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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Cómo no escribir una novela (13 page)

BOOK: Cómo no escribir una novela
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LOS MALVADOS

«Y ahora que te tengo en mi poder te voy a contar la historia de mi vida.»

Bueno, ya te hemos enseñado a conseguir que tu protagonista sea insoportable y que como novio de la chica no tenga ningún interés. Ahora nos ocuparemos de que tu malvado no sea creíble. Para describir a unos malvados que se ganen la inquina de cualquier editor que se esté planteando comprar tu libro, utiliza los siguientes tipos que a continuación se describen:

Dentro de una mente criminal

Cuando la maldad del villano sólo responde a su deseo de hacer el mal

Cruella se sentó ante su escritorio de ónice, empezó a arrancar las alas de una mosca y pensó en Joe. Ese tirillas no tenía nada que hacer con la boba de su hija. Cruella sólo podía despreciar esos sentimentalismos. La mitad de su cerebro estaba maquinando un «accidente» para librarse de ese enclenque de una vez por todas. Sería divertido ver el triste final de Joe, tantas lágrimas y tanto alboroto sólo por un muchacho. Entonces ese pobre idiota no tendría suficientes fuerzas para conservar su trabajo de óptico, y se acabaría para siempre esa vomitiva oferta de dos juegos de lentes de contacto al precio de uno, y dejaría a legiones de pobretones a ciegas. Sí, un accidente sería lo mejor, como aquel del que el llorica del hijo de Cruella había sido víctima hacía tantos años.

Al crear a un malo los escritores muchas veces llegan al extremo de que ese malvado muestre un grado de crueldad que la raza humana todavía no ha alcanzado. Estos villanos dedican todo su tiempo libre a planear la ruina de la Madre Teresa de Calcuta sin ningún beneficio económico o razón plausible para odiarla que no sea «ese acento que tiene al hablar es que me pone malo».

Un malvado debe siempre tener una razón que los lectores puedan entender sin necesidad de que sean unos psicópatas. Y en las novelas que no tratan de asesinos en serie o monstruos, es vital que el rival del protagonista en los negocios, ese jefe odioso o ese novio infiel, no sea el mismísimo Príncipe de las Tinieblas.

Sin embargo, no intentes evitar este problema cayendo en el error de:

Pero quiere mucho a su madre

Cuando el villano tiene una buena cualidad que humaniza

Shiv sonrió de torcido cuando miró el cuerpo tendido de su nuevo fichaje. Era carne de primera calidad. Sus clientes sabrían apreciar, como siempre hacían, el ojo que tenía para conseguir que esos bollicaos se pusieran a hacer la calle para pagarle el
crack
y sus películas de sexo sangriento. Probablemente esa chorba acababa de terminar la secundaria. Bueno, la próxima vez que se levantara de la cama tendría más experiencia sexual que muchas que le doblaban la edad. Sólo era cuestión de mantenerla encerrada en su cuarto e ir inyectándole caballo hasta que se quedara enganchada. Entonces sí que sería una joya en manos del viejo Shiv, sí señor.

Cuando fue al baño a lavarse la sangre de las manos vio de soslayo la foto de su madre que estaba orgullosamente plantada allí. De inmediato su cara se dulcificó. Mamá sí que era toda una mujer. Recordó una época más inocente de su vida, cuando solía hacer el reparto de los periódicos por tres rutas en su bici para pagarle la medicación. Si no hubiera muerto, si no se hubiera ido, tal vez Shiv habría llegado a ser mejor persona.

En ocasiones, al ser consciente de que el malo de su historia es una mera caricatura, el autor intenta humanizarlo dotándolo de alguna virtud: Jack roba, engaña y pega a sus hijos, pero todavía suspira por su primer amor; Adolf ha traído el fascismo a Europa, ha matado a millones de personas en campos de concentración, pero es un vegetariano muy concienciado y ama mucho a su perro. El hecho de describir una encantadora escena entre Adolf y su pastor alemán, Blondie, y unos suculentos huesos, no hará que el personaje de Adolf quede «equilibrado». Un personaje como Hitler no pude quedar «equilibrado». El único modo de no caer en la caricatura es trabajárselo: conseguir que las obras de un malvado sean propias de un enfermo y sus motivaciones creíbles.

