la cabeza, desesperada.

—¡Esto es lo que me pasa por confiar en un neonazi!

—¡Desde luego! ¡Échale la culpa de todo a mis ideas políticas! —dijo Alan pegándole un puñetazo a la mesa, las aletas de la nariz palpitándole—. Tú y tus amigos judíos deberíais respetar a los patriotas como yo…

—¡Cállate, Alan! ¡Cállate! —chilló Jane, cogiéndolo por el cuello y zarandeándolo.

Cuando la reunión acabó salieron con sus colegas y compararon las notas que habían tomado sobre la campaña contra las emisiones tóxicas que el alcalde había explicado.

Cuando los personajes de una novela necesitan compartir con otra persona unas confidencias sobre un crimen espeluznante, desviaciones sexuales o conspiraciones para derribar al gobierno, a menudo parecen olvidarse del hecho de que están sentados en un asiento del metro con otros tres extraños, los cuales no dicen nada, llevados por su morbosa buena educación.

Esto ocurre porque el autor se ha olvidado de que esos tres desconocidos están ahí. Al centrarse en la conspiración que se está desvelando en el diálogo y en los personajes principales de la escena, pasa por alto la escena que ha descrito antes de que empiece esa conversación, escena en la que hay más gente. Aunque resumas todo un maquiavélico plan en una conversación mantenida en la esquina, si has colocado allí a un tercero, ten presente que hay alguien a la escucha.

De la misma manera, la mayoría de la gente sabe que hablar consigo mismo no es lo más adecuado en público, y que si lo hacen se ganarán una mirada de extrañeza o algún comentario. En el Planeta de las novelas impublicables, sin embargo, las calles parecen estar llenas de personajes que caminan manteniendo conversaciones muy serias con ellos mismos, y nadie mueve una ceja cuando un hombre en un autobús abarrotado grita: «
¡Ahora lo veo claro! ¡Tengo que matar a Monique para salvarnos a todos!
»

Ten siempre en cuenta quién está en escena. Si tus personajes están planeando cómo bombardear el Pentágono en un ascensor abarrotado de gente, al menos que lo hagan en susurros.

Diálogos ambiguos

Cuando los personajes parecen estar mintiendo

—Ya sabes que te apoyo al cien por cien, Alan —dijo Harriet—. El bienestar de los norteamericanos es lo primero para mí.

—Gracias a Dios puedo confiar en ti —dijo Alan, secándose con alivio el sudor de la frente—. Estaba empezando a creer que me encontraba solo.

—Por supuesto que puedes confiar en mí —dijo Harriet dulcemente—. Y ahora relájate. Déjalo todo en mis manos. ¿Y qué está haciendo ahora tu guapa novia? ¿Aún está preparándolo todo para vuestra boda?

—No me podría ir mejor con ella —dijo Alan mirando al suelo—. Es una mujer tan dulce… Sí, todo está yendo de maravilla.

Esta escena está muy bien, en la medida en que ambos personajes mienten como bellacos. Si Harriet realmente apoya a Alan, y éste aún mantiene una excelente relación con su novia, la escena se presta a ser malinterpretada.

Es muy fácil dar la impresión, involuntariamente, de que un personaje está mintiendo. Esto ocurre a menudo cuando un diálogo es demasiado lineal y sencillo. Si un personaje dice: «
Nunca te mentiría
», el lector puede sobrentender que está mintiendo. Del mismo modo, si un personaje insiste en algo una y otra vez —«
Sí, claro, todo está solucionado. Tu gato está perfectamente. Puedo encargarme de esto con los ojos cerrados
»—, a la tercera vez que ese personaje insiste en ello damos por sentado que algo va mal.

Las frases descriptivas que acompañan a los verbos que introducen el diálogo también pueden dar la impresión de que el personaje no está siendo sincero. Si mencionas una acción incidental en el momento equivocado, dicha acción puede interpretarse como algo muy importante para el decurso de la acción. Las frases descriptivas que muestran que un personaje está nervioso o que parece estar en conflicto con las emociones que se están expresando en ese diálogo se leen como indicativos de que ahí hay una mentira flagrante. Una frase como «
Claro que te lo hubiera dicho si le hubiese pasado algo a Micifuz —dijo jugueteando con la servilleta
», lleva al lector a interpretar que Micifuz ya no está entre nosotros.

