Colmillos Plateados (14 page)

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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

BOOK: Colmillos Plateados
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Los primeros soldados a los que alcanzaron eran los que rodeaban a Guy Dientesabueso. Habían alcanzado a los Theurge que mandaban a las Perdiciones materializadas pero estaban teniendo dificultades para acabar con ellos. Albrecht se les unió y acabó con una Psychomachia desde atrás. Al otro lado de la Perdición de las pesadillas, Dientesabueso tenía entre las fauces la garganta de un Danzante de la Espiral Negra, que aún seguía retorciéndose. Estaba de espaldas a Albrecht y no hubiera visto a la Psycomachia hasta que hubiera sido demasiado tarde. Mientras el rey se le acercaba, Dientesabueso miró a su alrededor con el hocico sanguinolento y se puso en pie. Antes de que ninguno de ellos pudiera pronunciar palabra, otro Danzante se desplomó entre los dos, con el cráneo aplastado por la maza de Tvarivich.

—¡Hacia el centro del barranco! —ordenó Albrecht, señalando con Amo Solemne—. ¡Abrios camino luchando!

Sin esperar una respuesta con palabras, Albrecht le arrebató otro Espiral a uno de los hombres de Dientesabueso y le partió la espalda sobre la hoja de Amo Solemne. El guerrero le devolvió el favor al instante, recogiendo la alabarda fetiche que había dejado caer y empalando a una Perdición que cargaba por el costado ciego de Albrecht. Éste arrancó la chillona criatura del extremo de la alabarda y ayudó a continuación al guerrero postrado a incorporarse. Entonces se separaron para ayudar a otros camaradas mientras Dientesabueso ladraba la orden que Albrecht le había dado. Como un solo hombre, sus soldados y los que seguían a Albrecht acabaron con sus enemigos restantes y empezaron a abrirse camino hacia el otro extremo del angosto valle.

En el lado opuesto del campo de batalla, los soldados de Sergiy Caminante del Alba estaban cayendo con rapidez. Sólo el enorme Hijo de Gaia parecía estar teniendo algo de fortuna en su defensa pero por muy grande y poderoso que fuera en comparación con la manada de Ooralaths que lo estaba acosando, seguía pareciendo un oso acorralado. Se erguía frente a los cuerpos gravemente heridos de una manada entera de sus guerreros, saltando y moviéndose y esquivando tan deprisa como una mangosta a pesar de su tamaño. Aunque él no tenía oportunidad de atacarlas, las Perdiciones que lo rodeaban no podían llegar hasta ninguno de los heridos. Algunas de ellas huyeron mientras caían más guerreros de Caminante del Alba pero seguían siendo demasiadas hasta para alguien tan grande y poderoso como él.

Cuando parecía que no podría seguir conteniéndolas, los Colmillos Plateados y los soldados de Dientesabueso cargaron contra la manada de Ooralaths por la espalda. Libre al fin para dar rienda suelta a su furia, Caminante del Alba golpeó a la Pesadilla de menor tamaño con tal fuerza que la hizo volar por encima de sus salvadores y se partió el cuello contra una roca. Después de ese golpe brutal, acabar con el resto fue coser y cantar. En el repentino silencio que se abatió sobre todos ellos, algunos de los guerreros de la fuerza combinada de Dientesabueso y Caminante del Alba empezaron a relajarse y trataron de recobrar el aliento.

—¡Los Garras Rojas están cayendo! —les gritó Tvarivich antes de que su sangre tuviera tiempo de enfriarse.

—¡Por aquí! —dijo Albrecht.

Los guerreros aullaron y lo siguieron sin titubeos. Hasta Dientesabueso y Caminante del Alba obedecieron. Como un solo hombre, convergieron en el punto en el que Rápido-como-el-Río y sus camaradas Garras Rojas que aún sobrevivían estaban luchando desesperadamente por sus vidas. Los Furias Negras que seguían a Helena Cólera Lenta obedecieron también las órdenes de Albrecht y se abrieron camino a golpes hasta los Garras. En un abrir y cerrar de ojos, los últimos engendros del Wyrm se encontraron rodeados y murieron antes de haber tenido tiempo de comprender cómo había cambiado el curso de la batalla.

