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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras de Grey (9 page)

BOOK: Cincuenta sombras de Grey
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Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo a la mesa.

—Has tardado un siglo —me riñe Kate—. ¿Dónde estabas?

—Haciendo cola para el baño.

José y Levi discuten acaloradamente sobre el equipo de béisbol de nuestra ciudad. José interrumpe su diatriba para servirnos cerveza, y doy un trago largo.

—Kate, creo que saldré un momento a tomar el aire.

—Ana, no aguantas nada…

—Solo cinco minutos.

Vuelvo a abrirme camino entre el gentío. Empiezo a sentir náuseas, la cabeza me da vueltas y me siento inestable. Más inestable de lo habitual.

Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracha que estoy. No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos animados de
Tom y Jerry
. Creo que voy a vomitar. ¿Cómo he podido acabar así?

—Ana, ¿estás bien?

José ha salido del bar y se ha acercado a mí.

—Creo que he bebido un poco más de la cuenta —le contesto sonriendo.

—Yo también —murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. ¿Te echo una mano? —me pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.

—José, estoy bien. No pasa nada.

Intento apartarlo sin demasiada energía.

—Ana, por favor —me susurra.

Me agarra y me acerca a él.

—José, ¿qué estás haciendo?

—Sabes que me gustas, Ana. Por favor.

Con una mano me mantiene pegada a él, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la cara. ¡Va a besarme…!

—No, José, para… No.

Lo empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverlo. Me ha metido la mano por el pelo y me sujeta la cabeza para que no la mueva.

—Por favor, Ana,
cariño
—me susurra con los labios muy cerca de los míos.

Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza. Empieza a recorrerme la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada.

—José, no —le suplico.

No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.

—Creo que la señorita ha dicho que no —dice una voz tranquila en la oscuridad.

¡Dios mío! Christian Grey. Está aquí. ¿Cómo? José me suelta.

—Grey —dice José lacónicamente.

Miro angustiada a Christian, que observa furioso a José. Mierda. Siento una arcada y me inclino hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo aparatosamente.

—¡Uf,
Dios mío
, Ana!

José se aparta de un salto con asco. Grey me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Observo agradecida que está relativamente oscuro.

—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro.

Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero vuelvo a vomitar… y otra vez. Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí misma que jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.

He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Grey me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo él podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus iniciales bordadas. CTG. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante, mientras me limpio la boca, me pregunto a qué responde la T. No me atrevo a mirarlo. Estoy muerta de vergüenza. Me doy asco. Quiero que las azaleas del parterre me engullan y desaparecer de aquí.

José sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Christian, pero este es cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente con semblante sereno, inexpresivo. Me giro y miro a José, que también parece bastante avergonzado e intimidado por Grey, como yo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del empresario Christian Grey. Ana, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.

—Bueno… Nos vemos dentro —masculla José.

Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy sola con Grey. Mierda, mierda. ¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberlo llamado.

—Lo siento —susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.

Qué suave es.

—¿Qué sientes, Anastasia?

Maldita sea, quiere su recompensa.

—Sobre todo haberte llamado. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo que me pongo roja.

Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.

—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti —me contesta secamente—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Anastasia. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?

Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No lo he invitado a venir. Parece un hombre maduro riñéndome como si fuera una cría descarriada. A una parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a él no le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué sigue aquí?

—No —le digo arrepentida—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita.

De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera una niña.

—Vamos, te llevaré a casa —murmura.

—Tengo que decírselo a Kate.

Vuelvo a estar en sus brazos.

—Puede decírselo mi hermano.

—¿Qué?

—Mi hermano Elliot está hablando con la señorita Kavanagh.

—¿Cómo?

No lo entiendo.

—Estaba conmigo cuando me has llamado.

—¿En Seattle? —le pregunto confundida.

—No. Estoy en el Heathman.

¿Todavía? ¿Por qué?

—¿Cómo me has encontrado?

—He rastreado la localización de tu móvil, Anastasia.

Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi subconsciente entre la nube de tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es él, no me importa.

—¿Has traído chaqueta o bolso?

—Sí, las dos cosas. Christian, por favor, tengo que decírselo a Kate. Se preocupará.

Aprieta los labios y suspira ruidosamente.

—Si no hay más remedio…

Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracha, incómoda, agotada, avergonzada y, por extraño que parezca, encantada de la vida. Me lleva de la mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.

En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista de baile está llena. Kate no está en nuestra mesa, y José ha desaparecido. Levi, que está solo, parece perdido y desamparado.

—¿Dónde está Kate? —grito a Levi.

La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.

—Bailando —me contesta Levi.

Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Christian con recelo. Busco mi chaqueta negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy lista para marcharme en cuanto haya hablado con Kate.

Toco el brazo de Christian, me inclino hacia él y le grito al oído que Kate está en la pista. Le rozo el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.

Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden inmediatamente. El señor Grey, el obseso del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.

—Bebe —me ordena.

Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y sobre los clientes. Grey pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente. Doy un pequeño sorbo.

