Ciudad Zombie (7 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Ciudad Zombie
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—Lo sé, pero...

Las palabras de Yvonne se vieron interrumpidas por un golpe repentino cuando un cuerpo se estampó contra las puertas dobles de vidrio directamente delante de ella. Nerviosa, se echó hacia atrás. Croft se puso en pie de un salto y la sostuvo. Con una extraña curiosidad, se acercó un par de pasos cauteloso al cadáver. La cara hinchada y de varios colores se presionaba fuertemente contra el vidrio y se movía por él con lentitud de izquierda a derecha, dejando a su paso una larga mancha de grasa y un reguero de saliva de color marrón oscuro, llena de gérmenes. Cuando llegó al final de la ventana se dio la vuelta con torpeza y empezó a hacer lo mismo en dirección contraria.

—¿Qué demonios está pasando aquí?

—¿Qué ocurre? —preguntó Sunita.

Se quedó mirando a la criatura, con el rostro contraído por el asco. No parecía diferente a los miles de cadáveres que ya había visto, tan grotesco como cualquiera de ellos. Odiaba la forma en que sus caras estaban hinchadas, llenas de bultos y deformes; la piel cuarteada y descolorida; las bocas que les colgaban abiertas en un coro de gemidos silenciosos...

—No me gusta esto —admitió el médico. Se acercó aún más y estudió los movimientos torpes y entrecortados de la criatura—. Éste no es como los demás.

—¿Por qué?

—Porque no se va.

—¿Qué?

—Míralo. Ahora ya se debería haber dado la vuelta y largado por ahí. Es como si se quedase aquí por una razón. Es casi como si supiera que estamos aquí.

—Maldita sea —juró Sunita con rapidez—. Debes de estar bromeando...

—Entonces, ¿me puedes dar otra explicación? Señoras, les estoy diciendo que este cuerpo nos está mirando.

Como para probar su argumento, se acercó a un más al vidrio hasta que su cara se encontró a sólo unos pocos centímetros del cadáver. Se movió hacia su derecha y después, con una lentitud dolorosa, el cuerpo hizo lo mismo. Croft volvió al punto de partida y, después de unos pocos segundos de retraso mientras se volvía arrastrando los pies, el cadáver lo imitó. Sus ojos oscuros, cubiertos por una tela de un blanco lechoso, parecía que intentaban seguirlo.

—¿Y esto qué significa? —preguntó Yvonne desde el tramo superior de la escalera. Estaba mirando hacia abajo a través de los barrotes de la escalera, como si fuera una niña asustada a punto de irse a la cama.

—Hay dos posibilidades —contestó Croft, sin apartar los ojos del cuerpo en el exterior—, o éste de alguna manera se ha visto menos afectado que los demás, o...

—¿O qué? —le presionó Sunita con ansiedad.

—Están cambiando.

8

Paul se levantó cuando el sol empezaba a brillar a través de las ventanas del bloque de oficinas. No se quería mover, pero su cama era bastante incómoda y la presión en la vejiga se había vuelto imposible de soportar. Utilizando un pase de seguridad que Donna había cogido del cuello de un cadáver a principios de la semana, salió tambaleándose hacia el descansillo y bajó un tramo de escalera para alcanzar el lavabo más cercano. Tropezó con un cuerpo a causa de la poca luz, se cayó ruidosamente a través de la puerta y entró en el cuarto de baño, que era tan frío, oscuro y desagradable como había imaginado. Otro cuerpo yacía desplomado en el suelo en uno de los cubículos, sobre en un charco marrón que ya se había secado, con los pantalones alrededor de los tobillos hinchados. Del aire colgaba pesadamente un hedor estancado que hacía llorar los ojos.