Se hizo el silencio en el campo después de eso, interrumpido sólo por los sollozos y gemidos de los heridos. Albrecht ordenó a los guerreros que lo rodeaban que «se aseguraran» y se dispersaron por todo el campo de batalla para acabar con los Danzantes que aún no hubieran muerto. A continuación reunieron a los Garou heridos formando una congregación exhausta en el centro del barranco. Las heridas que estos guerreros habían recibido de las Pesadillas se curaron rápidamente y un grupo formado por tres de los soldados supervivientes de Caminante de la Mañana y los Theurge de los Garras Rojas y los Furias Negras se encargaron de los más graves imponiéndoles las manos y elevando plegarias a Gaia.

Nadie creyó apropiado aullar o celebrar la victoria en aquella batalla; todo el mundo seguía conmocionado, de hecho. Albrecht se arrodilló y trató de recobrar el aliento. Su armadura mística estaba desgarrada y rota en varios puntos y las garras de su pezuña derecha ya no despedían resplandores plateados. La cólera de Gaia que había brillado en sus ojos, alejando de sí a los adversarios de menor talla para arrojarlos en brazos de sus aliados, se había apagado ya.

Finalmente, fue Tvarivich quien rompió el silencio.

—¿Dónde están Konietzko y sus hombres? —preguntó mientras se inclinaba sobre uno de los caídos de Caminante del Alba y le cerraba los ojos.

Albrecht se incorporó, mucho más alto que todos cuantos lo rodeaban, y realizó un rápido recuento mental. En efecto, aun contando a los muertos y los heridos, faltaba una tercera parte larga de sus fuerzas.

—Por allí —dijo Dientesabueso al mismo tiempo, señalando con una garra ensangrentada—. Pero las defensas de los engendros del Wyrm son mejores de lo que habíamos previsto.

—El paso estaba minado —dijo Helena Cólera Lenta apretando los dientes.

—Trataron de enterrarnos con escombros que caían sobre nosotros desde las laderas —añadió Caminante del Alba.

Albrecht miró a su alrededor y se percató de que, en efecto, la tierra parecía mucho más quebrada y rocosa que su reflejo en la Umbra.

—Nos estaban esperando —continuó Caminante del Alba—. Los engendros del Wyrm son mucho más numerosos de lo que…

—¿Así que están por allí? —lo interrumpió Albrecht con impaciencia.

—Los hombres del margrave han aparecido más cerca al punto de reunión que nosotros —dijo Dientesabueso—, pero puede que hayan caído en una trampa.

—Sigamos entonces —dijo Albrecht.

—Sí —gruñó Tvarivich—. Guíanos.

Capítulo once

Por vez primera desde que salieran de Szeged varias horas atrás, Albrecht y sus guerreros se aproximaban al punto de encuentro previsto y ya podían oír el ruido de la batalla en la distancia. El rey se volvió hacia los demás, que se reunieron a su alrededor mientras escuchaban los aullidos y el entrechocar de las armas que llegaban de más adelante.

—Dientesabueso, Helena —dijo—. Llevad a vuestros guerreros a esa colina por el lado occidental. Que el resto me siga por el lado este. Y deprisa. Nuestros camaradas cuentan con nosotros.

Los demás lo obedecieron sin vacilación. Se dividieron en dos unidades y se separaron como les había indicado. Empezaron a proferir aullidos y a entrechocar las armas, tanto para dar confianza a sus aliados como para aterrorizar a sus enemigos.

