—Bienvenido, Rey Albrecht, al Clan del Cielo Nocturno —dijo en un inglés con marcado acento—. Tu fama te precede, aun tan lejos de tu hogar. No te invitamos a este consejo, lo admito, pero no pretendíamos ofenderte. Únete ahora a nosotros y dinos por qué has venido.
Albrecht miró al anciano mientras hablaba, en busca de alguna señal de sarcasmo o desdén. No encontró ninguna, pero eso también podía deberse a que Konietzko era una maldita estatua de piedra. Se erguía orgulloso y completamente relajado, con el rostro cubierto por la sombra que proyectaba la tenue luz reinante.
Su cano cabello era largo y liso y ni un solo pelo de su capa estaba desordenado. La espada que ceñía al costado era tan grande como Amo Solemne y las yemas de los dedos acariciaban la vaina de cuero. Exudaba la absoluta confianza de un lobo en su guarida. En muchos aspectos, recordaba a Albrecht al aspecto que tenía el Rey Morningkill, sentado en su trono bajo el Gran Roble. Era la viva imagen del guerrero fuerte y dueño de sí, merecedor de la confianza, la admiración y el respeto de sus súbditos. Por encima de todo, su respeto.
—Estoy aquí —respondió Albrecht— a causa de toda la mierda que esta ocurriendo y sobre la que nadie está haciendo nada —el respeto y la deferencia no eran una misma cosa—. Sé que el Wyrm ha estado tratando de utilizar el espíritu mancillado del Tisza para liberar a un monstruo llamado Jo’cllath’mattric y sé lo que ese Jo’cllath’mattric es capaz de hacer. Es hora de que se haga algo al respecto y yo soy el hombre indicado para hacerlo.
Después de una nueva ronda de traducciones, un hombretón situado en medio de la mesa replicó algo con tono airado en lo que Albrecht creía que era alemán. No entendió las palabras pero su desprecio resultaba evidente.
Se volvió en busca de Mephi y advirtió de forma ausente que Lazslo ya no se encontraba a la vista.
—¿Qué ha dicho? —preguntó al Caminante—. ¿Y quien demonios es?
—Ése es Guy Dientesabueso —susurró Mephi—. El líder del clan de las Fuentes de la Montaña. Está preguntando quién te crees que eres.
—Ya veo —dijo Albrecht—. Gracias. Quédate ahí y sigue traduciendo —entonces se volvió hacia Dientesabueso y dijo—. Para ser honesto, a mí no me importa demasiado quiénes sois. Sé que todos sois Garou y que sois guerreros y sé que me necesitáis.
Se produjo un estallido de indignación por toda la sala pero sólo una persona replicó directamente a Albrecht. Era un hombre gigantesco que se cubría la espalda con una piel de oso, situado dos puestos más allá de Konietzko. Su voz era tan fuerte y profunda como un martillazo. Mientras el hombre hablaba, Mephi traducía sus palabras a Albrecht pero nadie le dijo que era Sergiy Caminante del Alba, del Clan del Amanecer.
—Eso resulta poco reconfortante, viniendo de un Colmillo Plateado, me temo —dijo el enorme hombre—. O de un americano.
—Esto no tiene nada que ver con tribus o países —dijo Albrecht. Se había tenido que tragar una réplica airada que en aquel momento hubiera resultado contraproducente. Aquél era el efecto de la influencia de Evan, sin duda—. Tiene que ver con un problema que necesita una solución.
—¿Tu solución? —preguntó una mujer de cabello negro y tez olivácea situada cerca de él—. ¿Es que la incompetencia de este consejo te ha convocado desde el otro lado del océano?
—No, no es así —respondió Albrecht. Ni siquiera necesitaba que Mephi le dijera de quién se trataba. Se parecía bastante a Mari, así que debía de ser la Furia Negra que Lazslo había mencionado—. No estaría aquí si pensara que sois unos incompetentes, pero es necesario que actuéis juntos.
Mephi se encogió.
