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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras de Grey (63 page)

BOOK: Cincuenta sombras de Grey
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—Bueno, entonces más vale que me vaya —murmuro, haciendo una mueca de dolor al incorporarme.

—No, no te vayas —me pide aterrado.

—No tiene sentido que me quede.

De pronto me siento cansadísima, y quiero irme ya. Salgo de la cama y Christian me sigue.

—Voy a vestirme. Quisiera un poco de intimidad —digo con voz apagada y hueca mientras me marcho y lo dejo solo en el dormitorio.

Al bajar, echo un vistazo al salón y pienso que hace solo unas horas descansaba la cabeza en su hombro mientras tocaba el piano. Han pasado muchas cosas desde entonces. He tenido los ojos bien abiertos y he podido vislumbrar la magnitud de su depravación, y ahora sé que no es capaz de amar, no es capaz de dar ni recibir amor. El mayor de mis temores se ha hecho realidad. Y, por extraño que parezca, lo encuentro liberador.

El dolor es tan intenso que me niego a reconocerlo. Me siento entumecida. De algún modo he escapado de mi cuerpo y soy de pronto una observadora accidental de la tragedia que se está desencadenando. Me ducho rápida y metódicamente, pensando solo en el instante que viene a continuación. Ahora aprieta el frasco de gel. Vuelve a dejar el frasco de gel en el estante. Frótate la cara, los hombros… y así sucesivamente, todo acciones mecánicas simples que requieren pensamientos mecánicos simples.

Termino de ducharme y, como no me he lavado el pelo, me seco enseguida. Me visto en el baño, y saco los vaqueros y la camiseta de mi maleta pequeña. Los vaqueros me rozan el trasero, pero, la verdad, es un dolor que agradezco, porque me distrae de lo que le está pasando a mi corazón astillado y roto en mil pedazos.

Me agacho para cerrar la maleta y veo la bolsa con el regalo para Christian: una maqueta del planeador Blanik
SEÑORITA A. STEELE
, para que la construya él. Me voy a echar a llorar otra vez. Ay, no… eran tiempos más felices, cuando aún cabía la esperanza de tener algo más. Saco el regalo de la maleta, consciente de que tengo que dárselo. Arranco una hoja de mi cuaderno, le escribo una nota rápida y se la dejo encima de la caja:

Esto me recordó un tiempo feliz.

Gracias.

Ana

Me miro en el espejo. Veo un fantasma pálido y angustiado. Me recojo el pelo en un moño sin hacer caso de lo hinchados que tengo los ojos de tanto llorar. Mi subconsciente asiente con la cabeza en señal de aprobación. Hasta ella sabe que no es el momento de ponerse criticona. Me cuesta creer que mi mundo se esté derrumbando a mi alrededor, convertido en un montón de cenizas estériles, y que todas mis esperanzas hayan fracasado cruelmente. No, no, no lo pienses. Ahora no, aún no. Inspiro hondo, cojo la maleta y, después de dejar la maqueta del planeador con mi nota encima de su almohada, me dirijo al salón.

Christian está hablando por teléfono. Viste vaqueros negros y una camiseta. Va descalzo.

—¿Que ha dicho qué? —grita, sobresaltándome—. Pues nos podía haber dicho la puta verdad. Dame su número de teléfono; necesito llamarlo… Welch, esto es una cagada monumental. —Alza la vista y no aparta su mirada oscura y pensativa de mí—. Encontradla —espeta, y cuelga.

Me acerco al sofá y cojo mi mochila, esforzándome por ignorarlo. Saco el Mac, vuelvo a la cocina y lo dejo con cuidado encima de la barra de desayuno, junto con la BlackBerry y las llaves del coche. Cuando me vuelvo me mira fijamente, con expresión atónita y horrorizada.

—Necesito el dinero que le dieron a Taylor por el Escarabajo —digo con voz clara y serena, desprovista de emoción… extraordinaria.

—Ana, yo no quiero esas cosas, son tuyas —dice en tono de incredulidad—. Llévatelas.

—No, Christian. Las acepté a regañadientes, y ya no las quiero.

—Ana, sé razonable —me reprende, incluso ahora.

—No quiero nada que me recuerde a ti. Solo necesito el dinero que le dieron a Taylor por mi coche —repito con voz monótona.

Se me queda mirando.

—¿Intentas hacerme daño de verdad?

—No. —Lo miro ceñuda. Claro que no.…Yo te quiero—. No. Solo intento protegerme —susurro.

Porque tú no me quieres como te quiero yo.

—Ana, quédate esas cosas, por favor.

—Christian, no quiero discutir. Solo necesito el dinero.

Entorna los ojos, pero ya no me intimida. Bueno, solo un poco. Lo miro impasible, sin pestañear ni acobardarme.

—¿Te vale un cheque? —dice mordaz.

—Sí. Creo que podré fiarme.

Christian no sonríe, se limita a dar media vuelta y meterse en su estudio. Echo un último vistazo detenido al piso, a los cuadros de las paredes, todos abstractos, serenos, modernos… fríos incluso. Muy propio, pienso distraída. Mis ojos se dirigen hacia el piano. Mierda… si hubiera cerrado la boca, habríamos hecho el amor encima del piano. No, habríamos follado encima del piano. Bueno, yo habría hecho el amor. La idea se impone con tristeza en mi pensamiento y en lo que queda de mi corazón. Él nunca me ha hecho el amor, ¿no? Para él siempre ha sido follar.