Cuando los hombres de Albrecht, que por pura casualidad habían tomado la ruta más corta, llegaron al otro lado, vieron que una batalla desesperada estaba teniendo lugar en el valle que se abría frente a ellos. Konietzko y aquellos de sus soldados que habían sobrevivido hasta el momento luchaban al otro extremo, acorralados contra las paredes de granito de la montaña por una línea tras otra de Perdiciones materializadas y los Danzantes de la Espiral Negra que las controlaban y apoyaban. La presencia de numerosos cadáveres dispersos señalaba el lugar en el que los defensores habían establecido la línea originalmente, así como el precio sangriento que habían tenido que pagar para repeler a los atacantes. El aire estaba lleno de aullidos, gritos, gruñidos y alaridos y Albrecht pudo oír desesperación en los sonidos que estaban profiriendo los guerreros de Konietzko.

Con un rugido, Albrecht extendió su espada hacia delante y ordenó a sus tropas que cargasen. Siguiendo su ejemplo, se desparramaron colina abajo y cayeron desde atrás sobre la mayor concentración de engendros del Wyrm. Caminante del Alba y Rápido-como-el-Río añadieron sus propios guerreros a la carga de los Colmillos Plateados y dividieron en dos a la sorprendida hueste de enemigos. A continuación, la fuerza de los gaianos se abrió en abanico tras Albrecht y presionó con mayor fuerza. Esperanzado por su aparición, el Margrave Konietzko lanzó hacia delante a una falange de sus hombres e hizo formar al resto en una punta de flecha dirigida en dirección contraria. Las dos líneas de hombres lobo avanzaron la una hacia la otra y luego se entrecruzaron para cubrirse mutuamente las espaldas. Cuando la maniobra estuvo completa, los defensores habían partido a la fuerza de engendros del Wyrm por la mitad y habían introducido un tenso círculo entre las dos mitades.

A continuación, este círculo se dividió en dos a partir de su eje y empujó a las divididas fuerzas del Wyrm contra las paredes del valle. Resultó más fácil acabar con la fuerza situada en el lado de Albrecht pero lo cierto es que el rey no estaba siquiera preocupado por la suerte de los cansados guerreros de Konietzko. Mientras éstos hacían lo que podían por repeler a los engendros del Wyrm, los guerreros de Helena Cólera Lenta y Guy Dientesabueso aparecieron por fin y descendieron sobre el valle por la ladera de la colina que se interponía en el camino de sus enemigos. Los guerreros de Dientesabueso y los de Konietzko realizaron a pequeña escala la misma maniobra que los que seguían a Albrecht habían utilizado para dividir en dos al ejército enemigo.

Divididos por dos veces, los engendros del Wyrm no tenían la menor posibilidad. Los reforzados y encorajinados gaianos los abatieron uno a uno hasta que no quedó con vida una sola criatura del mal. Ninguna Perdición acechaba ya, ni en la Penumbra inmediata ni en el mundo físico. Ningún Danzante de la Espiral Negra podía sostenerse en pie y los que aún vivían fueron despachados rápidamente. Ninguno de ellos recibió misericordia.

Cuando el trabajo estuvo concluido un silencio extraño y denso se aposentó sobre el valle. Aquí y allá lo interrumpían el rumor de la lluvia, el ruido de unos pasos, los gemidos de dolor y unos truenos lejanos pero ninguna voz. Todo el mundo parecía estar conteniendo la respiración, como si esperase algo importante. Y como en respuesta a esta sensación, el Margrave Konietzko se abrió camino entre la multitud en dirección al Rey Albrecht, quien se estaba acercando desde la dirección contraria. La armadura mística de Albrecht se hizo pedazos y cayó al suelo convertida en una llovizna de fragmentos sin valor. Su espada estaba mellada y llena de sangre. Sus dientes y garras estaban pegajosos a causa de los restos de las víctimas a las que había matado con ellos. Y sin embargo, poca, muy poca de la sangre que cubría su cuerpo era en realidad suya. Se erguía alto y orgulloso y la Corona de Plata resplandecía en su cabeza.