Un hombre desaliñado y sucio con el pelo enredado y la barba descuidada, que llevaba un chaleco de piel y unos pantalones hechos jirones por toda vestimenta fue el primero en responder. Adoptó su forma Glabro, más hirsuta si cabe, y golpeó la mesa con ambos puños.
—¿Cómo te atreves? —gritó en lengua Garou, lo que eliminó la barrera del idioma—. ¡Aquí no te necesitamos ni te queremos!
Albrecht, negándose a dejarse intimidar por la furia del hombre, adoptó también la forma Glabro.
—Tú eres Rápido-como-el-Río, el Garra Roja, ¿verdad? —respondió en la misma lengua—. Bueno, respóndeme a esto, dos patas, ¿cómo le va a tu tribu últimamente? Si lo que he oído es cierto, sois incapaces de mantener limpios vuestros ríos y de defender vuestros túmulos. Tu tribu se ha dedicado a matar humanos en vez de enfrentarse al verdadero problema. No me digas que no necesitas nada mejor. ¡Eso es mierda de caballo!
—Y tú —saltó, volviéndose hacia Dientesabueso—. ¿Acaso no está el Clan de las Fuentes de la Montaña en Suiza? Para no necesitar ayuda has venido desde muy lejos —entonces se volvió hacia Helena Cólera Lenta—. Y
tú
puedes tragarte tu sarcasmo. No creo que quieras que empiece a hablar de lo que tu tribu ha permitido que ocurriera —por fin, se volvió hacia Caminante del Alba—. Y en cuanto a ti, siendo como eres un Hijo de Gaia, deberías saber que no es sabio juzgar a alguien basándose en su procedencia o sus ancestros. Deberíais avergonzaros. ¡No me extraña que un espíritu del Wyrm de un millón de años de antigüedad se esté abriendo camino a bocados hasta vuestros patios traseros!
Todos los que habían hablado a Albrecht hasta el momento seguían furiosos pero fue Konietzko el primero en hablar, irrumpiendo en la tensión con palabras frías y mesuradas.
—Rabietas de niños —dijo con voz suave. Miró a Albrecht y luego a los demás que rodeaban la mesa—. Todos vosotros. Este consejo ha sido un ejercicio de frustración desde que empezó —todos los ojos se volvieron lentamente hacia el margrave y varios de los presentes se relajaron.
—Creo que Lord Albrecht tiene razón, al menos en parte —continuó Konietzko con un gesto de cabeza dirigido a la mesa—. Llevamos bastante tiempo tratando en vano de encontrar el emplazamiento de la prisión de Jo’cllath’mattric. Dos manadas de bravos guerreros han muerto intentándolo desde el asunto del Clan Yunque-Klaiven y a pesar de haber prevenido la liberación de Jo’cllath’mattric, la profetizada manada del Río de Plata nos ha proporcionado hasta el momento pocas armas que utilizar contra nuestro nuevo enemigo.
—Puede, entonces, que lo que necesitemos sea una nueva perspectiva. Dejad que Lord Albrecht se siente entre nosotros y comparta con nosotros lo que sabe. Que combine sus habilidades de guerrero con las nuestras para que juntos seamos más fuertes —entonces se volvió hacia Albrecht y le dijo—. ¿Tus guerreros están acampados en la falda de la montaña con los demás que han venido a unirse a mí?
Albrecht sintió un ligero calor provocado por el azoramiento detrás de las orejas pero no apartó la mirada.
—No —dijo.
El margrave ladeó la cabeza.
—¿No los habrás traído a la fortaleza? Este lugar no ha albergado guerreros de los Colmillos Plateados desde que el anciano Corazón de Furia demostró ser demasiado débil para defenderlo.
Albrecht pestañeó una vez y dijo:
—No —podía sentir cómo aumentaba el calor. Puede que Evan hubiera tenido más razón de la que él hubiera querido admitir—. No he traído ningún guerrero conmigo.