Aún atontado por el sueño y con prisas por alejarse de los cuerpos y regresar a la comodidad relativa de la oficina, Paul volvió a tropezar al salir del lavabo después de terminar, cayendo torpemente y lanzando un cubo de la limpieza contra un radiador. El sonido de metal contra metal despertó el eco arriba y abajo del hueco inmenso de la escalera, de manera que durante un largo rato pareció que llenaba de ruido todo el edificio.

Cuando regresó a la décima planta, Donna estaba despierta. Más que eso, estaba levantada y alerta, cambiándose rápidamente de ropa e intentando recoger su largo cabello.

—¿Qué problema hay? —preguntó él, preocupado de inmediato. Donna no tenía ninguna razón para levantarse con tanta rapidez. No tenía ninguna buena razón para levantarse en absoluto.

—He oído algo —contestó ella sin aliento mientras se metía la blusa en los téjanos.

—¿Qué?

—No lo sé, por eso voy a mirar.

—Probablemente he sido yo —replicó Paul, nervioso—. Ahí fuera aún está oscuro. He tropezado con un cuerpo cuando bajaba la escalera y casi me lo como cuando subía. Me apuesto algo a que ha sido eso... —Dejó de hablar.

Donna seguía negando con la cabeza.

—No has sido tú. Era arriba. Justo encima de nosotros.

—Pero me dijiste que ya habías estado arriba. Dijiste que ahí no había nada.

—Excepto un par de cuerpos.

—Entonces, ¿qué es lo que has oído?

Ella se encogió de hombros y negó con la cabeza.

—No lo sé. Probablemente no sea nada. Voy a echar un vistazo. Sólo serán un par de minutos.

—He tenido que ser yo —siguió balbuceando Paul, desesperado por encontrar una explicación que no implicase a nadie o nada más—. Como he dicho, le pegué una patada a un cubo que se fue a estampar contra un radiador. Ha provocado un ruido de mil demonios.

Cansada de oírle hablar, Donna se dio la vuelta, alargó la mano hacia el pomo de la puerta y se quedó helada. A través del pequeño panel de vidrio de la puerta vio una cara que le devolvía la mirada. Aunque la luz era mortecina, pudo ver inmediatamente que se trataba de un rostro sin emociones, muerto. Esa maldita cosa estaba justo ahí, mirándola directamente.

—¡Dios santo! —exclamó mientras se tambaleaba hacia atrás por la sorpresa.

—¿Qué ocurre?

—Uno de esos cuerpos —susurró, clavada en el sitio.

—¿Y?

—¡Esa maldita cosa me está mirando!

—¿De qué estás hablando?

Paul empezó a acercarse a Donna, pero frenó de repente cuando vio el cadáver al otro lado de la puerta. Completamente en silencio y prácticamente quieto excepto por un balanceo vacilante y ocasional, los ojos se le movían de un lado al otro, yendo de Donna a Paul. No parecía diferente de los otros que habían visto: era un hombre, algo encorvado y los hombros redondos, la piel decolorada y con algunas llagas, que brillaban con las señales supurantes de las primeras fases de la descomposición. No estaba por allí cuando él había regresado del lavabo hacía unos minutos, de manera que ¿era posible que lo hubiera seguido?

—¿Por qué no se va? —preguntó Donna—. Se tendría que ir como hacen todos los demás. ¿Por qué se queda aquí?

Paul se acercó para verlo mejor. Movió la mano delante del vidrio, pero no se produjo una respuesta inmediata.

—¿Crees que nos está mirando? —preguntó—. Quizá sea...

La criatura se lanzó contra la puerta, silenciándolo de forma inmediata. Paul y Donna retrocedieron por instinto y siguieron mirando mientras el cadáver lo repetía una y otra vez: retrocediendo pesadamente un paso para tambalearse hacia delante y precipitarse contra las maderas de la puerta.

—Voy a dejarlo entrar —dijo Donna, con la boca seca y el pulso desbocado.

—¿Qué? ¿Te has vuelto completamente loca? No sabes lo que puede hacer si lo...