—Eres mejor líder y guerrero de lo que esperaba —dijo el margrave, mientras se detenía delante de él—. Tus refuerzos… han llegado en buen momento.

—Gracias —dijo Albrecht—. Yo también me alegro de verte. Pero la lucha no ha terminado aún. Todavía tenemos que encontrar el túmulo.

—Sí —dijo Tvarivich. Albrecht veía una mancha roja bajo su axila izquierda y parecía estar cojeando un poco—. Lo siento en el interior de la montaña. Está escondido en las profundidades.

—Entonces vamos a esas cavernas y busquémoslo —dijo Albrecht.

—Eso no serviría de nada —dijo Konietzko—. No se adentran lo suficiente en la montaña.

—Es cierto —dijo Mephi, que acababa de aparecer detrás de Albrecht. Había llegado en el mismo puente lunar que Konietzko—. Terminan a unos cien metros de profundidad. Allí fue donde nos dejó nuestro puente lunar.

—Los Espirales nos tendieron una emboscada cuando cruzamos la Celosía —dijo Konietzko—. Mientras salíamos, se materializaron junto con una horda de Perdiciones y cayeron sobre nosotros.

—Ya me extrañaba a mí que estuvieran en vuestro lado, lejos de las cavernas —dijo Cólera Lenta.

—¿Y cómo llegaron hasta aquí? —preguntó Caminante del Alba.

—Un túnel del Wyrm —respondió Mephi—. Lo vimos cuando nuestro puente lunar nos depositó en la Umbra en lugar de aquí pero entonces no nos dimos cuenta de lo que era. En la Penumbra se abre en este punto y se sumerge bajo la montaña.

—Suena a entrada —dijo Albrecht—. Y suena también a que los Espirales están ya dentro.

—Sí —dijo Konietzko—. También he podido detectar puentes lunares que salen de allí. Podrían llegar refuerzos de otras colmenas en cualquier momento.

—Entonces tenemos que apresurarnos —dijo Dientesabueso—. A los túneles y al túmulo.

—Sí —volvió a decir Konietzko—. Pero los espíritus del Wyrm son más numerosos aquí que en los lugares en los que nos depositaron nuestros túneles lunares. Debemos establecer un perímetro defensivo y enviar contingentes de guerreros a los túneles de uno en uno —dijo el margrave—. El resto puede seguirlos en oleadas para asegurarse de que los engendros del Wyrm no nos siguen.

—¿Y quién debería ir el primero? —preguntó Caminante del Alba.

Los Garou europeos miraron a su alrededor con aire incómodo y nade respondió de inmediato.

—Yo abriré el camino —dijo Albrecht al fin—. Junto con Mephi y los guerreros de la Reina Tvarivich. Tú nos seguirás, Caminante del Alba. Helena después y luego Dientesabueso. Rápido-como-el-Río, tú serás el siguiente y los hombres del margrave nos cuidarán las espaldas.

Konietzko asintió y dijo:

—Está bien. Atravesaremos la celosía en orden inverso para asegurar un perímetro. Cuando entréis en los túneles, no nos esperéis. Tenéis que llegar al túmulo antes de que aparezcan sus refuerzos.

—O derruirán la prisión de Jo’cllath’mattric —añadió Cólera Lenta.

—Sí —dijo Dientesabueso—. Hacedlos pedazos.

—Ya lo he pillado —dijo Albrecht—. Vamos.

Los hombres de Konietzko formaron un círculo defensivo y se adentraron en el mundo espiritual para abrirles un camino hasta la entrada del túnel. Los guerreros de Rápido-como-el-Río los siguieron, así como todos los demás líderes europeos, uno tras otro en rápida sucesión. Cuando desaparecía un grupo, Tvarivich se asomaba al otro lado de la Celosía y le indicaba al siguiente cuándo debía seguirlo. Finalmente, la reina les dio la señal de cruzar a ellos. Con una rápida plegaria a Gaia, prepararon las armas y dieron un paso para adentrarse en el infierno.

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