Presionó un botón y el grueso cristal verde se hizo a un lado para dejar al descubierto una masa de maquinaria de bronce que casi llenaba el diámetro de la tubería. Había pistones y secciones en acordeón a ambos lados, repletas de tuberías y filamentos de metal, servomotores y ventosas de aspiración negras. Era difícil distinguir lo antiguo (del período amerikano) de lo nuevo, ya que se había entremezclado después de la plaga. En cualquier caso, no parecía muy fiable. Pero, en el centro de la maquinaria, había un espacio esquelético equipado con dos grandes asientos acolchados y algunos controles rudimentarios. Hacía que el rodador pareciera un despilfarro de espacio.
—Empieza a hablar —dije.
—Es un robot de inspección —contestó Quirrenbach—. Una máquina para serpentear por la tubería en busca de fugas, puntos débiles, ese tipo de cosas. Ahora es… bueno, te lo puedes imaginar.
—Un sistema de transporte —lo estudié y me pregunté cuáles eran mis probabilidades de montar en él y sobrevivir a la experiencia—. Astuto, te lo concedo. Bueno, ¿cuánto tardaremos en llegar adonde nos lleve?
—Lo he usado una vez —respondió Quirrenbach—. No fue un picnic.
—No has respondido a mi pregunta.
—Una hora o dos para pasar la capa de niebla. El mismo tiempo para regresar. Te aconsejo que no pases abajo demasiado tiempo cuando llegues.
—Bien. No pienso hacerlo. ¿Podré hacerme pasar por alguien de dentro si bajo en esta cosa?
Él me miró de arriba abajo.
—Solo la gente de dentro llega por esta ruta. Con el abrigo de Vadim podrás hacerte pasar por proveedor o, al menos, por alguien de la cadena… siempre que no abras demasiado la boca. Dile a quien te encuentres que has venido para ver a Gideon.
—Lo dices como si fuera muy sencillo.
—Bueno, te las apañarás. Un mono podría manejar la máquina. Sin ánimo de ofender, claro. —La sonrisa de Quirrenbach fue rápida y nerviosa—. Mira, es fácil. Cuando llegues lo sabrás sin problemas.
—Claro —dije—. Sobre todo porque te vienes de viaje conmigo.
—Mala jugada, Tanner. Mala jugada —Quirrenbach miró a su alrededor en busca de apoyo moral.
—Tanner lleva razón —dijo Zebra mientras se encogía de hombros—. Tendría cierto sentido.
—Pero nunca me he acercado a Gideon. No tienen por qué tomarme más en serio que a Tanner. ¿Qué se supone que debo decir cuándo me pregunten a qué vamos?
Zebra lo miró furiosa.
—Improvisa, pequeño cobarde de mierda. Di que has oído rumores sobre la salud de Gideon y que querías comprobarlo tú mismo. Di que se cuentan cosas sobre la calidad del producto final que llega a las calles. Funcionará. Después de todo, es el mismo tipo de historia que le permitió a mi hermana acercarse a Gideon.
—No tienes ni idea de si llegó a acercarse.
—Bueno, hazlo lo mejor que puedas, Quirrenbach; estoy segura de que Tanner estará allí para darte todo el apoyo moral que necesites.
—No voy a hacerlo.
Zebra lo señaló con la pistola.
—¿Quieres volver a pensártelo?
Él miró el cañón de la pistola, después miró a Zebra y frunció los labios.
—Que te jodan a ti también, Taryn. Ten por seguro que has quemado todos tus puentes en lo que respecta a nuestra relación profesional.
—Limítate a subir a la máquina, ¿vale?
Me volví hacia Zebra y Chanterelle.
—Tened cuidado. No creo que corráis peligro aquí, pero estad atentas por si acaso. Creo que volveré en unas cuantas horas. ¿Podéis esperar tanto?
Zebra asintió.
—Podría, pero no pienso hacerlo. Ahí hay bastante sitio para tres, si Chanterelle puede guardar sola el fuerte.
Chanterelle se encogió de hombros.
—No puedo decir que me guste la perspectiva de pasar aquí sola unas cuantas horas, pero creo que prefiero estar aquí que ahí abajo. Supongo que se lo debes a tu hermana, ¿no?
Zebra asintió.
—Creo que ella habría hecho lo mismo por mí.
—Pues adelante. Solo espero que el viaje merezca la pena.
Me dirigí a Chanterelle.
—No corras más peligro del necesario. Podemos encontrar la forma de salir de aquí si tenemos que hacerlo, así que si pasa algo… ya sabes dónde está el teleférico.
—No te preocupes por mí, Tanner. Cuida de ti mismo.
—Lo tengo por costumbre. —Le di una palmada en el hombro a Quirrenbach, con toda la cordial amabilidad que me hubiera gustado sentir—. Bueno, ¿estás listo? Nunca se sabe. Puede que te inspires al bajar; que se te ocurra algo aún más deprimente de lo normal.
Él me miró con mala cara.
—Acabemos con esto, Tanner.