—Y tú tampoco lo sabes. Por el amor de Dios, está intentado llegar a nosotros. Necesita ayuda, de verdad. Es diferente de los demás...

—Pero no puedes asumir por las buenas...

Las palabras de Paul fueron una pérdida de tiempo porque Donna ya había tomado una decisión. El cuerpo del hombre que tenía delante parecía tan malsano como todos los demás, sus movimientos tan lentos y trabajosos como los del resto, pero parecía que había retenido un nivel básico de control, y eso lo separaba de todos los demás cadáveres que había visto hasta el momento. El cuerpo en el pasillo seguía golpeándose contra la puerta y tambaleándose hacia atrás. Donna deslizó el pase ante el sensor que se encontraba a su derecha y abrió la puerta. El cuerpo se detuvo.

—Ves —le dijo Paul, aliviado—. Te lo dije...

La criatura se precipitó sobre ella, haciéndola perder el equilibrio y lanzándola de espaldas contra la pared, donde produjo un ruido sordo. Con una energía repentina, descoordinado, pero inconfundiblemente salvaje en su intención, los restos en descomposición del hombre de cincuenta y dos años agarraron y arañaron a Donna, agitando sus débiles extremidades en el aire alrededor de la cara de ella. Paul corrió hacia el detestable cadáver y lo agarró desde atrás, estremeciéndose de asco a medida que apretaba; sintió su frialdad y la piel apergaminada, que cedía bajo la presión creciente de sus dedos. Con un esfuerzo sorprendentemente leve alejó de golpe el cuerpo y lo lanzó al suelo. A pesar de lo que acababa de hacer, era poco más que un cascarón: una cáscara humana vacía.

—Maldita cosa —escupió Donna. Empujó a Paul fuera de su camino y se cernió sobre el cadáver, que ya estaba intentando levantarse de nuevo. Éste se inclinó hacia un lado y con unas manos torpes e hinchadas intentó agarrarla de nuevo.

—Lo vamos a tener que matar.

—¿Y cómo lo vamos a hacer? —chilló Donna, empujándolo de nuevo al suelo con el pie—. Esta jodida cosa lleva muerta desde el martes.

—¡No lo sé! —le respondió Paul a gritos.

Colgado en la parte baja de la pared justo al lado de la puerta de entrada se encontraba un extintor. Lo cogió con rapidez, lo retiró de los soportes y lo sostuvo por encima de la cabeza de la criatura. Donna le pisó con más fuerza el pecho huesudo, clavándolo contra el suelo. El cadáver no tenía suficiente fuerza para luchar contra ella.

—Hazlo. ¡Por el amor de Dios, hazlo!

Paul sostuvo el extintor muy por encima del cadáver, pero no le golpeó. Con una mezcla de asco y fascinación, contempló mientras el muerto agitaba la cabeza incasablemente de un lado a otro. La piel, de un color amarillo verdoso y marcada de viruela, parecía hundida y flácida, y la enorme boca negra se abría y cerraba sin cesar, produciendo sólo un ligerísimo sonido ronco y rasposo.

—¡Hazlo! —volvió a chillar Donna.

Paul no se movió. Helado. Aterrorizado. El cuerpo intentó incorporarse de nuevo, y ese movimiento repentino forzó finalmente a actuar a Paul. Con los ojos fuertemente cerrados, le golpeó en la cabeza con la base del cilindro de metal. Alcanzó un lado de la cara con un ruido sordo y un chasquido al fracturarse el pómulo. Con un poco más de confianza, pero también con el gusto nauseabundo de la bilis subiéndole por la garganta, levantó de nuevo el extintor y volvió a golpear, esta vez alcanzando de lleno la parte trasera del cráneo. El cuerpo se quedó finalmente quieto.

—Vamos a sacarlo de aquí —propuso, dejando caer el extintor ensangrentado, que se alejó rodando.