Vuelve y me entrega un sobre.

—Taylor consiguió un buen precio. Es un clásico. Se lo puedes preguntar a él. Te llevará a casa.

Señala con la cabeza por encima de mi hombro. Me vuelvo y veo a Taylor en el umbral de la puerta, trajeado e impecable como siempre.

—No hace falta. Puedo irme sola a casa, gracias.

Me vuelvo para mirar a Christian y veo en sus ojos la furia apenas contenida.

—¿Me vas a desafiar en todo?

—¿Por qué voy a cambiar mi manera de ser?

Me encojo levemente de hombros, como disculpándome.

Él cierra los ojos, frustrado, y se pasa la mano por el pelo.

—Por favor, Ana, deja que Taylor te lleve a casa.

—Iré a buscar el coche, señorita Steele —anuncia Taylor en tono autoritario.

Christian le hace un gesto con la cabeza, y cuando me giro hacia él, ya ha desaparecido.

Me vuelvo a mirar a Christian. Estamos a menos de metro y medio de distancia. Avanza e, instintivamente, yo retrocedo. Se detiene y la angustia de su expresión es palpable; los ojos le arden.

—No quiero que te vayas —murmura con voz anhelante.

—No puedo quedarme. Sé lo que quiero y tú no puedes dármelo, y yo tampoco puedo darte lo que tú quieres.

Da otro paso hacia delante y yo levanto las manos.

—No, por favor. —Me aparto de él. No pienso permitirle que me toque ahora, eso me mataría—. No puedo seguir con esto.

Cojo la maleta y la mochila y me dirijo al vestíbulo. Me sigue, manteniendo una distancia prudencial. Pulsa el botón de llamada del ascensor y se abre la puerta. Entro.

—Adiós, Christian —murmuro.

—Adiós, Ana —dice a media voz, y su aspecto es el de un hombre completamente destrozado, un hombre inmensamente dolido, algo que refleja cómo me siento por dentro.

Aparto la mirada de él antes de que pueda cambiar de opinión e intente consolarlo.

Se cierran las puertas del ascensor, que me lleva hasta las entrañas del sótano y de mi propio infierno personal.

Taylor me sostiene la puerta y entro en la parte de atrás del coche. Evito el contacto visual. El bochorno y la vergüenza se apoderan de mí. Soy un fracaso total. Confiaba en arrastrar a mi Cincuenta Sombras a la luz, pero la tarea ha resultado estar más allá de mis escasas habilidades. Intento con todas mis fuerzas mantener a raya mis emociones. Mientras salimos a Fourth Avenue, miro sin ver por la ventanilla, y la enormidad de lo que acabo de hacer se abate poco a poco sobre mí. Mierda… lo he dejado. Al único hombre al que he amado en mi vida. El único hombre con el que me he acostado. Un dolor desgarrador me parte en dos, gimo y revientan las compuertas. Las lágrimas empiezan a rodar inoportuna e involuntariamente por mis mejillas; me las seco precipitadamente con los dedos, mientras hurgo en el bolso en busca de las gafas de sol. Cuando nos detenemos en un semáforo, Taylor me tiende un pañuelo de tela. No dice nada, ni me mira, y yo lo acepto agradecida.

—Gracias —musito, y ese pequeño acto de bondad es mi perdición.

Me recuesto en el lujoso asiento de cuero y lloro.

El apartamento está tristemente vacío y resulta poco acogedor. No he vivido en él lo suficiente para sentirme en casa. Voy directa a mi cuarto y allí, colgando flácidamente del extremo de la cama, está el triste y desinflado globo con forma de helicóptero: Charlie Tango, con el mismo aspecto, por dentro y por fuera, que yo. Lo arranco furiosa de la barra de la cama, tirando del cordel, y me abrazo a él. Ay… ¿qué he hecho?

Me dejo caer sobre la cama, con zapatos y todo, y lloro desconsoladamente. El dolor es indescriptible… físico y mental… metafísico… lo siento por todo mi ser y me cala hasta la médula. Sufrimiento. Esto es sufrimiento. Y me lo he provocado yo misma. Desde lo más profundo me llega un pensamiento desagradable e inesperado de la diosa que llevo dentro, que tuerce la boca con gesto despectivo: el dolor físico de las dentelladas del cinturón no es nada, nada, comparado con esta devastación. Me acurruco, abrazándome con desesperación al globo casi desinflado y al pañuelo de Taylor, y me abandono al sufrimiento.

E.L. JAMES, ha desempeñado cargos ejecutivos en televisión. Está casada, tiene dos hijos y vive en Londres. De niña, soñaba con escribir historias que cautivarían a los lectores, pero postergó sus sueños para dedicarse a su familia y a su carrera. Finalmente reunió el coraje para escribir su primera novela Cincuenta sombras de Grey. Es también la autora de Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas .Con motivo del fenómeno editorial que ha supuesto su trilogía Cincuenta sombras, con gran repercusión en los medios y que ya ha vendido millones de ejemplares, la revista Time ha nombrado a E.L. James una de las cien personas más influyentes del año. Los derechos de traducción ya se han vendido en cuarenta países. Los derechos de traducción ya se han vendido en cuarenta países, y Universal Pictures y Focus Features han comprado los derechos cinematográficos.

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