A pesar de lo que había dicho Zebra, casi no había sitio para dos en el robot de inspección, así que tuvimos que apretarnos dolorosamente para meter a otra persona. Pero las articulaciones de Zebra no eran del todo humanas y tenía una habilidad extraordinaria para doblarse en el espacio que quedara, aunque el proceso le causaba una pequeña incomodidad.
—Espero de todo corazón que esto no se alargue mucho —dijo.
—Arranca —le dije a Quirrenbach.
—Tanner, todavía hay…
—Arranca ya el puto cacharro —dijo Zebra—, o en vez de componer haré que acabes descomponiéndote.
Aquello funcionó; Quirrenbach presionó un botón y la máquina cobró vida con un estruendo. Avanzó por la tubería moviéndose como un lento ciempiés mecánico. Las partes frontal y trasera de la máquina se movían a sacudidas, las ventosas de sujeción golpeaban las paredes, pero la parte en la que estábamos sentados era relativamente estable. Aunque ya no había vapor en el túnel, los laterales de metal estaban calientes al tacto y el aire era como un continuo eructo de las profundidades del infierno. Era estrecho y oscuro, salvo por la débil iluminación de los controles básicos situados frente a nuestros asientos. Las paredes de la tubería eran lisas como el hielo glaciar, pulidas por las monstruosas presiones del vapor. Aunque la tubería había empezado en posición horizontal pronto comenzó a inclinarse, primero con suavidad, pero después acabó casi en vertical. Mi asiento se convirtió en un arnés realmente incómodo del que estaba colgado, siempre consciente de los kilómetros de tubería que caían bajo mis pies y del hecho de que lo único que me impedía caer era la presión de succión de las ventosas desplegadas por el robot de inspección.
—Vamos hacia la estación de craqueo, ¿no? —preguntó Zebra en voz alta para hacerse oír por encima del golpeteo de la máquina—. Ahí es donde lo hacen, ¿verdad?
—Tiene sentido —dije pensando en la estación. De allí llegaban todas las tuberías: la gran raíz principal de la ciudad. La estación estaba ubicada en las profundidades del abismo, perdida bajo la capa de niebla perpetua. Allí las titánicas máquinas de conversión aspiraban el veneno caliente y gaseoso que surgía de lo más profundo del abismo—. Está fuera de toda jurisdicción y la gente que lo controla debe disponer de avanzadas herramientas químicas para sintetizar algo como el Combustible de Sueños.
—¿Crees que todos los que trabajan aquí abajo conocen el secreto?
—No; probablemente solo el pequeño grupo de trabajadores que produce la droga y que los demás desconocen. ¿Es así, Quirrenbach?
—Ya te lo dije —respondió él mientras ajustaba un control para aumentar la velocidad de descenso, con lo que el martilleo se convirtió en un fuerte redoble—, nunca me han dejado acercarme a la fuente.
—Entonces, ¿qué sabes exactamente? Debes saber algo sobre el proceso de síntesis.
—¿Por qué te iba a interesar lo que yo sepa?
—Porque no le veo sentido —respondí—. La plaga hizo que muchas cosas dejaran de funcionar. Implantes (al menos los complicados), nanorrobots subcelulares, medimáquinas… lo que sea. Fue un gran golpe para los postmortales, ¿no? Sus terapias normalmente requerían la intervención de aquellas pequeñas máquinas. Y tenían que vivir sin ellas.
—¿Y?
—De repente, aparece otra cosa que realiza el mismo trabajo. Y, en ciertos aspectos, lo mejora. El Combustible de Sueños podría administrarlo hasta un niño; no es necesario adaptarlo primero a la persona que lo va a usar. Cura heridas y restaura memorias. —Pensé de nuevo en el hombre que había visto arañar el suelo, desesperado por conseguir una gota diminuta del líquido escarlata, aunque la plaga ya le había consumido medio cuerpo—. Hasta protege de la plaga a la gente que no ha tirado sus máquinas. Es casi demasiado bueno para ser cierto, Quirrenbach.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Quiere decir que me pregunto cómo es que unos criminales pudieron inventar algo tan útil. Ya sería difícil imaginarse cómo pudieron crearlo antes de la plaga, incluso cuando la ciudad tenía los medios para crear fabulosas tecnologías. Pero ¿ahora? Hay partes del Mantillo en las que ni siquiera tienen energía de vapor. Y aunque pueda haber unos cuantos enclaves de alta tecnología en la Canopia, están más interesados en jugar que en desarrollar curas milagrosas. Pero eso es exactamente lo que parecen haber conseguido… aunque el suministro escasee un poco.
—No existía antes de la plaga —dijo Zebra.
—Es demasiada coincidencia —dije—. Lo que hace que me pregunte si las dos cosas podrían tener el mismo origen.
—No te halagues pensando que eres el primero que lo piensa —comentó Quirrenbach.
—No, ni se me pasaría por la cabeza. —Me limpié el sudor de la frente; ya me sentía como si llevara una hora dentro de una sauna—. Pero debes admitir que el argumento es válido.
—No lo sé. No me interesa mucho el asunto.
—¿Ni siquiera cuando el destino de la ciudad puede depender de ello?