—Una coalición de soldados aliados, entonces —dijo el margrave—. Eso suena más típico de los americanos.
El calor del interior de Albrecht se encendió y esta vez había en él algo más que azoramiento.
—Nada de coaliciones —gruñó—. Sólo nosotros dos y las habilidades que traemos a esta mesa.
—¿Sólo dos? —dijo Konietzko, mientras sus cejas se unían y su ceño se fruncía—. ¿Es posible que Jo’cllath’mattric no sea un enemigo tan formidable como todos temíamos? ¿O simplemente piensas que el liderazgo de un Colmillo Plateado es lo único que necesitamos para vencer? No serías el primero que lo creyese.
Cuando el margrave dijo esto, Caminante del Alba esbozó una sonrisa ladeada, Helena Cólera Lenta enarcó una ceja, Rápido-como-el-Río soltó un bufido y Albrecht estuvo a punto de perder los estribos. Casi saltó sobre la mesa en forma Crinos para dejar que todos supieran lo que pensaba de ellos y sus estúpidas tradiciones centenarias. Lo hubiera hecho de no ser porque Mephi suspiró y bajó la cabeza. La reacción del Caminante le dijo que si insistía ahora, sólo conseguiría parecer un cachorro furioso más aún de lo que ya lo parecía. De modo que volvió a ponerle el tapón a su furia y regresó a la forma Homínida.
—No es así —dijo para responder a la puya del margrave—. No he venido para tomar el mando. Pero algo no marcha bien y no puedo quedarme de brazos cruzados sin hacer todo lo que esté en mi mano para ayudar. Y si eso resulta típico de los americanos, se me ocurren formas de ser mucho peores.
—Entonces, dime —dijo Konietzko—, ¿cómo pretendes ayudarnos? Sé que eres un guerrero de gran renombre pero ¿cuánto conoces el mundo espiritual? ¿Acaso posees la intuitiva comprensión de la sagrada geometría y la metafísica astral de un Theurge? Pues ésas son las cualidades que necesitaremos para localizar la prisión de Jo’cllath’mattric.
—Bueno…
—¿Y estás versado en nuestro folclore? —continuó Konietzko—. ¿Conoces cuentos antiguos de esta región que puedan ofrecernos pistas importantes en esta búsqueda?
—No, no los conozco —admitió Albrecht—. Pero en el pasado…
Konietzko sacudió la cabeza.
—Eres un valiente guerrero, Lord Albrecht —dijo— y si lo que se cuenta es cierto, un buen rey en tu hogar. Pero un buen rey debe reconocer cuándo lo superan los acontecimientos y debe delegar sus responsabilidades en aquellos que son expertos. Ésta es una de esas ocasiones.
Cualquier otro Colmillo Plateado, y en especial uno que en origen proviniera de aquella región, hubiera perdido los estribos si un Señor de las Sombras le hubiera hablado así. De hecho, era muy probable que Konietzko lo hubiera visto varias veces desde que se hizo con el control de aquel clan. Pero Albrecht no era ningún necio, como parecían creer todos ellos. Quince años atrás, el Rey Morningkill le había dicho casi la misma cosa. Ahora podía prácticamente oír la voz de su tatarabuelo saliendo de la boca de Konietzko y ver la misma experiencia fatigada en los ojos de Konietzko. Ahora, como entonces, Albrecht se tragó su indignación y controló su temperamento.
Lo peor de todo era que el Señor de las Sombras tenía razón. Precisamente por esa razón formaban manadas y tenían diferentes responsabilidades los hombres lobo. Había aprendido aquella lección del Rey Morningkill y no iba a cuestionarla ahora. Tendría que retroceder y tratar de recuperar parte del terreno que había perdido.
