Cincuenta sombras más oscuras (15 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?

Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…

—Algunas palabras, sí. —Christian sonríe, visiblemente relajado—. Mi madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial». Elliot habla español; Mia y yo, francés, Elliot toca la guitarra, yo el piano, y Mia el violonchelo.

—Uau. ¿Y las artes marciales?

—Elliot hace yudo. Mia se plantó a los doce años y se negó.

Sonríe al recordarlo.

—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.

—La doctora Grace es formidable en lo que se refiere a los logros de sus hijos.

—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.

En la cara de Christian aparece un destello sombrío, y parece momentáneamente incómodo. Me mira receloso, como si estuviera en un territorio ignoto.

—¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por ti? —dice en un tono repentinamente brusco.

¡Uf! Parece enfadado.
¿
Por qué? ¿Qué he dicho?

—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?

—No, Anastasia, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de compras de Neiman Marcus. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado seguridad adicional para esta noche y los próximos días. Leila anda deambulando por las calles de Seattle y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavido. No quiero que salgas sola. ¿De acuerdo?

Pestañeo.

—De acuerdo.

¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», Grey?

—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.

—¿Están aquí?

—Sí.

¿Dónde?

Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google.

Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando conmigo el dossier ANASTASIA ROSE STEELE. Entro en el vestidor y saco los tres vestidos largos de noche. A ver… ¿cuál?

Tumbada en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Christian del iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.

Estoy echada sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra Christian.

—¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.

Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».

Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertido.

—¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.

El brusco Christian ha desaparecido; el juguetón Christian ha vuelto. ¿Cómo voy a seguir este ritmo?

—Investigo. Sobre una personalidad difícil.

Le dedico mi mirada más inexpresiva.

Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.

—¿Una personalidad difícil?

—Mi proyecto favorito.

—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Señorita Steele, está hiriendo mis sentimientos.

—¿Cómo sabes que eres tú?

—Mera suposición.

—Es verdad que tú eres el único jodido y volátil controlador obsesivo que conozco íntimamente.

—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice arqueando una ceja.

Me ruborizo.

—Sí, eso también.

—¿Has llegado ya a alguna conclusión?

Me giro y le miro. Está tumbado de lado junto a mí, con la cabeza apoyada en el codo y con una expresión tierna, alegre.

—Creo que necesitas terapia intensiva.

Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.

Me entrega una barra de pintalabios.

Yo frunzo el ceño, perpleja. Es un rojo fulana, no es mi color en absoluto.

—¿Quieres que me ponga esto? —grito.

Se echa a reír.

—No, Anastasia, si no quieres, no. No creo que te vaya este color —añade con sequedad.

Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita la camisa. Oh, Dios…

—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.

Le miro desconcertada. ¿Mapa de ruta?

—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.

—Oh. Lo dije en broma.

—Yo lo digo en serio.

—¿Quieres que te las dibuje, con carmín?

—Luego se limpia. Al final.

Eso significa que puedo tocarle donde quiera. Una sonrisita maravillada asoma en mis labios.

—¿Y con algo más permanente, como un rotulador?

—Podría hacerme un tatuaje.

Hay una chispa de ironía en sus ojos.

¿Christian Grey con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene tantas marcas? ¡Ni hablar!

—¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.

—Pintalabios, pues.

Sonríe.

Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.

—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.

Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia él. Christian se tumba en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.

—Apóyate en mis piernas.

Me siento encima de él a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy abiertos y cautos. Pero también divertidos.

—Pareces… entusiasmada con esto —comenta con ironía.

—Siempre me encanta obtener información, señor Grey, y más si eso significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.

Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme dibujar por todo su cuerpo.

—Destapa el pintalabios —ordena.

Oh, está en plan supermandón, pero no me importa.

—Dame la mano.

Yo le doy la otra mano.

—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.

—¿Vas a ponerme esa cara?

—Sí.

—Eres muy maleducado, señor Grey. Yo sé de alguien que se pone muy violento cuando le hacen eso.

—¿Ah, sí? —replica irónico.

Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos frente a frente.

—¿Preparada? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y comprime todas mis entrañas.

Oh, Dios.

—Sí —musito.

Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, ese aroma Christian mezclado con mi gel. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.

—Aprieta —susurra.

Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su paso una franja ancha, de un rojo intenso. Christian se detiene bajo sus costillas y me conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.

Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de sus ojos. En mitad del estómago murmura:

—Y sube por el otro lado.

Y me suelta la mano.

Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño?

—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.

—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor de la base de su cuello.

Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la inmensidad gris de sus ojos.

—Ahora la espalda —susurra.

Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.

—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado —dice con voz baja y ronca.

Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en total.

Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto? Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el cuerpo rígido.

—¿Alrededor del cuello también? —musito.

Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la base del cuello, por debajo del pelo.

—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel con un ribete de rojo fulana.

Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.

—Estos son los límites —dice en voz baja.

Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrada.

—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos —susurro.

Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.

—Bien, señorita Steele, soy todo tuyo.

Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y le tumbo en la cama. Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de él.

—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su boca reclama la mía una vez más.