Donna mantuvo abierta la puerta mientras él sacaba a la criatura arrastrándola por los pies, dejando a su paso un espeso rastro de sangre de color rojo oscuro, casi negra, sobre la moqueta de un violeta pálido. Lo sacó a través de la puerta del descansillo y lo lanzó hacia la escalera, demasiado asustado para ir más lejos. Se dio cuenta de que había más cuerpos en la escalera. Dios santo, podía ver otras tres de esas malditas cosas: una bajando a trompicones hacia él desde el piso de arriba, y dos más subiendo a rastras desde el piso inferior. Corrió de regreso a la oficina. El muerto más cercano consiguió atravesar bamboleante la puerta del descansillo detrás de él antes de que se cerrase completamente.

Durante más de una hora estuvieron demasiado asustados para moverse o incluso para producir el más mínimo ruido. Escondidos detrás de una barricada de mesas levantada con rapidez en el aula de formación, Donna y Paul estaban sentados muy juntos. De vez en cuando, uno de ellos reunía el valor suficiente para volver a mirar hacia la oficina principal. Podían ver un poco del descansillo a través de las puertas cerradas que los separaban del resto del mundo. Aunque de forma confusa y poco clara, veían un movimiento constante en el exterior.

Donna se enderezó sin levantarse y miró por la ventana en dirección al cielo gris y de nubes veloces que rodeaban el bloque de oficinas; intentó encontrar algún sentido a su situación imposible. Paul estaba en la moqueta a su lado, enroscado como si fuera una pelota.

—¿Por qué te ha atacado? —murmuró éste, cuando finalmente consiguió hablar sobre lo que había visto.

—No sé si lo ha hecho.

—¿De qué estás hablando? ¡Por supuesto que te ha atacado!

—¿Estás seguro? Es posible que sólo quisiera conseguir nuestra ayuda. ¿Cómo sabes si...?

—De acuerdo, de acuerdo —gimió Paul, cubriéndose la cabeza con las manos—. Lo que sé es que nunca deberías haber abierto la maldita puerta.

Se produjo otro golpe y un ruido amortiguado en el exterior. Sonaba como algo cayéndose por la escalera, ¿quizá el cubo de la limpieza que Paul había golpeado antes? Paul decidió que uno de los cuerpos debía de haber tropezado con él.

—Es como si volvieran a la vida —comentó Donna en voz baja.

—¿Qué?

—Murieron el pasado martes. Sé que es así porque presencié cómo ocurría y comprobé los cuerpos de bastantes de mis amigos para saber que todos estaban muertos. Y después se empezaron a mover. Es como si empezaran a funcionar de nuevo. El jueves andaban y ahora...

—¿Ahora qué?

—¿Cómo supieron que estábamos aquí?

—¿Quizás aquél me vio?

—Creo que los molestaste cuando fuiste al baño.

—Pero habíamos salido antes de esta planta, ¿o no? ¿Por qué no reaccionaron entonces ante nuestra presencia? Yo pasé al lado de cientos de esas malditas cosas fuera en las calles, y ninguna de ellas reaccionó de esta forma...

—Lo sé —lo interrumpió Donna con rapidez, cada vez más consciente del nerviosismo creciente de Paul—, y eso es exactamente lo que estoy diciendo. No se podían mover, y ahora pueden andar. No tenían control ni coordinación, y ahora parece que lo han mejorado. No nos podían oír, y no sé si antes nos podían ver, pero ahora parece que pueden.

—Entonces, ¿por qué te ha atacado? —volvió a preguntar Paul, repitiendo la pregunta que había formulado antes.

—Si su control es tan limitado, ¿qué otra cosa podía hacer? No me podía pedir ayuda, ¿no te parece? Dios santo, Paul, mira lo que les está ocurriendo. Sus cuerpos se están empezando a descomponer y pudrir. Imagina el dolor que deben sentir.

—¿Pueden sentir algo?

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