—Tienes razón —dijo al fin—. Venir hasta aquí sin guerreros que me apoyasen y presentarme ante vosotros sin información directamente relacionada con el problema ha sido una temeridad. Me doy cuenta de ello —a su alrededor, los líderes de los clanes sonrieron y asintieron unos a otros. Así eran las palabras que les gustaba oír de los Colmillos Plateados en presencia de Konietzko—. Pero aun así, sigo pensando lo mismo. Ahora estoy aquí y no me iré a ninguna parte hasta que haya hecho todo lo que pueda para enviar a Jo’cllath’mattric de regreso al infierno del que vino, de una vez y para siempre.
El asombro ante su audacia hizo que se abrieran los ojos y las bocas alrededor de Albrecht pero Konietzko mantuvo la calma. De hecho, el anciano entornó la mirada y observó a Albrecht con una expresión de brillante y lupina astucia. Los demás no dijeron palabra.
—Entonces es posible, creo, que haya una manera de que lo hagas, Lord Albrecht —dijo el margrave—. Si estás tan impaciente como dices.
—Lo estoy. ¿De qué se trata?
—¿Conoces a la reina Támara Tvarivich de vuestra tribu? Viene del Clan de la Luna Creciente, en los Urales.
—Nunca nos hemos visto —dijo Albrecht—. Pero he oído hablar de ella. Tu Protector me ha dicho que estaba aquí.
—Así es —dijo Konietzko con una pequeña e irónica sonrisa—. Ha venido invitada por mí e incluso ha traído un contingente de guerreros para participar en la campaña. Sin embargo, se niega categóricamente a colaborar con nosotros. Se niega incluso a aceptar mi hospitalidad y a alojarse en la habitación que mi protector le había preparado en la fortaleza. Sus guerreros y ella permanecen en las afueras de casa, demandando que seamos nosotros los que acudamos a ellos.
—¿Qué? —preguntó Albrecht—. Eso no tiene sentido —sonaba como algo que podría hacer un viejo y senil Colmillo Plateado para obligar a su anfitrión Señor de las Sombras a acudir a él pero se suponía que la Reina Tvarivich era más sensata. En Rusia era una de los unificadoras más influyentes con que contaban los Colmillos Plateados. Por lo que Albrecht sabía, todas sus victorias se debían a la cooperación entre tribus.
—Cierto —dijo Konietzko— pero a pesar de ello se niega. Sus razones son personales y puede que tú puedas averiguar más. Tienen que ver con el Colmillo Plateado llamado Arkady, del Clan del Pájaro de Fuego.
Albrecht sintió que le ardía la sangre con sólo escuchar el nombre, pero logró reprimir toda reacción visible a excepción de una tensión en los músculos de la mandíbula.
—¿Qué pasa con él?
Konietzko respiró pesadamente en lo que casi era un suspiro y dijo:
—La Reina Tvarivich sigue teniendo mucha fe en ese antiguo héroe de tu tribu. Se niega a aceptar la sentencia que Sergiy Caminante del Alba, Rápido-como-el-Río y yo mismo decidimos en consejo con el Clan Yunque-Klaiven.
—¿Y eso qué significa, exactamente?
—Al llegar aquí —respondió el margrave—, la Reina Tvarivich nos contó que Arkady le había hablado hace tiempo sobre una amenaza que estaba creciendo sin que nadie lo supiera en esta región y cuyo nombre era Jo’cllath’mattric. Asegura que le reveló algo de gran importancia pero le pidió que lo mantuviera en secreto mientras él seguía investigando.
—Sé perfectamente que él estaba más involucrado en este asunto que nadie —siseó Albrecht—. ¿Y cuál es ese secreto?
—He ahí el problema —dijo Konietzko—. Porque, verás, no está dispuesta a contárnoslo. De hecho, dice que no le contará a nadie lo que Arkady le reveló hasta que yo convoque una nueva audiencia para juzgarlo. Una en la que los Colmillos Plateados puedan estar presentes y Arkady pueda hablar en su defensa. En ese momento, asegura ella, la inocencia de Arkady será revelada y podrá recuperar su honor «robado» guiándonos a la batalla contra Jo’cllath’mattric.
—¿Que dice qué? —ladró Albrecht—. Debes de estar bromeando.