6

Mi mano se agarra al cabello de Christian, mientras mi boca se aferra febril a la suya, absorbiéndole, deleitándose al sentir su lengua contra la mía. Y él hace lo mismo, me devora. Es el paraíso.

De pronto me levanta un poco, coge el bajo de mi camiseta, me la quita de un tirón y la tira al suelo.

—Quiero sentirte —me dice con avidez junto a mi boca, mientras mueve las manos por mi espalda para desabrocharme el sujetador, hasta quitármelo con un imperceptible movimiento y tirarlo a un lado.

Me empuja de nuevo sobre la cama, me aprieta contra el colchón y lleva su boca y sus manos a mis pechos. Yo enredo los dedos en su cabello mientras él coge uno de mis pezones entre los labios y tira fuerte.

Grito, y la sensación se apodera de todo mi cuerpo, y vigoriza y tensa los músculos alrededor de mis ingles.

—Sí, nena, déjame oírte —murmura junto a mi piel ardiente.

Dios, quiero tenerle dentro, ahora. Juega con mi pezón con la boca, tira, y hace que me retuerza y me contorsione y suspire por él. Noto su deseo mezclado con… ¿qué? Veneración. Es como si me estuviera adorando.

Me provoca con los dedos, mi pezón se endurece y se yergue bajo sus expertas caricias. Busca con la mano mis vaqueros, desabrocha el botón con destreza, baja la cremallera, introduce la mano dentro de mis bragas y desliza los dedos sobre mi sexo.

Respira entre los dientes y deja que su dedo penetre suavemente en mi interior. Yo empujo la pelvis hacia arriba, hasta la base de su mano, y él responde y me acaricia.

—Oh, nena —exhala y se cierne sobre mí, mirándome intensamente a los ojos—. Estás tan húmeda —dice con fascinación en la voz.

—Te deseo —musito.

Su boca busca de nuevo la mía, y siento su anhelante desesperación, su necesidad de mí.

Esto es nuevo —nunca había sido así, salvo quizá cuando volví de Georgia—, y sus palabras de antes vuelven lentamente a mí… «Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo de esta forma.»

Pensar en eso me desarma. Saber que le afecto de ese modo, que puedo proporcionarle tanto consuelo haciendo esto… Él se sienta, agarra mis vaqueros por los bajos y me los quita de un tirón, y luego las bragas.

Sin dejar de mirarme fijamente, se pone de pie, saca un envoltorio plateado del bolsillo y me lo lanza, y después se quita los pantalones y los calzoncillos con un único y rápido movimiento.

Yo rasgo el paquetito con avidez, y cuando él vuelve a tumbarse a mi lado, le coloco el preservativo despacio. Me agarra las dos manos y se tumba de espaldas.

—Tú encima —ordena, y me coloca a horcajadas de un tirón—. Quiero verte.

Oh…

Me conduce, y yo me dejo deslizar dentro de él con cierta indecisión. Cierra los ojos y flexiona las caderas para encontrarse conmigo, y me colma, me dilata, y cuando exhala su boca dibuja una O perfecta.

Oh, es una sensación tan agradable… poseerle y que me posea.

Me coge las manos, y no sé si es para que mantenga el equilibrio o para impedir que le toque, aun cuando ya he trazado mi mapa.

—Me gusta mucho sentirte —murmura.

Yo me alzo de nuevo, embriagada por el poder que tengo sobre él, viendo cómo Christian Grey se descontrola debajo de mí. Me suelta las manos y me sujeta las caderas, y yo apoyo las manos en sus brazos. Me penetra bruscamente y me hace gritar.

—Eso es, nena, siénteme —dice con voz entrecortada.

Yo echo la cabeza atrás y hago exactamente eso. Eso que él hace tan bien.

Me muevo, acompasándome a su ritmo con perfecta simetría, ajena a cualquier pensamiento lógico. Solo soy sensación, perdida en este abismo de placer. Arriba y abajo… una y otra vez… Oh, sí… Abro los ojos, bajo la vista hacia él con la respiración jadeante, y veo que me está mirando con ardor.

—Mi Ana —musita.

—Sí —digo con la voz desgarrada—. Siempre.

Él lanza un gemido, vuelve a cerrar los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Oh, Dios… Ver a Christian desatado basta para sellar mi destino, y alcanzo el clímax entre gritos, todo me da vueltas y, exhausta, me derrumbo sobre él.

—Oh, nena —gime cuando se abandona y, sin soltarme, se deja ir.

* * *

Tengo la cabeza apoyada sobre su pecho, en la zona prohibida. Mi mejilla anida en el vello mullido de su esternón. Jadeo, radiante, y reprimo el impulso de juntar los labios y besarle.

Estoy tumbada sobre él, recuperando el aliento. Me acaricia el pelo y me pasa la mano por la espalda y me toca, mientras su respiración se va tranquilizando.

—Eres preciosa.

Levanto la cabeza para mirarle con semblante escéptico. Él responde frunciendo el ceño e inmediatamente se sienta y, cogiéndome por sorpresa, me rodea con el brazo y me sujeta firmemente. Yo me aferro a sus bíceps; estamos frente a frente.

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