—Pero no es así, ¿verdad? Unos cuantos miles de postmortales, como mucho una decena. Puede que el Combustible de Sueños sea una sustancia preciosa para los que ahora dependen de ella, pero a la mayoría no le afecta. Déjalos morir y comprueba si me importa. Dentro de unos siglos todo lo ocurrido aquí será poco más que una nota histórica a pie de página. Por lo que a mí respecta, hay peces más gordos y ambiciosos que pescar. —Quirrenbach ajustó algunos controles más y pulsó algún que otro indicador—. Pero yo soy un artista. Todo esto es mera distracción. Tú, por otro lado… confieso que no te entiendo, Tanner. Sí, puede que te sientas obligado en cierto modo hacia Taryn, pero tu interés por el Combustible quedó claro desde el momento en el que registramos el camarote de Vadim. Ya has admitido que viniste para asesinar a Argent Reivich, no a investigar una ridícula escasez de suministro en nuestra pequeña y sórdida industria de la droga.
—Las cosas se han vuelto un poco más complicadas, eso es todo.
—¿Y?
—Hay algo en el Combustible de Sueños, Quirrenbach. Algo que me hace pensar que lo he visto antes.
Pero sí había una forma de entrar. Sky, Norquinco y Gómez la localizaron tras desacoplarse y explorar la nave otros treinta minutos; al final encontraron el agujero que Oliveira y Lago debían haber usado para llegar al interior. Estaba a tan solo unos metros del lugar donde la lanzadera de Oliveira estaba aparcada; cerca del punto en el que el eje conectaba con el resto de la nave. Era tan pequeño que Sky no lo había visto en la primera pasada; estaba perdido entre las protuberancias con forma de ampolla del lado destrozado de la nave.
—Creo que deberíamos volver —dijo Gómez.
—Vamos a entrar.
—¿Es que no has escuchado ni una palabra del mensaje de Oliveira? ¿Y no te preocupa en absoluto que la nave parezca estar hecha de un material extraño? ¿Que parezca un primitivo intento de copiar una de nuestras naves?
—Me preocupa, sí. Pero también hace que me decida a entrar.
—Lago también entró.
—Bueno, supongo que tendremos que estar pendientes por si lo vemos, ¿no? —Sky estaba listo. No se había molestado en quitarse el casco desde la última vez que habían atravesado el compartimento estanco.
—Yo también quiero ver lo que hay dentro —dijo Norquinco.
—Al menos uno de nosotros debería quedarse en la lanzadera —dijo Gómez—. Si la nave que nos barrió con el radar llegara aquí en las próximas horas, sería bueno que hubiera alguien preparado para hacer algo.
—Bien —respondió Sky—. Acabas de presentarte voluntario para el trabajo.
—No quería decir…
—No me importa lo que quisieras decir. Acéptalo. Si Norquinco y yo necesitamos tu ayuda, serás el primero en saberlo.
Dejaron la lanzadera y usaron arneses de propulsión para cruzar la distancia que los separaba del casco del
Caleuche
. Cuando aterrizaron cerca del agujero fue como caer en un colchón que se hundiera suavemente. Se levantaron, agarrados a la nave gracias a las suelas adhesivas de sus zapatos.
Había una cuestión obvia y vital que Sky casi había logrado preguntarse, pero que finalmente debía tratar. Por lo que sabía, no existía ninguna forma de transmutar el casco de una nave hasta aquel estado esponjoso. El metal no podía hacer aquello solo, ni siquiera tras la exposición al brillo de una explosión de antimateria. No; lo que le había ocurrido estaba más allá de su experiencia. Era como si el casco de la nave fantasma hubiera sido reemplazado, átomo a átomo, por una sustancia nueva y de una flexibilidad inquietante que replicaba los antiguos detalles solo a grandes rasgos. Tenía la misma forma, la misma textura y el mismo color, pero no la misma función; como si fuera un burdo molde de la nave original. ¿Estaba de verdad en el
Caleuche
o era solo otra hipótesis defectuosa?
Sky y Norquinco caminaron hasta el borde del agujero con los cañones de las pistolas apuntando a la penumbra. El borde era desigual y estaba chamuscado con marcas de calor; tenía el aspecto fruncido y arrugado de una boca a medio cerrar. Sin embargo, un par de metros por debajo de la superficie, la pared del agujero estaba recubierta de una masa gruesa y fibrosa que brillaba débilmente al pasar cerca de ella su linterna. Sky pensó que reconocía aquella masa; era una matriz de fibras de diamante extruido incrustada en epoxi, una pasta de secado rápido que podía usarse para reparar perforaciones en el casco. Oliveíra debía haber encontrado un punto débil en el
Caleuche
(tenía que haberse tomado tiempo para realizar un mapa de densidades antes de seleccionar aquel punto) y después había usado algo para cortarlo, una linterna láser o incluso el escape de su lanzadera. Una vez abierto el hueco lo habría recubierto con material de sellado en spray de su equipo de emergencia, probablemente para evitar que se derrumbara y le cerrara el paso.