—Bébetela toda —me grita.

Qué autoritario. Se pasa la mano por el pelo rebelde. Parece nervioso, enfadado. ¿Qué le pasa aparte de que una estúpida chica borracha lo haya llamado en plena noche y haya pensado que tenía que ir a rescatarla? Y ha resultado que sí tenía que rescatarla de su excesivamente cariñoso amigo. Y luego ha tenido que ver cómo la chica se mareaba. Oh, Ana… ¿conseguirás olvidar esto algún día? Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media luna. Me tambaleo un poco, y Grey apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Observo a través de una especie de nebulosa cómo va vestido: una ancha camisa blanca de lino, vaqueros ajustados, Converse negras y americana oscura de raya diplomática. Lleva el cuello de la camisa desabrochado, y veo asomar algunos pelos dispersos. Aun en mi aturdido estado, me parece que es guapísimo.

Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista. Mierda. Yo no bailo. Se da cuenta de que no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Vaya, sabe bailar, y no puedo creerme que esté siguiendo sus pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy borracha. Me aprieta contra su cuerpo… Si no me sujetara con tanta fuerza, seguro que me desplomaría a sus pies. Desde el fondo de mi mente resuena lo que suele advertirme mi madre: «Nunca te fíes de un hombre que baile bien».

Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Kate y a Elliot, el hermano de Christian. La música retumba a todo volumen fuera y dentro de mi cabeza. Oh, no. Kate está moviendo ficha. Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. Eso quiere decir que mañana seremos tres a la hora del desayuno. ¡Kate!

Christian se inclina y grita a Elliot al oído. No oigo lo que le dice. Elliot es alto, ancho de hombros, pelo rubio y rizado, y con ojos perversamente brillantes. El parpadeo de los focos me impide ver de qué color. Elliot se ríe, tira de Kate y la arrastra hasta sus brazos, donde ella parece estar encantada de la vida… ¡Kate! Aun en mi etílico estado, me escandalizo. Acaba de conocerlo. Asiente a lo que Elliot le dice, me sonríe y se despide de mí con la mano. Christian nos saca de la pista moviéndose con presteza.

Pero no he hablado con Kate. ¿Está bien? Ya veo cómo van a acabar las cosas entre esos dos. Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Espero que lea el póster de la puerta de los lavabos. Los pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la confusa sensación de borrachera. Aquí hace mucho calor, hay mucho ruido, demasiados colores… demasiadas luces. Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso parece. Lo último que oigo antes de desmayarme en los brazos de Christian Grey es la palabrota que suelta:

—¡Joder!

5

Todo está en silencio, con las luces apagadas. Estoy muy cómoda y calentita en esta cama. Qué bien… Abro los ojos, y por un momento estoy tranquila y serena, disfrutando del entorno, que no conozco. No tengo ni idea de dónde estoy. El cabezal de la cama tiene la forma de un sol enorme. Me resulta extrañamente familiar. La habitación es grande y está lujosamente decorada en tonos marrones, dorados y beis. La he visto antes. ¿Dónde? Mi ofuscado cerebro busca entre sus recuerdos recientes. ¡Maldita sea! Estoy en el hotel Heathman… en una suite. Estuve en una parecida a esta con Kate. Esta parece más grande. Oh, mierda. Estoy en la suite de Christian Grey. ¿Cómo he llegado hasta aquí?

Poco a poco empiezan a torturarme imágenes fragmentarias de la noche. La borrachera —oh, no, la borrachera—, la llamada —oh, no, la llamada—, la vomitera —oh, no, la vomitera—… José y después Christian. Oh, no. Me muero de vergüenza. No recuerdo cómo he llegado aquí. Llevo puesta la camiseta, el sujetador y las bragas. Ni calcetines ni vaqueros. Maldita sea.

Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de zumo de naranja y dos pastillas. Ibuprofeno. El obseso del control está en todo. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas. La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. El zumo de naranja está riquísimo. Me quita la sed y me refresca.

Oigo unos golpes en la puerta. El corazón me da un brinco y no me sale la voz, pero aun así Christian abre la puerta y entra.

Vaya, ha estado haciendo ejercicio. Lleva unos pantalones de chándal grises que le caen ligeramente sobre las caderas y una camiseta gris de tirantes empapada en sudor, como su pelo. Christian Grey ha sudado. La idea me resulta extraña. Respiro profundamente y cierro los ojos. Me siento como una niña de dos años. Si cierro los ojos, no estoy.

—Buenos días, Anastasia. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor de lo que merezco —murmuro.

Levanto la mirada hacia él. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos grises me miran fijamente. No tengo ni idea de lo que está pensando, como siempre. Sabe esconder lo que piensa y lo que siente.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —le pregunto en voz baja, compungida.

Se sienta a un lado de la cama. Está tan cerca de mí que podría tocarlo, podría olerlo. Madre mía… Sudor, gel y Christian. Un cóctel embriagador, mucho mejor que el margarita, y ahora lo sé por experiencia.

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