El discurso de despedida

Cuando, inexplicablemente, el malvado cuenta las maldades que va a cometer

—Ahora que todo se ha acabado no hay ningún peligro en contarte el plan que he maquinado para arruinarte la vida —dijo Cruella con sorna, mientras apuntaba con el cañón de su arma a la cara de Joe—. Primero soborné al inspector en jefe de la policía y luego le pagué a ese óptico rival tuyo con tan pocos escrúpulos para que se encargase de la entrometida de tu madre. Un ligero ajuste en la máquina para detectar el glaucoma y… bueno, nunca volverá a ver tres en un burro. Tu secretaria será la siguiente. Supongo que se sorprenderá bastante cuando descubra una tarántula en vez de una resma de papel en el momento en que abra la fotocopiadora. Y luego le tocará el turno a esa idiota de la hija del carcelero que tan bien te cae. Lo que no tiene ni punto de comparación con el feroz puma que solté en el bloque…

—Sigue, no te pares —dijo Joe con una sonrisa de suficiencia, palpándose el micrófono que llevaba escondido.

Los criminales de la ficción a menudo parece que sólo se dedican a robar, raptar, asesinar y a cometer actos sexuales indescriptibles con la entrañable mascota de los niños porque quieren encontrar a alguien a quien contarle su historia. Intenta buscar un medio más creíble para revelar las fechorías de tu malvado.

La venganza se sirve fría y en público

Cuando el autor aún no lo ha superado

—Justo la reacción que esperaba de un mierda como tú —le escupió Dalilah—. Nunca encontrarás a otra mujer que cargue contigo. Y ahora me llevaré a los niños, a quienes, por cierto, nunca volverás a ver porque presentaré falsas acusaciones de pedofilia contra ti. Ninguna mujer volverá a amarte jamás.

Andy se secó el sudor de la frente. No podía creer que Dalilah lo abandonara por Brad Hardwick justo ahora, cuando le acababan de diagnosticar un cáncer. Pero una parte de él, a la que no quería prestar oídos, sabía que precisamente eso estaba pasando porque le habían diagnosticado un cáncer. Dalilah nunca había soportado a los débiles. Sus amigos habían intentado advertirle de que era superficial, tonta, egoísta, frígida y de que tenía unas piernas como troncos. Pero él no les había querido escuchar. Su naturaleza bondadosa y confiada le había cegado.

Detrás de líneas como éstas el lector verá el último e incapacitante capítulo de la vida amorosa del autor.

Y lo llaman novela

Cuando aparece un padre que maltrata a sus hijos

—Melinda, siempre has sido una idiota —dijo Dobson con desprecio—. Me alegro de no haberte dejado ir a esa entrevista de trabajo. Mira tu estúpida cara de zampabollos. Se hubieran reído de ti en cuanto hubieras salido por la puerta.

Melinda se puso roja pero no dijo nada, y siguió fregando la cerveza que su padre había derramado. Ojalá pudiera reunir el coraje necesario para desafiarlo. Mirando el charco de cerveza le pareció verse como una niña hecha un ovillo mientras su padre, borracho, le pegaba con un yunque. Aunque con cada golpe veía las estrellas ella sabía que tenía que soportarlo para proteger a su hermano pequeño, Tim.

Un repentino tortazo la sacó de sus ensoñaciones.

—Deja de soñar y tráeme otra birra —ladró Dobson.

Las novelas impublicables están llenas de padres que maltratan a sus hijos. Legiones de padres violentos y madres criticonas viven en las páginas de los libros rechazados por los editores. Alguna vez, de unas premisas como éstas sale algo bueno (como en las obras de V. C. Andrews,
Flores en el ático
, por ejemplo, o en
Carrie
, de Stephen King), pero, por lo general, esos padres tan crueles son tan atractivos en la ficción como en la vida real.

El enigma indescifrable

Cuando el plan del malvado es más complejo que la teoría de las supercuerdas

«Sí —pensó Mochalestein, acariciando su tarántula,
Rasputín
—, había llegado la hora de convencer al alcalde de que ahora estaba diciendo la verdad pese a todas las mentiras que había dicho las dos últimas veces, excepto en lo de Joe y la hija del carcelero, eso si el alcalde no se lo hubiera creído todo ya. Podía cargar a Cruella lo de los asesinatos, cuyas huellas dactilares estarían en la máquina para detectar el glaucoma porque una vez él la zarandeó ligeramente para que ella la tocara (él había tenido buen cuidado de llevar guantes,
oh, la, la, mon ami
) mientras le decía: «Hay que ser rápido». Y entonces tendría tiempo para introducir en el documento digital de la investigación de Joe ciertos números de manera que esa X equivaliera a menos de 5.3202, una cifra que no era estadísticamente relevante. Y rió en voz alta por su maquiavélico plan».

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