Buenas, soy la momia

Cuando los personajes nos informan de cómo son

—Me gusta mi trabajo. Algunos dicen que soy una adicta al trabajo. Bueno, puede que lo sea —dijo Anette, ordenando los expedientes—. Soy de esas personas que piensan que el trabajo es lo más importante en la vida. Eso es lo que hace que sea una ejecutiva de cuentas de éxito.

—Como tu hermana, debo decirte que te entiendo mejor que la mayoría de la gente —dijo Nina asintiendo comprensivamente—. Tenemos el mismo carácter resuelto y el mismo compromiso con lo que creemos.

—Sí, pero yo soy la más lista de las dos —aclaró Annette—. Entiendo las ideas complejas con suma facilidad y tengo una rara habilidad para solucionar problemas.

—Mientras que yo soy más intuitiva y tengo un carácter más abierto y más empatía, lo cual no es frecuente en una contable alta, rubia y atractiva descendiente de escandinavos.

En ocasiones, en un esfuerzo por dar información sobre un personaje, un autor le hace hablar como una marisabidilla de cinco años.

En la vida real las únicas situaciones en las que uno puede oír a los demás describiéndose por adelantado es cuando se presentan a sí mismos en un concurso de televisión o cuando tienen su primera cita con un plasta narcisista.

Particularmente curiosos son esos casos en que un personaje, por ejemplo de nombre Desdémona, aparentemente disconforme con el extraño nombre que el autor le ha puesto, explica en la primera página: «
Sé que mi nombre no es habitual para una chica de campo. Me lo puso mi madre, que era profesora de inglés y adoraba las obras de Shakespeare. Creo que casa muy bien con mi naturaleza romántica y etérea
»

Aún más raro es cuando todo esto la tal Desdémona se lo dice a su marido. Si eso es así, estamos ante un caso de:

Tú ya sabes, mi amor

Cuando un personaje le dice al otro cosas que ambos conocen

—El hecho es que nuestro apartamento es perfecto para dos estudiantes, pero creo que tú deberías tener tu propio sitio ahora que estás saliendo con esa novia tuya, Jane, que prácticamente vive aquí, como ya te he dicho un montón de veces.

—Sí, estoy de acuerdo, pero te echaré de menos. Nos lo hemos pasado muy bien juntos, como aquella vez que te disfrazaste de mujer y fingiste que eras mi regalo en mi fiesta de cumpleaños. Me hice el idiota todo el rato sólo para ver hasta dónde llegabas. Bueno, ¡los dos sabemos cómo terminó aquello! Acabaste desnudo e hiciste un patético intento de seducirme, como recordarás —dijo Alan sin poder contener la risa.

—Sí, y a pesar de que eso fue causa de cierto distanciamiento entre nosotros cuando salí del armario el año pasado, porque tú eres más hetero que Rambo, fuimos capaces de dejar eso atrás y forjar un vínculo más profundo, gracias al cual podemos entendernos sin necesidad de hablar.

Los personajes de las novelas impublicables a menudo se pasan páginas y páginas contándose cosas el uno al otro que ambos conocen desde hace años. Nada se da por supuesto. A un personaje se le recuerda por qué acabó teniendo ese sobrenombre, los colegas de la oficina se cuentan cómo empezaron a trabajar juntos, las esposas se recuerdan unas a otras su condición de esposas. A pesar de que en la vida real la gente hace esto, nos cuenta cosas que ya sabemos, lo cual es muy irritante, no van tan lejos como para contar: «
Yo llevaba una blusa verde y tú, tu vestido blanco favorito…
»

Como es muy obvio que esas frases van dirigidas al lector, dan la misma impresión que un actor de televisión diciendo sus frases mirando a la cámara en vez de dirigirse a sus compañeros de escena.

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